DEL MÓVIL Y LAS
REDES SOCIALES
La primera vez que
vi a un tipo hablando a voz en grito en medio de la Gran Vía de Bilbao por un
trasto que parecía un transmisor militar pensé que era jilipollas. En vez de
esperar a llegar a casa y hablar por el teléfono de toda la vida, como las “personas
normales”, se estaba haciendo el moderno. Casi veinte años después hay tíos que
van hablando solos por la calle y no están locos, y ya no hay humano que pueda
sobrevivir sin estar permanentemente conectado, no ya a las redes telefónicas,
sino a las llamadas redes sociales, tuiteando o enviando guasaps con frases sin
chicha y emoticones infantiles. No podemos aguantar más de diez minutos sin
preguntar a alguien, casi desesperadamente, “qué haces”, o informarle severamente
“voy en el metro, llegando a Moyúa” a voz en grito, como si importara.

Tengo conocidos con
cientos y miles de amigos en el “feisbuc”, en una banalización del concepto de
amistad que se extiende como el aceite. Aunque pueda parecer una definición un
tanto mundana, creo que un amigo es esa persona que te puede prestar 2.000
euros a fondo perdido o hacerte cuatro noches cuando un familiar o tú mismo
está en un hospital pudriéndose de asco y aburrimiento. Lo demás son fuegos de
artificio.
Una de las frases
tótem en mi época de estudiante malogrado de periodismo es que el exceso de
información produce ruido. El nuevo modelo de información casi permanente también
produce malos entendidos, murmuración o directamente acoso colectivo. Tampoco es
moco de pavo que el “Gran hermano” sepa en todo momento dónde estamos y a qué
dedicamos el tiempo libre, como dice la canción.
No todo son
maldades, que uno es conservador pero no tanto. El móvil ha mejorado la
productividad, potenciado la comunicación o salvado vidas en situaciones de
emergencia. También la televisión genera obesidad e imbecilidad, y
entretenimiento o cultura, según se use.
Convertidos en
ordenadores personales minúsculos, los móviles, las tablet y sus redes sociales
son un apéndice de nuestro cuerpo y nuestra consciencia y han alterado las
relaciones sociales, los hábitos memorísticos, quién sabe si en futuro la
estructura de las manos humanas, con los pulgares cada vez más diestros y el
resto medio atrofiados. El problema es, como con todo, la capacidad de que el
útil no se mastique al usuario, algo que la basura tecnológica ya está haciendo
en los países que la recogen.
Así es. Parte de
las materias primas vuelven a su lugar de origen en forma de la mierda
tecnológica que pronto desechamos. A Accra, la capital de Ghana, donde la
contaminación por plomo, cadmio y otras sustancias contaminantes supera hasta
50 veces los niveles de riesgo, o a otros
lugares de África, porque el primer mundo les destina
los cientos de miles de toneladas de residuos que considera sobrantes, entre
ellos, quizás, el último o penúltimo móvil que se nos quedó “obsoleto” a los
dos años.
Acompañando, una aplastante
parodia de West side story: Web site story.
Vale la pena verla y oírla.