LA MÚSICA CONSUELA (3)
Empecé las entradas dedicadas a Joan Margarit hablando de
los cassettes portátiles que aparecieron a finales de los años setenta del
pasado siglo y me voy a ir aún más atrás para recordar las gramolas,
seguramente el primer intento de arropar la vida con canciones de tres o cuatro
minutos. Parece mentira que parte de nuestra juventud transcurriera alrededor
de aquellos artefactos y que, por lo menos en mi caso, asociemos cierta clase
de música a ellos y a los autos de choque, donde la canción del momento sonaba
una y otra vez, durante horas.
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Una gramola muy parecida a las de los bares de mi barrio |
Junto a la canción francesa, a la que dediqué la entrada
anterior, la música clásica es, con el jazz, una presencia permanente en su poesía. Un ejemplo es “Tchaicovsky”,
uno de los múltiples poemas dedicados a su hija Joana, afectada desde su
nacimiento por el síndrome Rubinstein-Taybe y fallecida en setiembre de 2001,
que se contrapone a “Nit fosca al carrer Balmes” (“Noche oscura en la calle
Balmes”), del libro “Estació de França” (“Estación de Francia”), en el que reconoce
que por un momento deseó su muerte: “Escucho la Patética y me veo/deseando la
muerte de Joana”, y denuncia “la complicidad de aquella música” fúnebre.
El poema “Jazz” está dedicado a otro de sus hijos, Carles
Margarit. Habla de la noche en que Carles, seguramente aún niño, descubre el centelleo
de un saxo, un instrumento que es, hoy día, su principal herramienta de trabajo
(“Avui aquell infant/és un músic de jazz”- “Hoy aquel niño es músico de jazz”,
del poema “Fill a l´hivern”). Vuelve al final del poema la idea de la música
que consuela, que “l´abrigarà de la desemparança” (“su abrigo contra el
desamparo”), que da calor (“l´escalf de la germana morta” / “el calor de
aquella hermana muerta”) y compañía (“La nostra compañía” / “Nuestra
compañía”).
No es excepcional que Margarit asocie la música de jazz a la
ternura, como la melodía que acompaña y transmite recuerdos, sea en soledad
(“Te gusta el jazz muy lento si estás solo”, del poema “Melodía”) o en el
escenario de los clubs, hoy desaparecidos o luchando aguerridamente por
subsistir. Garitos en los que hay “algú que crida amb veu enrogallada”
(“alguien que grita con voz enronquecida”), “hi ha aplaudiments; una copa
trencada” (“hay aplausos; una copa rota”), versos de una composición que no en
vano titula “Tendresa de fons” (“Ternura de fondo”).
Como ya reproduje “Remolcadors entre la boira”
(“Remolcadores en la niebla”), poema representativo de la influencia del jazz
en la obra de Margarit, rescato ahora “Concert a l´Europa” (“Concierto en el
Europa”), que subtitulado (Herb Heller 24/3/1991) dedica a la mítica sala de
Lleida y a un saxofonista de la costa oeste que, según parece, tocó con Charlie
Parker. El poema describe a un viejo músico de “cejas blancas” que, “dándose
masaje en las rodillas, sonríe y sigue el ritmo de la música moviendo la
cabeza”; que toca “como una alarma aérea” y “sostiene el saxo” como si fuera
“el fusil de un soldado que descansa, en su última noche, antes de la batalla”.
Es un corto poema de una gran belleza sobre el ocaso de la vida, así que nada
mejor que reproducirlo.
CONCERT A L´EUROPA
(Herb Heller, 24-III-91)
Podria ser un comptable o un profesor,
però fa quaranta
anys tocava amb Charlie Parker.
Comptables en som
tots, o professors,
però existeix l´instant durant el qual
un es pot escapar de la derrota.
Sota les celles blanques
tanca els ulls i desperten els seus llavis
el so d´alarma aèria del saxo.
Després del solo, seu a un tamboret
i es fa massatges
als genolls, somriu
I va seguint la música amb el cap.
Sosté el saxo entre els braços, el fusell
d´un soldat que reposa,
l´ultima nit abans de la batalla.
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CONCIERTO EN EL EUROPA
(Herb Heller, 24-III-91)
Podría ser contable o profesor,
pero hace cuarenta años tocó con Charlie Parker.
Todos somos contables, profesores,
pero existe el instante en el cual uno
puede escapar de la derrota.
Bajo las cejas blancas, cierra los ojos
y sus labios despiertan
el sonido del saxo, como una alarma aérea.
Tras el solo, se sienta
y, dándose masaje en las rodillas,
sonríe y sigue el ritmo de la música
moviendo la cabeza.
Sostiene el saxo entre sus brazos,
el fusil de un soldado que descansa,
en su última noche, antes de la batalla.
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Joan Margarit y su hijo Carles colaboran habitualmente.
Fruto de esa simbiosis son las dos versiones discográficas de “No era lluny ni
difícil” (“No estaba lejos, no era difícil”). Yo he elegido esta emocionante
interpretación sinfónica de “Cançó de bressol per la Joana” (“Canción de cuna
para Joana”) como una especie de resumen de esta tercera y penúltima entrada de
“La música consuela”. Que así sea...