No me refiero a ese viejo negocio de usureros, esa antigualla
medieval que cobra por un sírvase usted mismo a través de
transacciones virtuales y te obliga a hacer todo por cajero, móvil u
ordenador de tu casa; no a la empresa titular de esas oficinas
minimalistas en las que, no se sabe porqué imperativos tecnológicos,
un pobre esclavo, un ingeniero o economista al que han colocado
detrás del mostrador por un puñadito de euros, te remite a la
oficina de origen aunque esté a más de cincuenta kilómetros ya
que, dice cabizbajo y avergonzado, no puede acceder a tu cuenta; no,
no es a esa rémora del sistema a la que en muchos pueblos de la
península llaman con el gracejo que les caracteriza “la
diligencia” porque, como en los tiempos de John Ford, acude una vez
cada tanto tiempo a proporcionar de cash a los lugareños; ese
negocio improductivo que hace no tanto tiempo ocupaba uno sí y otro
también los bajos de nuestras calles y ahora se repliega nuevamente
a las avenidas principales, a las que hay que ir de nuevo, sin
remisión, a que te maltraten.
Uy!!!, me he venido arriba y olvidado
que quería hablar del otro banco, el de carne y hueso, el de toda la
vida, el banco de piedra, madera o metal, el banco gratuito para
solazarse y ver pasar el mundo y la vida.
Traigo el tema a cuenta de que oigo por la radio que algunos
ayuntamientos se plantean la recuperación no comercial de los
espacios públicos, calles, paseos, bulevares. Antaño reivindicábamos áreas peatonales para
ralentizar la vida, pero al peatonalizarse las vías públicas se han ido privatizando convirtiéndose en bares, comedores y fumaderos de gente estresada,
de modo que bienvenida la oferta municipal.
Pero mientras se mueven o no las alcaldías aprovechemos lo que
queda, sentémonos a ver pasar la vida sin prisa, aburrámonos.
Mientras los bancos, estos naturalmente, sigan siendo gratuitos, no
haya que consumir o pagar un alquiler, poseámoslos, hablemos con sus
pobladores, seguramente gente ociosa como nosotros, ancianos, ricos,
pobres, espectadores, protagonistas, tullidos, cansados, porretas,
indigentes, aburridos, cotillas, meditabundos, dibujantes,
pensadores, sedientos de sol o de aire libre. ¡¡Viva el banco, el
público, el de todos!!
Pues a ello, a sentarnos a ver como “Pasa la vida” (Pata Negra).
Hace unas semanas me involucré en una discusión de Facebook sobre el
progresismo de determinados artistas o intelectuales. La chispa era
la negativa de Carlos Bardem a atender a las preguntas de OKDiario,
el periódico que dirige el “periodista” (por lo que se ve tiene
el título) Eduardo Inda.
Pocos días después, y tras un primer intento fallido por llenazo,
veía “Candilejas”, de Charles Chaplin, en Bilboarte, un centro
dedicado, entre otras cosas, a redescubrir y revisar obras de autores
olvidados y dar a conocer a otros más noveles. Además de una palabra que el tiempo va dejando en desuso, “Candilejas” era una de las tres películas preferidas de mi padre y en más de
una ocasión le había oído hablar de ella y tararear su motivo
musical central. Me gustaría pensar que el año de su estreno, 1952,
pudo ser especial para él, porque nacía su segundo hijo, un
servidor. De modo que el visionado de la película tenía su punto
emocional.
La había visto de adolescente pero reconozco que excepto alguna
escena no la recordaba. Es sin duda una obra maestra. Combina múltiples géneros, la comedia y la tragedia, el musical, el humor y la
filosofía, con la destreza ejecutiva de un cineasta todo terreno. Todo ello
mediante un festival interpretativo del propio Chaplin, que como actor
mímico parecía destinado a sucumbir con el sonoro, pero que además
de mostrar una agilidad impropia de su edad, 63 años, aguanta primeros planos
y medios acompañado por una voz grave que el doblaje suele ocultarnos. El último número
de humor, rivalizando con Buster Keaton, es
sencillamente antológico.
