LA CHAQUETA
Me he enterado de que Cruz Roja
no admite juguetes usados en su anual recogida de navidad. Uno de los argumentos
(hay otros) tiene su lógica, que los niños pobres no se sientan discriminados
con restos en desuso, pero este hecho me
ha llevado a reflexionar sobre determinadas conductas dominantes en este
nuestro “primer mundo”, relacionadas con el consumo desorbitado y el
despilfarro, también, y mucho, en ese ámbito.
Quienes no somos primogénitos
sabemos lo que es heredar ropa, útiles, libros, etcétera, de nuestros hermanos
mayores. La primera conciencia solía darse en mis tiempos con el traje de
primera comunión, que dependiendo de la diferencia de hechuras te sobraba o
ceñía, y en fecha tan señalada, no te hacía puta gracia. Conservo el recuerdo
de otros objetos más que bienvenidos, unos patines, una bicicleta, y también de
algo que fue entonces un hecho traumático pero el tiempo ha convertido en
materia de chanza: la chaqueta.
Creo que yo tendría unos diez
años, y hasta entonces, con la excepción del traje de comunión, nunca me había
sentido discriminado por llevar cosas de mi hermano. En algunos casos hasta era
motivo de orgullo, pues me hacía sentir mayor, pero con la chaqueta no pude.
Además de venirme grande era de un color entre ocre y verdoso, con un pequeño
punteado que me parecía horrible. Mi
madre insistía en que la llevara, pero yo me hacía el remolón y mediante
diversas y complejas estratagemas la volvía a dejar en su sitio, así que creo
que solo hice el “ridículo” tres o cuatro veces.
Hace años, comentando este tipo
de “traumas” infantiles, un amiguete
madrileño me habló de su piuma d´oro, un
impermeable anunciado por un personaje televisivo de la época, el ratón Topo
Gigio. En este caso no se trataba de una herencia, sino de una “pieza clave”
contra la lluvia, una horrorosa prenda de color azul oscuro que llegaba hasta
los pies, con su cinturón, y esto era lo peor de lo peor, una gorra de plátano.
Decía mi amigo que por fortuna en Madrid no solía llover mucho, ya que de lo
contrario no solo hubiera quedado traumatizado de por vida sino empapado un día
sí y otro también.
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Piuma d´oro |
Como es evidente no conozco a
nadie que haya acabado en el psiquiátrico por llevar cosas usadas, y cuando
recordamos estas anécdotas lo hacemos para reírnos de nosotros mismos. Muchos
años después he buscado y llevado ropa de segunda mano (recuerdo con añoranza
una chaqueta de piel girada que compré en Florencia a finales de los años
setenta) y si no lo he hecho más es empujado por el consumismo que nos hace cambiar
de objetos antes de su inutilidad. Otro amigo bohemio al que le pasaba ropa
usada de vez en cuando, siempre me preguntaba que por qué lo hacía, si estaba
casi nueva.
En fin, no sé si la Cruz Roja
hace bien en rechazar juguetes que son arrinconados la misma mañana de la
celebración, a veces, ¡sorpresa! porque el niño o niña se pone a construir una
casa o un vehículo con las cajas de cartón que contenían el regalo estrella. A
lo mejor habría que instituir el día del “juguete usado” y hacer que esas instituciones
benéficas los repartieran en las casas de los niños y niñas de clase media y
alta, a ver qué pasaba.
Claro, que antes de que acaben en
nuestros vertederos siempre estará África…
Como música de fondo “Time
dreams”, una canción de The Pines sobre un poema de John Trudell, escritor,
músico y activista sioux fallecido en 2015, que habla de sueños y recuerdos que
nacen de la tierra y vuelven a la tierra…
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