INDIFERENCIA
Creo que una de las características más
acentuadas de M punto Rajoy era su capacidad de indiferencia. Pese a
haber llevado durante casi dos lustros la responsabilidad del
gobierno de España tenía una arte especial para silbar, zapear y
hacerse el loco cuando había problemas que pintaban bastos. No en
vano consideraba que los políticos deben saber mirar para otro lado.
Conozco gente, buena gente, que busca esa
indiferencia. Les recomiendas un libro o una película y la rechazan
porque es cruda, habla de realidades que les/nos hieren. “Bastantes
problemas tenemos ya”, te dicen, y se recluyen en distracciones más
banales.
La indiferencia con respecto al sufrimiento es la antítesis de una
palabra muy desprestigiada por su connotación religiosa que hay
quien considera sinónimo de empatía, pero que a mí me gusta más:
compasión.
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Portada de Charlie Hebdo anterior al atentado |
Compadecer es “padecer con”, es decir, acompañar el padecimiento
de otro u otra, paso previo e imprescindible de la solidaridad.
Algunos filósofos “duros” creen que la compasión nace de un
sentimiento de superioridad. Según ellos solo puede compadecerse
alguien que no padece, y los “malistas”, esos herederos de la
tradición nacional-católica que defienden la existencia del Valle
de los Caídos y rezan con la boca pequeña lo de “perdonar a
quienes nos ofenden”, califican a los compasivos de “buenistas”,
y se compadecen más de los embriones que de los niños que cruzan
mares para intentar sobrevivir o llevar una vida mejor.
Pero eso de la indiferencia, paradojas, debe ser muy propio del
poder. Hace unos meses oí por la radio una entrevista a uno de los
supervivientes del atentado a la revista satírica “Charlie Hebdo”,
Philippe Lançon. Periodista en el diario Liberation y columnista de
la revista, Lançon sobrevivió con enormes destrozos en el rostro,
lo que le ha llevado a sufrir hasta 18 operaciones reparadoras, un
itinerario quirúrgico e íntimo que relata en “Le lambeau”, un
libro que Anagrama publicará el año que viene.
En la entrevista, Lançon contaba que poco tiempo después del
atentado recibió la visita del entonces presidente de la república
francesa, François Hollande, en términos coloquiales no muy
ortodoxos, un “picha brava”. Mientras le saludaba
protocolariamente se dio cuenta de que la mirada y atención del
presidente no se centraba en él sino en la cirujana, una mujer al
parecer muy bella. Esa indiferencia no compasiva hacia quien sufre se
repitió poco tiempo después, cuando en un segundo encuentro
Hollande pareció interesarse más por el destino de la médico que
por la salud y el estado anímico del periodista. Lançon lo contaba
con cierta ironía, pero para mí tiene un trasfondo tremendamente
amargo.
La lista prosigue. Ayer mismo leí que el presidente Trump se declara indiferente al informe que sus propios servicios de información han elaborado sobre el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi. Así que cómo no lo va ser de los informes de las distintas ONGs sobre la hambruna que la misma Arabia Saudí viene provocando en Yemen...
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A mí me es difícil ser indiferente a esta canción, “Gallo rojo, gallo negro” (Quico Sánchez Ferlosio - 1940-2003) y a su intérprete, Silvia Pérez Cruz.