En 2007 The Washington Post financió un curioso experimento socio-musical. Contrató a un conocido violinista clásico, Joshua Bell, para que se hiciera pasar por músico callejero en el metro de la ciudad. En plena hora punta interpretó varias piezas de Bach con la mayoritaria indiferencia de los viajeros y apenas 32 dólares de recaudación, cuando solo unos días antes había llenado un teatro a 100 dólares la butaca y parecido repertorio.
PERIPLO es un collage puramente artesanal que he recopilado, manufacturado y acabado durante la pandemia. Como el original es único he decidido darle la vuelta a la historia de Bell. En este caso es el músico callejero, es decir yo, quien decide vender ese ejemplar único por 1 millón de euros, incluidos gastos de envío, y divulgar la obra en el metro de internet, o sea, a través del blog y las redes gratuitamente.
El libro se puede ver y leer a través del blog, pinchando en cada una de las páginas, o descargarlo directamente en varios formatos (PDF, Mobi y Epub) :
El sonido del destornillador en la carrocería del coche y su eco en el anochecer de un callejón del barrio de Gracia desplegó una doble sensación: el logro de un botín de importancia y el riesgo inmediato de que la policía pudiera aparecer en cualquier momento. Creo recordar que el botín era el escudo metálico de una aseguradora, pero no recuerdo el coche, posiblemente un 1400-B.
Creo que ambas sensaciones acabaron con la moda de coleccionar los adhesivos de coches con los que adornábamos las carpetas y libros colegiales. La primera porque el botín de latón no podía ser alardeado, es decir, lucido en el cartapacio; la segunda porque por mucho que adoráramos a los jets y a los sharks, ahora revividos por Speilberg, la senda del hurto y el navajeo que habíamos empezado a rondar era demasiado peligrosa para chavales que aún no habíamos cumplido los catorce.
Como no es muy constructiva no le he contado esta pequeña historia a mi nieto mayor, ahora que se ha convertido en un buen buscador de pegatas para la colección que ambos iniciamos cuando apenas tenía un año de edad y va inundando las “rajoles” (azulejos) de la cocina de casa. Sí podría hablarle de la época dorada de la pegatina, la transición, cuando partidos y sectas varias sacaban lustre a sus consignas en formato tan agradecido, porque sustituía al spray con el que nos habíamos jugado la libertad en sesiones nocturnas, y al cartel, porque además de pringarte de engrudo no tenía ya pared donde caerse muerto.
La mayor parte de la colección hace referencia a productos frutales de procedencia varia e ignota o no (Canarias, Brasil, Isla Bonita, Rincón de Soto o Aquitanie...), ya que muchas veces no se refleja en la pegata. Sí lo hace el nombre de la empresa que comercializa la mandarina, el mango o la manzana, con abundancia de nombres propios, probablemente el de la pareja o hij@ del agricultor/a, sea esta o este Blanca, Marlene, Sigfrido o Melinda.
Husmeando en la web he descubierto que la brillante idea de la colección es tan común como la proliferación del frutero “paki” en los barrios de Bilbao. Así que no hemos descubierto américa y sí una manera algo torpe y cutre de rellenar paredes. Hay incluso páginas web dedicadas al tema, entre ellas esta (http://www.etiquetasdefrutas.es/) que presume de una recopilación de cerca de 80.000 etiquetas.
Junto al coleccionista rico, sea Foster con la perspectiva artística en el Guggenheim, o el comisionista Landeño (el de las mascarillas del ayuntamiento de Madrid), para presumir de opulencia, persiste el recopilador perseverante y concienzudo. Sin ir muy lejos, en estas fechas se expone en el Museo de Orduña una parte (unas 300) de la impresionante colección de planchas (unas 1.000) de Carlos Uzkiano, dícese que una de las mayores de Europa. Puedo asegurar que vale la pena y es un buen motivo para darse una vuelta por la ciudad medieval los próximos ochomaios.
De acompañamiento musical, una de esas canciones en las que uno podría quedarse a vivir: "Southern night", de Sturtz.
Recuerdo la existencia de hasta tres kioscos de prensa en el barrio, principalmente el que, junto a la parada de taxis y la de autobuses en la parte alta de la Campa de Basarrate, era brújula informativa de una parte de sus vecinos.
Actualmente solo queda en pie el de la foto, quizás por su soledad en una barriada de cerca de 40.000 almas, su ubicación en el centro neurálgico o la constancia de su regente, un tipo no especialmente amable. Por esa misma situación en una plaza dura e impersonal parece parte del atrezzo de una película de los años setenta del pasado siglo. Ni el material que expone es demasiado atractivo ni se ha preocupado en modernizarlo, de modo que en la foto se ve una pintada que pide la liberación de Inma, presa vasca que ya salió de la cárcel hace cerca de siete años.
Convertidos en obstáculos peatonales, como lo fueron las cabinas de teléfono hasta que el consistorio acabó con ellas hace unos dos años, los kioscos, como todo lo que en su momento representó la Galaxia Gutenberg, el imperio de la impresión en papel como modelo formativo y cultural, está pasando a formar parte de la memoria de los mayores.
Como he ido transmitiendo en blogs anteriores, el kiosco, TODO, ya está en nuestros bolsillos. Bueno, todo no, porque como estamos viendo estas últimas semanas, además de las ciberbatallas incruentas, las guerras, pese al uso de técnicas de destrucción sofisticadas, siguen teniendo el clasicismo atroz del pasado siglo, su casquería sanguinolenta, las ciudades convertidas en ruinas, las colas de refugiados invadidos por la tristeza y la desesperanza, la podredumbre de los discursos patrióticos y la pérdida de la dignidad que nos devuelve a la caverna.
Por otra parte tampoco quiero ponerme muy sentimental y dedicar demasiado tiempo a la pasión de nuestra infancia por esos minaretes abigarrados que eran los kioscos de nuestros barrios, joyerías de papel con gemas y/o bisutería varia. Pero, pese a la antipatía del kiosquero superviviente de la plaza Ritxi, creo que sentiré cierta nostalgia el día que deje un hueco en su superficie, justo delante de otra ausencia fantasmagórica, la del cine Santutxu, desde hace ya muchos años un supermercado sin demasiada personalidad.
El descubrimiento
del ya veterano grupo belga Balthazar y la casualidad de que su
último álbum se llame "Sand", arena, elemento tan de actualidad con
la calima que aún se arremolina en nuestras calles, kioscos, balcones y
terrazas, me ha llevado a publicitarles este atractivo soul/pop,
“Losers” (perdedores), que a mi a veces me suena a Lou Reed y otras al mejor
Brian Ferry de los ochenta. Por cierto, en la canción citan a otro
grande, Paolo Conte.
Dar a la vida unas
gotas de alegría, belleza y felicidad tampoco es tan difícil. Tan
solo se trata de poner un poco de em/peño/patía y supongo que pertenecer al
bando de los ingenuos que siempre vemos el vaso medio lleno.
Rodrigo Carrillo,
alias “el tractorista de Castilla”, lo hace todos los días
desde el vehículo que conduce por campos de la tierra familiar de
Villar de Cañas(Cuenca), a la que volvió tras estudiar sociología
en Madrid. Pues bien, yo soy de los receptores agradecidos de las
instantáneas que cada mañana cuelga en twitter, para disfrute de
quienes unos minutos después nos enzarzamos en una carrera para ver
quién tiene más me gusta, retwits o seguidores, como si en ello nos
fuera el futuro inmediato.
Por sus fotos, que
según un reciente artículo de El Mundo ejecuta con una Nikon o el
mismo móvil, las amplias llanuras le dan la serenidad que el ruido
de las redes sociales oculta y enmaraña. Crítico no obstante con
los sinsabores de la españa vaciada y saqueada, su obra, que él
califica de amateur, no es paisajística en un sentido estricto,
porque subraya la transformación humana que su propio tractor,
“Pequod”, como el barco del protagonista de Moby Dick, hace a
diario en la tierra que cultiva.
He elegido unas
pocas fotos de febrero, pero vale la pena apuntarse a Twitter, proponer su
amistad y recibir el soplo de belleza que expone a diario. Aquí
su enlace:https://twitter.com/AgricultorCast
Hace unos pocos años Los Elefantes se juntaron con Sidonie y Love of Lesbian para homenajear al cantante conquense por excelencia, José Luis Perales, en este himno de amor. Por cierto, no es mi estilo preferido pero qué bien canta Shuarma,
Recuerdo haber tenido una parecida. Esta se vende en internet por 18 euros
Además de ser capaz de rezar un rosario en más de treinta minutos con tal de acortar el horario lectivo, P. tenía una destreza especial para copiar en los exámenes del colegio marista que compartimos durante más de una década. El sistema consistía en mantener el libro abierto entre las piernas y los pies en la cartera de boca ancha. Si el cura o profe de turno se acercaba acechante, P. cerraba el libro con los muslos y lo deslizaba hasta la cartera, una habilidad que imagino le habrá hecho triunfar en alguna faceta de la vida.
La cartera era un objeto apegado a nuestro mundo diario, un contenedor de materia gris en formato papel, estuche y secretos infantiles. La cartera era además, como todo en el mundo, un distintivo de clase que nos clasificaba según fuera de cuero o plástico, fuelle, asa o bandolera. Creo que no la volví a usar hasta muchos años más tarde, quizás por el aborrecimiento de esa etapa en la que acababa convirtiéndose en un lastre, y solo cuando la empecé a asociar a cosas realmente útiles. También pienso que su abandono casi coincidió con la popularización de la mariconera a principio de los años setenta del pasado siglo, muy propia de comerciales y oficinistas varios, o del macuto, más de universitarios y progres de distinto pelaje. Los obreros le daban más a la bolsa, a la fiambrera y a un bocata de amplias proporciones que empezaban a envolver en papel albal.
La cartera de bolsillo era entonces signo de madurez y cierto estatus. Cuando el empleado de banco te daba una tarjeta de crédito como si te hubiera tocado la lotería te veías obligado a adquirirla y llevarla a buen recaudo. Durante un tiempo los más prósperos las apilaban como nuevas medallas olímpicas de metales crecientes e incluso las compartían con tarjeteros “ad hoc” que sacaban para pavonearse en las reuniones. Aún conservo algunas de las carteras de mano que me regaló mi padre, tal de socorrida era como regalo y tan de su aprecio, porque era casi lo único que echaba en falta en sus últimos años. A fin de cuentas en ese espacio reducido la gente apilaba la identidad, el patrimonio y la memoria.
Creo que ahora es también un signo de vejez, porque los jóvenes llevan todo, memoria, salud, querencias y adicciones en el móvil o en la nube, y cuando abro la mía solo veo un altar lleno de reliquias y exvotos que me hacen ver que ambos, la cartera y yo, somos objetos pasados de moda. La eterna juventud la hemos adquirido en la modalidad de mochilas todo terreno, que imitan las de alpinistas avezados, ahora que con la edad les ha dado a muchos jubilados que dejaron de hacer deporte en el colegio por cubrir ocho miles o, como es mi caso, a lanzarnos al agua para salvarnos del naufragio.
Oí
por primera vez a esta chica, Valeria Castro, en un concierto
celebrado a raíz del desastre volcánico de La Palma interpretando
esta canción. No en vano ella es natural de la isla. Luego he sabido
que es una currante que se ha ido abriendo camino a base de colgar
versiones en youtube. Esta canción, “Guerrera”, también es
conocida porque cierra un video dedicado
a Margot Friedländer,
superviviente
del holocausto nazi. Vaya por ella y las mujeres “guerreras”,
ahora que se acerca su fiesta anual.
Hace algo más de un mes mi amigo Enric me recomendó, entre otras perlas y para mí descubrimientos, a Laura Nyro (New York 1947-1997). Conocía su nombre y creía haber escuchado alguna cosa de ella, pero no sé porqué la asociaba a ese tipo de cantantes americanas de gran calidad vocal pero principalmente aupadas por buenas producciones que parte de nuestra generación rehuye por prejuicio. Gran error, porque Nyro no responde exactamente a ese perfil.
De entre su obra Enric me destacó “New York Tendaberry”, disco de 1969, de modo que con la oferta entre las manos me he dedicado a escuchar ese LP y algunos más de la extensa, posiblemente completa obra musical de Nyro en Spotify.
Además de la cualidad del consuelo, que recordando al poeta Margarit repito casi cada vez que hablo de música, sabemos que ésta amansa a las fieras, no lo suficiente, porque es sabido que algunos carniceros nazis eran melómanos, pero sí para que un bebé de semanas deje de llorar cuando le canta su hermano de cinco años. Es empírico, lo he experimentado varias veces con mis dos pequeños nietos. Pero estas dos cualidades no son las únicas, desde luego.
Y es que al escuchar “New York Tendaberry” y otros discos de Laura Nyro he vuelto a comprobar que la percepción de una obra artística, en este caso musical, es, aparte momentos, situaciones, estados de ánimo, etc., muy distinta cuando alguien como Enric es capaz de leer su sintaxis que cuando uno, es mi caso, es un oyente “distraído”, alguien que solo percibe el resultado pero desconoce los entresijos, me atrevería a decir que hasta los “trucos” de la obra.
Tras las primeras escuchas me daba vergüenza decirle a Enric, músico y por lo tanto con capacidad de entender la complejidad del disco, que prefería el que la cantante tiene con el trío Labelle, supongo que porque enseguida reconoces e incluso tarareas varias de sus canciones, que luego descubres o confirmas son versiones de Shirelles, Marvin Gaye, Smokey Robinson y, alto ahí, del ”Spanish Harlem” de Ben E. King.
He vuelto a “New York Tendaberry” y como siempre que oyes una obra complicada me ha ido atrapando a base de escucharla con mayor detenimiento. Con una base fundamental de piano, rota solo esporádicamente por otros instrumentos pero principalmente por la voz desgarrada, a veces excesiva de Laura Nyro, sabes que ahí está pasando algo importante, quizás hasta decisivo para la intérprete.
Bueno, quería disculpar mi primera impresión de oyente simple y recomendar leer, escuchar, indagar, buscar más allá de lo aparente, en este caso una obra musical de gran calidad emocional, sobre todo a los jóvenes que tenéis una vida para disfrutar de la belleza por delante.
Incluyo el texto de la canción que da nombre al LP, traducido por otra amiga, Victoria, y enlace a su totalidad, que espero dure, porque últimamente YouTube está limitando su acceso más de la cuenta.
Tendaberry* de Nueva York
Arándano
Un subidón de ron
De pincel y tambor
Y el pasado es una nota azul
Dentro de mí
me escapé por la mañana
Tendaberry de Nueva York
Arándano
Alfombras y cortinas y drogas
y capas
Dulces niños en barrios marginales hambrientos
explosión de petardos
y se cruzan
y se hacen polvo
y patinan
Y llega la noche
me escapé por la mañana
Ahora estoy de vuelta
Desempaquetada
Acera y paloma
pareces una ciudad
Pero te sientes como una religión
A mi
Tendaberry de Nueva York
baya verdadera
perdí mis ojos
Yo viento de los cielos del este
Aquí donde he llorado
donde he intentado
Donde Dios y el tendaberry se levantan
Donde cuáqueros y revolucionarios
Se unen de por vida
durante años maravillosos
Unidos de por vida
A través de lágrimas de plata
Tendaberry de Nueva York
*parece referirse a una bebida alcohólica hecha con arándanos
Alguna vez he avisado de que no todo lo que fluye en la redes es bazofia. Hace poco dediqué un espacio a Víctor Clavijo, actor y fotógrafo que dedica su twitter a popularizar la poesía mediante doblajes fake. Por cierto, días después arrasó en esa red con una parodia de El Hundimiento. Otra aficionada a la fotografía me daba a conocer hace unos días al tal René Maltête. La verdad es que apellidarse Maltête (mala cabeza) tiene su cosa, así que parece que el fotógrafo se propuso dar pábulo al apellido yendo por la senda de las personas que piensan más allá de lo común, pero sobre todo ve lo que mucha gente no ve o no quiere ver.
En la wiki se dice que fue alumno y colaborador del gran Jacques Tati. No sería de extrañar, dada la trascendencia del humor visual en la obra de Tati y el hecho de que algunas de las fotos de Maltête podrían ser fotogramas de sus películas, pero no lo he encontrado entre los créditos de ninguno de sus films, de manera que imagino que no pasaría de simple meritorio. Anarquista, pacifista, ecologista radical, acabó más de una vez con sus huesos en la gendarmería.
Publicó varios libros de poesía combativa y una exigua obra fotográfica, un tanto discontinua y no sé si se gran calidad técnica, pero con una “mirada” absolutamente genial. El trabajo que le dio más fama es el libro “París de las calles y las canciones”, en el que colaboraron Brassens, Trenet, Gainsbourg o Ferré, entre otros
He aquí una pequeña muestra, pero quien quiera extenderse su hijo sostiene una página en la que se puede ver la parte más importante de su obra:
Hace unos meses, después de decirle que me hacía viejo, mi nieto Aiert me dijo muy serio: yayo, tú no te vas a morir. Creo que alguna vez ya hice referencia a aquella mujer que un día se acercó a un Groucho Marx que entraba en la vejez y le dijo implorante: "no se muera usted, por favor”. Es desde luego lo mejor que alguien puede decirte y desear.
Pues bien, el pasado 20 de diciembre nació mi segundo nieto, Maiu. Como adelanté cuando nació Aiert (https://charlievedella.blogspot.com/2016/08/el-yayo-creo-que-ls-yays-estamos.html), sigo pensando que los abuelos estamos sobrevalorados, seguramente porque este status nos pilla en un estado de gracia del que carecíamos cuando éramos más jóvenes y nos proporciona la sabiduría, más o menos ancha, pero sobre todo la paciencia histórica que no teníamos cuando queríamos tener todo, deseos, objetivos, intereses, al alcance la mano. Suelo decir que los padres educan y los abuelos enseñan, una diferencia sustancial que nos permite ser la faz amable del crecimiento de un niño con ganas de aprender.
Claro, también está la parte artificiosa del pequeño, la fantasía cubriendo los agujeros negros, la necesidad de que alguien les dé seguridad, ya ves tú, como si fueras uno de esos seres aguerridos de los dibujos animados o... sí, ese personaje ya desaparecido o en retirada, el ángel de la guarda, ese viejecito que ilumina todo lo malo que pudo ocurrir a James Stewart en la inevitable pero siempre reconfortante “Qué bello es vivir”.
Cierto es que la primera vez que te corrige piensas, jope, ya se está empezando a dar cuenta... y quieres que descubra cuanto más tarde mejor que su yayo es un tipo mezquino, ruin, cobarde, aburrido; generoso, digno, valiente, divertido, el vizconde mediado del relato de Italo Calvino, siempre dispuesto a dar lo mejor y lo peor, porque es lo que somos, ni más ni menos.
Pero como ambos, Aiert y yo, deseamos que este pequeñajo ría mucho y sea muy pero que muy feliz, le vamos a dedicar la secuencia preferida de su hermano mayor, con ese imperativo que todo abuelo querría cumplir, “haz reír” (Make`em laugh), en una de esas maravillas yanquis (qué cabrones haciendo cine!!!) que no envejecen nunca.
Se
dice que en una ocasión en la que Fernando Pessoa llegó tarde a una
cita con otro poeta portugués, José Regio, se hizo pasar por uno de
sus alias, Álvaro de Campos, indicando que Pessoa, el fidedigno, no
había podido acudir por razones personales.
La
anécdota sirve para situar a poeta tan peculiar como controvertido.
Víctima
o verdugo de sus numerosos heterónimos (el propio Álvaro de Campos,
Ricardo
Reis, Alberto Caeiro o Chevalier de Pas, el primero de ellos con solo
cinco años de edad) se ha llegado a decir que se trató de “un
poeta que nunca existió”, al refugiarse detrás de todos ellos
para enmascarar tanto su vida real como su pensamiento. Sí se sabe que practicó el ocultismo, que flirteó con la masonería y el
esoterismo y que llegó a practicar la magia.
Los
poemas elegidos en “fechas tan señaladas”, como diría el
emérito en tantos y no menos esotéricos discursos de navidad,
muestran
el punto de vista del poeta sobre tales eventos.
De todos modos, felicísimos y sobre todo saludables festejos
NAVIDAD
Nace
un Dios. Otros mueren. La verdad ni vino ni se fue: el Error
mutó.
Tenemos ahora otra Eternidad,
y fue siempre mejor
cuanto pasó.
La Ciencia, ciega, la gleba inútil
labra.
Loca, la Fe vive el sueño de su culto.
Un nuevo
dios es sólo una palabra.
No busques ni creas: todo es
oculto.
LLUEVE.
ES DÍA DE NAVIDAD
Llueve. Es día de Navidad.
Allá
en el Norte es mejor:
está la nieve que hace mal.
Y el
frío que es incluso peor.
Y toda la gente está
contenta
porque es el día de estarlo.
Llueve en la
Navidad presente.
Antes eso que nevar.
Pues a
pesar de ser esa
La Navidad convencional,
cuando me
refresca el cuerpo
tengo frío y no Navidad.
Dejo
el sentir a quien convenga
y la Navidad a quien la hizo,
pues
si llego a escribir otra cuarteta
se me congelan los pies.
El
grupo portugués de rock gótico Gonspell se inspiró en el poema
“Opio”, de Álvaro de Campos, es decir, del Fernando Pessoa más
emocional y entregado, para esta canción tan “desasosegante” y
poco navideña.
Por
isso tomo ópio.É um remédio. Sou
um convalescente do Momento. Moro
no rés do chão do Pensamento E
ver passar a vida faz-me tédio.
Por
eso tomo opio, es una medicina.
Soy un convaleciente del
Momento.
Yo vivo en la planta baja del pensamiento
Y ver
pasar la vida me aburre.
