lunes, 13 de mayo de 2024

Benidorm

BENIDORM

Benidorm (foto familiar de 1962)
Hace unas semanas me he bautizado en el turismo social que anualmente patrocina el IMSERSO. Ya sé que pasar ocho días en Benidorm no es comparable con ir al Ártico o al desierto del Gobi, pero sí hace más difícil crear un texto que lo haga atractivo. Así que a por ello.

EL IMSERSO

A mediados de los años ochenta del pasado siglo el entonces alcalde de Calviá (Illes Balears), acompañado de un pequeño grupo de empresarios turísticos, se reunió con Joaquín Almunia, entonces ministro de Trabajo y Seguridad Social, para hablarle de una idea que pretendía dar contenido al todavía joven INSERSO (actual IMSERSO).

Esa primera reunión daría lugar a una de las ideas más luminosas desde el punto de vista económico de los gobiernos de Felipe González: el mantenimiento de la estructura hotelera del Estado durante las estaciones de otoño e invierno, con el consiguiente alivio en el desempleo y la movilización del ahorro congelado de millones de pensionistas.

¿Cómo? Creando un programa que ofertaba plazas turísticas a precios módicos fuera de temporada. En el año 1985 solo 16.000, 19 hoteles y dos únicos destinos, Benidorm y Palma de Mallorca.

PEDRO ZARAGOZA, EL HOMBRE QUE EMBOTELLÓ EL SOL

Para entonces Benidorm ya llevaba dos décadas en el mapa turístico internacional. Un tal Pedro Zaragoza (Benidorm 1922-2008), alcalde de la villa desde 1950, impulsaba el que, según algunos, sería primer PGOU (Plan General de Ordenación Urbana) del Estado en 1956. 

Ese plan inicial, que ideaba convertir un pueblo dedicado a la agricultura y la almadraba en una ciudad cuadriculada, al estilo Cerdá, propició una primera línea de costa con pequeñas casas unifamiliares y edificios no muy altos, pero sobre todo empezó a poner de moda un lugar hasta entonces desconocido, también al propio alcalde, “el hombre que embotelló el sol”.

Pedro Zaragoza con Franco 

Hijo de marino, él mismo estudiante frustrado de náutica, minero y mozo de maletas, salta a la política desde la Caja de Ahorros del Sur como miembro del partido único y aunque se le llegó a calificar de visionario, pienso que inicialmente solo adaptó experiencias adquiridas en su estancia en Barcelona a un paisaje natural paradisíaco, el que conforman las seis playas de Benidorm, principalmente las de Levante y Poniente, de más de 5 kilómetros de largo y 300.000 metros cuadrados de arenales.

Sí se le puede acusar de osado, e incluso de nadar contracorriente en una España gris y autárquica, algo que parece contrario a una ideología a la que nunca renunció. De ello se habla en un curioso documental (https://youtu.be/gezaKkAu5Tw ) que también descubre que parte de su mitología es, como mínimo, exagerada. Ciertas parecen sus disputas con el clero por la permisividad del bikini y ciertas son sus campañas de marketing, algunas estrafalarias pero exitosas: desde anunciar Benidorm en señales de tráfico de toda Europa, hasta invitar a una familia de lapones, pasando por la creación del vino embotellado como “sol de España”. Pero por lo menos no hay constancia registral de su famoso viaje en vespa al palacio del Pardo (sede del dictador), ni de la amenaza de excomunión por los obispos de Orihuela y Valencia. Sí, evidentemente, de la creación del Festival de Benidorm, en el que se foguearon y dieron a conocer algunos de los cantantes de éxito de la época.

LA CAJETILLA VERTICAL

Dice la leyenda que cuando el éxito turístico de la ciudad provocó mayor demanda de plazas a principio de los años sesenta del pasado siglo, uno de los arquitectos que trabajaban en el plan de ordenación, Juan Guardiola Gaya (Reus – 1927-2005), colocó una cajetilla de tabaco en tres posiciones: plana, horizontal y vertical. Con ese ejemplo aludía a las opciones de edificación que se podían contemplar. Por lo que he leído, tanto el nuevo concepto de modernidad, entonces más decantado por los rascacielos que por las ciudades jardín de primeros de siglo, como la idea de un mayor aprovechamiento del suelo, dieron paso al Plan de Ordenación de 1963, que respetando el trazado urbano, con dos grandes y avenidas y una red de amplias manzanas, liberalizaba la construcción vertical.

El nuevo modelo urbanístico, unido a la aparición de los grandes operadores, modificó la silueta de la ciudad y el tipo de turista. Hasta entonces el visitante de Benidorm era un ciudadano de clase media/alta que podía comprar o alquilar un chalet o un apartamento. A partir de ese momento se pasa a un turismo masificado que abarca todas las clases sociales, cuya sola pretensión es tomar el sol y pasar una semanita en un hotel a mesa puesta.

Con ese modelo Benidorm presume actualmente de eficiencia energética y de mínima ocupación del territorio, así como de un aprovechamiento del agua de un 95%, al parecer tercera ciudad mundial en ese ránking. 

EL ADEFESIO QUE GUSTA A LA MAYORÍA

Llevaba tantos años oyendo hablar de las bondades de Benidorm a gentes de tipología, intereses y aficiones tan variadas que tenía una curiosidad malsana por comprobarlas.

Lo cierto es que si te limitas a comparar una foto del Benidorm pre-turístico, un enclave salvaje de arenales con cuatro casitas de pescadores, y la comparas con la ciudad actual, poblada de edificios altos, estrechos y en general nada bellos, te entra una inmensa melancolía. Pero la melancolía puede ser una sensación la mar de poética pero nunca útil. 

