Estaban destinados a ser los nuevos Simon y Garfunkel, y en
2009, cuando sacaron “Declaration of dependence” estaban a punto de conseguirlo. Durante ese
año les escuché mucho porque me hacían feliz. Sus canciones hablan de cosas
simples y simple es su factura musical, pero en sus pocos discos consiguieron
casi un 100 por 100 de aciertos, lo que está al alcance de muy pocos. No he
conseguido saber por qué se separaron ni cual fue el motivo de la desaparición de
Eirik Glambek, que finalmente ha vuelto recuperando la marca de su primer
grupo, Kommode. Erlend Oye, el otro 50%, no abandonó. Lleva ya dos discos en
solitario, y si bien no alcanza la calidad de los Kings se mantiene en un
estado de forma aceptable. Sería estupendo volver a verlos juntos
He seleccionado dos videos de sus canciones más o menos conocidas y una candorosa versión
callejera de “Una ragazza in due”, un éxito de I Giganti, grupo italiano de los
años sesenta, en la piazza Duomo de Siracusa. Sed felices
Pertenezco
a una generación de barceloneses para los que el verano empezaba la verbena de Sant
Joan y terminaba poco después de las fiestas de la Mercè, patrona de la ciudad.
La primera tuvo siempre un carácter popular, a pesar de los obstáculos de la
autoridad, un hecho que daba, además, un toque de rebeldía muy atractivo a los
jóvenes de los barrios, dedicados a pedir y almacenar leña, muebles en desuso y
todo lo que ardiera, durante los días de víspera. El día de autos se podía
llegar al cuerpo a cuerpo con los “munipas” más celosos en su trabajo, pero al final,
tras varias escaramuzas, en cada cruce de calles de Barcelona había una hoguera
dispuesta a deshacer los rótulos de plástico de los alrededores y dejar el
adoquinado hecho unos zorros.
Salomé y Raimon, vencedores en 1963
Las
fiestas de la Mercè eran otra cosa. Sabíamos de sus cenas de gala, recepciones
y juegos florales, con gente encopetada, por los periódicos, la radio y la
televisión. Pero sí había un evento más o menos popular, aunque fuera a
distancia: el Festival de la Canción del Mediterráneo.
Nació
este en 1959 como una réplica del que se
celebraba en San Remo, y ambos compartían cantantes y compositores. Los premios
se otorgaban por votación de los asistentes al festival, una asistencia también
minoritaria, pero en las casas se seguía con expectación el resultado, se
hacían cábalas y discutía sobre la modernidad y nacionalidad de los intérpretes,
ya que participaban todos los países mediterráneos, incluidos los del norte de
África.
En
la quinta edición del festival el público decidió que la canción ganadora fuera
“Se´n va anar”, interpretada en lengua catalana por Salomé, que había debutado
el año anterior, y Raimon, cantautor de la Nova Cançó. Las malas lenguas dicen
que el patio de butacas estaba lleno de universitarios y curas progres que se
habían organizado para la ocasión. Lo cierto es que el cabreo de Fraga, por
entonces ministro de información y turismo, fue más que importante. Al año
siguiente, 1964, los organizadores (ayuntamiento, radio nacional, TVE y desde
luego que el ministro) modificaron el sistema de votación, que pasó a manos de
un grupo de 55 “notables” de las provincias mediterráneas. La decisión de
abrirla a otras provincias podría tener su lógica, pero lo de los notables no
colaba. La decisión tenía además su complemento: desde esa edición hasta la de
1967, última del festival, tampoco se pudieron presentar canciones
interpretadas en catalán…
Portada del disco de Parera Fons
El
palmarés del Festival de la Canción del Mediterráneo forma parte de mi memoria
sentimental y me hace recordar el ocaso del verano en el Passeig de Sant Joan
de Barcelona. Mi favorita de 1967 era “T´estim i t´estimaré”. No ganó, pero
aparte de su belleza me llamó la atención la personalidad de su compositor e
intérprete, Antoni Parera Fons, distante del perfil de los cantantes de la
época. Currándome el blog me entero de que ha sido Premio Nacional de Música
2016 (para más información ver su página web: http://antoniparerafons.com/).
La
canción, pese a una orquestación que ahora suena excesiva, tenía ritmo y letra
de bolero. En la web está la versión del propio Parera Fons y otra de Josep
Carreras. Yo la rememoré en un CD doble que Serrat publicó en 1996, “Banda
sonora d´un temps, d´un país”, itinerario recopilatorio de la cançó catalana y
alguna ajena (hay una muy digna interpretación de “Suzanne”, de Leonard Cohen).
He encontrado esta versión en directo.
