ORDUÑA, 1.200
METROS CUADRADOS
DE MEMORIA POPULAR
Si te metes en los
casi incontestables oráculos de internet, la historia de Orduña es,
como siempre, una sucesión de fechas e hitos con apellidos ilustres.
Que si primeras referencias en la época de Alfonso III; que si
fundada por Lope Díaz de Haro en 1229; que si reconocida como ciudad
en 1467 por Enrique IV; incendio en 1535; creación de la aduana en
los reinados de Carlos III y IV y…
Cuando los hitos,
con la funesta excepción del campo de concentración, por el que
pasaron miles de prisioneros republicanos entre 1937 y 1941; digo que
cuando los hitos pasaron a mejor vida, por la desaparición de la
aduana en el siglo XIX y la decadencia consiguiente, no parece que
haya más historia que narrar.

La pasada primavera,
con el esfuerzo desinteresado de un grupo nutrido de orduñes@s y el
amparo del ayuntamiento actual, abrió sus puertas el Centro de
Exposiciones “Orduña Hiria”, 1.200 metros cuadrados de memoria
popular.
Cuando algun@s
amig@s que han participado activamente en su creación me hablaron de
ello, pensé en un pequeño museo que recopilara trastos en desuso y
documentos amarilleados antes de ir al contenedor. No imaginaba para
nada que la voluntad y el orgullo ciudadano fuera capaz de convertir
lo que fue escuela y luego biblioteca en un centro expositivo de
semejantes proporciones y una riqueza cultural incuestionable.
No aparecen en él
esos grandes señores de la historia con mayúsculas, pero sí los
nombres y apellidos de pequeños empresarios, trabajadoros y
artesanos de los tres últimos siglos, precisamente cuando esa
historia con mayúsculas dio la espalda a la ciudad.
Comparten ese lugar
entrañable, junto a un espacio arqueológico especialmente potente,
confiteros, cereros, músicos, carpinteros, zapateros, labradores y
yeseros de apellidos reconocibles para el orgullo de sus familias y
de quienes, aunque foráneos, amamos a Orduña.
Acompaño enlace a
la web ( https://www.orduñahiria.org
) e invito a quienes a menudo olvidan esta ciudad lejana a visitarla.
Vale la pena.
Estos días, oyendo
una recopilación de cantantes italianos, he tropezado con esta bella
canción de Gino Paoli, que me parece adecuada para la ocasión,
“L´ufficio delle cose perdute” (La oficina de las cosas
perdidas), que he traducido y dado forma con la ayuda de Fabrizio,
gran amigo romano.
L´Ufficio delle cose perduteNella grande tartarugacon i tetti a scaglie grige si rincorrono gli odori i colori e le puttane nel gran ventre del paese ci son posti che sono strani certe volte anche per me Sulla strada che val al porto dopo un’arco c’e' una piazza sempre piena di bambini qualche gatto e un vu cumpra' tra un negozio di bottoni e un tizio che si fa' c’e' un ufficio senza targa e senza eta' ed e' un ufficio del vento cose perdute quelle che son sparite in fondo a qualche momento chiuso Ed e' un ufficio pieno di vecchie cianfrusaglie di giorni poco usati e di candeline di un’altra eta' Sono andato li a cercare i capelli che ho perduto il sorriso di mio padre ed il canto di un amico voglio indietro i miei vent’anni e le speranze in piu' voglio l’albero dei come e dei perche' Ma dentro quel momento non c’e' nel mio giardino l’albero che ho piantato qualche anno fa' per sempre Ma nell’ufficio delle cose perdute devo in cambio dei vent’anni ridare tutto tutto quello che ho E ritorno piano a casa con le rughe ed i pensieri lascio li' i miei vent’anni i capelli, i sogni in piu' mi va bene rimanere con quello che ho torno a casa apro la porta e ci sei tu e ci sei tu e ci sei tu. |
La oficina de las cosas perdidas
En
la gran tortuga
con techos de escamas grises se persiguen los olores, los colores y las putas. En el gran vientre del país hay lugares extraños,
algunas
veces
hasta para mí.
En
el camino que va al puerto,
tras un arco, hay una plaza siempre llena de niños, algunos gatos,
un vendedor ambulante.
Entre una tienda de botones
y
un fulano que se droga
hay una oficina sin registro y sin edad,
una
oficina de viento
que
tiene al fondo objetos perdidos,
desaparecidos en tiempos pasados. Es una oficina llena de viejos perifollos, de días inútiles y velitas de otra edad. Fui allí para buscar el pelo que he perdido la sonrisa de mi padre y la canción de un amigo. Quiero volver a mis veinte años con sus grandes esperanzas. Quiero el árbol del cómo y del por qué, pero ya no está
el
árbol que planté
para
siempre
en
mi jardín
hace unos años, y en la oficina de las cosas perdidas debo
devolver
todo, todo lo que tengo
a cambio de esa
edad.
Regreso
a casa lentamente
con
mis
arrugas
y mis
pensamientos
Dejo
allí
mis veinte años,
el cabello,
los
grandes sueños...
Debo
conformarme
con
lo que vuelvo
a casa.
Y
cuando abro
la puerta
estás
ahí, estás ahí, estás ahí...
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