EL SEMÁFORO
Hay un semáforo de
peatones en una de las dos avenidas que circundan el hospital de Valdecilla
cuyo rojo dura más de setenta segundos. Creo que, si no lo hace ya, merece
figurar en el libro Guinness de los récords como ejemplo de exceso locomotor.
Tiene sus ventajas (romperte el ritmo endiablado que damos a nuestras vidas) y
desventajas (es un horror presenciar el vendaval de vehículos que pasa por tus
morros).
Una de las primeras
enseñanzas en los centros de preescolar es que los chiquitines aprendan a
esperar, pero pese a semejante entrenamiento es algo a lo que, ni ya adultos,
parecemos acostumbrarnos. Aunque lo esperado sea una noticia o un hecho no
deseado, aguardar nos inquieta e irrita. En las salas de las consultas del tipo
que sean veo a gente nerviosa, dispuesta a alborotarse cuando cree que la
espera se convierte en “plantón”, aunque sea por diez minutos de retraso. Para
superar la incomodidad y la sensación de pérdida de tiempo yo recomiendo la
lectura y la observación.

Todos tenemos
semáforos aliados y semáforos enemigos, y también estrategias para esquivarlos si
creemos que no nos convienen. Sé la forma de vadear el rojo del paso de
peatones de la Alameda de Urquijo en la plaza de Indautxu o el intervalo que
permite cruzar la Gran Vía de Bilbao sin
que te atropellen, pero un despiste o un mal cálculo puede darte un disgusto.
Hace ya unos cuantos años una compañera de trabajo perdió al hijo que esperaba
por esa imprudencia, así que no vale la pena arriesgar el futuro por unos
segundos, y si hay niño o anciano a la vista el respeto al semáforo es ley
divina, porque como pases en rojo éstos salen detrás de ti como posesos.
A menudo
coincidimos con las mismas personas a un lado y otro del semáforo. Las
conocemos de vista y sabemos si vamos bien de horario si las vemos a la otra orilla del cauce que separa las dos aceras de
una calle como todas las mañanas. Con el paso del tiempo echamos de menos a
personas a las que hemos frecuentado en un paso de peatones durante años. Son
personas anónimas, como nosotros para ellas, de las que solo sabemos que tienen
un horario parecido al nuestro. Algunas se han jubilado y cambiado de horario,
de domicilio. Quizás han muerto. Alguien también nos echará de menos cuando
dejemos de atravesar ese paso de peatones, sea cual sea nuestra propia
circunstancia.
Joan Margarit aprovechó el artilugio para uno
de sus poemas más bellos y románticos; uno de mis favoritos:
Tens la mateixa edat que jo tenia
quan començava a somiar a trovar-te.
Encara no sabia, igual que tu
no ho has après encara, que algun dia
l´amor és aquesta arma carregada
de soledat i de melancolía
que ara t´està apuntant des dels meus
ulls.
Ets la noia que vaig estar buscant
tant de temps quan encara no existies.
I jo sóc aquell home cap el qual
voldràs un dia dirigir els teus
passos.
Però llavors seré tan lluny de tu
com ara tu de mi en aquest semàfor.
LA CHICA DEL SEMÁFORO
Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en
encontrarte.
Entonces no sabía, igual que tú
no has aprendido aún, que llega el día
en que el amor es este arma cargada
de soledad y de melancolía
que está apuntándote desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
Y yo el hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré tan lejos de ti entonces
como estás tú de mí en este semáforo.
(el poema está traducido al castellano por el
mismo Joan Margarit)