Hace
poco un vecino de Orduña le recordó a mi mujer que yo le había fotografiado y
dado una copia de los retratos a principio de los años noventa del pasado
siglo. Cuando me dijo que era el hombre que remendaba zapatos en un pequeño
taller pegado al ayuntamiento recordé que, efectivamente, era uno de los
lugares que había creído necesario fotografiar porque preveía su desaparición
en poco tiempo. El zapatero era ya un hombre mayor, y el oficio, con la entrada
de productos baratos procedentes de Asia, parecía destinado a permanecer en
viejos grabados, en libros sobre artesanías perdidas, quizás en aquella misma
instantánea, pero no en el mundo real.
Busqué
en viejos archivos de fotos y negativos la inmortalidad del taller, que finalmente
había perecido con el incendio y derrumbe accidental del edificio, pero no
encontré nada. Dudé incluso si era yo el autor de las fotos, porque recordaba
haber buscado el encuadre por detrás de la cristalera que dejaba ver una utilería
ancestral de martillos, tachuelas, cajas de clavos y
puntas de tamaño diverso, pero no haber entrado y menos retratado al artesano. Tampoco
recordaba haberle visto desde que el taller se desplazó en 1992 a otra calle tras
el derrumbe.
Al
advertir a este señor, que ahora tiene 86 años, que había perdido las
fotografías y sus negativos, se ofreció a prestármelas y así lo hizo. Me emociona ver al señor
Guaresti posar mientras trabaja veintiséis años atrás y me enorgullece la
oportunidad y por qué no, también la calidad de las instantáneas, datadas en su
reverso el 11 de setiembre de 1991, tal día como hoy y, casualidad, de la
fiesta nacional de mi país de origen. Me parece una manera quizás no muy épica, pero para
mí entrañable de celebrarla.
Adoro
la fotografía. En éstas el tiempo permanece
detenido para siempre en el golpe que el zapatero lanza con destreza en una
edad madura pero capaz. Rodeado de una utilería que, me dice, se conserva en un
museo. Cómo debe ser. Ambos nos enorgullecemos de este punto de conexión de
cartulina: él, del oficio que le dio sustento; yo, de haber tenido la ocasión de
compartirlo.
He
encontrado esta versión acústica de “Zapatero”, una canción de Manolo García.
Estos
días he recuperado el uso de mi colección de vinilos, en stand by por razones
logísticas desde hace más de un lustro. La cadena, pese a algunas deficiencias
en elementos del plato, el balance sobre todo, se conserva medianamente bien.
En cuanto a la discografía, con algunas pérdidas irreparables y la interrupción
obligada por la aparición del Cd, sigue en forma. Si la observo es una especie
de diario personal que conduce desde la adolescencia musicalmente irreverente hasta una especie de madurez que
ya no arriesga, que repite referentes. Aunque es curioso. Hay muchos músicos que, en mi caso, parecen estancados en
el universo del vinilo, como inadaptados al nuevo formato. Solo algunos, los
más grandes, siguieron nutriendo las estanterías de casa incrustados en el
nuevo material de faz plateada, más
tarde incluso en esa hechura inasible que es el mp3.
Portada de Before the Flood, disco en directo de Bob Dylan con The Band / encima lo compré en edición especial barata...
La
aparición del CD llevó consigo una dura controversia con los defensores del
vinilo, que veían zarpar un pedazo de su juventud. Había un argumento escuálido,
el tamaño del nuevo formato, y otro que ha llegado hasta nuestros días: la
calidad del sonido. Reconozco no poder discernir cuál es mejor. A veces me
parece apreciar que en los vinilos los instrumentos están más diferenciados,
pero ni de eso estoy seguro.
Con
la llegada de la nube la música está empezando a carecer de soporte físico
privado. Los más viejos del lugar, aunque husmeemos en Spotify, nos agarramos al
pendrive como último recurso y ventilamos con nostalgia las pilas de discos,
cuyos protagonistas, esa es otra, son ancianos que apuran sus últimos
conciertos o llevan un tiempo criando malvas.
Leo
pues con simpatía el retorno del vinilo, una moda quizás pasajera, seguramente
cosa de frikis y coleccionistas, pero desde luego que rejuvenecedora.
Entre
la colección que he repasado estas semanas me quedo con la sublime versión de “Like
a rolling stone”, que el actual premio Nobel se cascó con The Band en junio de
1974. Oída en vinilo a todo volumen es como las cremas faciales, te quita un
montón de años… Yo ofrezco demostraciones gratuitas, pero eso sí, hay que venir
a Orduña. Como consuelo esta versión apañadita que corre por youtube.
