jueves, 25 de junio de 2015

La quiosquera del barrio

LA QUIOSQUERA DEL BARRIO

Hace unas semanas la quiosquera del barrio me anunció que su hija se había hecho cargo de un puesto en la otra punta del ídem porque no les llegaba. Dicho así me pareció una huida hacia delante, pero la intenté animar diciéndole que estaba en una buena zona, normalmente muy transitada.

El anuncio me ha hecho pensar en la galaxia Gutenberg, es decir, en el tiempo en el que el conocimiento se asociaba a la eliminación de los bosques papeleros, y yo mismo era incapaz de dormir sin echarle un vistazo al tabloide. Ahora solo lo compro los fines de semana, con un ritual que imagino tiene que ver con una especie de subconsciente religioso.

Quien aún regenta el quiosco que hay frente al edificio en el que trabajo, en la Gran Vía, hace tiempo que ha dejado de saludarme, y me mira con cara de malos amigos cuando me ve desayunando en uno de los bares de los alrededores h/ojeando  un ejemplar de cualquiera de los diarios matinales. Lo de “matinales” me ha salido sin pensarlo.  Cuando era niño, en Barcelona los había matutinos y vespertinos, y tras el descanso dominical el colectivo periodístico elaboraba “La hoja del lunes”. Eran tiempos de vacas gordas para la prensa escrita.

Durante años, el quiosquero de la Gran Vía me guardaba un ejemplar hasta hora avanzada y mascullaba un reproche a su mujer, que aún no le había dado el relevo para ir a tomar el “hamaiketako”.  Juntos blasfemamos cuando los diarios empezaron a vender  todo tipo de separatas y artilugios domésticos, como un avance de que la era de los grandes periodistas escritos daba sus últimas bocanadas. Supongo que ahora me ve como un traidor que se ha pasado al periodismo virtual.

Pero volvamos a la quiosquera del barrio y a la liturgia de los fines de semana. Me asombra la cantidad de papel que aún inunda su espacio reducido, la persistencia de revistas de todo tipo, imagino que para hooligans de aficiones disparatadas, entre los que parecen abundar los fanáticos del porno de papel, náufragos en un océano de webs dedicadas a todas las especialidades del sexo, pero en el fondo me gusta aspirar el olor a la tinta a veces aún tierna de tanto papelajo y el modo con que la quiosquera dobla el diario al revés, quiero pensar que para mantener el anonimato ideológico del comprador, un gesto comprensible en un país en el que, hasta hace muy poco, comprar uno u otro periódico te parecía colocar a uno u otro lado de una barricada.


Joe Jackson se estrenó en 1978 con este reggae dedicado al periodismo amarillento y a mí me parece que suena muy actual…