GUANTES

Pues bien, creo que,
de necesitarlos alguna vez para degollar o disparar a alguien sin
dejar huella, hubiera acabado cortando un dedo a la víctima o baleado un objeto decorativo de los estantes del lugar del
crimen, pero no con nadie, tal es la ausencia total de tacto que me
producen. Para muestra un
botón. Ese día me los calo en el rellano y al dar al de llamada del
ascensor con los guantes puestos, me doy cuenta de que es un
artilugio tactil que no reconoce el cuero. Así que, venga!!, a
quitarte el diestro hasta que llegues a la calle. Creo que lo más
parecido a usar guantes es beber o comer algo saliendo del dentista
con media anestesia entre los labios.
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Francisco Paesa en sus mejores tiempos |
Además de ser muy
socorridos en películas de asesinos en serie, no voy a hablar aquí de los de trabajo, los guantes tienen
abundantes usos literarios. Hay butroneros, carteristas, aluniceros a
lo bestia, como el famoso “niño Juan”, pero también “ladrones
de guante blanco”, que asocio más a determinados papeles
cinematográficos de Cary Grant o David Niven, que a tipos mal
educados y algo chapuceros como Luis Bárcenas, alias “el cabrón”,
u otro Luis, Roldán, al que siempre se recordará por esa foto del
desaparecido Interviu en la que lucía en calzoncillos mientras se
llevaba crudos los fondos reservados de la guardia civil. De esta
banda de delincuentes de “salón”quizá salvaría a Francisco
Paesa, el tipo elegante y taimado que, aparentemente salido de una
novela de Graham Greene, engañó a Roldán para llevarlo al trullo.
También se dice de
un encuentro deportivo limpio que ha sido de guante blanco y que tal
o cual prenda te queda como un guante. Hay futbolistas que, limpios o
guarretes, tienen un “guante en el pie”, porque donde ponen el
ojo colocan el balón. Lo propio es que sean los boxeadores los que
“cuelguen los guantes”, pero también se dice de profesionales y
políticos cuando deciden jubilarse. Seguro que hay otra docena de
habladurías con ellos de por medio pero ahora mismito no se me
ocurre ninguna otra.
Este verano leí una
famosa novela de Philip Roth, “Pastoral americana”, cuyo
personaje central es el heredero de una saga familiar, los Levov,
dedicada a la fabricación de guantes. El libro, un recorrido por los
años sesenta en la ciudad de Newark (New Jersey), se detiene en
largas y curiosas descripciones sobre el proceso de creación de una
parte del vestuario que calificamos de complemento, el orgullo de una
familia que caerá en desgracia. Ewan Mc Gregor la hizo película con
una fortuna que apenas salva su tono melancólico.
No sé si los
guantes se llevan más o menos, ni si su fabricación habrá
recalado, como casi toda, en Asia. Habrá estadísticas, habrá
“influenciers”, hay cada vez más manguis de guante blanco, Messi
calza guante de seda en cada uno de sus pies, pero yo, antes de
colgarlos definitivamente, prefiero pasar frío y disfrutar del
tacto, uno de los mayores placeres que no nos dio dios.
En una de las
escenas más emblemáticas del cine negro, Rita Haywort se quitaba
unos guantes de vampiresa mientras bailaba “Put the blame on mame”,
canción que realmente interpretaba Anita Ellis. Las mentes
calenturientas y reprimidas de la españa franquista corrieron el
rumor de que en la versión americana la Haywort se quitaba todo. Veamos.