El ciclismo no es lo mío. Quiero decir como practicante, porque siempre ha sido uno de mis deportes favoritos como espectador. Ello no impidió que recién treintañero hiciera mis pinitos como cicloturista, y que durante bastantes años siguiera usando el vehículo de dos ruedas durante los veranos para ir a pintar al monte o hacer algo de deporte. Todavía no era obligatorio el uso del casco, y el cicloturista era eso, un tipo con aspecto de tal y no de ciclista profesional (verme enhttp://charlievedella.blogspot.com.es/2015/11/francesco-de-gregori-il-bandito-e-il.html) como es ahora. La bicicleta aún se usaba para pasear o ir a buscar el pan, como también era mi caso. Me empecé a mosquear cuando los ciclistas me miraban con cierto desprecio por mi torpe desaliño indumentario, pero la verdad es que ese no fue el motivo de mi deserción. Dejé la bicicleta como dejé de fumar, por miedo. Ir por una carretera era ya entonces un deporte de alto riesgo. Ahora, pese a campañas de sensibilización y medidas protectoras, los ciclistas caen como moscas por las carreteras y creo sinceramente que el tema tiene poco remedio.
Pero los cicloturistas no son siempre víctimas inocentes. A fin de cuentas un ciclista no es un unicornio. Puede ser un hombre bondadoso, un ser iracundo, incluso un asesino en serie. La mayoría son más conductores de coche que rodadores, y estoy seguro de que sobre cuatro ruedas olvidan a menudo su otra y más débil condición.
Aunque Bilbao no es una ciudad especialmente amable para las bicicletas el cambio climático viene favoreciendo su implantación. La ciudad tiene un irregular despliegue de carriles bici, pero ello no debería ser coartada para que los ciclistas invadan las aceras de cualquier manera y sus bicis sean vehículo o no según el semáforo se ponga rojo o haya dirección prohibida.
Esta primavera casi fui atropellado por un ciclista que iba a toda hostia por la acera del puente del Arenal. Al echarle en cara que ese no era su medio se volvió con gesto y palabras de burla. Era un ciclista capullo, una especie que, aunque no quiero generalizar, parece en expansión. Barcelona es ya un lugar peligroso para los peatones por el mal uso de las bicicletas, y ello entristece a quienes abogamos por ciudades amables, tranquilas, “paseables”, descontaminadas...
Nunca supe el verdadero destino de la segunda bicicleta de mi vida, pero supe poco después que el compañero de trabajo al que se la “robaron” mientras yo estaba de vacaciones había empezado a tontear con la heroína. Tampoco tardé mucho en no saber más de él. Está canción de Sergio Makaroff parece escrita para ambos.
Estaban destinados a ser los nuevos Simon y Garfunkel, y en
2009, cuando sacaron “Declaration of dependence” estaban a punto de conseguirlo. Durante ese
año les escuché mucho porque me hacían feliz. Sus canciones hablan de cosas
simples y simple es su factura musical, pero en sus pocos discos consiguieron
casi un 100 por 100 de aciertos, lo que está al alcance de muy pocos. No he
conseguido saber por qué se separaron ni cual fue el motivo de la desaparición de
Eirik Glambek, que finalmente ha vuelto recuperando la marca de su primer
grupo, Kommode. Erlend Oye, el otro 50%, no abandonó. Lleva ya dos discos en
solitario, y si bien no alcanza la calidad de los Kings se mantiene en un
estado de forma aceptable. Sería estupendo volver a verlos juntos
He seleccionado dos videos de sus canciones más o menos conocidas y una candorosa versión
callejera de “Una ragazza in due”, un éxito de I Giganti, grupo italiano de los
años sesenta, en la piazza Duomo de Siracusa. Sed felices
Pertenezco
a una generación de barceloneses para los que el verano empezaba la verbena de Sant
Joan y terminaba poco después de las fiestas de la Mercè, patrona de la ciudad.
La primera tuvo siempre un carácter popular, a pesar de los obstáculos de la
autoridad, un hecho que daba, además, un toque de rebeldía muy atractivo a los
jóvenes de los barrios, dedicados a pedir y almacenar leña, muebles en desuso y
todo lo que ardiera, durante los días de víspera. El día de autos se podía
llegar al cuerpo a cuerpo con los “munipas” más celosos en su trabajo, pero al final,
tras varias escaramuzas, en cada cruce de calles de Barcelona había una hoguera
dispuesta a deshacer los rótulos de plástico de los alrededores y dejar el
adoquinado hecho unos zorros.
Salomé y Raimon, vencedores en 1963
Las
fiestas de la Mercè eran otra cosa. Sabíamos de sus cenas de gala, recepciones
y juegos florales, con gente encopetada, por los periódicos, la radio y la
televisión. Pero sí había un evento más o menos popular, aunque fuera a
distancia: el Festival de la Canción del Mediterráneo.
Nació
este en 1959 como una réplica del que se
celebraba en San Remo, y ambos compartían cantantes y compositores. Los premios
se otorgaban por votación de los asistentes al festival, una asistencia también
minoritaria, pero en las casas se seguía con expectación el resultado, se
hacían cábalas y discutía sobre la modernidad y nacionalidad de los intérpretes,
ya que participaban todos los países mediterráneos, incluidos los del norte de
África.