He heredado de mi padre, que de niño me llevó alguna vez a las
eternas matinales del cine Savoy de Barcelona a ver los cortometrajes
radicales y anti sistema de Charlot, su pasión por ese personaje de
ficción (https://charlievedella.blogspot.com/2013/11/quien-se-acuerda-decharlot-en-el-piso.html), pero también, ahora, por este Clavero/Chaplin envejecido,
casi acabado profesionalmente, alcohólico como lo fue su padre,
escéptico, por no decir pesimista, recobrando el aliento, haciendo
de tripas corazón para ayudar a alguien más joven, una bailarina
que ha intentado suicidarse, porque entiende que si algo ha aprendido
en todos esos años es que la vida es una lucha permanente.
Acusado de comunista, reprobado por una vida privada fuera de los
cánones de la sociedad conservadora, “Candilejas” fue su último
film en los Estados Unidos, país que abandonaría ese mismo año para no acabar siendo encarcelado.
Era artista y rico, pero su cine acompañó e interpretó el mundo
que le toco vivir con la mirada de los humildes, los reprimidos, los
enfermos, los desesperados. Fue revolucionario, antifascista, pero
sobre todas las cosas un genio irrepetible.
Al acabar la sesión ocurrió algo insólito. La sala de Bilboarte
prorrumpió en una espontánea salva de aplausos rompiendo el
protocolo, y a mí, especialmente emocionado, se me escapó una
lagrimita al acordarme de mi padre.
La
lista de mejores discos y canciones crece potencialmente y es tan cambiante como lo son sus promotores. Hace unos
meses la hubo aquí mismo a cuenta de la impulsada por Gay Mercader
en materia de riffs.
Pues
bien, David Crosby opinaba que Steely Dan era el “mejor” grupo de
pop rock de la historia tras los Beatles, algo que me parece
exagerado y no le eximió de tener que compartir autoría con uno de
mis favoritos jazzísticos, Keith Jarrett. Me refiero a “Gaucho”,
el primer corte del disco del mismo nombre que conservo en vinilo y
perfecto estado de revista.
Portada de "Gaucho"
Publicado
en 1980 con unas decenas de acompañantes de renombre como Joe
Sample, David Sanborn, Steve Kahn o Mark Knopfler, se trata de una de
sus obras, evitaré lo de mejores, más conocidas y exitosas, pero
también la última de su etapa inicial. No en vano la colaboración
de 42 músicos y vocalistas encareció tanto la grabación que estuvo
a punto de paralizarla.
Pero
eso no fue todo. El dúo matriz, compuesto por Donald Fagen y Walter
Becker, se vio envuelto en una pelea de discográficas y Walter,
metido hasta las cachas en el consumo de heroína, fue atropellado
por un coche, lo que le mantuvo en el dique seco durante casi seis
meses. La muerte por sobredosis de su novia, Karen Roberta Stanley,
en enero de ese mismo año, parecía cerrar el ciclo pero aún hubo
más. Su
idolatrado Keith Jarrett les denunció por plagio de su “Long
as You Know You’re Living Yours”, grabado
en 1974 dentro del primer disco del “Europan Quartet”, obligando a que su nombre figurara como compositor en ediciones posteriores.
Así que pese al éxito de un disco que ya es mítico, Walter
Becker, totalmente desquiciado, dejó el grupo y todo tipo de adicciones y se dedicó a cultivar aguacates y producciones esporádicas en años sucesivos. El grupo no volvió a reunirse hasta 1993.
