LA MESA
Creo que la mesa es equiparable a
la rueda como motor de la evolución de nuestro mundo, y que desde que alguien
nos aúpa para acercarnos a una mesa o nos cuela en una trona, su sucedáneo para
bebés, nos incorpora de algún modo a lo que se entiende por civilización.
He tenido y compartido mesas de
materiales, calidades y usos diversos. Mesas de estudio, de comedor, de trabajo,
y la que genera mis mejores recuerdos, la mesa camilla familiar cuando era niño
y adolescente. Bajo sus faldones, coronados cada cuatro o cinco años con una nueva
filigrana de ganchillo, estaba otro de
los grandes inventos de la civilización: el brasero. La mesa camilla daba
continuidad a esa imagen de la tribu alrededor del fuego y agrupaba a la
familia, aunque fuera para pelearse.
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Otro sucedáneo de la mesa, tengo
entendido que hoy casi en desuso, era en el siglo pasado el pupitre. Se trataba
de un mueble macizo de una o dos plazas, y dado el número de horas que pasabas
en él (yo lo hice 10 horas diarias durante seis años) era una segunda casa, con
sus heridas, desperfectos, despensa, grafitis, rincones secretos…; allá donde
se sufría, gozaba, temía, trampeaba, incluso donde se forjaban amistades que
perduran a lo largo de la vida.
A propósito del pupitre rescato
esta reciente lectura de uno de los
relatos breves de Lucia Berlin en el que habla de otra de sus características
peculiares, su sorprendente sonido interior: “Cuando sonaba una sirena en la
calle, cerca o lejos, sor Cecilia nos pedía que interrumpiéramos los que
estábamos haciendo y apoyáramos la cabeza en el pupitre para rezar un avemaría.
Aún lo hago. Rezar un avemaría quiero decir. Bueno, también suelo apoyar la
cabeza en los escritorios de madera y los escucho, porque hacen ruidos,
similares a las ramas mecidas por el viento, como si todavía fueran árboles. La
verdad es que en aquellos tiempos me inquietaban muchas cosas, como qué
insuflaba vida a las velas y de dónde procedían los sonidos de los pupitres.”
(Estrellas y santos – Lucia Berlin)
En la administración pública la
mesa es la cancha, el campo de juego del empleado, el lugar en el que defiende,
construye, ataca o especula, según su posición, características, capacidades…
Cuando yo entré en la
administración, la tipología de las mesas era tan variada como la de los
personajes que las ocupábamos, destinados a tareas con capacidades muy
diversas, inmersos en una escala jerárquica casi infinita. El tamaño, material
y ubicación de la mesa estaba acorde al lugar en la escala jerárquica del
ocupante, y había codazos, traiciones y peloteo vario para pillar una mejor. Con
el tiempo las mesas, como las tareas, se socializaron, y priorizaron su
funcionalidad, adaptándose a las nuevas tecnologías, teléfonos, pantallas
planas, reposamuñecas, escaners...
Pero lo que nunca pensé es que
después de jubilado, es decir, cuando uno puede por fin pasar de todo, me
enteraría, incluso de primera mano, que hay tipos y tipas mezquinas que siguen
disputándose una puta mesa en voluntariados de diverso pelaje como si ello les
salvara de la grisura de la que huyen o de la pompa que ya perdieron, porque
son incapaces de ser felices siendo simplemente lo que son, sin una mesa más o
menos grande de por medio. Lo que hay que ver…
Mi amigo “Trespa”, con un oído
privilegiado para captar excelencias, me aconsejó hace unas semanas que oyera
el último disco de los Rolling Stones, en el que volvían a sus primeros vinilos
con versiones de clásicos del blues. He
aquí unos de sus cortes.
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