lunes, 1 de diciembre de 2025

Bluff

CARLOS GÓMEZ CARRERA 

LAS CARICATURAS LAS CARGA EL DIABLO

Ahora que está tan de moda la revisión del franquismo, convertido de pronto en un periodo en el que todo dios era libre y feliz, tenía piso y coche en propiedad, algo que solo empezó a darse en sus últimos estertores, vale la pena descubrir la crueldad con que se abrió paso al iniciar su singladura en 1939.

Uno de esos casos es el del dibujante gráfico Carlos Gómez Carrera (Madrid 1903-1940), alias Bluff. Ilustrador naif en sus comienzos, dedicados principalmente al cuento infantil, viñetista en los semanarios “Muchas gracias” y “Gutiérrez”, ficha por el periódico “La libertad”, considerada la publicación progresista de Juan March, hasta que éste la vende en 1934. Es en ese periodo, inmediatamente anterior a la sublevación fascista, cuando Bluff deriva hacia una creación más politizada, si bien siempre dentro de los límites del humor gráfico, sobre todo como uno de los colaboradores estrella de la revista “La Traca”, propiedad del editor republicano Vicent Miguel Carceller (Valencia 1890-1940).

La Traca, fundada en 1884, fue una revista valencianista y anticlerical por la que pasaron conocidos autores como Zamacois o Blasco Ibáñez. Según algunos historiadores la publicación llegó a tener una tirada de medio millón de ejemplares, con una distribución en catalán y castellano que alcanzaba toda la península. 

En La Traca, un Bluff muy comprometido con la causa republicana convierte al depuesto Alfonso XIII y a Hitler y Mussolini en dianas principales de sus sátiras gráficas.

Tras el golpe militar de 1936 el dibujante se ceba en Franco, al que caricaturiza como un militar afeminado. Hay que pensar que en algunos ambientes africanistas éste era conocido con el alias de “la culona” y que la homofobia u homobroma también impregnaba entonces el imaginario “progresista”. 

Detenido junto a Carceller nada más acabada la contienda, consigue inicialmente una redención de penas por trabajo penitenciario, pero su carácter siempre inquieto le incita a publicar una tira cómica en la revista del penal, cínicamente denominada “Redención”. Parece que la aparición de un fulano con el puño en alto y una estrella de cinco puntas en una de sus viñetas despierta la búsqueda de su pasado y remueve el afán de venganza de los franquistas, quizás del propio dictador, por la portada de La Traca.

El caso es que, tras un juicio sumarísimo, el 28 de Junio de 1.940 un camión recoge de la cárcel Modelo de Valencia a siete presos, entre ellos a Bluff y a Carceller con un destino conocido: el paredón del campo de tiro de Paterna, sito frente el Cementerio de la misma localidad, donde ambos serán fusilados y enterrados en una fosa común.

Carceller

Sería injusto cerrar este blog de homenaje a Gómez Carrera, pero también a Carceller, sin citar un hecho ejemplar. El caso es que nada más ser detenidos, los instructores franquistas se centran en conocer la identidad de otro de los colaboradores de La Traca, el que se esconde tras el seudónimo de Tramús o Marqués de Sade, dibujante especializado en temas eróticos. Pese a ser torturados durante días – a Carceller le obligan a comerse literalmente un ejemplar de la revista– no consiguen hacer que canten el nombre real de Tramús, que no es otro que el del ilustrador Enrique Pertegás (Valencia 1894-1962). Este no solo salvará su vida, sino que seguirá publicando, ahora ya cosas inocuas, como un famoso y reconocido tebeo de la época, “Silac, el hombre león”, hasta su fallecimiento en 1962. 

En la época franquista las caricaturas las cargaba el diablo…

Creo que es la primera vez que traigo al blog a los Clash, así que valga este video basado en su "Spanish bombs" como desagravio.



lunes, 10 de noviembre de 2025

LAS REDES Y EL TDH


LAS REDES Y EL DÉFICIT DE ATENCIÓN

Según estadísticas recientes la media de audición de las canciones en Spotify no llega a los 30 segundos. Es una muestra de lo mucho que ha cambiado el mundo de la audición musical desde los años sesenta y setenta del pasado siglo, cuando a los jóvenes muchas canciones nos parecían demasiado cortas. 

 Es evidente que el exceso de información produce ruido, la máxima de los teóricos de la comunicación, que en mi juventud confrontaban con el consumismo de la publicidad intrusiva pero que ahora se manifiesta en el petardeo de las redes, la multiplicidad de los canales y plataformas televisivas, los podcast, los medios tradicionales, los fakes, etcétera etcétera. Actualmente la información no necesita invadir ni agredir, está disponible a través de una polifonía de agentes, incluido el más clásico, la radio, y el consumidor es un ser que busca diversión, emoción, argumento, confrontación o consuelo compulsivamente.

Viene todo esto a raíz de que el blog llegó el mes pasado a las 100.000 visitas, algo impensable cuando empezó - tampoco era previsible que durará más de diez años - pero una nimiedad en la galaxia digital. 

Ahora bien, situémonos. Un blog, este blog, es a X, antes Twitter, como la novela decimonónica al relato corto, en el caso de Tiktok como la superproducción de cinerama a un corto de Tom y Jerry o la Pantera Rosa. En el mío, su elaboración, lo digo con humildad, requiere un esfuerzo de documentación y un plus de redacción, porque uno no es Modiano ni Paco Umbral... Después está el lector, que si pertenece al grupo de amig@s y seguidor@s recibirá la nueva, y si es un@ desconocid@ aficionad@ a la poesía, la música, la arquitectura, podrá tropezar con él y descubrir algo que le llame la atención. Pero en ambos casos, si le apetece leerlo y oír la música que acompaña, deberá dedicarle esa atención durante varios minutos. 

Tiktok es otro mundo. Juntas un par de fotos, varias frases molonas, a poder ser irónicas, mejor mordaces, y una música apropiada que la propia red te recomienda y en media hora te han visto 500 veces. Voy a confesar algo, el mes pasado superé, con mucho, las 100.000 visitas que el blog ha tardado doce años en conseguir. Pero hay más diferencias. Ese visitante que ve el mensaje mientras va a currar en el metro de alguna ciudad salvaje, te da un like y pasa pantalla e incluso, si tiene tiempo, una frase de apoyo o un exabrupto. Pero eso sí, no ha necesitado prestar demasiada atención. Esa es la razón de que a menudo piense que el trastorno por déficit de atención (TDH), una acepción relativamente reciente, es ya mayoritario en la actualidad, lo que para un bloguero esforzado como yo, qué decir de los novelistas, los músicos o los cineastas, es desilusionante.

En cualquier caso, bienvenidas sean estas primeras 100.000 visitas. Y felicidades a mis sufridos y “atentas” seguidor@s.