En la Catalunya de mediados de los años setenta la “torre”,
equivalente a la acepción castellana de chalé, empezaba a estar al
alcance de la clase media y de los trabajadores de las grandes
industrias. Recuerdo que mi hermano estuvo trabajando algunos meses
como comercial de venta de terrenos en urbanizaciones que se
extendían por el Vallés, el Maresme, el Alt Penedés y otras zonas
de la provincia. Supimos algo después que muchas de aquellas
urbanizaciones estaban precisamente en terrenos no urbanizables, eran
ilegales, y carecían por tanto de todo tipo de servicios (leo que
llegó a haber 2.300 ilegales y unas 400 en terrenos no urbanizables
de Catalunya). Así que conocí a más de un currela que tuvo que
litigar durante años para conseguir la legalización de la torre que
había levantado con todos sus ahorros.
El Bosc d´en Vilaró, entre Montcada i Reixac y Badalona, un ejemplo de urbanización auto construida
Por lo que sé, lo mismo ocurría en otras grandes ciudades, como
Sevilla, Valencia o Madrid, y así se llenaron laderas y vaguadas de
urbanizaciones, por decir algo, que con los años han podido, no
siempre, gozar de cierta dignidad.
La historia de la segunda vivienda es la historia de un ascenso
social, el de la nueva clase media, que a base de horas extras y
currar como una c…na podía añadir la torre al utilitario y a la
educación de los hijos. Ese ascenso social es ahora, cuarenta años
después, algo que vuelve a ser impensable. Gran parte de los hijos
de aquellos asalariados, empleados públicos, pequeños comerciantes,
no tienen ni para pagar un alquiler.
En el interín se puso de moda la vivienda unifamiliar y el adosado,
que agrupaban en su estructura el piso urbano y la segunda vivienda
semi rural, arrasando el paisaje con rascacielos horizontales y una
demanda exponencial de recursos, pero hasta eso es, por lo menos de
momento, agua pasada.
Es curioso que tener un chalé sea ahora un pecado mortal en las
tertulias y los cenáculos políticos, porque se vuelve asociar a un
cierto grado de opulencia y alto rellano social. En el caso de la
pareja que quería asaltar los cielos es una traición a “los de
abajo”, por más que pasen a engrosar a las masas de hipotecados
con la banca. En el de la marca naranja, por dejarse querer por el
Ibex35. Tampoco importa si gasta de lo suyo.
Lo curioso de ambos casos es que la palabra chalé no tiene ya la
connotación de aquel currante que te mostraba orgulloso la “torre”
que acababa de ayudar a construir con sus manos en una vaguada de
Cardedeu o una ladera de Montcada i Reixac. Siempre fue una metáfora
de ascenso social, pero ahora tiene una connotación negativa y puede costar unas elecciones:
desclasamiento. Es lo que hay...
En su momento se alzó a Blur como principal rival de Oasis en la época dorada del britpop y aún sigue en activo con los miembros originales, lo que es casi un milagro. “Country house” no habla precisamente de un chalé ilegal y autoconstruido, sino de la gran casa de campo de un hombre rico que huye de la ciudad. La grabación pertenece a la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de 2012.
Oí
hablar por primera vez de El Ejido en un viaje a los campos de Níjar
con el mítico libro de Juan Goytisolo en el morral. Habían pasado
más de veinte años desde su publicación pero todo seguía igual,
los caminos polvorientos, las aldeas pobres, casi abandonadas.
Recuerdo a un puñado de niños corriendo detrás del dos caballos,
al café de puchero que daban en una de las pocas tabernas de la zona
playera, a una arriera a la que fotografié con permiso, y en la
parte interior, bajo el pueblo que da nombre a la comarca, sus
primeros invernaderos. Esas son las principales imágenes de ese
viaje a un universo que parecía retenido en el tiempo. Hablo de
1979.
el mar de invernaderos de El Ejido desde el cielo
Hace
unos diez años volví a recorrer las playas de Níjar y me alegré
de que hubieran progresado moderadamente, sin perecer de éxito, como
la mayor parte del litoral que nace en Port Bou y muere en Isla
Canela, pero ya entonces, un nuevo mar, no salino, se había
desplegado por la llanura, un mar de plástico blanco que asombra
cuando lo contemplas en Google Maps, pero todavía un tercio o menos
del que inunda los campos de El Ejido, al otro lado de la capital.
