lunes, 30 de diciembre de 2019

Isla Correyero


UN POEMA DE ISLA CORREYERO 

PARA EL NUEVO AÑO


No sé si es la mejor o una de las mejores poetas en castellano, todo depende del color del monóculo, pero nadie que lea a Isla Correyero (Miajadas – Cáceres – 1958) puede ser inmune a la furia, placer o desazón que producen sus versos.  

En 1996 publicó el impresionante “Diario de una enfermera”, con un puñado de poemas que reflejaban el punto de vista peculiar de alguien que, como ella misma, veía el mundo bajo “la lluvia negra de la muerte en los pasillos”. Esta es su mirada la noche vieja de 1993, una experiencia, la de “celebrarla” en un hospital, que yo mismo experimenté hace exactamente cuarenta y un años. 


Ufff!!!




31 DE DICIEMBRE DE 1993

Hemos preparado una mesa ovalada,
como una isla blanca, en el centro transgresor de la UVI.
El mantel son dos sábanas del hospital que aún tienen
los bramidos del dolor.

No han podido el etanol ni el agua arrebatar de la tela la
poderosa microbacteria de la muerte.

Así que sobre ellas están los vinos y los canapés, el
marisco y el cerdo con ciruelas.
Las velas son azules.

Los enfermos de las costas de la nieve respiran por sus
aparatos imaginando que también ellos están invitados
al banquete.

La música declara esta noche de fiesta.

Ven pasar nuestros rostros maquillados y sueñan con
bailar una pieza inquietante y oscura, vestidos de
etiqueta, felices y más jóvenes.

Los mansos alejados de este mundo confunden
nuestras batas sintéticas con terciopelos blancos, y aún
tienen el aliento de esperar la caricia de una bella
nocturna.
Nosotras, melancólicas, comemos y bebemos
dulcemente embriagadas y un monitor vencido nos da
cuenta del final de un muchacho.

Las doce campanadas resuenan en la UVI con un tono
alterado de medallas estáticas.

Después de la última uva dorada de este año daremos a
los padres del cadáver la noticia terrible.

Pero antes brindemos con el cava
por las próximas horas felices que pasaremos sin la cruz
de la muerte.

Se puede ver una abundante selección de la poesía de Correyero en esta página: https://poetassigloveintiuno.blogspot.com/2010/12/2656-isla-correyero.html


Lo suyo sería poner uno de los cientos de canciones de navidad o llegada del nuevo año, pero como hace unas semanas mi amigo Trespa me remitió por segunda vez esta locura con Tomasito (¿es de goma?), Junior y Diego Carrasco, valga este fin de fiesta para “después de la última uva dorada”.



lunes, 16 de diciembre de 2019

Libertad de expresión


LIBERTAD DE EXPRESIÓN


Hace unas semanas tuve ocasión de ver el documental (“Gas the arabs”) que ha ganado el Goya 2019 en su versión de cortometraje (“Gaza”). Como fue una visión casi familiar, con uno de los directores, Julio Pérez del Campo, dispuesto a explicarnos los avatares de su realización, no solo “padecimos” la crudeza de unas imágenes que te sumergen en la ruina metáforica y real en la que el estado de Israel tiene sumida a la franja de Gaza, también conocimos de primera mano que la larga mano del lobby sionista pretende que eso, además, no se sepa.

Para empezar, Julio no entró en Gaza en calidad de documentalista, sino como biólogo, su profesión original. Cuando salió del país llevaba un trabajo aparente, fotos de huertas, parajes rurales, etcétera, y otro real, horas de metraje oculto que transformó en una película que no describe, únicamente expone imágenes de la barbarie que se está produciendo en la zona.

Viendo en el documental las atrocidades cometidas por el estado de Israel, uno entiende lo que el director nos explicó al acabar, a saber, la inicial grabación clandestina y la persecución posterior del film, que incluyó anulaciones de su programación en casi todos los festivales internacionales, las amenazas a los distribuidores (un cierto número mantuvo su dignidad y la proyectó) el silencio de las cadenas televisivas tras la concesión del premio (solo se pasó en las de Castilla La Mancha e Illes Balears, eso sí, a horas intempestivas) y la prohibición expresa del arzobispado de Madrid a que se proyectara en la parroquia de San Carlos Borromeo (https://www.elconfidencial.com/cultura/cine/premios-goya/2019-02-01/documental-gaza-iglesia-documental-prohibicio_1798402/).

La libertad de expresión no existe en las dictaduras. Si un periodista o un artista se pasa un pelo se le liquida y punto (caso Khashoggi – Arabia Saudí, por poner un ejemplo, hay cientos), pero de la que presumen los países democráticos se hace puré cuando las potencias colonizadoras (Israel es una estado en expansión a base de colonos que usurpan territorios a la fuerza) y los poderes económicos persiguen, prohiben o extorsionan cualquier expresión crítica.

Es curioso y alentador que Julio Pérez del Campo se mostrara esperanzado en el coloquio. Supongo que es porque una persona luchadora no se puede permitir ser pesimista.

