miércoles, 1 de febrero de 2017

Enanos

ENANOS


En la ikastola en la que estudiaban mis hijas había una chica con acondroplasia, para entendernos una enana. Recuerdo a esa muchacha aún adolescente con un extraño artilugio metálico rodeándole ambas tibias para crecer apenas diez centímetros, sufriendo fuertes dolores, montada en una silla de ruedas durante un largo periodo,  pero supongo que esperanzada de alcanzar eso que llamamos “normalidad”.

Creo que Augusto Monterroso tenía cierta experiencia cuando, con evidente humor negro, decía  que los enanos tienen un sexto sentido porque se reconocen entre ellos, ya que creo recordar que él, como sus cuentos, era más bien breve. Pero de cualquier forma lo de la altura, como tantas otras cosas, es relativo. 

Coincidí en mi época universitaria con un militante antifranquista acondroplásico. Una mañana, después de una manifestación, nos dijo que se tenía que cambiar de ropa para que la policía no le reconociera. O lo dijo de coña o tenía muy interiorizado que su aspecto externo no dependía enteramente de su medida, o en fin que, como defendía Monterroso, sólo podía ser reconocido por alguien minúsculo como él.

Peter Dinklage
Años después el enanismo puso a prueba mis prejuicios sobre la normalidad. Desarrollaba por entonces una actividad comercial y fui citado telefónicamente por un empresario interesado en el producto. Se trataba de un local público con una oficina anexa. La puerta estaba entreabierta, y al empujarla accedí a un elegante y espacioso despacho con una mesa de juntas. Desde su cabecera más lejana oí la voz de alguien que se asomaba con esfuerzo. Reconozco que la presencia me incomodó, más cuando al ir a darle la mano me di cuenta de que además de acondroplásico era invidente. Dentro del estándar de empresario que yo tenía en la cabeza no estaba desde luego aquel prototipo y ahora, ya mucho después, me veo ridículo y estúpido al recordar aquella incomodidad.

No he visto ni un solo episodio de “Juego de tronos” pero me alegro del éxito de Peter Dinklage, al que descubrí en la preciosa “Vías cruzadas”, también una parábola sobre “anormalidades”, descubriendo que ser enano no está reñido con la belleza y la elegancia. A fin de cuentas solo hace un par de décadas había un impresentable en el País Vasco, alguien que se creía normal,  que se dedicaba a organizar pruebas de lanzamiento de enanos…

Tampoco pude ver en directo a Michel Petrucciani, pero un compañero de trabajo que asistió a uno de sus conciertos me contó que le ayudaban a subir al taburete, desde el que se convertía en un gigante musical al piano. Veamos y oigamos…