Se supone que Edu Requejo (Barcelona - 1997) pertenece a la generación más afectada por el TDH. Presentado por la crítica como artista multidisciplinar y ecléctico, yo le veo muy influenciado por los ritmos latinos. Música simple, a veces minimalista, me gusta. Aquí canta "Baghoo (ritmo tropical)", que engancha con la tradición de la salsa catalana.


https://youtu.be/Dkrdp-gzld4 

sábado, 1 de noviembre de 2025

Gil de Biedma

UN POEMA DE GIL DE BIEDMA PARA EL DÍA DE LOS DIFUNTOS

La muerte ronda la poesía de Gil de Biedma (Barcelona 1929-1990), uno de los referentes de la generación de los cincuenta, fallecido de sida tras una vida muy marcada por su condición homosexual en un país aún pacato y represivo.

Poeta que ya ha aparecido en el blog hasta tres veces, una como protagonista, mi primera intención era reproducir su poema ad hoc, "El día de difuntos", que narra una visita al cementerio civil de Madrid, pero me ha parecido más sugerente usar su auto-obituario, creo que de más calidad, "Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma", que dice tal que así: 



DESPUÉS DE LA MUERTE DE JAIME GIL DE BIEDMA

En el jardín, leyendo,

la sombra de la casa me oscurece las páginas

y el frío repentino de final de agosto

hace que piense en ti.

El jardín y la casa cercana

donde pían los pájaros en las enredaderas,

una tarde de agosto, cuando va a oscurecer

y se tiene aún el libro en la mano,

eran, me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte.

Ojalá en el infierno

de tus últimos días te diera esta visión

un poco de dulzura, aunque no lo creo.

En paz al fin conmigo,

puedo ya recordarte

no en las horas horribles, sino aquí

en el verano del año pasado,

cuando agolpadamente

-tantos meses borradas-

regresan las imágenes felices

traídas por tu imagen de la muerte…

Agosto en el jardín, a pleno día.

Vasos de vino blanco

dejados en la hierba, cerca de la piscina,

calor bajo los árboles. Y voces

que gritan nombres.

Ángel,

Juan, María Rosa, Marcelino, Joaquina

-Joaquina de pechitos de manzana.

Tú volvías riendo del teléfono

anunciando más gente que venía:

te recuerdo correr,

la apagada explosión de tu cuerpo en el agua.

Y las noches también de libertad completa

en la casa espaciosa, toda para nosotros

lo mismo que un convento abandonado,

y la nostalgia de puertas secretas,

aquel correr por las habitaciones,

buscar en los armarios

y divertirse en la alternancia

de desnudo y disfraz, dsempolvando

batines, botas altas y calzones,

arbitrarias escenas,

viejos sueños eróticos de nuestra adolescencia,

muchacho solitario.

Te acuerdas de Carmina,

de la gorda Carmina subiendo la escalera

con el culo en pompa

y llevando en la mano un candelabro?

Fue un verano feliz.

…El último verano

de nuestra juventud, dijiste a Juan

en Barcelona al regresar

nostálgicos,

y tenías razón. Luego vino el invierno,

el infierno de meses

y meses de agonía

y la noche final de pastillas y alcohol

y vómito en la alfombra.

Yo me salvé escribiendo

después de la muerte de Jaime Gil de Biedma.

De los dos, eras tú quien mejor escribía.

Ahora sé hasta qué punto tuyos eran

el deseo de ensueño y la ironía,

la sordina romántica que late en los poemas

míos que yo prefiero, por ejemplo en Pandémica…

A veces me pregunto

cómo será sin ti mi poesía.

Aunque acaso fui yo quien te enseñó.

Quien te enseñó a vengarte de mis sueños,

por cobardía, corrompiéndolos.


Hacía tiempo que quería traer esta canción y creo que esta vez es oportuno, porque también habla de un desdoblamiento, el de la imagen que damos y la imagen con que nos ven. La bellísima y danzarina "Katamalo", del grupo del mismo nombre.


https://youtu.be/9julCt3Kl64



sábado, 18 de octubre de 2025

Moussa

MOUSSA, EL DEMBELE QUE NO ERA BALÓN DE ORO

Moussa Dembele
La muerte del maliense Moussa Dembele (nada que ver con el balón de oro 2025) en el derrumbe de un edificio de Madrid es el final cruel de un itinerario que retrata una parte importante de nuestra realidad.

La primera etapa empieza en Mali, un país en guerra desde 2012, y acaba en las Islas Canarias, donde Moussa llega como uno más de los 46.843 emigrantes que lo hicieron en cayuco en 2024. 

Tras algo más de un año en una situación irregular que la extrema derecha asocia a la delincuencia y a una invasión delirante, Moussa tuvo un golpe de suerte. Consiguió el status de asilado de guerra y obtuvo una tarjeta de residencia de larga duración, algo inusual, no solo porque a finales de ese año había 242.000 personas esperando que se resolviera su solicitud, sino porque la mitad tuvieron respuesta negativa. 

En el caso de los malienses, uno de los contingentes de emigración que más ha crecido en los últimos años, hasta convertirse en mayoritario, está más que motivado, porque Mali es un avispero con tres fuerzas beligerantes y un cruce de intereses políticos y económicos ajenos: rusos, turcos, noruegos, británicos, principalmente franceses…  

Moussa pasa por dos centros para inmigrantes y de protección internacional de asilados en Carabanchel y Almería y, ya con papeles, se instala en Madrid y encuentra trabajo con la ayuda de varios compatriotas. ¿Dónde? En una empresa de construcción, sector con cerca de un 25% de trabajadores extranjeros y dificultad en encontrar a profesionales especialistas.

En este caso se trataba de una empresa subcontratada, Anka Demoliciones, especializada en una actividad, la de la demolición, que por su dificultad requiere formación específica. Según los primeros informes el derrumbe pudo deberse a la excesiva acumulación de materiales, es decir, de peso, en una de las zonas del edificio. Aunque la empresa presume de una experiencia que se remonta a su fundación familiar en 1987, otra cosa es la de sus trabajadores. Según compañeros, obreros de la construcción, la demolición es un trabajo muy duro y peligroso, se hace principalmente a pico, y a falta de especialistas, las empresas usan a peones o ayudantes no preparados por salarios muy bajos. Moussa cobraba 1.100 euros al mes. 

Como el accidente que acabó con la vida de una trabajadora española, un ecuatoriano y un guineano, además de la del maliense - una imagen gráfica del “multiculturalismo” laboral - está siendo investigado, hasta aquí las alusiones al mismo, pero ¿para qué y por qué se demolía el edificio? El inmueble derrumbado, en un solar de 1.070 metros cuadrados, está en la calle de las Hileras, perpendicular a la de Arenal, calle que quienes tenemos una edad asociaremos a dos juegos de la época, el palé y el monopoly. Situado a apenas tres manzanas de la Plaza Mayor era una perita en dulce en un entorno madrileño especulativo que expulsa al vecino de toda la vida - la media del alquiler en Madrid capital es de 1.500 euros - y lo sustituye por un turista.