Oí
hablar en primera persona de ese lugar a Gica, la mujer de
nacionalidad rumana que contratamos para que cuidara a mis ancianos
padres. Nos la había recomendado la mujer que acompañó a uno de
mis cuñados en la larga enfermedad que precedió a su muerte. Como
nos dijo que llevaba cuatro años trabajando en España, tres de
ellos en El Ejido, pensamos que no tendríamos problemas para darla
de alta, pero al ir a hacerlo nos encontramos con la sorpresa, parece
que habitual, de que no lo había estado nunca.
Gica
fue una más de la familia el tiempo que estuvo con nosotros y aún
mantenemos una relación personal a través de Faceboock, donde
publica estupendas recetas, principalmente de repostería, así que,
pese a su carácter reservado, nos habló de las condiciones de
esclavitud que sufren los emigrantes en los invernaderos, trabajando
en verano a cincuenta grados, con salarios de miseria (entre dos y
tres euros la hora) y por descontado que ilegalmente. Como campesina
que era, tampoco ahorraba calificativos a la mucha mierda de fruta y
hortalizas que salen de ese lugar, tratadas y coloreadas con química
varia.
Leo
ahora que en las últimas elecciones generales los autóctonos de ese
infierno de plástico (el 30% de la población es extranjera) votaron
mayoritariamente (30,02% a Vox; 22,71% al PP; 16,54% a Cs.) a una
derecha que abomina de la misma migración ilegal que ha ayudado a
transformar un pueblo de 3.000 habitantes en una ciudad de casi
90.000.
Este
hecho me ha recordado otro que viví en mi adolescencia, porque creo
que fue la primera vez que vi una octavilla. En febrero de 1966 el
entonces papa Pablo VI había nombrado obispo de Barcelona a Marcelo
González, un sacerdote que provenía de Astorga y no había nacido
en Catalunya, algo que desalentó a los sectores del clero autóctono
que habían apoyado el Concilio Vaticano II. Recuerdo perfectamente
el tamaño reducido y alargado de las octavillas que fueron
esparcidas alrededor de la parroquia de mi barrio, y por descontado
su texto: “volem bisbes catalans” (queremos obispos catalanes).
Algunas semanas más tarde, sectores del régimen contratacaron con
un cañí “como somos mayoría los queremos de Almería”.
Los
almerienses no eran mayoría, pero sí uno de los colectivos de
emigrantes más numeroso de Barcelona y su periferia industrial,
imagino que algunos del mismo El Ejido o su comarca. Hay abundante
literatura sobre las condiciones de vida de aquella emigración, en
muchos casos no muy diferente de la actual, lo que duele más porque
uno descubre las vueltas y revueltas que da la vida.
fotograma de "La piel quemada"
Por eso me quedo
con una película de la época, “La piel quemada” (Josep Maria
Forn - 1967), que no sé si habrá envejecido bien pero creo que
reflejaba parte de esa realidad de un modo entrañable, quizás
buenista, como insultan ahora, pero con querencia de cohesión
social, de reconocimiento mutuo.
Y
este domingo las municipales…
Fuesen
de donde fuesen, los obispos miraban hacia otro lado mientras sus
párrocos metían mano a diestro y siniestro. El año pasado Els Pets
dedicaron la canción “Corvus” a Pere Llagostera, que lo fue de
Constantí (Tarragona) entre 1972 y 1999. Este personaje, ya
fallecido, aprovechó su afición montañera para abusar de decenas
de niños en los años setenta.
Hace
dos veranos Roberto me guasapeó que se había propuesto escribir un
poema diario, así como el esfuerzo que le suponía. Lo curioso es
que uno de sus guasaps, que hablaba de esas dificultades, me pareció
en sí mismo un espléndido poema y así se lo expresé. Pese a que
nuestros gustos poéticos difieren me lo reconoció.
