jueves, 22 de enero de 2015

“HASTA AHÍ NOMÁS”, DE MARIO CAPASSO;
ENTRE KAFKA Y MONTERROSO…

Suelo repetir que tengo cierto reparo a las redes por la cantidad de basurilla mediática que corre por ellas, pero este no es el caso. Hace ya unos años y no sé por qué vía ni razón, Mario Capasso (Buenos Aires – 1953) me remitió dos de sus relatos cortos.

Ocurre de vez en cuando. Por caminos desconocidos escritores de procedencia varia te invitan a leer alguna de sus obras. Uno no es crítico literario ni tampoco está sobrado, pero ello no es un obstáculo para separar la obra original, trabajada, de la que es pasto de lugares comunes. Algunos van precisamente de eso, de sobrados. Despotrican contra los escritores consagrados y se consideran injustamente despreciados por el mundo editorial. A uno de ellos, que la había cogido con Juan Marsé, al que ponía a caldo por motivos peregrinos, le tuve que pedir que no insistiera, porque es uno de los tipos que me ha hecho pasar mejores ratos con sus novelas mayores o menores.

Decía que no es el caso de Mario porque ya aprecié en aquellos dos relatos de tamaño medio la madera de una escritura personal, elaborada, imaginativa. Suelo seguir, menos de lo que quiero y puedo, sus recomendaciones literarias, fragmentos de novelas y relatos de otros autores que publica en Facebook con la generosidad de quien los quiere compartir.

Pues bien, hace más o menos un mes Mario me envió un archivo con una recopilación de micro relatos espléndidos, “Hasta ahí nomás”, que me atrevo a situar a medio camino entre el absurdo de Kafka y la ironía siempre original de Augusto Monterroso, con permiso de los cronopios que Julio Cortázar diseminó por aquellas tierras.

Unas veces convierte sensaciones en personajes, como ese “resquemor” que entra sigilosamente en la habitación de un hotel y amarga la relación y las bocas de una pareja, o a “la desidia” o al “asombro”, que salió a la calle un día soleado, “reventó como un sapo y  se desparramó por las calles, afectando a partir de ese episodio en especial a los pibes y pibas del barrio, que desde ese momento viven de sorpresa en sorpresa y preguntan a cada rato por la vida y sus cuestiones”; otras veces son accidentes físicos o meteorológicos, “el temblor” apasionado del paciente que acude al médico al ser besado por su hermosa secretaria, un temblor “que le hace sentir morir, pero no le importa”, los charcos que persisten mucho después de “la lluvia”, “para beneplácito de los pibes y la molestia de los adultos”.

Kafka está en “el agujero”, la ventanilla de un organismo público, o en “la barricada” que una revolucionaria deja hecha un primor tras varias horas de trabajo esmerado “con la intención de que a los enemigos, en caso de que tuvieran algún sentido de la estética, les causara una gran pena pasarle por encima y destruirla”.

En fin, “Hasta ahí nomás” ganó el premio edición “Luis Di Filippo 2014”, convocado por la Asociación Santafesina de Escritores, y Mario Capasso me ha dado permiso para que se lo pase en edición digital a todo aquel que me lo pida. Un placer.

De acompañamiento "Soledad", de y por el gran Astor Piazzolla: Astor Piazzolla – Soledad
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Mario Capasso nació el 9 de Marzo de 1953, en Villa Martelli, localidad del Gran Buenos Aires, República Argentina, en la que continúa residiendo.
Literariamente, se ha formado con Beatriz Isoldi, Nilda Adaro, Federico Jeanmaire y Luciana Carolina De Mello.
Ha publicado cuatro libros:
El futuro es un tropel absurdo, cuentos, año 1999.
El Edificio, Una novela en escombros, novela, Ediciones AQL,
año 2002.
Piedras heridas, cuentos, Ediciones Corregidor, año 2005
(2do. Premio del Fondo Nacional de las Artes, año 2003-Jurado:
Ana María Shua, Vicente Battista y Juan José Hernández).
La Ciudad después del humo, novela, Martelli y López Editores,
año 2011.
Las novelas El Edificio, Una novela en escombros  y  Piedras heridas han sido traducidas en Francia en 2012 por Editions La Dernière Goutte.