Para situarnos: según datos oficiales en Madrid capital hay 810 hoteles con 94.000 plazas, a las que hay que sumar las 160.000 que ofertan los 16.000 pisos turísticos que aparecen en las plataformas, los 1.131 que tienen licencia, o los 48.000 que, según estimaciones, se dedican a ello. Resumiendo, solo el 7% o el 2,35% de estos pisos turísticos son legales. 

El proyecto de hotel en la página web 
de Caler Advisory..

Pues bien, la perita en dulce es comprada a principios de 2022 por la empresa RSR Singular Assets Europe Socimi, una sociedad en la que participan como máximos accionistas un saudí, un luxemburgués, ambos conocidos en los ambientes de la especulación inmobiliaria, y dos españoles de apellido noble, los hermanos Alvaro y Carmen Escrivá de Romaní. Esta última es CEO de la empresa gestora, Caler Advisory and Asset Management, que pone sobre la mesa 24,5 millones, cambia la licencia de actividad de uso de oficinas a hospedaje en diciembre de 2024 con el beneplácito de la alcaldía, e inicia la obras de rehabilitación para convertirlo en un hotel de lujo, las que, en un accidente todavía investigado, acaban con la vida de l@s cuatro trabajador@s. 

Con el ingrediente añadido de la socimi, un modelo de inversión de gran éxito en los ámbitos inmobiliarios porque no paga impuesto de sociedades a cambio de condiciones asequibles, el itinerario de Moussa hasta su muerte es una relación endiablada del mundo que nos rodea: guerra colonial, emigración salvaje, situación irregular, malas condiciones de trabajo, accidente con sospechas de falta de medidas de seguridad, especulación inmobiliaria, pisos ilegales, inversión extranjera, turistificación, encarecimiento de la vivienda… 


Ali Farka Touré y Toumani Diabate, este especialmente conocido por un disco legendario, el que grabó con Ketama en 1988, fueron dos de los grandes músicos malienses de todos los tiempos. Antes de su fallecimiento en 2006 y 2024 dejaron preciosidades como esta "Kala Djula", que por lo que he podido averiguar significa algo relacionado con la palabra "abrir" en lengua wólof.


https://youtu.be/1PKdK_68r0A

miércoles, 8 de octubre de 2025

KID BANANA


KID BANANA
(último relato corto/deportivo)


Mi abuelo me solía decir que sin su tío Pancri, Kid Banana, nuestra familia hubiera sido anodina. Creo que usaba ese adjetivo poco común porque lo normal era preguntar de inmediato por la rareza de su uso y significado. Además añadía datos que creía o pretendía lo confirmaran.

No tenemos un contrabandista, un futbolista, un ministro o un asesino en serie que meter en el árbol genealógico - decía con cierta sorna - Los bisabuelos labradores, los abuelos albañiles, los hijos abogados y los nietos vagos de remate.

Entre esos nietos sin futuro estaba yo, que cerca de los treinta años apenas acumulaba tres de trabajo. Sin embargo mi abuelo me defendía en los pleitos familiares porque, decía, es el único que ha sacado los pies del tiesto. Todo porque sabía de mi afición y mis pinitos con el dibujo.

Este acabará triunfando, como Picasso - le decía a mi padre cuando este se quejaba de que yo siempre estaba en babia o pintarrajeado con lápices o acuarelas.

El había sido albañil y luego jefe de obra, pero también un lector ferviente que llegó a acuñar una biblioteca más que modesta. En cuanto a Kid Banana, el supuesto alias boxístico del tío Pancri, vio como su entidad corpórea se deshacía en polvo y ceniza cuando murió el abuelo. He aquí la realidad.

Hace algo más de un año, en unos de mis contados viajes a la capital, pasé por el gimnasio Galiana, auténtica catedral del boxeo dedicada a un grande, Fred, a quien en su tiempo llamaban el torero del ring. Según mi abuelo, que me había hablado una y otra vez de aquel gladiador, al que se asociaba con el arte de cúchares por los desplantes que dedicaba a sus contrincantes, allí se había forjado la figura pugilística del tío Pancri, de modo que entré con la intención de saber si aún quedaba alguien que hubiera compartido cuadrilátero con él.

¿Kid Banana? No he oído ese nombre en mi vida - me contestó el dueño del gimnasio - y te juro que no hay boxeador mínimamente bueno al que no conozca.

Eso me descolocó tanto que nada más salir de allí busqué en internet. En la nube virtual solo aparecían dos Kid Banana. Un rapero hondureño y un antiguo boxeador argentino, ya fallecido. Nadie más.

Desconcertado por el resultado negativo de mis pesquisas, consciente de que el argentino, Claudio Bechini en la vida civil, nada tenía que ver con el tío Pancri, llamé a mi madre para preguntarle por el tío-bisabuelo y ella me confesó que no le conoció.

Murió muy joven - me dijo.

Era boxeador ¿no? - le pregunté.

Qué va. No le dio tiempo. Si debió morir con quince o dieciséis años ...

Este dato me dejó definitivamente ko, nunca mejor dicho, porque mi abuelo me había contado las proezas de un púgil que, según decía, había llegado a boxear en el Luna Park de Buenos Aires, el personaje familiar que, a base de mamporrazos, nos había librado del anonimato.

Durante semanas contacté con familiares a los que había perdido de vista hacía años. Se extrañaban de que les preguntara por alguien al que, o bien no recordaban o del que apenas habían oído hablar. Me echaban en cara mi desapego familiar, me preguntaban por mis padres y prometían echarme una mano si descubrían algo relacionado con el tío Pancri. En cuanto a Kid Banana a solo a uno de mis primos sonaba nombre y dedicación.

En pocos meses comprendí que los combates ganados por ko a lo largo de toda España, las peleas encarnizadas con un púgil irlandés y otro nigeriano en el Gran Price de Barcelona, el intento de amaño de un combate que acabó con su periplo americano y una vida privada que le permitió codearse con vedettes y actrices de la época eran fruto de la inventiva del abuelo y de su ahínco por superar la grisura colectiva que creía rodearle.

Los días se dividen en agónicos y apacibles, decía mi abuelo cuando salía de casa a hacer kilómetros, pues así hablaba de sus paseos. Murió sin agonía un día apacible del otoño de hace tres años, veintidós grados y un aire que mezclaba la sombra de los abedules con una brisa que parecía venida de un mediterráneo a casi quinientos kilómetros de distancia, así que no pudo asistir a la presentación, ni saber que le había dedicado mi primer comic, "Kid Banana", la biografía apócrifa del tío Pancri que, espero, siga salvando a nuestra familia de una vida anodina.



martes, 30 de septiembre de 2025

Petanca

PETANCA

(penúltimo relato corto/deportivo)



Tras el último golpe vio el cuello del chaval doblado como el de un muñeco y sus ojos oscuros mirando al infinito. Antes se había oído gritar a sí mismo, ¡Maldito moro!, y el sonido a nuez cascada de la bola en el cráneo del muchacho.

