lunes, 28 de julio de 2025

El muro

EL MURO

(tercer relato deportivo del verano)


Al kilómetro treinta no le gusta nada que le llamen "el muro". ¿Por qué no al treinta y uno, o al treinta y cinco o al cuarenta si de lo que se trata es de dar un número redondo? A ese kilómetro sí hay garantía de que llegan los atletas agotados, echando el bofe. Dicen los expertos en maratón no sé qué del glucógeno y de que el cuerpo empieza a chupar la grasa acumulada, una grasa que, para qué engañarnos, no parece abundar entre los de élite. Suena el muro además a disco de Pink Floyd y al Berlín de los años setenta, cuando todavía no corría ni dios, o sí, los africanos, que solo tenían que cambiar la sabana por el asfalto y el tartán.

El kilómetro treinta sí percibe el gesto de preocupación de los corredores populares y una cierta cautela porque, una vez alcanzado, estos bajan el ritmo. Por culpa de la leyenda que lo define como un obstáculo, el kilómetro treinta es siempre el más concurrido. Los familiares y amigos del maratoniano se aglutinan alrededor y lo jalean con fervor y tópicos al uso. El corredor apenas puede sonreír, busca algo con qué hidratarse, hace un gesto con la cabeza y habitualmente acorta la zancada. Habitualmente, porque también existe el atleta temerario o el "sobrao". Sabe el kilómetro treinta que este último acabará renqueante y caerá extenuado nada más cruzar la meta. Durante los dos días siguientes apenas podrá andar, pero cuando le pregunten que qué tal, simulará no haber sufrido y declarará que espera el próximo maratón como agua de mayo. En cuanto al temerario se retirará a los pocos kilómetros abatido por un racimo de calambrazos.

Acabada la prueba, el kilómetro treinta, alias "el muro", vuelve al anonimato. Quitan toda señal definitoria, sea un cartelón chungo o un arco hinchable, y recobra una vida anodina de calle de doble dirección y OTA para residentes.


viernes, 18 de julio de 2025

John Renbourn

JOHN RENBOURN

John Renbourn y Bert Jansch

Fundado en 1978 por Manuel Domínguez, un melómano que trabajaba en Onda Dos, la FM de radio España, el sello Guimbarda fue un milagro que duró apenas 7 años pero fue capaz de publicar 300 discos, entre ellos auténticos tesoros hoy buscados por los coleccionistas.

Para los aficionados a la música, en aquellos tiempos Guimbarda era al folk como ECM al jazz más avanzado o Windham Hill a la new age, un catálogo de referencia donde, además, grababan músicos y grupos que empezaban, junto a otros en su mejor momento.

Entre estos últimos he dado en mi colección de vinilos orduñesa con tres LPs de John Renbourn (Marylebone-Reino Unido 1944 – 2015), dos de ellos publicados en España por aquel sello discográfico.

Renbourn, considerado uno de los músicos más influyentes del folk británico, había fusionado este estilo con elementos de jazz, blues y música barroca, fundando en 1967 el grupo Pentangle, junto a Bert Jansch, con el que compartía gustos y experimentos. Un año antes ambos habían grabado Bert and John”, uno de los discos emblemáticos del folk inglés, desde luego que de Guimbarda y el primero de los tres a los que me quería referir.

Hay que advertir que es un disco que hay que oír varias veces para degustarlo y apreciar lo avanzado que suena el dúo de cuerdas sesenta años más tarde. Es el caso de "Goodbye Pork Pie Hat", obra de Charlie Mingus y una de las canciones más versionadas del jazz clásico, donde los guitarristas parecen evadirse y encontrarse una y otra vez mediante afinaciones alternativas y ritmos complejos.


https://youtu.be/WfeXvvQ98y8
 

He seleccionado esa pieza, porque refleja el contenido de un disco muy experimental, y como contraste una miniatura de factura un tanto aflamencada, “East wind”, que daba entrada a la primera cara del vinilo.


The black balloon”, grabado en 1979 y también distribuido por Guimbarda, plasma la depuración técnica de Renbourn, que se acompaña en algunos cortes de la flauta de Tony Roberts y de pequeños trazos percusivos, obra de Stuart Gordon, para desarrollar la combinación de estilos que caracterizó su carrera hasta su fallecimiento en 2015, del folklore al jazz pasando por elementos de la música clásica. No en vano en 1982 Renbourn inició estudios de composición, orquestación y música antigua, una veta musical que le llevaría a la docencia y a participar en proyectos de cierta envergadura, como recopilaciones de obras renacentistas para guitarra.

Es también un disco muy completo pero me quedo con la preciosa “The Pelican”, en la que se aprecia la maduración técnica y compositiva de la que hablaba anteriormente.  


El tercer vinilo, “The ship of fools”, ajeno a Guimbarda y nada que ver con la canción de John Cale, a la que dediqué espacio en este mismo blog (https://charlievedella.blogspot.com/2021/10/john-cale.html) es muy posterior (1988) y mucho más tradicional. Se trata de un disco grupal, que incluye voces e instrumentos de la pareja formada por Maggie Boyle y Steve Tilston, y la permanencia de Tony Roberts, que ya estaba en “The black Balloon”. Pese a que algunas de sus composiciones mantienen estructuras complicadas, no tienen nada que ver con los riesgos experimentales y ecos jazzísticos de la época de Pentangle, y aún siendo un disco hermoso pienso que quizás acaba siendo algo monótono. Haciendo repaso de las críticas del disco en internet, muchas de ellas por músicos y eruditos, veo que no coincido en mi selección, pero como al fin y al cabo yo solo soy un degustador he elegido dos piezas, ambas cantadas: “Sandwood down to kyle”, milagrosamente encontrada en un concierto de 1990; y una canción tradicional irlandesa muy versionada, “The verdant braes of screen” en este caso en su versión original. 

https://youtu.be/CZerw6LkunU 



domingo, 6 de julio de 2025

Caída

(Segundo relato deportivo)

CAÍDA

Decían que Biliardo era un suicida bajando, de modo que, incluso cuando se le vio llegar con algo más de un minuto de retraso a la cima, ningún comentarista arriesgó a darle la etapa y el Giro por perdidos.

Al cruzar la pancarta del puerto, tercero tras dos escapados, sacó una especie de chaquetilla impermeable de no se sabe dónde y se la puso con una calma chicha que permitió llegar a su altura a un colombiano, adelantado durante parte de la subida pero al que habían acabado rebasando.

Le dejó que le abriera camino la media docena de curvas suaves que abrían el descenso, y a la séptima le pasó por la izquierda como una exhalación. El colombiano apenas le cogió rueda los trescientos metros que les separaban del primer giro de herradura, porque allí el italiano empezó una bajada a tumba abierta que, por momentos, alcanzó los 100 kms. por hora, según declaró horas después el motorista de la RAI que le daba cobertura. 

Este había decidido dejarle unos metros de vidilla cuando le perdió al salir de una curva que parecía abierta. Como no le veía metió gas y llegó a ver a lo lejos a los dos escapados pero no a Biliardo. Estaba claro. Se había esfumado en algún tramo anterior, así que avisó a la dirección de carrera e inmediatamente se inició la búsqueda. 

Lo que pasó es que Biliardo había patinado en una pequeña mancha de aceite e ido terraplén abajo por una zona boscosa. Tumbado sobre una manta de líquenes, helechos y zarzales, tuvo la suerte de no golpearse con ningún árbol al caer, de modo que pronto hizo su propio pronóstico: clavícula y rodilla derecha, retirada segura. Pero podía andar y escalar aunque fuera con dificultad, así que empezó a hacerlo ayudándose de troncos y ramajes que usaba para auparse y empujarse. De ese modo, renqueante, con la ropa hecha jirones y el cuerpo lleno cortes y  rasguños consiguió alcanzar la cuneta y ser atendido por las primeras asistencias.

Mientras, otro equipo de emergencia hurgaba medio kilómetro más adelante, en la creencia de que la caída también se podía haber producido en esa zona. Fue allí, en un lugar muy cerrado por los matorrales, donde un joven voluntario encontró algo sorprendente. Era el cadáver momificado de alguien vestido de ciclista, del que, pese al tiempo transcurrido desde su desaparición, pronto se conoció la identidad. Se trataba de Miquele Cortese, vecino de un pueblo no muy lejano, desaparecido diecinueve años antes. 

Su familia declaró que solía subir los picos de los alrededores del pueblo, pero parece que ese día se alejó algo más de la cuenta y seguramente cayó por causas desconocidas en aquella zona frondosa. Aun así, nadie se explicaba que no hubiera sido localizado con anterioridad.

Pese a la expectación que genera el Giro, los titulares se centraron al día siguiente en la noticia del cadáver, que en los medios aparecía pixelado con ropa ciclista de los años noventa, y solo en la crónica de la etapa y en páginas interiores en Biliardo y en el holandés De Graaf que, en esa misma jornada, ganó la etapa y se enfundó la maglia rosa. Fue sin duda el gran día de gloria de Miquele Cortese, vulgar ciclista aficionado.