jueves, 15 de enero de 2015

EL PORTERO AUTOMÁTICO

En la última película de los Cohen, desarrollada en 1961, el protagonista se ve obligado a hacer uso del portero automático repetidamente para acceder a la casa de su ex novia, lo que me pareció un cierto anacronismo en estas latitudes. Pues bien, el primer portero automático también llegaría al País Vasco a principios de los sesenta. Un asturiano de Villaviciosa había traído la idea y parte del acabado de Venezuela e introducido el producto en la zona norte de la península de la mano del sector inmobiliario, en pleno auge, y el impulso financiero de un ejecutivo del entonces Banco de Vizcaya.

El invento no solo hirió mortalmente a los porteros de fincas urbanas, que abundaban en los barrios de clase media y hoy solo subsisten en vivienda de alto standing de las grandes ciudades, sino también a los serenos, aunque abrir puertas solo fuera una de sus funciones secundarias.

La casa de mis padres, en el ensanche de Barcelona, tenía dos escaleras gemelas con portero. El de la nuestra se llamaba Antonio y era, cosa al parecer habitual, policía nacional retirado. Aunque su vivienda estaba al fondo de un profundo pasillo que daba al patio de luces, yo recuerdo a don Antonio como un perpetuo centinela dispuesto a burlarse de los niños de la escalera. A mi hermano le decía siempre lo mismo, pepito, que te pisas los callos, y seguía a lo suyo, limpiando el suelo, los cromados del ascensor, el pasamanos…

La portera de la escalera gemela se llamaba Carmen. Aunque su cara fuera siempre una exagerada combinación de coloretes, lo que más me llamaba la atención es que se pintara las cejas que se había depilado previamente. La señora Carmen era aficionada al canto, y en verano, cuando las ventanas permanecían abiertas para combatir el calor, se la oía entonar trozos escogidos de zarzuela.

La puerta de la escalera se cerraba con llave a partir de las diez de la noche, y si la olvidabas, había que buscar una cabina telefónica o al sereno. En mi caso no era necesario picar palmas, el sistema habitual, porque el del barrio, harto de hacer la ronda, descansaba en un portal del chaflán que tenía sofá. 

Cuando abandoné Barcelona la portería seguía regentada por una persona de carne y hueso, la mujer de un guardia civil (seguía la tradición), de modo que aún no se había impuesto el artefacto automático introducido por el inventor asturiano.

Muchos años después los porteros automáticos tienen videocámara en color y sirven para cribar el acceso a los inmuebles, incluidos encuestadores, buzoneadores y testigos de Jehová.

En “El hijo de la novia” el director argentino Juan José Campanella inventó un nuevo plano cinematográfico mediante un uso novedoso del portero automático. Salud.