Pues
bien, hace ahora unos tres meses que Roberto presentó su primer
poemario, “Dentro de este sur” (Ediciones Vitruvio), supongo que
por lo menos parte de ese esfuerzo inspirador, y con esta entradilla
quería decir que cuando uno tiene buen oído, algo esencial para
escribir, sea o no poesía, la pelea con el texto es más una
búsqueda de veracidad, de expresar lo que se quiere, que de la forma
perfecta.
Roberto
es veraz y tiene oído. Sus poemas nos hablan de sensaciones,
transfieren imágenes vividas, sostienen un fondo ético que huye del
sermoneo o del panfleto; sugieren, es decir, pretenden dejar el
regusto que conduce al placer o a la reflexión.
Lo
hace mediante una poesía muy elaborada. En su primera parte,
“Dentro”, hasta se pasa de frenada, lo que en alguna ocasión le
hace perder ese primer oído del que hablaba, aunque de pronto, como
luego veremos, a Roberto le salga una canción. Una poesía que
además de rehusar los signos de puntuación, prescinde casi siempre
de los artículos, desordena voluntariamente las oraciones y acude a
menudo al encabalgamiento y de vez en cuando a la rima suelta en
asonante.
Tanto
en lo estético como en lo que se refiere al contenido, yo me quedo
con el último apartado del poemario, “Surco”, porque redondea
los poemas, que ahora pueden leerse como pequeñas crónicas sin
respiro, alguna vez con la sequedad rotunda de una noticia de prensa,
ganando, siempre a mi gusto, en veracidad y contundencia.
Hay
a lo largo del libro mucho sur geográfico y social, Mediterráneo en
la primera parte, o sea, mucho mar y sol y cielos, a veces gozosos y
otras devastadores, porque ya se ha vuelto imposible pasear por ese
mar como si nada, aparte de nosotros, ocurriera.
Acompañado
por textos del Quijote, recorre luego a sures diversos, Tijuana,
Veracruz, Honduras, el Magreb, Camerún...y convierte al surco en la
frontera metafórica que nos separa de nuestro propio pasado (“de
oriente medio/ la escritura/ de África/ nosotros/ todos venimos de
ahí/ se puede comprobar con los adn/ eso nos dicen”).
Resumiendo,
un libro recomendable que mejora a medida que crece hasta alcanzar y
dejar unas decenas de poemas excelentes.
Entre
ellos he elegido estos cuatro de sus distintos apartados que inicio
con la canción de la que hablaba antes, que a mi me recuerda algunas
de las que nos dejó el gran Agustín García Calvo.
Rodalquilar – V
-
piedra porosa
tapia de patio cerrado pequeño
sin luces sin aire las hojas lloran
sin luces sin aire los troncos mueren
días sueño bajo techumbre
también porosa
patio cerrado al sol abierto al agua
el tiempo
patio que pesa
como el aire de
esta mañana
va lenta
a lo lejos
con camiseta roja de tirantes
me pareciste tú
paseando por Koroni
tal vez por su andar sosegado
tu recuerdo es de un rojo
más intenso que tus labios y sí
me gustarías que estuvieras
aquí conmigo
aunque nos separe el mar o las rocas
impidieran besarnos
aunque mirara simplemente
el caminar altivo
de tu espalda
municipio de Juan
Rodríguez Clara
del estado de Veracruz
personas vestidas de negro
encapuchadas
bajaron de un vehículo rotulado
de policía
portaban armas largas
interceptaron a balazos
un camión de migrantes
mataron una mujer
hirieron un niño y dos adultos
y luego huyeron
así lo declaró
una sobreviviente
a la agencia france press
bajo anonimato
huyó de Camerún
embarazada de tres meses
en furgoneta
en moto
en una pick up
en un camión
en un bus
también a pie
muchas jornadas
con otros hombres
y otras mujeres
intentó pasara Ceuta ocho veces
en una zódiac
a la novena lo consiguió
con su tripa de seis meses
remando y achicando agua
por pagar menos euros
eso dice un domingo en El País
cuando nazca su hijo se llamará
David
porque su salmo veintitrés
dice en la biblia
aunque atraviese
un valle de tinieblas
no temeré ningún mal
porque tú vas
conmigo
Como
Haití
es ahora
mismito uno de los “sures” sociológicos
más olvidados del
mundo, he buceado en su música más reciente y encontrado a la señora
Moonlight Benjamin. Exiliada en Francia, magnética y fascinante, he
escogido esta canción de su último disco, mezcla de rock y ritmos
criollos con estética vodoo.
