domingo, 6 de julio de 2025

Caída

(Segundo relato deportivo)

CAÍDA

Decían que Biliardo era un suicida bajando, de modo que, incluso cuando se le vio llegar con algo más de un minuto de retraso a la cima, ningún comentarista arriesgó a darle la etapa y el Giro por perdidos.

Al cruzar la pancarta del puerto, tercero tras dos escapados, sacó una especie de chaquetilla impermeable de no se sabe dónde y se la puso con una calma chicha que permitió llegar a su altura a un colombiano, adelantado durante parte de la subida pero al que habían acabado rebasando.

Le dejó que le abriera camino la media docena de curvas suaves que abrían el descenso, y a la séptima le pasó por la izquierda como una exhalación. El colombiano apenas le cogió rueda los trescientos metros que les separaban del primer giro de herradura, porque allí el italiano empezó una bajada a tumba abierta que, por momentos, alcanzó los 100 kms. por hora, según declaró horas después el motorista de la RAI que le daba cobertura. 

Este había decidido dejarle unos metros de vidilla cuando le perdió al salir de una curva que parecía abierta. Como no le veía metió gas y llegó a ver a lo lejos a los dos escapados pero no a Biliardo. Estaba claro. Se había esfumado en algún tramo anterior, así que avisó a la dirección de carrera e inmediatamente se inició la búsqueda. 

Lo que pasó es que Biliardo había patinado en una pequeña mancha de aceite e ido terraplén abajo por una zona boscosa. Tumbado sobre una manta de líquenes, helechos y zarzales, tuvo la suerte de no golpearse con ningún árbol al caer, de modo que pronto hizo su propio pronóstico: clavícula y rodilla derecha, retirada segura. Pero podía andar y escalar aunque fuera con dificultad, así que empezó a hacerlo ayudándose de troncos y ramajes que usaba para auparse y empujarse. De ese modo, renqueante, con la ropa hecha jirones y el cuerpo lleno cortes y  rasguños consiguió alcanzar la cuneta y ser atendido por las primeras asistencias.

Mientras, otro equipo de emergencia hurgaba medio kilómetro más adelante, en la creencia de que la caída también se podía haber producido en esa zona. Fue allí, en un lugar muy cerrado por los matorrales, donde un joven voluntario encontró algo sorprendente. Era el cadáver momificado de alguien vestido de ciclista, del que, pese al tiempo transcurrido desde su desaparición, pronto se conoció la identidad. Se trataba de Miquele Cortese, vecino de un pueblo no muy lejano, desaparecido diecinueve años antes. 

Su familia declaró que solía subir los picos de los alrededores del pueblo, pero parece que ese día se alejó algo más de la cuenta y seguramente cayó por causas desconocidas en aquella zona frondosa. Aun así, nadie se explicaba que no hubiera sido localizado con anterioridad.

Pese a la expectación que genera el Giro, los titulares se centraron al día siguiente en la noticia del cadáver, que en los medios aparecía pixelado con ropa ciclista de los años noventa, y solo en la crónica de la etapa y en páginas interiores en Biliardo y en el holandés De Graaf que, en esa misma jornada, ganó la etapa y se enfundó la maglia rosa. Fue sin duda el gran día de gloria de Miquele Cortese, vulgar ciclista aficionado.