Por otra parte, si viajas por la zona costera, urbanizada hasta límites perversos, o por los aledaños del interior, con laderas repletas de chalets, piensas que ojalá 4 benidorms a cambio de una costa libre de cemento.

Pero además su principal característica, la que la define, juega a su favor: ciudad de vacaciones. Es decir, sus visitantes – luego hablaremos de los indígenas – vamos allí a solazarnos, nunca mejor dicho, porque otra de sus virtudes es un clima privilegiado que te permite bañarte en el mes de marzo. Si a ello unes una oferta de diversión que conjuga el ocio sin más con la triple corona del sexo, las drogas y el rock and roll a precio asequible, bingo!!!. Qué más se puede pedir…

FAUNAS VARIAS

En una villa de algo menos de 70.000 habitantes censados, que se multiplica por cuatro en temporada baja y alcanza el medio millón en verano, las especies son tan variadas y polícromas que me río yo de un safari en el Serengueti. En el mes de abril, fecha de mi estudio antropológico, predomina el Jubilatus Ociosus, pero no a mucho distancia del Britannico Alcoholicus, sin olvidar a los Latinnae y Eslava Currantis. Todos con hábitos, itinerarios, edades e incluso género distinto. Me centraré ahora en estas últimas y en los indígenas de toda la vida, los y las benidormenses. 

Latinas y eslavas, también magrebíes en menor escala, son en general las capas más bajas de este microcosmos. Te puedes cruzar con ellas en el pasillo del hotel mientras acarrean la lencería que cambian a diario, algo absurdo, o pedirles que te preparen un mojito en la cafetería de la planta baja. No hay casi comercio o negocio hostelero que no sea atendido por esta casta tan parecida a “los intocables”, que, por lo que pude comprobar, habitan los edificios avejentados de la parte vieja, seguramente compartiendo pisos o habitaciones.

En un crisol con 30 nacionalidades y un 30% extranjero de la población estable se puede hablar de otras castas intermedias, la compuesta principalmente por chinos y pakistaníes, con pequeños negocios más bien cutres, y la más alta, de pensionistas europeos, con predominio inglés. Por encima están los dueños de las compañías hoteleras y negocios inmobiliarios, pero esos ni viven en Benidorm ni se les espera.

En cuanto a la población indígena, la nacida en la misma ciudad, solo llega al 19%. Esta distribución genera su punto débil, sea por la variedad de intereses y culturas de la población estable, que de algún modo se siente de paso, o por la disfunción que provoca gestionar una ciudad como producto de “usar y tirar”, y no como un asentamiento real. Algo que ya viene dándose en los principales núcleos poblacionales del estado, como Madrid, Barcelona, Málaga o, cada vez más, el mismo Bilbao. El gestor no se preocupa tanto del vecino, que forma parte del producto, como del visitante, su consumidor.

Benidorm gozó desde su eclosión turística de un urbanismo moderno, pero el “hombre que embotelló el sol” no pensó en que una ciudad creciente requiere de servicios, guarderías, escuelas, centros de salud, un hospital, una de las quejas principales de las benidormenses con los que hablamos. Ni más ni menos que la consecuencia de dar servicios solo a una población de 70.000 habitantes cuando supera en todo momento los 250.000.

EPÍLOGO

Presentación 
de la obra de Calatayud

Gracias a la librera que nos descubrió la existencia de un tejido cultural resistente, asistimos a la inauguración de una exposición artística. Se daba en el Museo Boca del Calvari, ubicado en lo que fue antiguo ayuntamiento y entrada al barrio del mismo nombre. 

La exposición estaba dedicada a Miguel Calatayud (Aspe – Alacant – 1942),
reconocido ilustrador, representativo de la línea clara valenciana y tres veces premio nacional, y al acto inaugural acudía un centenar de gente encopetada, muy en contraste con la vestimenta común de la ciudad, más de bermuda y camisero florido que de vestido largo. 

La introducción corrió a cargo de la concejala de cultura, y tras una breve intervención del artista, mayor y en silla de ruedas por alguna circunstancia que se me escapa, pasó a hablar el actual alcalde de la ciudad, un tal Toni Pérez. 

Si alguien repasa la historia consistorial de la ciudad lo puede hacer por dos vías de la hemeroteca: la puramente institucional y la de sucesos. Y es que desde el cese del “hombre que embotelló el sol”, que imagino podía escapar de la justicia en su calidad de jefe provincial del movimiento, no hay alcalde de Benidorm de todo signo que no haya sido imputado por causas diversas: prevaricación, financiación irregular, delito electoral, blanqueo de capitales, acoso laboral… Entre los más conocidos, Eduardo Zaplana, que llegó a ser hombre fuerte de los gobiernos de Aznar, y entre los más cercanos en el tiempo el propio Toni Pérez.

Viéndole y escuchándole allí, presentando a Calatayud, alguien que ilustró durante años las portadas de la muy roja “Cartelera Turia”, con el empaque, desenfado dialéctico, paternalismo, autobombo y campechanía “molt de la terra” que tan bien retrató en sus últimas novelas Rafael Chirbes, pensé que hay cosas que no tienen remedio, en algunos casos, quizás, como este Benidorm multicolor, capaz de transmitir sensaciones encontradas, y volví a pensar en la melancolía. Inútil, ya sé, pero siempre poética…


Como durante esa corta pero apasionante estancia me dediqué a hacer algunas fotos más o menos representativas, me atrevo a exponerlas en youtube y en el blog acompañadas de la canción ganadora de su primer festival de la canción: “Un telegrama”, interpretada por Monna Bell. 

Melancolía…




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