lunes, 19 de mayo de 2014

EL MIEDO DEL DELANTERO ANTE EL PENALTI

He mal copiado el título de una novela de Peter Handke que leí hace ya décadas para escribir algo de fútbol, una tentación que me persigue y que, a la vista de la inflación futbolística que nos rodea, suelo rehuir.  Así que no voy a hablar de los astros, esos tipos con peinados y tatuajes más o menos extravagantes que salen del entrenamiento con cochazos de alta gama y repiten la primera palabra de las oraciones como si fuera algo inherente al dominio de la pelota. El FÚTBOL con mayúsculas, ese opio que nos mantiene aturdidos, el circo que nos hará contestar como niños imbéciles que “bien” al “cómo están ustedes”, cada vez me interesa menos. O nada.  Así que voy a hacerlo del fútbol con minúsculas, el que todavía me alegra ver en las plazas y patios de los barrios.
Campeones de barrio - Antonio Berni


Y bien, aunque creo que el mito de la soledad y el  miedo del portero ante el penalti son exagerados, porque esa falta máxima es como un duelo de pistoleros en un western en el que uno puede incluso tirarse al lado contrario sin ser vapuleado, pero ¡ay del delantero si tira la pelota a la grada…!, es cierto que los porteros son gente especial. Cuando yo empezaba a jugar con apenas catorce años en campos de tierra dura y seca el portero era un suicida. Había que tener mucho amor al arte para pasar un frío del carajo, ser mirado de reojo por tus compañeros cada vez que encajabas un gol y llegar a casa con los muslos y la cadera en carne viva. Muchos de esos porteros se habían curtido en los colegios de barrio, descartados como jugadores de campo cuando los capitanes elegían equipo en los recreos. El portero era siempre el último que quedaba, aquel chaval gordito o poco dotado para el regate que seguía empeñado en jugar al fútbol. Con los años se convertían en tipos aguerridos con profunda vida interior o en líderes naturales a los que nadie llevaba la contraria. No recuerdo ni la mitad de los jugadores de campo con los que compartí alineación, pero sí la lista de los porteros, esos seres sacrificados que ni siquiera podían lesionarse o caer enfermos porque a ver quién se ponía... Los había que se empeñaban en llevar pantalón largo para no dañarse, o lo contrario, en dejar de lado las indispensables rodilleras porque total…Como alguna vez me probé los guantes no me extraña que casi ningún cancerbero los usara. A la segunda mojada se acartonaban y perdían totalmente el sentido del tacto.

Foto de Oriol Maspons
Todos los porteros con los que jugué eran personajes peculiares pero ninguno como un chalado que nos duró apenas una temporada. Era un larguirucho con el pelo por los hombros y un ojo tuerto al que recuerdo como si lo estuviera viendo, pero no su nombre ni de donde salió o quién le o nos engañó. Aunque su defecto visual nos mosqueó, tampoco teníamos donde elegir. Conseguir portero era sumamente difícil, porque los descartes de colegio acababan dedicándose a otra cosa, así que asumimos el riesgo. Era un tipo ágil y se le notaba oficio, pero pronto dio muestras de una irregularidad que llevaba con una alegría que desquiciaba, así que a los pocos partidos confirmamos que estaba como una cabra. Creo que fue en Sant Boi, conocido precisamente como el pueblo de los locos porque albergaba un conocido psiquiátrico. Era un partido igualado que no acababa de desequilibrarse, con un importante forcejeo en el medio campo. Uno de nosotros perdió la pelota donde no debía y el equipo contrario inició un contraataque que nos pilló desprevenidos, así que al volver la vista hacia nuestro campo para comprobar si algún defensa y principalmente nuestro portero se había puesto en guardia, no nos lo podíamos creer: estaba sentado en el larguero como si la cosa no fuera con él. He recordado esa imagen surrealista cientos de veces, y cuánto me hubiera gustado una fotografía de ese momento en blanco y negro. Hubiera sido una de las mejores instantáneas del fútbol de barrio de los años sesenta, al nivel de la que Oriol Maspons dedicó a otro portero peculiar por aquellos tiempos.  

Para acabar, unos versos de Günter Grass que he encontrado por ahí:

Lentamente ascendió el balón en el cielo.
Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.
Habían dejado solo al poeta bajo el arco,
pero el árbitro pitó fuera de juego.