Leo
en los créditos que Benjamin
musica
textos de poetas haitianos, así que también acompaño
enlaces relativos a dos de ellos: Georges Castera y Frank Etienne.
Creo
que ya es la tercera vez que recurro a León de Aranoa, pero cuanto
más leo su libro de micro relatos más cosas me sugiere. En este
caso me sirve parte de su cuento “Posturas” porque me parece que
describe la tendencia al cainismo ancestral de la izquierda.
Como
estamos en el largo periodo de reflexión electoral, que cada cual
saque sus conclusiones y vote, vote, vote!!!
qué buenas eran las portadas de Hermano Lobo
“Los
partidarios del No aparecieron en grupos pequeños. Silenciosos,
enfadados, tan seguros de sí mismo como suelen. Los seguidores del
Tampoco llegaron después, respaldando a los anteriores con su
presencia redundante. Los del Nunca adoptaron las actitudes más
radicales. Desplegaron pancartas y convicciones ante la perpleja
mirada de los que postulan el Puede, con su amplio margen de duda y
su puerta siempre abierta. Cerca, los del Depende, reciente escisión
causalista de los anteriores, obtuvieron, como tantas veces antes, el
beneficio de la duda. Mientras, los partidarios de Tal vez, antes
Quién Sabe, hacían gala de su tradicional indecisión a la hora de
posicionarse.”
(de
“Posturas” relato incluido en “Aquí yacen dragones” de León
de Aranoa)
No
sé por qué razón he asociado el blog a la canción que da nombre
al último y más maldito disco de Veneno, “El pueblo guapeao”,
con ese final un tanto caótico que rompe su cadencia de himno, pero
me sigue pareciendo estupendo el casamiento que anuncia a su mitad: ¡
Salud y libertad !
De
vez en cuando, principalmente los domingos, siguen recorriendo el
barrio los Testigos de Jehová, normalmente en parejas, a veces en
grupo. Se les identifica con facilidad porque visten como en las
películas de los años setenta. Ellos con trajes de factura
sencilla, con pinta de haberlos heredado de padre o hermano mayor;
ellas con falda por debajo de la rodilla y gabardinas de colores
pardos.
A
veces les sorprendes merodeando los porteros automáticos con gesto
semi clandestino, intentando aprovechar la entrada de un vecino para
colarse en el inmueble a distribuir el “Atalaya”. No siempre fue
así, porque antes era algo, solo algo más fácil acceder a los
pisos.
Pues
bien, en mi familia había una testigo de jehová. Vivía en uno de
los “Nou barris” de Barcelona, y allí íbamos de cuando en
cuando de “visita” siendo yo niño, una costumbre que se ha ido
perdiendo. En al ambiente supremacista del nacional-catolicismo, ser
testigo de jehová era ser una apestada, pero principalmente, hoy
más, una ignorante. De modo que lo normal era cumplir la “visita”
y burlarnos el resto del día de las “majaderías” que argüía.
Muchos
años después volví a toparme con ellos. Había dejado de jugar a
fútbol y el partido semanal de futbito no me llenaba, de modo que
cuando Joan C. me invitó a compartir “pachanguitas” los fines de
semana le dije que sí.
