EL NOTARIO
Lo siento, no me caen bien los
notarios. En un relato corto que escribí hace años el protagonista consigue,
mediante una especie de “fe laica”, que el titular de la notaría en la que
trabaja, un impresentable que desprecia a la plebe, acabe como un vegetal en
una silla de ruedas. En otro relato un notario bribón se dedica a adueñarse de
herencias de personas que viven solas.
La primera historia es fruto de
la invención y la segunda es traslación de un hecho real.
Sí, he oído hablar de notarios
que, fuera de la mesa de juntas en la que con voz átona te describen la
ubicación y medida exacta de la propiedad que acabas de vender o adquirir, la
cuantía y condiciones de la transacción y salen como una exhalación tras la
firma y un protocolario apretón de manos, son gente normal. Pero yo no los
conozco.

Creo que la explicación de algunas
de las patologías de los notarios reside en la magnitud y características de la
criba salvaje que les da condición. Tuve una compañera de trabajo que mantuvo
durante cinco años a un futuro notario. Siempre nos decía que estaba
invirtiendo y era verdad. El día que su marido, un tipo simpático, sin duda,
pero que cuando lo conocí en pleno periodo de estudios ya estaba un poco pirado,
consiguió la notaría de un pueblo de Lleida, la tía colgó los bártulos y se
convirtió en simple consorte. Conozco un par de casos de opositores a los que su
madre y compañera dejaba comida y cena junto a la puerta durante años para no
interrumpir. Uno de ellos se me quedó mirando fijamente una mañana y me
preguntó mientras se reía histéricamente si creía que estaba loco. Esa larga
fase de encierro voluntario, aprendiendo de memoria articulados de literatura
grandilocuente recitados en tiempos rigurosamente limitados, hace perder el
oremus al más pintado, y se nota…
Bueno, igual me he pasado, pero
es que cada vez que me acuerdo de Don Miguel me da un apretón.
Y como creo que a ningún músico o
cantautor se le ha ocurrido jamás dedicar algo a un fedatario he elegido esta
pieza de un “negatario”: “Lo niego todo” por Joaquín Sabina.