EL MIEDO DEL
DELANTERO ANTE EL PENALTI
He mal copiado el título de una novela de Peter Handke que leí hace ya
décadas para escribir algo de fútbol, una tentación que me persigue y que, a la
vista de la inflación futbolística que nos rodea, suelo rehuir. Así que no voy a hablar de los astros, esos
tipos con peinados y tatuajes más o menos extravagantes que salen del
entrenamiento con cochazos de alta gama y repiten la primera palabra de las
oraciones como si fuera algo inherente al dominio de la pelota. El FÚTBOL con
mayúsculas, ese opio que nos mantiene aturdidos, el circo que nos hará
contestar como niños imbéciles que “bien” al “cómo están ustedes”, cada vez me
interesa menos. O nada. Así que voy a
hacerlo del fútbol con minúsculas, el que todavía me alegra ver en las plazas y
patios de los barrios.
![]() |
Campeones de barrio - Antonio Berni |
Y bien, aunque creo que el mito de la soledad y el miedo del portero ante el penalti son
exagerados, porque esa falta máxima es como un duelo de pistoleros en un
western en el que uno puede incluso tirarse al lado contrario sin ser vapuleado,
pero ¡ay del delantero si tira la pelota a la grada…!, es cierto que los
porteros son gente especial. Cuando yo empezaba a jugar con apenas catorce años
en campos de tierra dura y seca el portero era un suicida. Había que tener
mucho amor al arte para pasar un frío del carajo, ser mirado de reojo por tus
compañeros cada vez que encajabas un gol y llegar a casa con los muslos y la
cadera en carne viva. Muchos de esos porteros se habían curtido en los colegios
de barrio, descartados como jugadores de campo cuando los capitanes elegían
equipo en los recreos. El portero era siempre el último que quedaba, aquel
chaval gordito o poco dotado para el regate que seguía empeñado en jugar al
fútbol. Con los años se convertían en tipos aguerridos con profunda vida
interior o en líderes naturales a los que nadie llevaba la contraria. No
recuerdo ni la mitad de los jugadores de campo con los que compartí alineación,
pero sí la lista de los porteros, esos seres sacrificados que ni siquiera
podían lesionarse o caer enfermos porque a ver quién se ponía... Los había que
se empeñaban en llevar pantalón largo para no dañarse, o lo contrario, en dejar
de lado las indispensables rodilleras porque total…Como alguna vez me probé los
guantes no me extraña que casi ningún cancerbero los usara. A la segunda mojada
se acartonaban y perdían totalmente el sentido del tacto.
![]() |
Foto de Oriol Maspons |
Para acabar, unos versos de Günter Grass que he encontrado por ahí:
Lentamente ascendió el balón en el cielo.
Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.
Habían dejado solo al poeta bajo el arco,
pero el árbitro pitó fuera de juego.
Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.
Habían dejado solo al poeta bajo el arco,
pero el árbitro pitó fuera de juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario