EL URINARIO
Como la altura de
los urinarios públicos para hombres siga subiendo creo que acabaré teniendo que
mear de puntillas o recurrir a hacerlo sentado en el retrete. Esta observación
me ha recordado algo que le pasaba a mi abuela paterna los últimos años de su
vida. Comentaba ella que por las mañanas
se veía en el espejo de la cómoda y así podía peinarse y arreglarse, pero por
las noches tenía que recurrir a un pequeño taburete porque no alcanzaba. Según
decía, iba menguando a lo largo del día. No sé si tiene mucho fundamento
científico, pero un compañero de universidad que rayaba el metro sesenta
aseguraba haberse librado de la mili con una caminata previa al reconocimiento
médico. Su teoría, que le dio buen resultado, es que la fatiga nos acorta por
la contracción de la masa muscular.
La primera vez
que me tocó fregar los cacharros en la pila de un viejo caserío que alquilamos hace
ya unos cuantos años, me sorprendió que tuviera que agacharme. Para mí, que no
llego al metro setenta, era el indicio de que los propietarios primigenios eran
bajitos. En fin, lo cierto es que la altura humana ha ido ascendiendo a lo
largo de los años y que el mobiliario estándar, sea público o privado, se va
adaptando a las nuevas proporciones.
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Derribo de los aseos públicos de la Plaça Urquinaona de Barcelona |
Además de esa adaptación a la antropometría de las nuevas generaciones, los
urinarios se han modernizado, incluso en Francia. Lo digo porque aún recuerdo
la primera vez que entré en uno de ellos en París. Era una sucia pared sin
separación, con un simple y austero canalón a los pies. Para más coña, a la
salida había una tía que te ponía a parir sino le dabas propina…
Eso sí. Nada más
lejos de mis intenciones que reivindicar los nuevos búnker metálicos y
herméticos que en algunas ciudades se anuncian como urinarios públicos. Debo
reconocer que no he entrado nunca. Me da la sensación de que el mecanismo de
cierre y apertura va a fallar dejándome encerrado de por vida, como a José Luis
López Vázquez la famosa cabina telefónica en los años setenta.
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La fuente - M. Duchamp |
Entre los
urinarios míticos que he conocido, ninguno como el de la Plaça Urquinaona de
Barcelona, integrado en unos aseos públicos y derribado hace algún tiempo. En
épocas de oscuridad y sordidez, era un lugar de encuentro para los
homosexuales, que podían contactar y aliviarse en los múltiples cines de la
zona, el Maryland, por ejemplo. Pero el más cercano y entrañable para mí es el
que existía en la parte del Passeig de Sant Joan colindante con la Travesera de Gracia cuando
yo era niño. Tenía una escalera pronunciada, e igual servía para sosegar la
vejiga que para jugar al escondite. Un día el guarda del paseo detuvo a un
pequeño ladronzuelo y lo retuvo en el urinario. En aquel tiempo el incidente me
pareció propio de una película de gangsters. Creo que el lugar también fue
demolido a finales del siglo pasado.
En 1917 Marcel
Duchamp, en un insolente arrebato dadaísta, expuso un urinario en Nueva York,
“La fuente”. A partir de aquel momento nadie meó igual en el mundo del arte.
Para colorear el texto: Los Toreros Muertos – Mi Agüita Amarilla http://open.spotify.com/track/3KALzhgyrDSWrAAJFstx7f
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