Sus padres le regalaron su primer juego de petanca el verano de 1978, cuando fueron a Narbonne a ver a un amigo de la familia que había recalado allí. Recuerda con precisión aquel verano pese a que solo tenía cinco años porque fue la primera y última vez que vio a aquel hombre, alguien del que la familia hablaba con un raro remilgo, solo porque compartía vivienda con una persona del mismo sexo. Cuando recordaba aquellas imágenes en un sepia absurdo, también oía la música que su padre asignaba a la ciudad, la que Charles Trenet, vecino de la villa y amigo de aquella extraña pareja había compuesto yendo en tren camino de la costa. Una canción que decía así: La mer, qu′on voit danser le long des golfes clairs a des reflets d'argent. La mer, des reflets changeants sous la pluie.(*)

En cuanto al regalo, era un juego de plástico con agarradera que contenía ocho bolas del mismo material con los colores del parchís y un pequeño boliche blanco.

Ahora bajaba una vez a la semana a unas pistas cercanas al club náutico con un compañero de trabajo. Jugaban media docena de partidas con bolas metálicas a 100 euros la esfera y se tomaban un par de jarras de tinto de verano en la única taberna vieja que quedaba en la zona del puerto 

Por los alrededores pululaban grupos de adolescentes, principalmente magrebíes. Algunos jugaban a voleiplaya, hacían ejercicio, también fumaban porros, bromeaban o se metían con las chicas de su edad. Entre ese grupo de chavales había algún que otro descuidero, práctica de toda la vida en lugares concurridos. Se apostaban en el murete que daba a la playa y cuando veían alguna presa fácil saltaban a la arena y en el momento más propicio se llevaban un móvil, un monedero o un reloj y salían pitando.

Él tenía un puntito violento, no cabe duda. No le gustaba perder ni tampoco las bromas porque le parecía que le tomaban el pelo, así que tenía un historial de pequeñas broncas y media docena de puntos en una ceja. Esa tarde estaba caliente. Su pareja de petanca no había tenido su día y estaba quemadete, de modo que cuando vio a los dos chavales corriendo y a una mujer gritando que la habían robado no se lo pensó, cogió una bola y se fue tras ellos. Uno de los chicos tuvo la mala suerte de tropezar y caer al suelo, porque su perseguidor se le echó encima, le empezó a golpear con la bola metálica y no paró hasta que oyó el crujido del cráneo y se dio cuenta de que estaba muerto.


(*) ”El mar, que danza a lo largo de los golfos cristalinos tiene reflejos de plata. El mar, con reflejos cambiantes bajo la lluvia”.



lunes, 22 de septiembre de 2025

Richard Hawley

LA CANCIÓN DEL VERANO

(“Tonight the streets are ours”  de Richard Hawley)

Sigo a Richard Hawley (Sheffield 1967) desde que le conocí tras su abandono del grupo Pulp y empezó a destilar discos estupendos, llenos de melodías que no tienen fecha. Ayuda a ello su voz de crooner intemporal y composiciones que, pese a seguir una línea fácilmente reconocible, nunca defraudan. Muchas de esas canciones, a veces vitales, a veces melancólicas, tienen la capacidad de acompañar, algo fundamental en todo artista que quiera mantenerse a lo largo del tiempo.

Dos de sus canciones, pertenecientes a “Lady´s Bridge” (2007), su quinto LP, que pese a no estar considerado el mejor de su discografía es mi preferido, me han rondado este verano. He elegido una de ellas, “Tonight the streets are ours” (“Esta noche las calles son nuestras”) porque tiene un aire de himno esperanzado, ideal para cerrar el verano y acompañar las fotos orduñesas de estos meses, este año a todo color. 

Esta noche las calles serán nuestras...




domingo, 14 de septiembre de 2025

Jaque mate

JAQUE MATE

(sexto relato deportivo)


Esa noche soñó que jugaba en una plaza de toros, con el graderío lleno hasta la bandera por un público entregado.

Lo narra por la televisión un tipo con gafas oscuras que camufla su seseo cordobés con la letra f, afierto, pafienfia, del que dicen que cantó por la radio el gol épico que Zarra, Farra para él, marcó a la pérfida albión en el mundial de 1950. Los locutores deportivos no competían entonces por entonar el gooool más largo y tenían voz de galán y bigote de jefe de Falange.

Algunos seguidores extendieron una pancarta con su nombre, que rimaba con campeón, cuando llegó con aspecto de payaso hippie, saludó al contrincante bielorruso y al público, alentándolo a animarle aplaudiendo al aire, con el gesto tópico de las saltadoras de longitud y triple salto. Se armó la de dios es cristo, como nunca se ha visto en los sueños de los jugadores de ajedrez. Tampoco se ha visto hasta ahora este vestuario extravagante, tan alejado de la severidad austera de los grandes maestros, con una rebeldía similar a la encarnada por Ilie Nastase en los setenta. Hasta entonces los tenistas iban de blanco, con polos Lacoste o Fred Perry, según latitud y herencia cultural, algo que no iba con el rumano, un macarrilla que presumía de haberse acostado con más de 2.000 mujeres. Nastase decidió que a partir de él los tenistas vestirían como les diera la gana y no venerarían al juez de silla como a un santo sacerdote, y así fue.

De modo que además de presentar ese look estrafalario, el ajedrecista se levantará alzando los brazos en V tras cada movimiento y dará unos saltitos provocadores, mientras miles de aficionados corean su nombre enardecidos y hacen la ola.

Sentado frente al tablero hará muecas, gestos alentadores o burlescos que cabrearán al bielorruso, dispuesto en algún momento a abandonar. Finalmente, cuando aseste el jaque mate a un adversario desquiciado, se deshará de la camiseta y dará dos veces la vuelta al ruedo con el torso desnudo ondeando la enseña nacional.

En ese momento su madre entra por la puerta, levanta la persiana y le despierta. Aún aturdido recuerda entonces que hoy su padre le enseñará a mover las piezas de un ajedrez de madera tallada por él mismo, el que le regaló hace unos días por su sexto cumpleaños.


viernes, 5 de septiembre de 2025

Memorias


MEMORIAS

(quinto relato corto/deportivo del verano)

Vio a Delfín Fernández caminando por la acera de enfrente y cruzó y apretó el paso para alcanzarle. Hacía muchos años que no le veía. Le pasaba con casi todos los amigos con los que había coincidido en el colegio o en las calles del barrio, porque raro era el que no había emigrado, incluso a otras poblaciones y comunidades.

Al llegar a su altura le adelantó y se plantó delante mientras le preguntaba: ¿Qué pasa? ¿No me reconoces?

Fernández se paró, puso cara de sorpresa y pareció dudar unos segundos.

Juan, Juan... - dijo mientras intentaba recordar el apellido, sonreía y gesticulaba insinuando que no hacerlo era un error imperdonable.