Tenía
y tengo un gran aprecio por Joan C., no solo porque había sido mi
primer compañero de pupitre, sino porque frecuentaba como yo el
formidable chaflán del bar Oller. Por aquel entonces, primeros años
ochenta del pasado siglo, sabía que trabajaba de ayudante de cámara
con los mejores directores catalanes y creo que se ganaba bien la
vida.
la maravillosa terraza del bar Oller en la actualidad
Ya
en el primer partido noté que el grupo de amiguetes de Joan era un
tanto peculiares. Además de ser de edades muy diferentes, pero
principalmente jóvenes, únicamente jugaban entre ellos, rechazaban cualquier tipo de choque físico,
no protestaban, algo difícil en el fútbol, y apenas celebraban los
goles, fueran hacia uno u otro lado. A las dos citas ya supe que se
trataba de un grupo de testigos de jehová y Joan, sin ningún tipo
de proselitismo, me confesó que había dejado el cine porque solo le
proponían películas eróticas contrarias a su moral. En el tiempo
que duró mi relación con el grupo, más o menos un año, ni Joan ni
nadie me habló o invitó a acto alguno relacionado con sus
creencias, de modo que tengo un recuerdo positivo de aquellos
chavales que hacían del fútbol un deporte de salón lleno de
actitudes respetuosas, casi afectivas.
Vi a
Joan por última vez a inicio de los años noventa. Yo ya vivía en
Bilbao y me lo encontré casualmente cerca del Arco del Triunfo en
una visita a Barcelona. No había vuelto al cine. Por entonces se
dedicaba a vender telefonía móvil como se hacía entonces, pateando
calles y dando el coñazo por las casas. Era evidente que andaba mal
económicamente pero parecía seguir firme en sus creencias.
Por
razones profesionales volví a saber de los testigos de jehová
resolviendo jubilaciones de personas afectadas por la amnistía de
1977. Mucho antes de que la objeción de conciencia se propagara, los
testigos de jehová se comían un montón de años de cárcel porque
se negaban a empuñar un arma, así que nadie podía ni puede darles lecciones
de pacifismo...
También
he leído hace unas semanas que una chica joven pero mayor de edad
rechazaba una transfusión de sangre por ser testigo de jehová, una
cuestión, la del “fanatismo religioso”, que desarrolla mi
admirado Ian McEwan en uno de los últimos libros, “La ley del
menor”, pero al revisar mi relación con esa gente que se pasa los
domingos intentando colarse en los inmuebles para ganar adeptos a
cambio de la vida eterna, he de decir que no me parece ni peor ni
mejor que la que haya podido tener con maoístas, católicos o
ultraliberales, cada uno con su fanatismo a cuestas, pero sobre todo,
con su incoherencia, algo que nunca pude reprochar a mi amigo Joan C. ni a aquella banda de extraños futbolistas en todo el tiempo que les
traté.
Como quería compartir a la maravillosa Bettye Lavette desde hace tiempo y no se me ocurría nada sobre testigos, he aquí esta versión de una canción que Robert Plant (Leed Zepelin) dedicó a un hijo que falleció a los cinco años de edad, "All my love", que ella revaloriza significativamente.
Alentado por el calentón que la curia parece haber cogido con el tema de los abusos en la iglesia católica, incluida la congregación de la que fui alumno, los hermanos maristas, estos días he estado repasando “archivos” y memoria para ver si podía poner mi granito de arena en el pifostio (aprovecho para reivindicar esta palabra para que la RAE la incluya en su diccionario).
Pues bien, tenía interés en localizar al fraile del que hablaba allí, ya que en su momento recurrí a unas siglas supuestas porque no conseguía recordar su nombre exacto, de modo que, tras repasar el libro de escolaridad, que conservo entre otras antiguallas, y comprobar que allí aparece el nombre y apellidos de directores y similares pero no de los tutores, recurrí al recurso de darme un paseo por internet.
Es este un medio a veces temerario, ya que te enfrenta al inexorable paso del tiempo, léase, a comprobar que parte de tu pasado yace ya bajo tierra. También, de vez en cuando a que ese pasado ha perdido todo interés, si es que lo tuvo alguna vez.