Además de por el hecho de volver a formar parte de un aforo, este verano me hizo ilusión recibir una entrada de carne y hueso, es decir, de papel, con el nombre de los músicos y un diseño más o menos acertado. Hablo de la de Joseba Tapia y otro par de grupos folk, que pasó de inmediato a formar parte de mi colección, corta pero sustancial, junto a nombres importantes y algún que otro momento irrepetible, como uno de los conciertos de los Rolling en el mundial del 82 del pasado siglo u otro de los últimos de Bob Marley antes de morir de cáncer.
La entrada que te permite asistir a una sala de cine o a un concierto es ahora incorpórea, se enseña como casi todo en la pantalla del móvil y conserva, por lo menos, un tamaño similar al de tiempos pretéritos. Todo lo demás está en la nube, quizás para dar pábulo a los que, habrá que reconocerlo ahora que nadie me oye, solemos estar demasiado a menudo en las nubes.
También es cierto que para preservar el lastre objetual que acumulamos a lo largo de nuestras vidas necesitaríamos varios pisos, un almacén, quizás un museo, de modo que la nube permite archivar la cacharrería que arrastramos en una especie de limbo contemporáneo.
No en vano se empieza a hablar de testamento digital para saber qué parte de nuestro mundo virtual queremos dejar a nuestros sucesores, no vaya a ser que entre la morralla figuren muestras de lo peor de nuestra existencia. Ya conté en el blog el caso de aquel compañero de colegio al que una “ex” ponía a parir en las redes entre panegíricos y elegías, y no sé si los herederos habrán podido demandarla. En cualquier caso, ¡ojito!. Si uno quiere dejar buen sabor de boca deberá repasar antes su nube, no vaya a ser que granice…
Y ahora volviendo al principio. Las entradas describen una senda que tiene que ver con la música directamente, pero también con la memoria vital de dónde fue el concierto, con quien o quienes fuiste, qué pasaba en tu vida aquellos días. Repasar esos cachos de papel amarilleados y cuarteados por el paso del tiempo te retrotrae al pasado, y cuando este va acompañado de música, suele ser parte del mejor.
Entre esos, mis recuerdos: ir a ver a los Rolling a Madrid en un autocar nocturno de ida y vuelta; el pésimo concierto de Dylan y Santana la noche anterior a examinarme de conducir con apenas tres horas de sueño; Frank Zappa con Maite a punto de parir en La Casilla o Ismael Serrano tres días antes del confinamiento. Después, un largo, demasiado largo vacío de música, es decir, de consuelo…
Voy a confesar que el concierto de los Rolling al que asistí no es el mítico que celebraron bajo un vendaval, sino el de dos días después (véase la entrada) , pero como hay video del susodicho, ahí queda.
Suelo decir en broma que yo descubrí a Víctor Clavijo (Algeciras - 1973). También lo digo de otros actores, músic@s o artistas vari@s a quienes aventuré un futuro de éxito que luego se confirma. Es evidente que no siempre acierto, pero de los fracasos, como es lógico, no pienso hablar.
El
caso de Clavijo es muy peculiar, porque lo descubrí en “Al salir
de clase”, una serie para adolescentes que veía mientras comía a
finales de los años noventa del pasado siglo. El serial era bastante
infumable e intentaba mezclar episodios propios de la adolescencia
con una trama policíaca de bajo vuelo, pero a mí me gustaba jugar a
descubrir mañas interpretativas bajo semejante acumulación de acné
juvenil y excesos hormonales.
Pues bien, desde la primera vez que le vi aposté por Clavijo, que, de los más senior, hacía de tipo ruin con empaque de actor ya hecho y voz privilegiada para el oficio. Ciertamente no ha sido el único de aquellos chavalotes que ha triunfado, citaré solo a Pilar Pérez de Ayala, Sergio Peris Mencheta o Rubén Ochandiano como otros ejemplos, pero le traigo aquí para apuntarme un tanto y porque recientemente le he descubierto en otras lides que desconocía.
Clavijo es, además de un excelente actor, fotógrafo (ahí no me atrevo a calificarle porque soy un profano) y un rapsoda de poesía doblada, que yo califico atrevida y transgresoramente de "fake", una actividad que propaga a través de Twitter y quiero compartir por su originalidad, pero sobre todo por su calidad. Intuyo por esas obras de arte que además Clavijo es de los míos, más bien rojete.
