MADRIDES (1)
Tendemos a tirar de topicazos para no tener que rebuscar en códices y hemerotecas, ni retorcernos las meninges más allá de lo meramente necesario. A menudo nos tragamos lo que nos cuentan si eso satisface y/o refuerza nuestras convicciones.
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El madrid banal |
Yo
confieso que me aturden cada vez más las grandes urbes, incluida mi
ciudad natal, y las rehuyo a la vez que descubro que hay una segunda
línea de pequeñas capitales de provincia y pueblos apetecibles
porque envejecen y crecen con mesura.
Hace unos días estuve en Madrid con un corto y orientado objetivo: ver parte de la obra arquitectónica de Miguel Fisac (Daimiel 1913-2006), pariente y paisano de mi abuelo materno. El objetivo máximo se cumplió a medias, porque había casi olvidado que hay trayectos que, incluso en metro, ocupan cerca de una hora, y distancias kilométricas si uno quiere ir al detalle de lo que esconden las calles.
Acudía con el prejuicio de visitar un paraje presidido por personajes iletrados y banales a los que ha elegido una mayoría ciudadana desorientada, una ciudad que presentía abrazada por amantes de los embotellamientos, terraplanistas, pijos, corruptos, patriotas de pulsera y banderola y otras anomalías. Un error al que nos suele conducir la miopía ideológica y la tendencia a crear sacos y cajones de sastre. Obviaba, por ejemplo, que la actual presidenta solo fue elegida por menos de uno de cada tres electores madrileñas/os, un dato tan esclarecedor como pasar tres días, solo tres, para descubrir lo evidente: que hay, afortunadamente, muchos madrides.
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Patinador en la Pza. Colón |
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Paseo Castellana 4 |
La
obra de Fisac que permanece ( la más emblemática, La Pagoda, fue
derribada en 1999 -
https://elpais.com/elpais/2019/07/05/icon_design/1562328957_375388.html
), aunque dispersa, está presente a lo largo de la ciudad. En la
parte más rica del centro, Castellana y calle Serrano, conserva dos
edificios. El primero, junto a la plaza de Colón, ahora lugar de
referencia de la ultraespaña cañí, es una aseguradora en la que se
pueden apreciar uno de sus elementos constructivos preferidos, el
hormigón, y la rareza de su tratamiento de la luz. No pude resistir
hacer una foto que plasma el Madrid múltiple, la de un patinador muy
joven junto al centro cultural subterráneo y una estatua de Jaume
Plensa al fondo. Imagino a Fernán Gómez, que da nombre al centro,
cagándose en los muertos de los oradores fascistas desde su tumba,
cuando estos decidieron echarse al monte desde la plaza hace unos
años.
En el otro, el edificio del CSIC, predomina el ladrillo vista, otro material del gusto del arquitecto. En su capilla, algo ecléctica, apenas puede advertirse la participación de Fisac. Por problemas técnicos no conseguí inmortalizar a los cuatro confesores que aguardaban con aspecto estoico la llegada de clientes, sobre todo a uno que se abanicaba con aire de cupletista. Todo no puede ser...
Durante los seis kilómetros que me separaban del último objetivo de la tarde volví a recorrer espacios pateados muchos años antes y comprobar que ahí sigue la urbe monumental, palecetes, edificios públicos, museos, la embajada de Estados Unidos defendida por policías y seguratas, e iglesias, muchas iglesias. En esa zona la gente viste bien. Los niños son rubios y los locales sirven glamour con acento latino.
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interior de San Pedro Mártir |
La
mañana siguiente la dediqué a la joya de la corona, la parroquia de
San PedroMártir, más conocida como "de los dominicos".
Cuando, tras un viaje en metro de más de media hora hasta los
pinares de Chamartín, descubrí que aún me quedaban otros tres
cuartos de hora a pie, reafirmé mi idea de que las ciudades amables
no pueden tener semejantes proporciones. Sanchinarro, que aún
conserva un extraño centro de plazas circulares que se comunican
entre sí, tiene en esa zona el clásico ambiente de los barrios, con
sus pequeñas tiendas y gentes que se conocen, saludan y conversan,
pero a medida que avanzas hacia la Moraleja los grandes solares,
parques y urbanizaciones descubren una ciudad casi desértica. Forma
parte del Madrid de las piscinas, con inmuebles fortificados por
empresas de seguridad y habitantes que imaginas parapetados tras sus
vallas opacas. Allá ellos...
Supongo que cuando la iglesia fue inaugurada en 1959 como parte del Teologado de los padres dominicos, su entorno era un paisaje rural, con rebaños de ovejas pastando en los campos pajizos. Según me dice el conserje, que me abre la Iglesia tras comentarle que he venido de Bilbao con el fin de verla, la mayor parte es ahora un colegio inglés de carácter privado, y solo en un costado la residencia de un puñado de curas.
Para
un no creyente la sublimidad de los templos solo adquiere valor con
la belleza o no de sus formas. Había visto muchas fotos del interior
de la iglesia, no tanto de un exterior decepcionante, quizás porque
el énfasis del entonces todavía simpatizante del Opus Dei, secta
que había abandonado abruptamente cuatro años antes, estaba en el
enaltecimiento de una espiritualidad introspectiva. Se crea o no en
alguno de los dioses monoteístas, el no es mi caso, la limpieza
formal y una luminosidad natural llena de contrastes demuestra que
hay un dios más común llamado belleza. Resumiendo: el objetivo
principal había cumplido las expectativas.
De vuelta al centro, las paradas de autobús, en medio del páramo, tenían colas de mujeres de aspecto latino que imagino volvían a los pueblos y barrios del sur, y en el metro, mientras un guitarrista se buscaba la vida cantando a Roberto Carlos, otras tantas sesteaban después de horas cuidando ancianos o limpiando portales.
Continuará...
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