La navegación no me condujo al acosador pero sí a múltiples fotos del patio principal del colegio, de la iglesia a la que otro fraile calificaba de “mamarracho” arquitectónico, aunque parece que en su edificación participó Gaudí de un modo subalterno y la wiki habla de “bello ejemplar neogótico”.
También estaban allílas instantáneas que se nos hacía del grupo una vez al año, en una especie de escalera de cuatro o cinco filas y obviamente en blanco y negro.
Curso 1960-61
Me llevé un susto cuando comprobé que en lasdos primeras fotos aparecían compañeros con los que había compartido clase más de una vez en los once años que fui alumno del colegio. Me busqué sobresaltado pensando que en una de ellas debía estar yo, pero no. Teniendo en cuenta que cada curso solía contar con tres grupos, A, B y C, y creo recordar que alguna vez hasta cuatro, las instantáneas correspondían a otra letra del mismo curso. Pinché de nuevo pensando en la posibilidad remota de haber saltado a la tercera fila (por mi estatura nunca logré pasar de la segunda), pero no era así. Fue entonces, sorprendido, cuando vi que la correspondiente al curso 1960-61 se ofrecía en una web de compra y venta por diez euros.
Supongo que quienes no creemos en otra vida conservamos objetos e imágenes de nuestros antepasados pensando en una especie de extraña trascendencia, quizás con la vaga esperanza de perdurar nosotros mismos. Pero no siempre es así. Imagino esas fotos del grupo de los maristas en manos de alguien que abre un álbum y contempla un pasado incomprensible, una imagen obsoleta, un objeto inservible, algo de lo que simple y llanamente puede sacar diez euros, el pasado.
Como dice Rodrigo Rato: es el mercado, amigo, es el mercado…
Aunque
leo en la wiki que la canción de 1961 fue ”Toosing and turnin”,
que no conocía, me quedo con “Please Mr. Postman” de las
Marvelettes, también número 1 en diciembre del mismo año y poco
más tarde versionada por los Beatles.
El
éxito clamoroso del blog dedicado a la gramola, batiendo el récord
de visitas (850 en menos de una semana), más o menos las que reciben
muchas blogueras en apenas 5 minutos, pero para mí un auténtico
bombazo, me anima a reincidir en lo musical.
Como
erudito que es, mi amigo dice coincidir en un 90% con la elección.
Yo tengo que confesar que había cinco canciones que no conocía y otras tantas
que tenía olvidadas, entre ellas “Savoy truffle”, nada menos que
de los Beatles, una herejía para alguien de mi edad y de mi cultura
sentimental que solo excuso porque pertenece al disco blanco, el más
desconocido y hace poco recuperado del grupo.
El
riff, también llamado “ostinato”, es un recurso musical que la
wikipedia considera término derivado de “rhythmic
figure”, consistente
en una especie de estribillo instrumental, es decir, de
un motivo que se repite a lo largo de la canción.De
los “solos” no creo que haga faltar decir nada.
Y
bien. Un vez he rellenado mis lagunas acudiendo estos días al
consejo de Gay Mercader, tengo que decir que la selección me parece
francamente buena, aunque siempre se podrían incluir otros tantos
solos y riffs sublimes. Yo he echado a faltar uno especialmente,
“Jessica” de The Allman Brothers Band, que acompaño en una
interpretación
de 1982. Por
cierto, hace
unos años escuché una apabullante versión
de Raimundo Amador en las fiestas de Areatza.
También
me he atrevido a incluir una cosa algo más moderna, que espero le
guste a mi amigo Trespa, si es que no la conoce, que casi seguro que
sí, porque para mí incluye uno de los solos más bellos de los
últimos tiempos: “Imposible germany”, de Wilco.
Como
agradecimiento a su apoyo al blog y por merecimiento propio introduzco también la que más le ilusionó de la selección de Gay, “Shakin all
over”, de Johny Kid and the Pirates, y “All
right now', de
Free, por recordármela.