EL EJIDO
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Arriera por los Campos de Níjar en 1979 |
Oí
hablar por primera vez de El Ejido en un viaje a los campos de Níjar
con el mítico libro de Juan Goytisolo en el morral. Habían pasado
más de veinte años desde su publicación pero todo seguía igual,
los caminos polvorientos, las aldeas pobres, casi abandonadas.
Recuerdo a un puñado de niños corriendo detrás del dos caballos,
al café de puchero que daban en una de las pocas tabernas de la zona
playera, a una arriera a la que fotografié con permiso, y en la
parte interior, bajo el pueblo que da nombre a la comarca, sus
primeros invernaderos. Esas son las principales imágenes de ese
viaje a un universo que parecía retenido en el tiempo. Hablo de
1979.
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el mar de invernaderos de El Ejido desde el cielo |
Hace
unos diez años volví a recorrer las playas de Níjar y me alegré
de que hubieran progresado moderadamente, sin perecer de éxito, como
la mayor parte del litoral que nace en Port Bou y muere en Isla
Canela, pero ya entonces, un nuevo mar, no salino, se había
desplegado por la llanura, un mar de plástico blanco que asombra
cuando lo contemplas en Google Maps, pero todavía un tercio o menos
del que inunda los campos de El Ejido, al otro lado de la capital.
Oí
hablar en primera persona de ese lugar a Gica, la mujer de
nacionalidad rumana que contratamos para que cuidara a mis ancianos
padres. Nos la había recomendado la mujer que acompañó a uno de
mis cuñados en la larga enfermedad que precedió a su muerte. Como
nos dijo que llevaba cuatro años trabajando en España, tres de
ellos en El Ejido, pensamos que no tendríamos problemas para darla
de alta, pero al ir a hacerlo nos encontramos con la sorpresa, parece
que habitual, de que no lo había estado nunca.
Gica
fue una más de la familia el tiempo que estuvo con nosotros y aún
mantenemos una relación personal a través de Faceboock, donde
publica estupendas recetas, principalmente de repostería, así que,
pese a su carácter reservado, nos habló de las condiciones de
esclavitud que sufren los emigrantes en los invernaderos, trabajando
en verano a cincuenta grados, con salarios de miseria (entre dos y
tres euros la hora) y por descontado que ilegalmente. Como campesina
que era, tampoco ahorraba calificativos a la mucha mierda de fruta y
hortalizas que salen de ese lugar, tratadas y coloreadas con química
varia.
Leo
ahora que en las últimas elecciones generales los autóctonos de ese
infierno de plástico (el 30% de la población es extranjera) votaron
mayoritariamente (30,02% a Vox; 22,71% al PP; 16,54% a Cs.) a una
derecha que abomina de la misma migración ilegal que ha ayudado a
transformar un pueblo de 3.000 habitantes en una ciudad de casi
90.000.
Este
hecho me ha recordado otro que viví en mi adolescencia, porque creo
que fue la primera vez que vi una octavilla. En febrero de 1966 el
entonces papa Pablo VI había nombrado obispo de Barcelona a Marcelo
González, un sacerdote que provenía de Astorga y no había nacido
en Catalunya, algo que desalentó a los sectores del clero autóctono
que habían apoyado el Concilio Vaticano II. Recuerdo perfectamente
el tamaño reducido y alargado de las octavillas que fueron
esparcidas alrededor de la parroquia de mi barrio, y por descontado
su texto: “volem bisbes catalans” (queremos obispos catalanes).
Algunas semanas más tarde, sectores del régimen contratacaron con
un cañí “como somos mayoría los queremos de Almería”.
Los
almerienses no eran mayoría, pero sí uno de los colectivos de
emigrantes más numeroso de Barcelona y su periferia industrial,
imagino que algunos del mismo El Ejido o su comarca. Hay abundante
literatura sobre las condiciones de vida de aquella emigración, en
muchos casos no muy diferente de la actual, lo que duele más porque
uno descubre las vueltas y revueltas que da la vida.
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fotograma de "La piel quemada" |
Por eso me quedo
con una película de la época, “La piel quemada” (Josep Maria
Forn - 1967), que no sé si habrá envejecido bien pero creo que
reflejaba parte de esa realidad de un modo entrañable, quizás
buenista, como insultan ahora, pero con querencia de cohesión
social, de reconocimiento mutuo.
Y
este domingo las municipales…
Fuesen
de donde fuesen, los obispos miraban hacia otro lado mientras sus
párrocos metían mano a diestro y siniestro. El año pasado Els Pets
dedicaron la canción “Corvus” a Pere Llagostera, que lo fue de
Constantí (Tarragona) entre 1972 y 1999. Este personaje, ya
fallecido, aprovechó su afición montañera para abusar de decenas
de niños en los años setenta.