Como el blog no me deja pegar directamente lo que tiene en twitter, dejo ahí una pequeña relación de enlaces, con León Felipe, una pelea de gallos entre Góngora y Quevedo, Luis Cernuda y Constantino Kavafis; y un adelanto que sí he encontrado en youtube: Platero, de Juan Ramón Jiménez recitado por Samuel L. Jackson, alias "Víctor Clavijo". Poesía doblada o fake...
Creo que la primera
vez que le dediqué un blog al día de los difuntos dije no ser amigo
de efemérides, pero lo cierto es que, contrariamente a lo afirmado,
mi cita anual con los muertos se ha convertido en un ritual que me
invita acercarme a algún/a poeta. No en vano la muerte es un tema
manido, fácil para el verso.
Tres días antes de que se decretara el primer estado de alarma asistí a un recital de poesía en la biblioteca de Bidebarrieta. L@s invitad@s eran Juan Carlos Mestre e Isla Correyero (creo recordar que había algún tercero pero tal era la fuerza de estos dos que no recuerdo su nombre). Lo cierto es que yo había asistido para escuchar a Isla, de la que en enero había adquirido “Mi bien”, su antología poética, y dedicado un primer blog (https://charlievedella.blogspot.com/2019/12/isla-correyero.html?m=0), así que cuando acabó le pedí que me correspondiera con la suya de puño y letra y, aún sin mascarilla, estuvimos hablando de lo que parecía venírsenos encima.
Viene
esta referencia al encuentro con Correyero, porque Begoña M. Rueda,
última ganadora del Premio Hiperión, podría ser considerada una
especie de hija o cuanto menos relevo poético de aquélla, tanto por
su cercanía profesional, una enfermera y la otra auxiliar en un
hospital, como por su
estilo desgarrado, “humano, demasiado humano”.
Con
29 años Begoña M. Rueda (Jaén,
1992) ha ganado ya el
ramillete de los mejores premios de poesía, uno por cada uno de sus siete libros publicados, entre ellos el
prestigioso Hiperión
con “Servicio de lavandería”. Solo he
leído este último y algunos poemas sueltos anteriores,
y aprecio un camino que va madurando desde una temática más amorosa
y adolescente, también más metafórica, al desgarro del que hablaba
anteriormente desde la experiencia cercana
de la enfermedad, el deterioro físico, la muerte, e incluso
el lenguaje, el argot
del
trabajo en esa
lavandería de hospital.
Así que creo
que Rueda podría suscribir los versos de Isla Correyero en uno de
los mejores poemas de su “Diario de una enfermera”: “Escúchame,
Paolo, yo quisiera escribir para todos los que/sufren en esta larga
galería de la muerte”.
He aquí dos
pruebas casi
complementarias:
A
23 de marzo de 2019
De
camino a la cafetería
atajo
por los pasillos de urgencias.
Me
pregunto por aquel paciente
de
aspecto enjuto, macilento,
al
que parecían agarrarle las vísceras
las
hondas raíces de la quimioterapia
mientras
esperaba a saber qué,
rendido
en uno de los asientos del pasillo
junto
al soporte del suero.
Hace
un año que me lo encontré allí,
con
la cabeza lisa y una delgadez extrema,
la
boca entreabierta y unos ojos
perdidos
en
algún recuerdo remoto
como
remota es la vida
para
quien espera sabe Dios qué o a quién
con
un pijama de listas verdes
en
los pasillos de un hospital
donde
todos los días muere un hombre
o
una mujer da a luz a un niño,
así,
me
pregunto si logró salir adelante,
ponerse
en pie aquel día, arrastrar
sus
zapatillas de estar en casa
hasta
la planta de oncología,
tumbarse
en la cama y apretar
la
mano de su esposa
hasta
recobrar poco a poco la salud,
o
si en cambio
no
tuvo otro remedio
que
continuar esperando sepa Dios qué cosa
en
ese maldito pasillo de bombillas parpadeantes
hasta
que la muerte, con su bata blanca,
se
dignara por fin
recogerle.
A
11 de abril de 2019
A
pesar de que la ropa es lavada
a
temperatura de ochenta grados
y
tratada con detergentes específicos,
productos
neutralizadores de cloro,
lejías
y suavizantes,
no
es raro percibir un leve aroma a perfume
al
doblar las camisas de los pijamas.
Sé
a qué huelen los enfermos
antes
de fallecer,
sé
que algunos se peinan, se afeitan,
y
se empapan de Varón Dandy
como
si morir
no
consistiera sino en dar otro de muchos paseos
los
domingos por la mañana.