Beltrán. Juan Beltrán, para servir a dios y a usted - contestó Beltrán para descafeinar el hecho de que no recordara su apellido -Joder, hacía mucho que no coincidíamos. Sé por la prensa que te va muy bien. Pero, joder, qué años aquellos, qué intensidad, qué bien lo pasamos...

Sí. No me puedo quejar - le dice Fernández.

Beltrán y Fernández coincidieron en el Iuventus, un equipo de barrio de cierta categoría en los años ochenta del pasado siglo, cuando casi todos los campos eran de tierra y los vestuarios tenían un depósito de agua caliente que apenas llegaba para la mitad de la plantilla.

-Joder, Delfín, tenías una zurda con guante de seda. Eras demasiado fino para aquellos patatales. Qué campos...No me extraña que Pradera acabara llevando pantalón largo porque terminaba los partidos con los muslos llenos de raspaduras sanguinolentas. ¿Te acuerdas de Pradera, el cancerbero? A él le gustaba que le citaramos así, el cancerbero. Me enteré que había fallecido hace unos tres o cuatro años porque vi su esquela en un periódico. Demasiado joven...

- Sí. Le recuerdo, vagamente pero le recuerdo. Un chico rubio, muy alto...

- Era alto pero muy moreno - le interrumpió Beltrán - El rubio al que te refieres debe ser Sagarduy, uno grande que jugaba de central. Solía decir que la pelota puede que pasara pero no el jugador. En un córner le pegó un codazo al delantero centro del Padilla y lo dejó KO. Llegamos a pensar que lo había matado. Pero lo más bestia fue el viaje que le dio Valerio a otro fulano ¿Te acuerdas de Valerio? ¿Uno que parecía gitano? Jugaba de lateral.

- Ahora mismo... - balbuceó Fernández.

- Sí, joder, moreno, flacucho, con el pelo hasta los hombros. Pilló a un extremo con las dos piernas y también lo envió al hospital. A los dos o tres años vimos al menda y seguía cojo. Luego supimos que para siempre. ¿Y no ves a nadie de aquellos tiempos? - le preguntó, sabiendo que era difícil, que Fernández viviría en la parte alta de la ciudad o en alguna de las urbanizaciones de lujo de la sierra. Que no frecuentaba el barrio porque sus padres habían fallecido hacía mucho tiempo, y siendo como era directivo de un grupo bancario pertenecía a otro mundo, a otra memoria, a otra dimensión.

- No. La verdad es que he perdido el contacto. Ya sabes. Te cambia la vida...mis padres murieron y vendimos el piso. No sé. Alguna vez me he encontrado con Sánchez. ¿Era Sánchez? Uno bajito que jugaba de extremo. Que era muy rápido, zurdo…

- Santos. Miguel Santos, el cirujano. Joder, cómo corría el cabrón. Pero ese solo jugó un par de temporadas. Se fue al equipo de la universidad y nunca más se supo. Sé que es cirujano porque operó a un amigo mío de cáncer de colon. En su lugar vino un argentino, Cassari, un exiliado ya mayorcete amigo de Sagarduy. Le recuerdo muy bien porque decía que jugaba de güin, de extremo, y era muy supersticioso. Se ponía una media de cada color, y como el refer, así llamaba al árbitro, no le dejaba, las llevaba debajo de las oficiales. Le veías las pantorrillas y parecían las patas de un hipopótamo. Tenía más manías. Santiguarse al revés, salir al campo el último, no jugar los días 13… ¿No lo recuerdas? Cuando marcaba un gol le tarareábamos Superstition, una canción de Stevie Wonder que estaba de moda. Le he visto alguna vez con su mujer.  Era un bellezón...

- Le recuerdo. Tocaba muy bien la guitarra. - apuntilló Fernández.

Era cierto. Alberto Cassari se había tenido que exiliar a finales de los años setenta porque los militares que gobernaban Argentina le consideraban un subversivo. Su principal fechoría era cantar canciones de Jorge Cafrune en un pequeño bar de Buenos Aires. Cuando llegó a España ya tenía treinta y un años, de modo que con Eduardo Bruceño era el veterano del equipo.

- Bruceño también murió. Era mi mentor, el que me enseñó el abc del fútbol, a desmarcarme, a abrir huecos, a tirar las faltas. Claro, es que nos llevaba diez años. Le seguí viendo hasta que se divorció y se fue a vivir con una hermana. Ella me avisó de su muerte. Se pegó un hostión yendo de vacaciones, creo que cerca de Aranda del Duero.

- No le había vuelto a ver - dijo Fernández - recuerdo que fumaba mucho.

- Mucho no, todo. A veces en el vestuario, en el descanso. Tampoco era lo peor. Izquierdo se tomaba un captagón media hora antes, y Carlitos Badosa, un sol y sombra, decía que para entrar en calor. En fin, Delfín...- la rima improvisada le hizo sonreír pero al momento prosiguió - Joder...me ha salido un pareado. Decía que en fin, que nos hacemos viejos...A veces sueño que todavía juego a fútbol, creo que en blanco y negro, y sueles salir tú, en una de esas pesadillas que se repiten. Estás en el centro del campo, te zafas de tu marcaje y lanzas un balón al hueco. Yo corro y corro y corro y corro y cuando pillo la pelota y ya he esquivado al portero me resbalo y veo como el balón se escapa mansamente por la linea de fondo. Joder...lo que daría por volver a jugar, por tener aquella edad...

- No conocemos el valor de las cosas hasta que las perdemos - cerró Fernández.

Se despidieron no sin antes desear volver a verse, pero ni siquiera se dieron el número del móvil, porque ambos sabían que no sería así.

Se había hecho tarde y empezaba a anochecer. Las farolas, recién encendidas, desprendían la luz distinta del verano sobre los plátanos y la tierra reseca y pedregosa del paseo, una luz que Juan Beltrán asociaba a los años dorados de su juventud.


jueves, 28 de agosto de 2025

Duane Eddy

DUANE EDDY 

En algún momento prometí huir de la nostalgia musical, pero entre vinilos eso es imposible, así que estos días me acordé de este disco, que dudaba si haber extraviado.

Pues no. Estaba entre los más antiguos de la discoteca y relativamente bien conservado pese a haber perdido la funda de celofán, especialmente pesado, no sé si por el sonido del que presume, el Dynagrove, y con un contenido para nada excepcional pero sí muy especial.

Tengo que decir que es, con otros tres o cuatro, un vinilo más o menos hurtado, digamos que "descuidado", porque recuerdo que pertenecía a un amigo de mi hermano, F. L., que en los fines de semana de verano, y en ausencia de su madre, viuda de guardia civil, auspiciaba guateques clandestinos en el piso familiar. 

Pero vayamos al disco y a Duane Eddy (Corning-Nueva York 1938-2024), un guitarrista de éxito en la década de los 60 que puso de moda el sonido twang, leo que resultado de sustituir las cuerdas habituales por las de una guitarra eléctrica con el fin de amplificar la reverberación. En cuanto al Dynagrove se dice que conseguía realismo, claridad y brillantez acentuando los graves mediante un sistema de grabación con computadoras analógicas.

