ESCALERAS
Nací en una ciudad que asocia la palabra escalera a un ámbito vecinal, reducido y cercano. La escalera es un lugar de tránsito y encuentro entre personas que comparten un mismo espacio, el edificio, y por esa razón ha servido a menudo para retratar microcosmos ficticios. Los ejemplos son tan numerosos como dispares, desde un referente teatral como “Historia de una escalera”, de Buero Vallejo, hasta la irreverente y cañí “La que se avecina”, pasando por tantas y tantas obras de diversa calidad y condición.
Las escaleras vecinales tienen un color y un olor característico que las hace material de nuestros sueños. Sus habitantes forman parte de nuestra biografía. Algunos tienen la llave de casa, nos han oído gritar y gozar, nos han surtido de sal, huevos, un limón…conocen parte de nuestras glorias y derrotas.
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Escalera de los Maristas de Iturribide |
Para pasar a un terreno más físico, he conocido escaleras de variedad social y material. Algunas lucen una decoración elegante, a veces recargada, con molduras, cuadros, plantas, asientos. Sus escalones están hechos de materiales nobles, mármol, madera, o torpes sucedáneos. Tienen un olor políticamente correcto, o sea, a casi nada, o a la fritanga característica de los barrios humildes, o a la maría secándose en las casas con jóvenes hedonistas. Las escaleras viejas, como lo fue la de mi abuela materna antes de que reformaran el edificio y pusieran ascensor, tienen los escalones ollados de tanto pisarlas y fregarlas con líquidos corrosivos.
Me alegra comprobar que hay niños que todavía juegan a subir las escaleras de dos en dos para llegar antes que el ascensor, que saltan los tramos apoyándose en pared y barandilla o usan ésta como un tobogán infinito, y que aún hay parejas que pelan la pava y se besan tierna o apasionadamente en la entrada y los rellanos.
Hasta aquí las escaleras privadas, pero hablemos de las públicas. Ya lo hice en su momento de los ascensores de Bilbao, y aproveché los cuadros surrealistas de Lazkano para acicalar el blog, pero no de las numerosas escaleras que me llamaron la atención cuando vine a vivir a esta ciudad, hace ya 30 años. Bilbao era y es una ciudad plagada de escaleras públicas, normalmente entre su ensanche y los barrios que crecieron en la posguerra , en laderas, pendientes, lomas y colinas. Se trataba por norma general de estructuras asépticas, de puro hormigón, sin barandillas, quebradas, agrietadas y llenas de verdín, porque nacían como daños colaterales de un urbanismo desordenado.
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Hemingway en los sanfermines de 1959 |
Al verme rodeado de escaleras que comunicaban calles, edificios, barrios, vaguadas, pensé que merecían un libro fotográfico; que algún profesional las retratara y diera un cierto orden estético. Recordé entonces que hacía años, su mujer, con la que yo trabajaba, me había presentado a Julio Ubiña. Supongo que a la mayoría ese nombre no os dice nada. Yo supe entonces que era un fotógrafo más o menos conocido, pero no hasta el punto de ser uno de los referentes de la época. Ni mucho menos que era uno de los fotógrafos de Carmen Amaya, y el que había inmortalizado a Heminway en los sanfermines de 1959. Julio era un tipo afable, muy cercano a la gente joven, y recuerdo que en uno de las pocas conversaciones que mantuvimos me pidió que le propusiera algún tema. La idea de un álbum con retratos de barmans y camareros de Barcelona, que yo imaginaba con textos míos, nunca se llegó a realizar. Por lo menos ni él ni yo lo llevamos a cabo, pero siempre que pienso en el inmenso campo fotográfico que ofrecen las escaleras de Bilbao me acuerdo de él, que supe falleció relativamente joven en 1988.
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Calzadas de Mallona |
El tiempo las ha ido adecentando, dotándolas de barandillas, iluminándolas, mecanizándolas o complementándolas con rampas y ascensores, no siempre acertadamente, pero es lo que hay. Una de las más cool, la que baja desde la explanada del Guggenheim a la ría, ha sido apodada como la escalera de los cojos, pues ese es el efecto que produce su huella desproporcionada, quizás un capricho de Frank Gehry; otra, una de las primeras que conocí, tiene un puntito blade runner cuando la iluminan de noche, la de los Maristas de la calle Iturribide; y la que toda la vida se ha llamado así, “escaleras de Solokoetxe”, combina rampa y escalinata, e iluminada es una bella combinación de modernidad y ambiente de barrio.
Pero en esta mi ciudad de adopción, yo me quedo no con una escalera, sino con una calzada paralela, la desaprovechada y poco conocida (a lo mejor es lo que hace que conserve su sabor natural) de Mallona, que nos permite descender desde el cementerio de Begoña a la plaza de Unamuno por adoquines centenarios.
De acompañamiento musical una canción de casa de barrio pobre; “Cuando la pobreza entra por la puerta”, de El último de la fila.