Enlaces para ver la película en Youtube:



Además de los enlaces a las tres partes de la película, he incluido la valiente dedicatoria de Julio, en la entrega de su Goya, y música palestina, de la que me declaro analfabeto y he tenido que improvisar al redactar el blog. Espero haber acertado con un corte de la actuación en el Olimpya de tres hermanos laudistas llamado Trío Joubran.



lunes, 2 de diciembre de 2019

El nombre de los cines





EL NOMBRE DE LOS CINES

Para los pre-millenials, pero sobre todo para los hijos de la posguerra, los cines eran como santuarios lúdicos, el escenario de un paréntesis vital que nos salvaba de la grisura del momento. En apenas ocho manzanas de mi barrio barcelonés había hasta media docena de cines, y si alargaba la vista a la magnitud del barrio puedo recordar hasta una veintena.


Cine Texas, aún en activo
Hace tiempo dediqué un blog al nombre de las calles (https://charlievedella.blogspot.com/2013/12/el-nombre-de-lascalles-hay-quien.html), un tema que sigue siendo motivo de controversia cada vez que hay cambio en el poder municipal. También apuntaba allí que el mejor homenaje que se podía dar a Gabriel Aresti era eliminar su nombre de todo callejero, tal como él había demandado en uno de sus poemas, pero es una petición caída, de momento, en saco roto.

Como en el caso de las calles, muchos cines de Barcelona se vieron obligados a adecuar su nombre, fuera a la realidad republicana o franquista. El cine Urquinaona tuvo su ida y vuelta, al pasar a ser Cine Francisco Ferrer durante la república (en homenaje al pedagogo libertario Ferrer Guardia) y a Cine Borrás, en la dictadura, en referencia al actor Enric Borrás. El cine Manelic (personaje principal de “Terra Baixa”) pasó a llamarse Albéniz; El Esplai (simplemente inadecuado por ser un vocablo catalán) pasó a denominarse Alondra; y así una larga lista de salas.


Más recientemente, y por razones simplemente comerciales, el mítico Texas se llamó Lauren durante algún tiempo. Afortunadamente para mi memoria sentimental ha recobrado su nombre inicial y ahí sigue, con los fantasmas de mis amigos y familiares comiendo pipas y palomitas en sus butacas. Además de esa referencia personal, que puedo asociar a un estreno, a una novia, familiar o amigo, incluso a una redada (sufrí dos en pleno franquismo), los nombres de los cines tienen su porqué.

el Niza, desaparecido en 2005
el teatro-cine Olimpia, en Medina del Campo
Algunos propietarios no se comían mucho la cabeza. Si el cine estaba ubicado en la calle Pelayo o el Paseo Maragall, para qué inventar… Pero los había ligados a la modernidad que supuso el cine en el siglo XX y colocaron a sus salas los apelativos de Nuevo, Novedades, Moderno o Progreso. Los más “cinéfilos” homenajeaban a sus referentes, fueran estos Arkadín, Lumiére, Renoir o Casablanca. Los había americanófilos, supongo que también influenciados por la hegemonía hollywoodense, que recurrieron al renombrado Texas, Atlanta, Florida, Maryland, o simplemente América. Los grandilocuentes lo hacían a la excelencia, y así aparecieron en las carteleras los Excelsior, Delicias, Máximo o Regio Palace. Los imagino recordando su origen, fuera este Bailén, Roquetas, Mahón, Triana, o incluso más lejanos, Provenza, París, Nápoles o Niza, u homenajeando algún referente cultural, principalmente teatrales (no en vano algunos cines nacieron teatros o compartieron ambos recursos), y así subsistieron durante décadas los Alarcón, Calderón o Maragall, pero también los Clavé o Jaume I…

He dado un repaso a los cines de Barcelona, porque mi llegada a Bilbao coincidió con el inicio de la decadencia del negocio, tras la aparición de nuevos formatos, pero imagino que aquí o en cualquier ciudad la gente de mi edad tiene su propia lista e itinerario. Por mi afición al cine y a la arqueología urbana suelo fotografiar locales desaparecidos o en proceso (https://charlievedella.blogspot.com/2013/05/cinema-tognazzi-el-cinematognazzi-esta.html). Mías son las fotos del Texas y el Niza (veo en internet que ya del todo derribado), ambas de hace dos años, y la del Teatro Olimpia de Medina del Campo, de este mismo verano. La del Máximo es una auténtica maravilla que he cazado por ahí.


el Máximo cerró sus taquillas en 1972






El cine Máximo era el más cercano a la casa familiar, dos manzanas exactamente. También, por cierto, el más “pipero” de la zona (así calificaba mi padre a las salas más cutres): un vestíbulo destartalado, una platea con los muelles de las butacas al aire y un acomodador desaseado que hacía la vista gorda a cambio de una peseta. Con doce años de edad pude colarme a una sesión no tolerada junto a una docena de chicos y chicas con ganas de la libertad, ahora francamente naif, que destilaba “Qué noche la de aquel día”. Es sin duda uno de los mejores recuerdos de mi pre adolescencia.