En el elepé, del que me ha costado encontrar referencias en su versión española (no en vano hay quien pide 88 euros por el plástico), Duane luce como los crooners de la época, un guapo de tupé, pero él no canta, lo suyo es solo el sonido reverberante de su guitarra.

Hay que advertir que no se trata de un disco brillante, Eddy no era un virtuoso, pero sí, como decía al principio, característico de los experimentos pop del momento, de modo que haré una aproximación genérica y solo mención a algunas de las piezas que más me gustan o sorprenden. Se puede hablar, además, de un disco de versiones, ya que varios de sus cortes lo son de éxitos del momento.

El primero, “Guitar child”, es una introducción muy definitoria de su contenido. Se trata de una composición de la gran Jackie DeShannon y Sharon Sheeley, y muestra el protagonismo del twang de Eddy, creo que acompañado de las voces muy de época de las Anita Kerr Singers y el saxo de Gil Bernal (Los Ángeles 1931-2011). Digo “creo”, porque el disco no tiene créditos y he llegado a esa conclusión tras intensas pesquisas. Es una de las piezas más conocidas del guitarrista.

“Giddy Goose”, uno de los dos temas compuestos por el mismo Duane, está al servicio de su lucimiento y del sonido que se pretendía lanzar, si bien evidencia que no estamos hablando de un gran músico, ni siquiera de un intérprete notorio, pero sí de un producto bien empaquetado.

“Walk right in” es otro de los éxitos versionados del vinilo, en este caso de un tema lanzado por The Rooof Top Singers. Sin grandes alharacas, la de Eddy tiene el valor de dotarle de un sonido muy playero que imagino que en su momento influiría a los Shadows y a los Beach Boys.

“He'd so fine” es quizás la pieza más conocida del elepé, pero por tratarse de un éxito de The Chiffons del mismo año, de un tema muy versionado, y de que hizo que su productora le sacara una pasta al beatle George Harrison, ya que se consideró que les había plagiado su "My sweet lord". En este disco el tema sigue esa  línea de los grupos vocales negros de los sesenta, con un Eddy que sabe mostrarse en un segundo plano, aliñando la ensalada.

“Blowin Up a storm” es una de mis preferidas. Compuesta por David Gates, cantante y prolífico músico de estudio, tiene un sonido muy western, con un Eddy especialmente inspirado.

Le sigue otra joyita pop, “The same old song old night long”, de nuevo con el coro cogiendo protagonismo. La composición es de L. Hazlewood, el descubridor e impulsor del guitarrista, un todo terreno que producía, componía e interpretaba.

“Guitar'd and feathered “, compuesta por Duane, está en la línea característica del primer corte y también da preeminencia a algunos de los músicos de estudio.

El disco acaba con un tema del saxofonista King Curtis, “Soul twist”, que si bien hace referencia a dos de los ritmos de moda en aquel momento, tiene un marcado tono de blues, con especial relevancia del piano eléctrico y el saxo de Bernal, un secundario de lujo a lo largo de todo el vinilo. Desgraciadamente la versión española no está en Spotify, aunque sí gran parte de la discografía de Eddy, de modo que se pueden escuchar todas estas piezas y la mayoría de su repertorio.

Para aderezar el blog he recurrido a una versión directa del primer corte, “Guitar child”, con pequeña entrevista incluida

https://youtu.be/WogiQ64KzvY 

A un maravilloso directo de Eddy con los Rebels Rousers interpretando la canción que les da nombre en 1958

https://youtu.be/K8uZutr1avs

y al mismo tema en el corte de la película “Forrest Gump”


https://youtu.be/pyCGEHYvgsU?feature=shared


miércoles, 20 de agosto de 2025

Jabalina

JABALINA

(cuarto relato corto del verano)

Valentina se jugaba ir a los europeos en aquel concurso y también, de refilón, su quinto título nacional. La televisión la enfocaba resaltando esa circunstancia y la mala suerte que la acompañó durante la temporada, con lumbalgias que habían impedido regularidad en el entrenamiento. 

Con cintura y espalda protegidas con una faja, Valentina saludó al público al ser presentada, se despojó del pantalón del chándal y empezó a hacer ligeros estiramientos. Aunque se trate de una prueba que requiere fuerza, también precisa de gran rigor técnico, una característica cada vez más común en los lanzamientos, lo que hace que los cuerpos de sus ejecutoras sean también más equilibrados y menos pesados. Valentina Setroksova destacaba por su metro noventa y una estampa escultórica, por encima de la de sus compañeras de fatigas.

En su primer lanzamiento pasó de los sesenta metros, pero quedó por detrás de su gran adversaria, Sara Pinia, y lo que era peor, por debajo de la marca mínima para ir al europeo, que ese año se celebraba en Milán.

Hizo dos lanzamientos más, pero algo desconcentrada por el chandrío que se daba cada vez que la megafonía presentaba a velocistas, corredores de mediofondo y saltadores varios, perdió la oportunidad de mejora con dos nulos, tres puestos en la clasificación y por poco no colarse en la repesca.

En el primero de los tres intentos de regalo mejoró doce centímetros pero tampoco pudo superar la distancia impuesta por la federación. Después vino otro nulo y la desesperación de Valentina, que se dirigió hacia la grada para recoger alguna indicación o simplemente el consuelo de su entrenador. Allí anduvieron analizando la altura del brazo, la carrera, el paso, la posición del tronco, el ángulo, el impulso...

Cuando volvió a la zona de lanzamiento algunas atletas vieron en su mirada que no lo daba todo por perdido. Sentada en el banquillo de descanso con los ojos cerrados, Valentina imaginó los movimientos que luego ejecutaría con la rabia que da sentir que ese verano podía acabar siguiendo los campeonatos de Europa por la televisión, si no era capaz de llegar a la distancia requerida. Se acercó a la raya con los pasos medidos, elevó el venablo a la altura precisa, arqueó el torso y lo lanzó con un ángulo que parecía ideal al objetivo.

El graderío vio primero volar la barra y, ya en el aire, convertirse en un arma arrojadiza, caer casi plana en la superficie del estadio, resbalar unas decenas de metros y alcanzar a uno de los corredores de ochocientos en la curva que conducía a la recta de meta.

Dicen que las armas las carga el diablo y esta tampoco era la primera vez que alguien se cruzaba en el itinerario de un objeto más parecido a una lanza que a una herramienta atlética. Unos años antes un chavalote de 17 años se había cargado a un árbitro de un saetazo en Alemania, pero en este caso el mediofondista solo vio frenada su cabalgada hacia la meta con el talón dañado, así que en vez del podio visitó el servicio de urgencias del hospital provincial, donde le colocaron una férula que le  llegaba a  la rodilla.