Carlos Barral (Barcelona
1928-1989) incluyó este poema autobiográfico (puede decirse que toda su obra lo
es) en “Diecinueve figuras de la historia civil”, libro publicado en 1961.
Los P.P. eran los padres jesuitas
que regentaban el colegio d
Carlos Barral
e la calle Caspe de Barcelona, un centro de
enseñanza de cierta categoría, por el que han pasado numerosos personajes de la
ciencia (Ignasi Barraquer) política (Jordi
Portabella), cultura (Josep M. de
Sagarra, Jaume Cabré…), y cómo no, de la delincuencia (Javier de la Rosa, Iñaki
Urdangarín…).
Barral estudió seis cursos en ese colegio, al que
describe en “Años de penitencia” como
“imponente y lúgubre”. Yo pasé once en el de los Maristas de la calle Valencia,
no muy lejos de allí, y aunque nunca viví la imagen inicial de ese cura de
cuerpo presente, por delante del que pasan los alumnos en hilera, me siento
identificado con la contraposición del escenario lúgubre y carcelario del
colegio con la luz y la sensación de libertad de las vacaciones de verano, con
“el timbre alegre de las bicicletas” y esa leyenda de que “en las noches
azules, en la playa, se oyen crecer de cerca los cabellos”. Pues eso, a
disfrutarlo…
LOS P.P. Y EL VERANO
Todos temblamos al entrar.
Hedía
a monda de naranja y a recreo,
delante de la puerta en que ordenaron
la hilera.
Lámparas amarillas,
aceite musitado por el techo,
sudor de voz…, y vivimos
la deseada aparición horrible.
Era una cosa triste, algo muy viejo
y ya sin importancia. Como un mueble
antiguo en el desván o el interior
de los armarios condenados.
Unas manos
como de tierra y cirio, inexpresivas
o demasiado suplicantes…
Mas luego en las palabras
vino la muerte auténtica, nos tuvo
sujetos. El no vivir
ya más, el ser invierno
y estar por siempre dentro
esperando que vengan a sacarnos.
Nos hicieron la cuenta
de los amaneceres imposibles:
el aire, pasajero,
era un regalo entre dos penas
capitales.
El agua libre,
aquel color, cada deseo…
¡Qué riesgo la blancura
en la cama regada de lágrimas!
Y lo peor: los días del verano
tan peligrosos junto al árbol
solar, y aquellos juegos sin excusa.
Me puse a meditar:
las ramas, en efecto,
tan blancas hacia el sol,
a mediodía,
que pudieran no verse, que pudiera caer.
Y entonces no sería
la tarde verde, abierta,
y la excursión al bosque con mis primas.
Y nunca más, entonces,
vería entre las franjas
de su vestido almidonado.
-¿recuerdas, en la fuente
solos, que tú bebías
colgando tu cintura de mis brazos?
Oh, nunca más, ya nunca
más las hojas
abarquilladas y brillantes, turba
de espejos que nos ahorraban las palabras…
Las cosas que quedaron
a medio hacer,
pendientes de volver a repetirse:
saber si tú venías por costumbre
o era con amistad. O si era cierto
que en las noches azules, en la playa,
se oyen crecer de cerca los cabellos.
Pensé en el cuerpo exangüe,
en aspa al pie del árbol poderoso,
y alrededor las voces, los silbidos
y el timbre alegre de las bicicletas
que parten tarde adentro, a la aventura.
Entonces como un fuego súbito,
como el sol de repente en aquel patio
de pelotas de trapo, parecieron
altas, blancas las tapias, que encerrasen
lo triste con nosotros, porque afuera
un verano sin límites, abierto,
de riesgos esperados, sin peligro,
nos aguardaba para todo el tiempo.
Comprendí que era grave,
gravísimo estar muerto, estar presente
de aquel extraño modo
(el aire es diferente,
ligero, como si hubiese huido)
o ya no estar. Pero hasta entonces
nos queda tanto para hacer. En cada día
de libertad, en cada hora
libre. Por ejemplo,
subir el monte fatigoso
con un perro, imaginando
que cumplimos con un difícil deber.
O estar tendidos de espaldas,
en serio, sin mirar,
cuando la muchacha que se mojó jugando con nosotros
ha puesto su ropa al sol y le contamos
exageradas historias del invierno,
mientras las nubes se deshacen…
No recuerdo a Barral como un poeta habituado a las referencias
musicales, y le hago más bien amante de la canción francesa de la época, pero
en el año de la creación de “Los P.P. y el verano" seguro que escuchó alguna vez “Moon river”, que cantada
por Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”, película de ese mismo año, sería con el tiempo uno de los
standars más interpretados de la historia.