LA MÚSICA CONSUELA (y 4)
Joan Margarit sigue en activo. Hace poco ha ganado
el Premio Pablo Neruda, de modo que el trayecto a través de su poesía no ha
terminado y se me ha hecho corto. Empecé las entregas hablando de mi viejo
deseo de que la vida tuviera música de fondo. La tiene. Solo hay que leer sus
poemas para entender que aguzando el oído, abriendo los sentidos, el viento
hace sonar un órgano en la noche (“Collserola”), las hojas secas un rumor de
batería (“Plaza Rovira”); que escuchar el hierro de los tranvías, que cuando
era joven pasaban por la Rambla, era hacerlo de una sonata de pobreza y rosas
(“Barcelona”); que la curva delicada de
un talón marca, despacio, el ritmo de la música (“Tarde de lluvia”), la música
que suena por todas partes, en la lluvia de las tejas, en el agua que mana en la cisterna, con su voz profunda,
o en la gotera, rítmica, que hace su solo en vuestra oscuridad (“Tormenta”), la
música última, quizás, que marca el ruido de ciudad en los cristales (“No tires
las cartas de amor”), y es, en “Querrán que te mueras”, el sonido del mar tranquilo, al
atardecer, mitad órgano y mitad violonchelo.

Joan Margarit en pleno recital

Se puede decir que Margarit es además
un compositor “sui generis”, un compositor que nos ha dejado un buen número de
canciones “de cuna”, “de la luna gris”, “de los lunes”, “de la mala mar”; “Tres
boleros para un recuerdo”, una “Balada de Montjuich”, una genérica “Melodía” y
un “Réquiem por Anna”, entre otras tantas, además de un bellísimo “Tango”, el
mismo que bailaban sus padres los domingos en el pasillo de la casa, como
recuerda en “Bandoneón”, poema de uno de sus últimos libros, “Misteriosamente
feliz”, que luego transcribo.
Pero para un mejor conocimiento de
Margarit no hay como entrar en su página web, en la que hay un buen número de
poemas recitados por el propio autor: http://www.joanmargarit.com/es/poemas-para-leer-y-escuchar/
BANDONEÓN
L’harmònium
litúrgic de carrer,
l’orgue alemany
més pobre,
va embarcar amb
els emigrants,
que el van portar
als bordells de Buenos Aires.
Igual que un
capellà que ha apostatat,
allà va
arrossegar-se per històries
de soledat i de
melancolia.
Sempre he estimat
els tangos, que escoltava
quan era un nen,
les tardes de diumenge,
amb el pare i la
mare que els ballaven
amunt i avall pel
passadís de casa.
Són la veu d’una
èpica perduda,
amb el bandoneón
arrossegant
lletres que
parlen dels amors culpables.
Els qui ballaven
en el passadís
ara ja són dintre
d’un tango.
Misteriosament
feliç el cantusseja
un vell provant
un pas de ball en atansar-se,
amb un somriure,
a la Desconeguda.
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BANDONEÓN
El litúrgico
armonio callejero,
el órgano más
pobre de Alemania,
fue con los
emigrantes que embarcaron
y llegó hasta el
burdel en Buenos Aires.
Igual que un cura
apóstata,
allí se fue
arrastrando por historias
de soledad y de
melancolía.
Amé siempre los
tangos, que escuchaba
en mi niñez, las
tardes de domingo:
mi padre y mi
madre los bailaban
recorriendo el
pasillo de la casa.
Son la voz de una
épica perdida,
con los
bandoneones arrastrando
letras que hablan
de un amor culpable.
Los que bailaban
en aquel pasillo
ahora viven ya
dentro de un tango
que,
misteriosamente feliz, canta
un viejo que
sonríe dando un paso de baile
mientras se
acerca a la Desconocida.
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