En el cono de lanzamiento primero cundió el desconcierto, y más tarde, a medida que se comprendió que el intento había sido invalidado, la desolación, ya que, de ser refrendado, hubiera supuesto récord nacional y mínima europea. Pero el reglamento deja claro que la atleta tiene que clavar la jabalina en la hierba y no en el talón del aquiles que pasa por allí para que la marca tenga validez.


martes, 12 de agosto de 2025

"Mágico" - Gismonti, Haden, Garbarek

MÁGICO

En alguna crítica jocosa se dice que la mezcla de músico noruego, yanqui y brasileño parecía la más acertada para un chiste, pero aplicados en corresponder al título del cuarto vinilo que traigo al blog este verano, los tres músicos de culturas tan dispares consiguieron en 1979 crear un espacio común lleno de magia, en el sentido más exacto del término.

Grabado aquel año en el mítico sello ECM, “Mágico” agrupaba a tres de los que habrían de convertirse con el tiempo en marca de la casa: el guitarrista y pianista Egberto Gismonti (Carmo 1947), el saxofonista Jan Garbarek (Mysen 1947), y el bajo Charlie Haden (Iowa 1937-2014), que venía de colaborar con uno de los monstruos del free jazz, el saxofonista neoyorquino Ornette Coleman.

El disco empieza fuerte, porque su pieza inicial, “Bailarina”, 14´26´´, ya muestra la belleza de una obra que en su tiempo me provocó verdadera adicción. Compuesta por los cantautores brasileños Geraldo Carneiro y Piry Reis, muestra la combinación instrumental, a mi modo de ver muy equilibrada, que se da a lo largo del vinilo. Aunque es Garbarek quien marca la melodía de la canción, me encanta la sutilidad de los chicos de la cuerda, por más que en el primer tercio se animen a protagonizar un pequeño duelo, que el brasileño resuelve volviendo al tema central con tarareo incorporado, y que sean ellos quienes cierren la pieza con un desvanecido instrumental no menos sutil. En medio un pedazo de canción que vale la pena degustar sin interferencias ni despistes.

El segundo tema de la cara A , “Mágico”, da nombre al disco y está compuesto por Gismonti. Es un tema de una “magia” solo a momentos luminosa, en el seno de un elepé de naturaleza más bien triste. Garbarek lleva la voz cantante con su saxo tenor, siempre acompañado del brasileño, que se luce con un bonito “solo” con ecos de música española para guitarra. Haden sigue ahí, sin que se note, pero sí se nota.

“Silence” abre la cara B del disco y es el único corte compuesto por el norteamericano. Se trata de una pieza lánguida, alguien la definió como “una balada con la elegante austeridad de un coral de Bach”, yo hablaría incluso de réquiem. Con el lentísimo ritmo que marca un Gismonti dedicado aquí al piano, da tiempo al lucimiento de cada uno de sus intérpretes. Petra, la hija de Haden, que dedicó una versión “a capella” tras su muerte, decía que “a medida que la canción avanza, hay una sensación de esperanza”, la misma que marcó la obra de Haden, un tipo comprometido que formó una banda contra la guerra de Vietnam y dedicó discos y canciones a las víctimas de la guerra civil española, el Che, Sandino o  Dolores Ibarruri, La Pasionaria. Pese a que pueda parecer un contrasentido en un blog dedicado a “Mágico” yo me quedo con la versión que Haden compartió con Chet Baker y otros músicos a finales de los ochenta del pasado siglo.

“Spor”, el cuarto corte del disco empieza con el dúo de cuerdas entrando suavemente hasta dar paso a Garbarek, autor de la canción. Se trata de otro tema melancólico con protagonismo alternativo de saxo y guitarra, y un Haden que nuevamente apenas se deja oír.

“Palhaço” es el tema más corto y el que cierra el disco. Es también la pieza más vital del vinilo, con Gismonti, su compositor, de nuevo al piano con instantes de extraordinaria belleza e inspiración. Aun tratándose de una canción que me gusta mucho, hay momentos en que me sobra el saxo demasiado estridente de Garbarek, un músico al que mi amigo Pepe y yo vimos por aquella época en la mítica sala Zeleste de Barcelona. 

El éxito del disco hizo que el grupo repitiera un año después con “Folk songs” y que nada más y nada menos que treinta años más tarde se editara una grabación en directo y aumentada de “Mágico” con el nombre de “Mágico-Carta de amor”, que contiene, entre otras, la canción dedicada a La Pasionaria. 

Además del enlace al original en Spotify (https://open.spotify.com/intl-es/album/2TmLd8hxA3Xgd8mc304bTg?si=q_SvfEpeR3yBMJ5M4jk6qA) acompaño una versión en directo del elepé en el Berliner Jazztage de 1979, que aunque bastante fidedigna altera algo el orden del disco e incorpora improvisaciones de los músicos. También incluyo enlace a la grabación/homenaje de la hija de Haden de la que hablo en el blog. Que lamiak, bruixes, brujas y meigas os acompañen.






lunes, 28 de julio de 2025

El muro

EL MURO

(tercer relato deportivo del verano)


Al kilómetro treinta no le gusta nada que le llamen "el muro". ¿Por qué no al treinta y uno, o al treinta y cinco o al cuarenta si de lo que se trata es de dar un número redondo? A ese kilómetro sí hay garantía de que llegan los atletas agotados, echando el bofe. Dicen los expertos en maratón no sé qué del glucógeno y de que el cuerpo empieza a chupar la grasa acumulada, una grasa que, para qué engañarnos, no parece abundar entre los de élite. Suena el muro además a disco de Pink Floyd y al Berlín de los años setenta, cuando todavía no corría ni dios, o sí, los africanos, que solo tenían que cambiar la sabana por el asfalto y el tartán.

El kilómetro treinta sí percibe el gesto de preocupación de los corredores populares y una cierta cautela porque, una vez alcanzado, estos bajan el ritmo. Por culpa de la leyenda que lo define como un obstáculo, el kilómetro treinta es siempre el más concurrido. Los familiares y amigos del maratoniano se aglutinan alrededor y lo jalean con fervor y tópicos al uso. El corredor apenas puede sonreír, busca algo con qué hidratarse, hace un gesto con la cabeza y habitualmente acorta la zancada. Habitualmente, porque también existe el atleta temerario o el "sobrao". Sabe el kilómetro treinta que este último acabará renqueante y caerá extenuado nada más cruzar la meta. Durante los dos días siguientes apenas podrá andar, pero cuando le pregunten que qué tal, simulará no haber sufrido y declarará que espera el próximo maratón como agua de mayo. En cuanto al temerario se retirará a los pocos kilómetros abatido por un racimo de calambrazos.

Acabada la prueba, el kilómetro treinta, alias "el muro", vuelve al anonimato. Quitan toda señal definitoria, sea un cartelón chungo o un arco hinchable, y recobra una vida anodina de calle de doble dirección y OTA para residentes.


viernes, 18 de julio de 2025

John Renbourn

JOHN RENBOURN

John Renbourn y Bert Jansch

Fundado en 1978 por Manuel Domínguez, un melómano que trabajaba en Onda Dos, la FM de radio España, el sello Guimbarda fue un milagro que duró apenas 7 años pero fue capaz de publicar 300 discos, entre ellos auténticos tesoros hoy buscados por los coleccionistas.

