miércoles, 12 de junio de 2024

Tauromaquia

TAUROMAQUIA

Mi nieto mayor y yo estamos convencidos, sin demasiada base científica, todo hay que decirlo, de que la mosca es el animal doméstico más tonto. Le abres la ventana para que escape por la bocana libre y acaba chocando una y otra vez con el muro de cristal. 
Al hilo de esa reflexión le mostré a mi nieto la técnica que la gente de campo tiene para acabar con las moscas “inevitables golosas”, que cantara Machado: esperar con la mano a pillarlas en su inconsciente huida hacia delante. 
Esta pequeña introducción sirva para decir que a mi nieto no le gustó la idea de capturarla. “Tendrá ama y aita y la echarán de menos”, me dijo, algo que me recordó a mi padre reprendiéndonos a mi hermano y a mí por pisar o incordiar a una hilera de hormigas cuando éramos niños.

Las moscas nunca han estado de moda. Forman parte de la tradición e incluso de la cultura peninsular, pero en su calidad de seres vulgares, pertinaces, revoltosos, “que ni labráis como abejas, ni brilláis cual mariposas”. De nuevo Machado. 

Mejor imagen tiene el toro bravo, sea como imagen de Osborne o res para la lidia, algo que una parte de la sociedad considera un arte, el de Cúchares, apodo de Francisco Arjona Herrera. Este torero desarrolló el pase de muleta y alargó la faena, un eufemismo que define el periodo de sangría que media entre la entrada del toro en el coso y su muerte por estocada y/o descabello.

Grupo de jóvenes y niños
en la escuela "El Yiyo"
Si Cúchares, niño huérfano en la Sevilla de primeros del siglo XIX, fue alumno aventajado de la Escuela de Tauromaquia fundada por el inefable Fernando VII, el arrebato de los taurinos a que el Ministerio de Cultura les quite privilegios reabre escuelas, como la del “Yiyo”, en Madrid, bajo la divisa de “escuela de valores y de vida”, y alienta nuevas subvenciones en las comunidades gobernadas por las derechas. Siempre en vanguardia de la España cañí, la misma Comunidad de Madrid ha creado una Dirección General de Asuntos Taurinos, con matador de jefe y una pasta de ingresos fijos.
Y es que los estudiosos del tema hablan de hasta 500 millones en ayudas indirectas a las ganaderías a través, ¡sorpresa!, del Plan Agrario Común (PAC) europeo, y directas a la tauromaquia de más de 10 kilos. Hay que subrayar que uno de los ex responsables del PAC, el ex ministro de Agricultura Arias Cañete, está casado con una Domecq, familia de raigambre taurina.

En lo que respecta al debate cultural hay que aceptar que la tauromaquia sí tiene un itinerario más o menos ligado a la cultura, incluso un lenguaje atractivo a la literatura y el periodismo: suerte de varas, chicuelina, rejón, montera, monosabio... Muchos intelectuales de signo y épocas diversas han sentido fascinación por ese léxico y un universo conceptual de bravura, valentía, temeridad, sacando chispas artísticas y literarias a la peculiariedad de una “fiesta” que ahora leo se remonta a la era del bronce, cuando jóvenes gimnastas de Creta y Tesalia hacían acrobacias apoyándose en los cuernos de toros bravos. 

Picasso taurino
Goya o Picasso han dejado numerosos grabados sobre el asunto, y en el caso del primero hasta un modelo de vestimenta, la goyesca, que aún se utiliza en los festejos de la corte. Con un par de capotazos mirando al tendido los taurinos de derechas se han hecho lorquianos de repente, al recordar el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” que Lorca dedicó al mecenas de la Generación del 27. Y es que el torero, él mismo escritor aficionado, auspició el homenaje a Góngora que forjó la existencia del grupo literario. Omiten, eso sí, que el poeta no era demasiado aficionado al arte de Cúchares y que fue asesinado junto a dos banderilleros anarquistas, Arcollas y Galadí.
Creo que este hecho, quizás también el contenido popular y de clase de la torería hasta casi finales del siglo XX, fomentó el acercamiento de intelectuales de izquierdas al fenómeno taurino. A la fascinación que produce el animal se une el hecho de que las cuadrillas estaban compuestas de jóvenes que huían de la miseria rural y se dirigían a las plazas ciudadanas en busca de fama y modus vivendi, algo que empieza a torcerse cuando el papel cuché da portadas a la boda de toreros con cantantes, actrices, incluso aristócratas, y la tauromaquia, salvo excepciones, pasa a ser un mundo endogámico, de sagas de señoritos que torean cuadrúpedos afeitados. Esta doble realidad, la de chavales que torean furtivamente en las dehesas y llegan a la ciudad con un hatillo y una muleta de avellano, y la de los toreros que triunfan y casan con tonadilleras, ha sido ampliamente reflejada en el cine, pudiéndose hablar incluso de género taurino: desde “Los golfos” o “Jamón, jamón” a “Manolete” o “Aprendiendo a morir”, pasando por “El último cuplé” o la maravillosa serie “Juncal”, con un Rabal en estado de gracia.
La gente de mi edad no es ajena al mundo de la tauromaquia. Asocio algunos veranos de infancia y adolescencia a la conexión que la única televisión del régimen establecía con las plazas de Pamplona o San Sebastián a las “cinco de la tarde”, como repite el poema lorquiano, quien sabe si porque la primera era un coso ligado al “alzamiento”, y el segundo el de la ciudad donde el dictador pasaba parte de los veranos. Tenía unos trece años cuando asistí por dos únicas veces a una corrida de toros. Un familiar que trabajaba en el ayuntamiento de Barcelona había conseguido varias entradas, ni más ni menos que para ver al torero del momento, Manuel Benítez, “El Cordobés”. El caso es que, pese a lo mayúsculo del cartel, apenas hubo media entrada, en gran parte de guiris que llegaban en autocares de destinos playeros. Sirva este ejemplo sesentero para destacar la indiferencia de la ciudad hacia la fiesta nacional, algo que se ha ido extendiendo a lo largo de la “piel de toro” hasta nuestros días. Creo que sin subvenciones y premios onerosos la tauromaquia tendría los días contados.

Vuelvo a la inocencia de mi nieto, que ve en cualquier ser con vida a alguien que merece conservarla, aún inconsciente de que gran parte de cuanto comemos es sacrificado para que seamos nosotros quienes sobrevivamos. Pero no es un mal principio. Seguramente quienes no tienen ese impulso primario de empatía disfruten con el salpicadero de sangre que es la llamada “fiesta nacional” y deseen que haya jóvenes, mejor si son de las castas inferiores, que aprendan a jugarse la vida ante un morlaco de 500 kilos a beneficio de un espectáculo lleno de sadismo. 

Hay mucha música y canción dedicada al “arte de Cúchares”, pero entre que es un tanto casposa y que por el camino se me ha cruzado este pedazo de versión del “Sultans of swing” de Dire Straits con Pedro Javier González (habitual con El último de la fila, Manolo García, Serrat y tantos otrísimos, además de una decena de proyectos propios) y un grupo de colegas (Tommy Emmanuel y Jhon Jorgenson), me he dejado llevar…