La novela La Llanura antes recibió una mención del Fondo Nacional de las Artes, certamen año 2012. El jurado estuvo integrado por Matilde Sánchez, Daniel Guebel y Juan Ignacio Boido.


jueves, 15 de enero de 2015

EL PORTERO AUTOMÁTICO

En la última película de los Cohen, desarrollada en 1961, el protagonista se ve obligado a hacer uso del portero automático repetidamente para acceder a la casa de su ex novia, lo que me pareció un cierto anacronismo en estas latitudes. Pues bien, el primer portero automático también llegaría al País Vasco a principios de los sesenta. Un asturiano de Villaviciosa había traído la idea y parte del acabado de Venezuela e introducido el producto en la zona norte de la península de la mano del sector inmobiliario, en pleno auge, y el impulso financiero de un ejecutivo del entonces Banco de Vizcaya.

El invento no solo hirió mortalmente a los porteros de fincas urbanas, que abundaban en los barrios de clase media y hoy solo subsisten en vivienda de alto standing de las grandes ciudades, sino también a los serenos, aunque abrir puertas solo fuera una de sus funciones secundarias.

La casa de mis padres, en el ensanche de Barcelona, tenía dos escaleras gemelas con portero. El de la nuestra se llamaba Antonio y era, cosa al parecer habitual, policía nacional retirado. Aunque su vivienda estaba al fondo de un profundo pasillo que daba al patio de luces, yo recuerdo a don Antonio como un perpetuo centinela dispuesto a burlarse de los niños de la escalera. A mi hermano le decía siempre lo mismo, pepito, que te pisas los callos, y seguía a lo suyo, limpiando el suelo, los cromados del ascensor, el pasamanos…

La portera de la escalera gemela se llamaba Carmen. Aunque su cara fuera siempre una exagerada combinación de coloretes, lo que más me llamaba la atención es que se pintara las cejas que se había depilado previamente. La señora Carmen era aficionada al canto, y en verano, cuando las ventanas permanecían abiertas para combatir el calor, se la oía entonar trozos escogidos de zarzuela.

La puerta de la escalera se cerraba con llave a partir de las diez de la noche, y si la olvidabas, había que buscar una cabina telefónica o al sereno. En mi caso no era necesario picar palmas, el sistema habitual, porque el del barrio, harto de hacer la ronda, descansaba en un portal del chaflán que tenía sofá. 

Cuando abandoné Barcelona la portería seguía regentada por una persona de carne y hueso, la mujer de un guardia civil (seguía la tradición), de modo que aún no se había impuesto el artefacto automático introducido por el inventor asturiano.

Muchos años después los porteros automáticos tienen videocámara en color y sirven para cribar el acceso a los inmuebles, incluidos encuestadores, buzoneadores y testigos de Jehová.

En “El hijo de la novia” el director argentino Juan José Campanella inventó un nuevo plano cinematográfico mediante un uso novedoso del portero automático. Salud.





jueves, 8 de enero de 2015

Suicidio

SUICIDIO

Hace apenas un mes una persona próxima a nuestra familia se suicidó tirándose por la ventana. Enseguida se hicieron cábalas sobre los motivos de tal decisión, salud, problemas familiares, de trabajo…Supongo que en este caso algo había de todo eso, pero no hay suicidio que no se achaque a la desesperación, como si fuera imposible el efecto de una decisión razonada. Todo ello sin entrar en otras valoraciones. No hay que olvidar que se sigue acusando al suicidado de cobardía, como si ante un futuro vital no halagüeño éste tuviera que hacer de tripas corazón y ofrecerse sin más a un martirio prolongado. Ya que lo habitual es no poder conducir la mayor parte de nuestras vidas, qué mejor que decidir cuándo y cómo nos morimos…

El suicidio ha sido un elemento literario muy socorrido, además de un final repetido entre la gente de la cultura. Suelo recurrir a la paradoja de Mayakovski, que dedicó un poema a su amigo Esenin, recién suicidado, con ese “¿Para qué aumentar el número de suicidios? Es mejor aumentar la producción de tinta”, cuando él mismo acabó con su vida años después de un disparo en el corazón. Y es que la frecuencia del suicidio entre los escritores es más notable que entre los fontaneros o los trabajadores de la construcción, por ejemplo. Quizá tenga que ver con la esquizofrenia que genera vivir dos, tres o cuatro vidas, la propia, la carnal, y las ficticias, fruto de la invención y la fantasía.

