miércoles, 3 de enero de 2018

Joan Margarit 4

LA MÚSICA CONSUELA (y 4)

Joan Margarit sigue en activo. Hace poco ha ganado el Premio Pablo Neruda, de modo que el trayecto a través de su poesía no ha terminado y se me ha hecho corto. Empecé las entregas hablando de mi viejo deseo de que la vida tuviera música de fondo. La tiene. Solo hay que leer sus poemas para entender que aguzando el oído, abriendo los sentidos, el viento hace sonar un órgano en la noche (“Collserola”), las hojas secas un rumor de batería (“Plaza Rovira”); que escuchar el hierro de los tranvías, que cuando era joven pasaban por la Rambla, era hacerlo de una sonata de pobreza y rosas (“Barcelona”);  que la curva delicada de un talón marca, despacio, el ritmo de la música (“Tarde de lluvia”), la música que suena por todas partes, en la lluvia de las tejas, en el  agua que mana en la cisterna, con su voz profunda, o en la gotera, rítmica, que hace su solo en vuestra oscuridad (“Tormenta”), la música última, quizás, que marca el ruido de ciudad en los cristales (“No tires las cartas de amor”), y es, en Querrán que te mueras”, el sonido del mar tranquilo, al atardecer, mitad órgano y mitad violonchelo.
Joan Margarit en pleno recital

Se puede decir que Margarit es además un compositor “sui generis”, un compositor que nos ha dejado un buen número de canciones “de cuna”, “de la luna gris”, “de los lunes”, “de la mala mar”; “Tres boleros para un recuerdo”, una “Balada de Montjuich”, una genérica “Melodía” y un “Réquiem por Anna”, entre otras tantas, además de un bellísimo “Tango”, el mismo que bailaban sus padres los domingos en el pasillo de la casa, como recuerda en “Bandoneón”, poema de uno de sus últimos libros, “Misteriosamente feliz”, que luego transcribo.

Pero para un mejor conocimiento de Margarit no hay como  entrar en su página web, en la que hay un buen número de poemas recitados por el propio autor: http://www.joanmargarit.com/es/poemas-para-leer-y-escuchar/

BANDONEÓN

L’harmònium litúrgic de carrer,

l’orgue alemany més pobre,

va embarcar amb els emigrants,

que el van portar als bordells de Buenos Aires.

Igual que un capellà que ha apostatat,

allà va arrossegar-se per històries

de soledat i de melancolia.

Sempre he estimat els tangos, que escoltava

quan era un nen, les tardes de diumenge,

amb el pare i la mare que els ballaven

amunt i avall pel passadís de casa.

Són la veu d’una èpica perduda,

amb el bandoneón arrossegant

lletres que parlen dels amors culpables.

Els qui ballaven en el passadís

ara ja són dintre d’un tango.

Misteriosament feliç el cantusseja

un vell provant un pas de ball en atansar-se,

amb un somriure, a la Desconeguda.

BANDONEÓN

El litúrgico armonio callejero,

el órgano más pobre de Alemania,

fue con los emigrantes que embarcaron

y llegó hasta el burdel en Buenos Aires.

Igual que un cura apóstata,

allí se fue arrastrando por historias

de soledad y de melancolía.

Amé siempre los tangos, que escuchaba

en mi niñez, las tardes de domingo:

mi padre y mi madre los bailaban

recorriendo el pasillo de la casa.

Son la voz de una épica perdida,

con los bandoneones arrastrando

letras que hablan de un amor culpable.

Los que bailaban en aquel pasillo

ahora viven ya dentro de un tango

que, misteriosamente feliz, canta

un viejo que sonríe dando un paso de baile

mientras se acerca a la Desconocida.

 

El tango también sonaba en casa de mis padres, creo recordar que en algún disco de Gardel y en una versión de “Yira yira” que Sara Montiel cantaba en los años cincuenta o sesenta del pasado siglo. Pero para acompañamiento, uno de los grandes, Leopoldo Federico, interpretando “El abrojito”.