NADANDO
POR SEGUNDA VEZ
EN BANYOLES
Se atribuye decir a Baroja que los
“nacionalismos se curan viajando”, una frase muy loada,
paradojas, por determinados nacionalistas cuando no hablan de sí
mismos. El problema es que el nacionalismo no es una enfermedad que
sanar, sino un sentimiento identitario que, pueda o no compartirse,
goza de una legitimidad que nadie debería discutir.
Por segunda vez (http://charlievedella.blogspot.com/2017/10/lestany-de-banyoles.html), y con la excusa de superar mi marca del año pasado,
el domingo 16 de setiembre volví a lanzarme al agua del Estany de
Banyoles para “viajar” por su superficie entre 1.400 nadadores.
Se daba la circunstancia de que era el 75 aniversario de la primera
travesía y la organización conseguía batir el récord de
participantes (2.700 contando todas las modalidades y distancias),
así que el momento era especialmente emocionante.
Pero antes de navegar durante 46 minutos y 28 segundos con la mirada
puesta en un fondo vítreo de color turquesa, un intervalo muy útil,
como todos los deportes individuales, para la introspección, me
gustaría mencionar otro detalle del viaje, eso que no se hace para
curar una patología identitaria ni para “dilapidar espacio”,
pero sí sirve para aprender.
A mitad de camino elegimos Ayerbe por casualidad, o mejor, pura y
simplemente porque está cerca del castillo de Loarre, una fortaleza
que había visto muchas veces en internet. Esta rinde con creces lo
que promete: un bastión espectacular desde el que Sancho III de
Navarra controlaba la Hoya de Huesca. Ahora sirve como inigual
localización para películas (“El reino de los cielos”) y series
varias.
Cuando la suerte te acompaña y caes en un hotel regentado por
alguien culto y sensible (Liam Neilson, que allí descansó, así lo
agradece) el viaje se convierte en aprendizaje, y en solo unas horas
conoces realidades que en un pueblo tan pequeño y en una comarca
casi de paso sorprende: un grupo de seis artistas cincuentones forma
una cooperativa; jóvenes emprendedores mantienen un negocio
sostenible y de timbre ecológico con productos de la zona, y el
hecho de que una mujer llamada Habiba Bahdi lleve
el timón de la principal pastelería/panadería del pueblo, nos
invita a imaginar que el fundador del pueblo, Yahyà
b. Mundir al-Muzaffar, fue
quizás paisano suyo.
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La plaza Mayor de Ayerbe con la torre del Reloj |
Todos nos hablan de las dificultades de mantener sus negocios contra la corriente de una turistificación adocenada, del poco apoyo de las instituciones, también, en tono autocrítico, de la manía de echar balones fuera, pero sobre todo de lo mucho que su tierra ofrece si los itinerarios de la globalización fueran más razonables. También nos subrayan las muchas cosas que en tan poco tiempo hemos dejado de ver. Concluyendo, que habrá que repetir.
Banyoles sí está en un itinerario más oficial. Se lo ha ganado a
pulso creciendo con prudencia, cuidando y explotando su belleza
natural, y acabando con sus viejos demonios. No en vano, en el club
náutico de este pueblo, que durante años exhibió a un africano
como animal exótico
(https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20161022/411000402862/negro-de-banyoles-museo-darder-catalunya.html),
ahora te atiende una chica negra con hiyab y en català, por
supuesto. Así lo hacen muchos de sus miles de emigrantes (el 18,75%
de la población), que deambulan y trabajan en una población que ya
vive la república catalana como un imaginario colectivo muy
mayoritario.
En fin, la identidad es libre. Estos dos
últimos años he sentido el orgullo y la emoción de pertenecer a
una colectividad esporádica, la que desde hace 75 años se tira al
agua para recorrer los 2.150 metros que separan los límites del lago
de Banyoles. Para quienes viven ese imaginario y para los que no
acaban de entender que las personas y los pueblos tienen derecho a
desarrollarse como deseen, supongo que este tipo de identidades es
propio de “esnobs” sin una patria que echarse a la espalda, pero
es que uno tiene una edad ya difícil para entrar en razón...
A raíz de mi zambullida del año pasado revisé “El nadador”,
película basada en un cuento de John Cheever que protagonizó un
todavía atlético Burt Lancaster. Aunque a mi modo de ver la
película ha envejecido mal, la idea de ese nadador que recompone su
vida atravesando a nado las piscinas de sus colegas ricachones de
Connecticut, es característica del cine de la época y casi un
clásico de culto.
He encontrado una especie de trailer acompañado de una canción de
Ray LaMontagne, un músico que no había nacido cuando se hizo el
film.
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