Los artistas suicidas suelen ser muy rentables para sus herederos familiares y profesionales. El suicidio les envuelve en un aura de malditismo que da plus a la obra. Así que la nómina de suicidas famosos sigue aumentando exponencialmente, extendiéndose a otras profesiones, como el deporte o la tauromaquia. En lo que se refiere a esta última diría que es un oficio consustancial a una cierta temeridad suicida. No hay más que ver a José Tomás… Aunque los hubo que lo hicieron fuera de la plaza y por razones, subrayaría lo de “razones”, diversas. Es el caso de Nimeño II, el mexicano Silvetti, o el más famoso en nuestras latitudes, Juan Belmonte, personaje literario en dos de las novelas de otro suicida insigne, Ernest Hemingway.

René Pottier
Ahora que se discute si Pantani se suicidó o fue una simple víctima de sus adicciones, no estaría mal recordar al primer ciclista que lo hizo. Se llamaba René Pottier y acababa de ganar el tour de Francia celebrado en 1906.  Pottier era un ciclista serio e introvertido, del que se decía que tenía un corazón que no le cabía en el pecho. En enero de 1907, pocos meses después de su triunfo en el tour,  Pottier se colgó en un taller de la Peugeot, la marca que le patrocinaba, porque había descubierto que su novia le engañaba mientras él se jugaba el tipo y la salud por las entonces infames carreteras de Europa.

Este fue un caso claro, pero por su mala prensa, el suicidio es a menudo discutido y se intenta enmascarar. Como en el caso de Pantani, también se discutió si Ocaña, José Agustín Goytisolo o Chet Baker, por citar casos diversos, se habían suicidado o eran víctimas de accidentes o asesinatos. Yo mismo me atreví a discutir el probable suicidio de Goytisolo con una carta al director de El País, basándome en algunas de sus  declaraciones inmediatamente anteriores a su muerte.

Joan Margarit, a quien Goytisolo había incluido en su Antología de Poetas catalanes para el siglo XXI, dedicó un poema al suceso:
UNA FINESTRA AL CARRER MARIÀ CUBÍ
El vaig conèixer els dies de Los pasos
del cazador.
No sé si vam ser amics. Ell tant podia ser
la tendresa que ve de la desemparança
com la fatxenderia de la por.
Generós però alhora iracund i mentider.
Ens unia una certa desesperació:
ell pel seu nét, jo per la meva filla.
Negava constantment la realitat,
més com més la batalla era perduda.
Jo me’l vaig estimar. M’agrada molt
la seva poesia quan evoca
darrere els ulls d’un home o d’una dona
el silenci dels camps sense ningú.
Va caure segant l’aire, amb un cop sord.
Una paròdia de l’au
abatuda pel tret del caçador.

UNA VENTANA A LA CALLE MARIANO CUBÍ
Lo conocí en los días de Los pasos del cazador.
No sé si fuimos amigos. Él podía encarnar la ternura que viene de la desesperanza
o la chulería que nace del miedo.
Generoso y a la vez iracundo y mentiroso,
nos unía una cierta desesperación:
él por su nieto, yo por mi hija.
Negaba constantemente la realidad,
aún más cuando la batalla estaba perdida.
Le quise. Me gusta
su poesía cuando evoca
tras los ojos de un hombre o de una mujer
el silencio de los campos desiertos.
Cayó segando el aire, con un golpe sordo.
Una parodia del ave
abatida por el disparo del cazador.




Y como antes he nombrado a Baker, qué mejor que aliñar el texto con una de sus interpretaciones de crooner triste y melancólico: