jueves, 27 de marzo de 2025

Abusos 3

ABUSOS 3

Veo que el tema de los abusos en el seno de la iglesia católica empieza a ser un clásico del blog, sea por experiencia personal o actualidad intermitente. El caso es que hace unas semanas asistí a una charla de la asociación Europa Laica y el asunto volvió a interpelarme, aunque en este caso no solo para hablar de “ABUSOS” en plural, sino del ABUSO, con mayúscula, que es el sistema de privilegio en el que vive esta confesión religiosa en el estado español.

LOS ABUSOS FÍSICOS
Voy a empezar con los abusos en plural y con un matiz que amigos y antiguos alumnos de colegios religiosos me han planteado acertadamente más de una vez: el del abuso mediante agresiones físicas que se producía en el pasado siglo. Sé que esas prácticas violentas se daban tanto o más en las escuelas públicas de la época y quiero creer que en el XXI habrán desaparecido totalmente en ambos casos.

El caso es que de los abusos sexuales en el seno de la iglesia ya se ha hablado abundantemente y parece que ésta ha empezado a reconocer su responsabilidad, por lo menos en algunas diócesis. De lo que ni se habla ni se ha investigado es de los castigos físicos que, de forma institucionalizada, se daban en colegios y organismos religiosos.

Cualquiera que haya asistido a uno de ellos en las décadas franquistas – ya digo que no sé si con posterioridad – sabe de lo que hablo. El clima de autoritarismo en el que se movía la enseñanza daba pie a una situación de absoluta indefensión de los alumnos. 

Las prácticas de abuso empezaban normalmente por una catalogación del alumnado, sea por su procedencia social, capacidades físicas, intelectuales o grado de simpatía por razones variadas y a veces pintorescas. Esa catalogación producía un plus o déficit que acompañaba al alumno durante el curso, en bastantes casos mediante un trato desigual, que en el caso de los maltratadores, reconocidos y temidos, se manifestaba despectivo y a menudo insultante. 

Chasca: aunque intrumento
musical rudimentario,
era usado para apresar
o golpear a alumnos díscolos
El zénit del abuso se daba en los maltratos físicos. Al margen de los sufridos por mí mismo - solo citaré los golpes de regla en los nudillos con apenas 5 años y la paliza recibida a los 11, de la que ya hablé en otro blog – en aquellos años vi levantar a un alumno por las orejas, sacar de clase a otro a patadas y, la normalidad, golpes de chasca, regla, lanzamiento de llaves, capones a contrapelo y la bofetada tradicional.

El maltratador sádico acompañaba este repertorio con prácticas más sofisticadas y personalizadas como expulsar a los alumnos fuera de clase durante horas, incluso días en pleno invierno, no dejar ir al servicio a niños con problemas de retención, o tener corriendo al gordito alrededor del patio hasta la extenuación, entre otras.

Me gustaría que los actuales rectores de la iglesia reconocieran por lo menos que permitieron y usaron esas prácticas de un modo muy extendido. Sería una forma de mínima reparación.

EL ABUSO MAYESTÁTICO
Según datos de Europa Laica la iglesia católica ya recibía del Estado 11.600 millones de euros en 2018, prácticamente la mensualidad de los cerca de 9 millones de pensionistas de entonces, lo que demuestra que es sostenible lo que se quiere que sea sostenible, en este caso una institución ideológica basada en creencias.

Ese monto total incluye, como es lógico, las aportaciones directas vía 0,7% del IRPF, ni mucho menos la partida mayor, como se piensa; la financiación de la enseñanza concertada, que se lleva cerca de la mitad; y los fondos dedicados a obra social, hospitales, patrimonio, eventos, funcionarios capellanes y obra pía (¿¿¿). 

Me gustaría subrayar tres partidas llamativas, por no calificarlas de extravagantes: los 300 millones dedicados a cofradías, procesiones y festejos religiosos varios; los 40 millones que se reservan al mantenimiento de capellanías en ejército, cárceles e incluso universidades; y esos 10 millones que financian la denominada obra pía (¿rezar?). Todo un ejemplo de estado laico.

Pero además de estas aportaciones directas, la iglesia católica está exenta, por la gracia de dios, de un montón de impuestos: IBI, Sociedades, IAE, transmisiones, obras…, que Europa Laica cuantificaba en 2018 en unos 2.000 millones de euros.

Si a ello unimos las inmatriculaciones que el gobierno de Aznar legalizó en 1998, muchas de ellas un robo al patrimonio popular (cerca de 15.000 bienes inmuebles no dedicados al culto, según algunos estudios), estamos hablando de la iglesia católica española como la entidad, organismo o empresa con mayor patrimonio inmobiliario del Estado. Algunas fuentes dicen que de la Unión Europea.

Resumiendo, a los abusos domésticos, los que no han dejado heridas personales, se une este ABUSO con mayúsculas, algo que se perpetúa gobierne quien gobierne, y ello pese a que en los acuerdos concordatorios de 1979 la iglesia católica se comprometía a autofinancierse, algo que, por cierto, algunos denostados sindicatos han conseguido ya en un 85%.

Si preguntas en la red por músicos clásicos ateos o no creyentes solo hay un nombre que se repite, el de Nikolai Rimski-Kórsakov (Novgorod 1844-1908). Considerado maestro de la orquestación, es popularmente conocido porque algunas de sus creaciones pertenecen al abc de la música clásica. He elegido una de ellas, su espectacular “Vuelo del moscardón”, que aprendo ahora es un interludio de “El cuento del zar Saltán”. En este caso en versión 10, la de Zubin Mehta dirigiendo la Filarmónica de Berlín.
Aunque el moscardón es en la obra un príncipe convertido en insecto para poder acercarse a su padre, que lo cree muerto, a mí me ha parecido una buena metáfora del incordio que los laicos debemos seguir profiriendo al inmenso poder que aún detenta la iglesia católica. AAAAmén...



jueves, 6 de marzo de 2025

Ruth Stone

CUATRO POEMAS DE RUTH STONE CERCA DEL 8 DE MARZO

Compré “Bayas púrpuras”, colección de poemas de Ruth Stone (Roanoke  Virginia 1915-2011), casi a ciegas, detalle solidario tratándose de una mujer que dictó la última parte de su obra en la oscuridad de una degeneración macular, es decir, por una de esas críticas, acertada o no, que te llaman la atención. 

Tras una triple introducción, crítica docta, nieta y traductora, empecé a leer sus poemas traducidos, intentando esforzarme en algún que otro en la lengua original, más por intentar captar la musicalidad de los versos que por entenderlos, dado mi escasísimo conocimiento del inglés. 

Pese a un estilo bastante directo, en lectura inicial no me agradó, principalmente los primeros poemas, incluidos en “En un tiempo iridescente”, libro publicado poco antes del suicidio de su segundo esposo en 1959, el también poeta Walter Stone, del que no he podido saber prácticamente nada. 

Es evidente que un hecho traumático que engendra el dolor de una quiebra vital está obligado a variar el rumbo de una obra creativa. En el caso de Ruth lo primero es un duelo de seis años en los que abandona la creación, no la actividad formativa, que desarrolla como profesora en la Universidad de Harvard. A partir de ese momento (1965) la poeta inicia un distanciamiento, una especie de desdoblamiento de identidad que se percibe en numerosos poemas. Formalmente en un estilo todavía más directo y sin prejuicios que enamora a base de relectura. 

He seleccionado cuatro de sus poemas, que creo dan buena muestra de una obra que mereció los premios Nacional del Libro y Wallace Stevens en 2002, además de una nominación al Pulitzer de 2009, y como resumen crítico uno de los párrafos que le dedica la crítica literaria Sharon Olds, por tan sucintos como acertados:
“Es una poeta de la tragedia y es una poeta desenfadada, no una formal, su trabajo está exento de la mojigatería propia de la clase media. Es una gran poeta del humor – incluso de la burla -, y de la mirada osada, irreverente. En sus poemas hay una ausencia de respeto, una libertad tomada, que para mí se parece a la fuerza de los excluidos.”

TENACIDAD
¿Puede haberse acabado tan pronto?
Por qué, si tan solo hace un día
me dejabas ganar al ajedrez
mientras palpabas mi vestido
a la altura de la rodilla.
Esa habitación a la que fuimos
a cien kilómetros de aquí –
¿Se han terminado esos viajes en bus?
Los sauces pasando una tras otro,
lánguidos como bestias pacientes
bajo su pelo amarillo
en los campos invernales;
cruzar los arroyos con nieve –
¿Era la última vez?
Cuando iba a reunirme contigo, creí
haber visto al embalsamador allí parado
en la calle sucia y corriente
de esa ciudad repulsiva y corriente
que se abría como una flor de papel
en el ballet, en la galería de arte,
en aquellos reservados oscuros donde bebíamos cerveza.
Una noche, apoyada en un portal de piedra,
esperé a la persona equivocada,
y cuando él llegó percibí el mortecino
color azul de su piel bajo las luces de neón,
y el olor a basura tras la caseta del metro.
Me siento durante horas junto a la ventana
preparando una carta; tú vienes hacia mí,
hacemos equilibrios como bailarines en mis recuerdos,
palpo tu abrigo, huelo tu ropa,
tu tabaco; tú casi me tocas.

CICATRICES
A veces voy en tren 
camino de una ciudad extraña, 
y tras la ventana
tú me explicas tu suicidio,
atosigándome como un niño enfermo.
Mi paz nunca es total.
A veces te cubro
con un alfabeto
o los cabestros mugen tu nombre
pidiéndome lo imposible.
Las flores de achicoria hablan de ti,
miran el cielo con fijeza
como si yo fuera invisible.
A menudo la distancia desde
aquí al estanque cambia.
Anoche un fuego verde 
bajó cual nave espacial
y me acordé
de aquella gente en Argentina
que entró a una
allí donde la hierba apareció quemada,
y olvidó su forma
como leche que se echa a perder;
olvidaron quiénes debían ser
o quiénes sospechaban que acabarían siendo,
y luego mostraron las cicatrices
de sus frentes
a todo el mundo,
rogando que les creyeran.

EL ABRIGO DE SEGUNDA MANO
Siento, 
al palpar sus bolsillos, que ella usaba guantes finos de algodón,
que tenía una caja de pañuelos, que ella misma de lavaba las bragas,
que comía en el Holiday Inn, que tenía un congelador en el sótano,
que era socia de un club de bridge.
Al despertarme pienso
que me he convertido en ella.
Cuelga abajo, en el vestíbulo,
sombra de tensos hilos.
La deslizo por mis brazos, piel de matrona.
¿Dónde estás? Me digo a mí misma, a ese cuerpo huérfano,
y su abrigo dice,
toma tu cartera, ¿has cogido las llaves?

EL FONTANERO
Su labor es íntima.
Él instala tu retrete.
Coloca un aro de cera
bajo el asiento vítreo
donde irá tu caca.
Le estás agradecida.
Es diestro con la llave inglesa; 
un joven callado
que maneja el soplete.
Él suelda las junturas.
Se arrastra por tu ático polvoriento
entre las cajas de muebles de muñecas,
los trenes, los sacos de dormir
desgarrados, los posters de los Beatles,
los catres de acampada, los platos, los muelles de la cama,
para conectar el tanque de agua caliente.
Y lo admiras
como admirarías a San Francisco,
por cómo acepta con sencillez
el estado de las cosas.
Y el agua fluye como un milagro.
Por la noche cada vez
que tienes la vejiga llena
te levantas de la cama.
Y en vez del horrible hedor
del día antes y quizá
hasta del anterior,
en un momento de alegría pura
no hueles nada más que el dulce
moho de una casa vieja
y tu propia orina al salpicar
con el agua cuando tiras de la cadena.
Y te sientes cómoda, mimada,
como una rica matrona romana
que un chico acabara de amar.


Tirando de autolisis he visto que la lista de músicos suicidas es enorme. Al repasarla me ha sorprendido encontrar nombres que sabía muertos pero no porque ellos mismos lo hubieran decidido, lo que da para uno o varios artículos. 
Por nostalgia he decidido escoger a la pareja formada por Dalida y Luigi Tenco. Compañeros de fatigas en el Festival de San Remo de 1967 defendiendo la canción “Ciao amore ciao”, ambos acabaron con su vida con 21 años de distancia temporal. La tecnología ha juntado las voces de su participación en el certamen.