Mi amigo Enric me descubrió hace unas semanas a este viejales rarete y vital, Dan Reeder, un músico/artista/productor... tan autosuficiente que cuanto suena en sus canciones es solo él. Sin embargo he elegido una versión, la de la maravilla que crearon los Procol Harum hace ya más de cinco décadas, "A wither shade of pale" (segunda vez que viene al blog), con esa poética visión de "cipreses que se mecen con el viento nocturnal"...
El otoño, con la vuelta a la vida urbana y la consiguiente hibernación de tocata y vinilos en Orduña, me obliga a seguir el ritual y abrazar el crespúsculo con algún “gran reserva”, en este caso del 74.
La verdad es que el dorso del envase está firmado por mí en 1981, y tiene toda la pinta, porque no lo recuerdo, que lo adquirí en alguna oferta de segunda mano de La Mandrágora, la tienda de discos que por aquellos años regentábamos mi amigo y tocayo Carlos y un servidor.
El disco se llama “Fear” y forma parte de la discografía de uno de esos mitos musicales que, perdidos en el tiempo, uno se pregunta de pronto, ¿vive? Sí, John Cale, miembro fundador de la Velvet Underground, ese extraño conglomerado de egos que convulsionó el mundillo artístico neoyorquino, sigue vivo. Leo en el oráculo que tiene 79 años y que en 2016 sacó sus dos últimas obras inéditas. También leo que su obra más notable es “París 1919”, disco que también consta en mi bodega de vinos añejos, y que entre sus cinco canciones más oídas hay dos de mi álbum elegido, “Fear”, pero no mi preferida, “Ship of fools”. Sobre gustos…
Nacido en Gales, Cale, que ya había destacado como músico vanguardista en Gran Bretaña, se trasladó a Nueva York con apenas veintiún años y entró en el círculo del polifacético Andy Warhol. En 1964 fundó The Velvet Underground con Lou Reed, Sterling Morrison, Maureen Tucker y la cantante Nico, grupo experimental cuyo mejor valor fue servir de pista de despegue a Reed y al propio Cale, porque en su versión primigenia apenas duró un lustro y cuatro Lps.
En el cuarenta aniversario de su publicación la crítica recordaba el entorno de problemas matrimoniales, alcohol y drogas que acompañó a la grabación de “Fear” (“miedo/temor”), además de la manifestación de los fantasmas más oscuros de John Cale, entre ellos el recuerdo de las dos violaciones que sufrió en su adolescencia. Sin embargo el disco, junto a distorsiones, juegos vocales y experimentos varios mantiene el tono romántico, en el sentido más clásico, de la parte de su obra que yo conozco, más o menos hasta su reencuentro con Lou Reed en la grabación de “Songs for Drella” (1990). Como ejemplo, mi favorita, “Ship of Fools”, una canción que narra la navegación imposible de un “barco de tontos” entre Arizona y Gales, con un sonido de himno épico.
He aquí la
traducción más o menos literal.
El barco de los
tontos está llegando
Llévame, tengo que comer Las mismas viejas historias, las mismas cosas de siempre Dejando salir y tirando de Mister, hay una caravana estacionada en la parte de atrás Esperanza inquieta por un jinete cristiano El libro negro, un gancho de agarre La soga de un verdugo en un árbol quemado Supongo que debemos estar acercándonos a Tombstone La última vez que comimos Fue cuando las moscas se iban gratis Podrías contar las dificultades por las puertas abiertas Pero intercalado en medio ¿Fueron los pescadores que todavía Ojalá pudieran navegar de Tenessee a Arizona? Así que espera, no tardarás La llamada está en la línea Espera, la hermana se ha ido Sur para dar la señal Recogimos a Drácula en Memphis Era casi el amanecer Y luego oró apresuradamente para que nuestras almas se salvaran Había algo en el aire que nos cansaba un poco Cuando llegamos a Swansea estaba oscureciendo Tumble, selvas, cornetas y el premio Las mareas giraron hacia el oeste en Amerforth Como si no supieran qué hacer, pero Garnant se mantuvo firme y pidió más Toda la gente parecía bastante contenta de vernos
Dándonos la mano y sonriendo como el reloj Bueno, les dimos todo el mensaje entonces En el que estaba el barco de los tontos.
Asegúrate de que lleguen a casa en Navidad. Así que espera, no tardarás La llamada está en la línea Así que espera, la hermana se ha ido Sur para dar la señal
Y aquí dos
versiones, la original del disco y la que he encontrado junto a Nick
Cave y Chrissie Hynde de 2008.