lunes, 4 de junio de 2018

Manuel Vicent - Los últimos mohicanos


MANUEL VICENT Y 

LOS ÚLTIMOS MOHICANOS

Al ir a ubicar “Los últimos mohicanos” en las baldas  de la librería, me di cuenta de que Manuel Vicent (Villavieja 1936) es el autor del que tengo más libros. No es de extrañar, dada mi predilección por quienes hacen mix con la literatura de alcance medio, el columnismo y el periodismo de estampa, pero sobre todo por los biógrafos párvulos ( ver http://charlievedella.blogspot.com.es/2016/11/eugenio-baronchelli-biografo-breve.html), capaces de diseccionar a un personaje con la precisión de un forense con apenas unos cientos de palabras; diez páginas en el caso que nos ocupa.

En este, además, el maestro Vicent dedica la pluma a una serie de colegas ya desaparecidos, los últimos mohicanos de un periodismo en extinción, gente que hacía literatura en los grandes diarios de papel, la mayoría también desaparecidos o en trance de hacerlo, acompañando sus retratos con caricaturas de Fernando Vicente.

Así que he aquí una pequeña selección para animar al personal a adquirir el volumen.

“Bagaría nunca renunció a ejercer de sí mismo, su mejor obra personal. Desayunaba a las nueve de la noche, almorzaba a las tres de la madrugada, cenaba a las doce del mediodía y en medio hacía insomnios de alcohol y póquer, cafés con leche, bocadillos al pie de las barras, hasta deshacerse hablando de la nada y de todo, contra esto y aquello, en las tertulias bajo el humo del tabaco que se confundía con la niebla de todas las madrugadas” ( de Luis Bagaría – El lápiz del dibujante revolucionario)

“Con este autor se ha dado un hecho curioso: fue en su tiempo uno de los grandes; puso su afilada inteligencia y un estilo literario sin ninguna veta de tocino al servicio de la historia; contó de primera mano las cosas que pasaban en la calle; estaba donde había que estar, en los acontecimientos políticos, en los homenajes literarios; era citado, admirado y seguido por una legión de lectores y, de repente, terminada la guerra civil, se lo tragó la tierra y ni siquiera fue recordado como un exiliado famoso.” ( de Manuel Chaves Nogales – Disparar a la distancia precisa)

“Ortega había dado siempre la espalda a la iglesia, pero alrededor de su lecho de muerte revoloteó el agustino Félix García, experto en descabellar con la extremaunción a agnósticos de renombre. El fraile entró en la alcoba del moribundo. ¿Ortega confesó sus pecados, besó el crucifijo? El fraile dejó el interrogante en el aire”. ( de José Ortega y Gasset – Naufragio en la palangana de Pilatos)

“En los últimos años de su oficio llegaba por la mañana, cuando el local aún olía a serrín mojado, se sentaba junto al ventanal del fondo, el camarero de turno depositaba sobre el velador un café con leche en vaso, el tintero y la pluma; César ponía la pitillera dorada y comenzaba a llenar cuartillas sobre todo y sobre nada, sobre cosas de la vida que no le comprometieran, organillos, farolas, muchachas en flor, castañeras, anuncios y máscaras.” ( de César González Ruano – La máquina de fabricar calderilla)

“Tenía de España una visión de chiringuito, de corrala o sacristía, con una deriva natural hacia ese lado menor de la vida, de los sucesos, de los personajes. Así construyó un mundo propio, asentado en un costumbrismo esperpéntico, de lápida funeraria, de refranes de calendario zaragozano, coplillas de ciego, sermones de cura trabucaire, apocalipsis de hoja parroquial, con una galería de progresistas de pana rayada, de ejecutivos de Agua Brava y verga de búfalo bajo el loden, de políticos de solomillo al punto o sangrante”. ( de Luis Carandell – La historia es una anécdota)

“En 1945, en el corazón de la más dura posguerra, un hombre que había sido policía durante la república, afiliado al PSUC, detenido y condenado, volvía a casa después de haber cumplido varios años de prisión. Vivía en la calle Botella, en el Raval de Barcelona. El hombre subía muy abatido esa mañana con una maleta de cartón a su piso, donde le esperaba su mujer, una humilde modista, y en mitad de la escalera se cruzó con un niño gordito de cinco años. Los dos se miraron muy sorprendidos al verse por primera vez. Así cuenta Manuel Vázquez Montalbán el momento y el lugar en que conoció a su padre” (Manuel Vázquez Montalbán – El marxismo pop y la gente derrotada)

En el año 2000 Vázquez Montalbán escribió “Cancionero general del franquismo”, una recopilación de 455 canciones surgidas durante ese periodo entre gris y eastmancolor del siglo XX. Entre ellas, su preferida, “Tatuaje”, en la interpretación más esencial, la de doña Concha Piquer.