martes, 3 de enero de 2017

La chaqueta

LA CHAQUETA

Me he enterado de que Cruz Roja no admite juguetes usados en su anual recogida de navidad. Uno de los argumentos (hay otros) tiene su lógica, que los niños pobres no se sientan discriminados con restos en desuso,  pero este hecho me ha llevado a reflexionar sobre determinadas conductas dominantes en este nuestro “primer mundo”, relacionadas con el consumo desorbitado y el despilfarro, también, y mucho, en ese ámbito.

Quienes no somos primogénitos sabemos lo que es heredar ropa, útiles, libros, etcétera, de nuestros hermanos mayores. La primera conciencia solía darse en mis tiempos con el traje de primera comunión, que dependiendo de la diferencia de hechuras te sobraba o ceñía, y en fecha tan señalada, no te hacía puta gracia. Conservo el recuerdo de otros objetos más que bienvenidos, unos patines, una bicicleta, y también de algo que fue entonces un hecho traumático pero el tiempo ha convertido en materia de chanza: la chaqueta.

Creo que yo tendría unos diez años, y hasta entonces, con la excepción del traje de comunión, nunca me había sentido discriminado por llevar cosas de mi hermano. En algunos casos hasta era motivo de orgullo, pues me hacía sentir mayor, pero con la chaqueta no pude. Además de venirme grande era de un color entre ocre y verdoso, con un pequeño punteado que me parecía horrible.  Mi madre insistía en que la llevara, pero yo me hacía el remolón y mediante diversas y complejas estratagemas la volvía a dejar en su sitio, así que creo que solo hice el “ridículo” tres o cuatro veces.

Hace años, comentando este tipo de “traumas” infantiles, un amiguete
Piuma d´oro
madrileño me habló de su piuma d´oro, un impermeable anunciado por un personaje televisivo de la época, el ratón Topo Gigio. En este caso no se trataba de una herencia, sino de una “pieza clave” contra la lluvia, una horrorosa prenda de color azul oscuro que llegaba hasta los pies, con su cinturón, y esto era lo peor de lo peor, una gorra de plátano. Decía mi amigo que por fortuna en Madrid no solía llover mucho, ya que de lo contrario no solo hubiera quedado traumatizado de por vida sino empapado un día sí y otro también.   

Como es evidente no conozco a nadie que haya acabado en el psiquiátrico por llevar cosas usadas, y cuando recordamos estas anécdotas lo hacemos para reírnos de nosotros mismos. Muchos años después he buscado y llevado ropa de segunda mano (recuerdo con añoranza una chaqueta de piel girada que compré en Florencia a finales de los años setenta) y si no lo he hecho más es empujado por el consumismo que nos hace cambiar de objetos antes de su inutilidad. Otro amigo bohemio al que le pasaba ropa usada de vez en cuando, siempre me preguntaba que por qué lo hacía, si estaba casi nueva.

En fin, no sé si la Cruz Roja hace bien en rechazar juguetes que son arrinconados la misma mañana de la celebración, a veces, ¡sorpresa! porque el niño o niña se pone a construir una casa o un vehículo con las cajas de cartón que contenían el regalo estrella. A lo mejor habría que instituir el día del “juguete usado” y hacer que esas instituciones benéficas los repartieran en las casas de los niños y niñas de clase media y alta, a ver qué pasaba.  


Claro, que antes de que acaben en nuestros vertederos siempre estará África…

Como música de fondo “Time dreams”, una canción de The Pines sobre un poema de John Trudell, escritor, músico y activista sioux fallecido en 2015, que habla de sueños y recuerdos que nacen de la tierra y vuelven a la tierra…