Para los aficionados a la música, en aquellos tiempos Guimbarda era al folk como ECM al jazz más avanzado o Windham Hill a la new age, un catálogo de referencia donde, además, grababan músicos y grupos que empezaban, junto a otros en su mejor momento.

Entre estos últimos he dado en mi colección de vinilos orduñesa con tres LPs de John Renbourn (Marylebone-Reino Unido 1944 – 2015), dos de ellos publicados en España por aquel sello discográfico.

Renbourn, considerado uno de los músicos más influyentes del folk británico, había fusionado este estilo con elementos de jazz, blues y música barroca, fundando en 1967 el grupo Pentangle, junto a Bert Jansch, con el que compartía gustos y experimentos. Un año antes ambos habían grabado Bert and John”, uno de los discos emblemáticos del folk inglés, desde luego que de Guimbarda y el primero de los tres a los que me quería referir.

Hay que advertir que es un disco que hay que oír varias veces para degustarlo y apreciar lo avanzado que suena el dúo de cuerdas sesenta años más tarde. Es el caso de "Goodbye Pork Pie Hat", obra de Charlie Mingus y una de las canciones más versionadas del jazz clásico, donde los guitarristas parecen evadirse y encontrarse una y otra vez mediante afinaciones alternativas y ritmos complejos.


https://youtu.be/WfeXvvQ98y8
 

He seleccionado esa pieza, porque refleja el contenido de un disco muy experimental, y como contraste una miniatura de factura un tanto aflamencada, “East wind”, que daba entrada a la primera cara del vinilo.


The black balloon”, grabado en 1979 y también distribuido por Guimbarda, plasma la depuración técnica de Renbourn, que se acompaña en algunos cortes de la flauta de Tony Roberts y de pequeños trazos percusivos, obra de Stuart Gordon, para desarrollar la combinación de estilos que caracterizó su carrera hasta su fallecimiento en 2015, del folklore al jazz pasando por elementos de la música clásica. No en vano en 1982 Renbourn inició estudios de composición, orquestación y música antigua, una veta musical que le llevaría a la docencia y a participar en proyectos de cierta envergadura, como recopilaciones de obras renacentistas para guitarra.

Es también un disco muy completo pero me quedo con la preciosa “The Pelican”, en la que se aprecia la maduración técnica y compositiva de la que hablaba anteriormente.  


El tercer vinilo, “The ship of fools”, ajeno a Guimbarda y nada que ver con la canción de John Cale, a la que dediqué espacio en este mismo blog (https://charlievedella.blogspot.com/2021/10/john-cale.html) es muy posterior (1988) y mucho más tradicional. Se trata de un disco grupal, que incluye voces e instrumentos de la pareja formada por Maggie Boyle y Steve Tilston, y la permanencia de Tony Roberts, que ya estaba en “The black Balloon”. Pese a que algunas de sus composiciones mantienen estructuras complicadas, no tienen nada que ver con los riesgos experimentales y ecos jazzísticos de la época de Pentangle, y aún siendo un disco hermoso pienso que quizás acaba siendo algo monótono. Haciendo repaso de las críticas del disco en internet, muchas de ellas por músicos y eruditos, veo que no coincido en mi selección, pero como al fin y al cabo yo solo soy un degustador he elegido dos piezas, ambas cantadas: “Sandwood down to kyle”, milagrosamente encontrada en un concierto de 1990; y una canción tradicional irlandesa muy versionada, “The verdant braes of screen” en este caso en su versión original. 

https://youtu.be/CZerw6LkunU 



domingo, 6 de julio de 2025

Caída

(Segundo relato deportivo)

CAÍDA

Decían que Biliardo era un suicida bajando, de modo que, incluso cuando se le vio llegar con algo más de un minuto de retraso a la cima, ningún comentarista arriesgó a darle la etapa y el Giro por perdidos.

Al cruzar la pancarta del puerto, tercero tras dos escapados, sacó una especie de chaquetilla impermeable de no se sabe dónde y se la puso con una calma chicha que permitió llegar a su altura a un colombiano, adelantado durante parte de la subida pero al que habían acabado rebasando.

Le dejó que le abriera camino la media docena de curvas suaves que abrían el descenso, y a la séptima le pasó por la izquierda como una exhalación. El colombiano apenas le cogió rueda los trescientos metros que les separaban del primer giro de herradura, porque allí el italiano empezó una bajada a tumba abierta que, por momentos, alcanzó los 100 kms. por hora, según declaró horas después el motorista de la RAI que le daba cobertura. 

Este había decidido dejarle unos metros de vidilla cuando le perdió al salir de una curva que parecía abierta. Como no le veía metió gas y llegó a ver a lo lejos a los dos escapados pero no a Biliardo. Estaba claro. Se había esfumado en algún tramo anterior, así que avisó a la dirección de carrera e inmediatamente se inició la búsqueda. 

Lo que pasó es que Biliardo había patinado en una pequeña mancha de aceite e ido terraplén abajo por una zona boscosa. Tumbado sobre una manta de líquenes, helechos y zarzales, tuvo la suerte de no golpearse con ningún árbol al caer, de modo que pronto hizo su propio pronóstico: clavícula y rodilla derecha, retirada segura. Pero podía andar y escalar aunque fuera con dificultad, así que empezó a hacerlo ayudándose de troncos y ramajes que usaba para auparse y empujarse. De ese modo, renqueante, con la ropa hecha jirones y el cuerpo lleno cortes y  rasguños consiguió alcanzar la cuneta y ser atendido por las primeras asistencias.

Mientras, otro equipo de emergencia hurgaba medio kilómetro más adelante, en la creencia de que la caída también se podía haber producido en esa zona. Fue allí, en un lugar muy cerrado por los matorrales, donde un joven voluntario encontró algo sorprendente. Era el cadáver momificado de alguien vestido de ciclista, del que, pese al tiempo transcurrido desde su desaparición, pronto se conoció la identidad. Se trataba de Miquele Cortese, vecino de un pueblo no muy lejano, desaparecido diecinueve años antes. 

Su familia declaró que solía subir los picos de los alrededores del pueblo, pero parece que ese día se alejó algo más de la cuenta y seguramente cayó por causas desconocidas en aquella zona frondosa. Aun así, nadie se explicaba que no hubiera sido localizado con anterioridad.

Pese a la expectación que genera el Giro, los titulares se centraron al día siguiente en la noticia del cadáver, que en los medios aparecía pixelado con ropa ciclista de los años noventa, y solo en la crónica de la etapa y en páginas interiores en Biliardo y en el holandés De Graaf que, en esa misma jornada, ganó la etapa y se enfundó la maglia rosa. Fue sin duda el gran día de gloria de Miquele Cortese, vulgar ciclista aficionado.