En
la quinta edición del festival el público decidió que la canción ganadora fuera
“Se´n va anar”, interpretada en lengua catalana por Salomé, que había debutado
el año anterior, y Raimon, cantautor de la Nova Cançó. Las malas lenguas dicen
que el patio de butacas estaba lleno de universitarios y curas progres que se
habían organizado para la ocasión. Lo cierto es que el cabreo de Fraga, por
entonces ministro de información y turismo, fue más que importante. Al año
siguiente, 1964, los organizadores (ayuntamiento, radio nacional, TVE y desde
luego que el ministro) modificaron el sistema de votación, que pasó a manos de
un grupo de 55 “notables” de las provincias mediterráneas. La decisión de
abrirla a otras provincias podría tener su lógica, pero lo de los notables no
colaba. La decisión tenía además su complemento: desde esa edición hasta la de
1967, última del festival, tampoco se pudieron presentar canciones
interpretadas en catalán…
Portada del disco de Parera Fons
El
palmarés del Festival de la Canción del Mediterráneo forma parte de mi memoria
sentimental y me hace recordar el ocaso del verano en el Passeig de Sant Joan
de Barcelona. Mi favorita de 1967 era “T´estim i t´estimaré”. No ganó, pero
aparte de su belleza me llamó la atención la personalidad de su compositor e
intérprete, Antoni Parera Fons, distante del perfil de los cantantes de la
época. Currándome el blog me entero de que ha sido Premio Nacional de Música
2016 (para más información ver su página web: http://antoniparerafons.com/).
La
canción, pese a una orquestación que ahora suena excesiva, tenía ritmo y letra
de bolero. En la web está la versión del propio Parera Fons y otra de Josep
Carreras. Yo la rememoré en un CD doble que Serrat publicó en 1996, “Banda
sonora d´un temps, d´un país”, itinerario recopilatorio de la cançó catalana y
alguna ajena (hay una muy digna interpretación de “Suzanne”, de Leonard Cohen).
He encontrado esta versión en directo.
Carlos Barral (Barcelona
1928-1989) incluyó este poema autobiográfico (puede decirse que toda su obra lo
es) en “Diecinueve figuras de la historia civil”, libro publicado en 1961.
Los P.P. eran los padres jesuitas
que regentaban el colegio d
Carlos Barral
e la calle Caspe de Barcelona, un centro de
enseñanza de cierta categoría, por el que han pasado numerosos personajes de la
ciencia (Ignasi Barraquer) política (Jordi
Portabella), cultura (Josep M. de
Sagarra, Jaume Cabré…), y cómo no, de la delincuencia (Javier de la Rosa, Iñaki
Urdangarín…).
Barral estudió seis cursos en ese colegio, al que
describe en “Años de penitencia” como
“imponente y lúgubre”. Yo pasé once en el de los Maristas de la calle Valencia,
no muy lejos de allí, y aunque nunca viví la imagen inicial de ese cura de
cuerpo presente, por delante del que pasan los alumnos en hilera, me siento
identificado con la contraposición del escenario lúgubre y carcelario del
colegio con la luz y la sensación de libertad de las vacaciones de verano, con
“el timbre alegre de las bicicletas” y esa leyenda de que “en las noches
azules, en la playa, se oyen crecer de cerca los cabellos”. Pues eso, a
disfrutarlo…
LOS P.P. Y EL VERANO
Todos temblamos al entrar.
Hedía
a monda de naranja y a recreo,
delante de la puerta en que ordenaron
la hilera.
Lámparas amarillas,
aceite musitado por el techo,
sudor de voz…, y vivimos
la deseada aparición horrible.
Era una cosa triste, algo muy viejo
y ya sin importancia. Como un mueble
antiguo en el desván o el interior
de los armarios condenados.
Unas manos
como de tierra y cirio, inexpresivas
o demasiado suplicantes…
Mas luego en las palabras
vino la muerte auténtica, nos tuvo
sujetos. El no vivir
ya más, el ser invierno
y estar por siempre dentro
esperando que vengan a sacarnos.
Nos hicieron la cuenta
de los amaneceres imposibles:
el aire, pasajero,
era un regalo entre dos penas
capitales.
El agua libre,
aquel color, cada deseo…
¡Qué riesgo la blancura
en la cama regada de lágrimas!
Y lo peor: los días del verano
tan peligrosos junto al árbol
solar, y aquellos juegos sin excusa.
Me puse a meditar:
las ramas, en efecto,
tan blancas hacia el sol,
a mediodía,
que pudieran no verse, que pudiera caer.
Y entonces no sería
la tarde verde, abierta,
y la excursión al bosque con mis primas.
Y nunca más, entonces,
vería entre las franjas
de su vestido almidonado.
-¿recuerdas, en la fuente
solos, que tú bebías
colgando tu cintura de mis brazos?
Oh, nunca más, ya nunca
más las hojas
abarquilladas y brillantes, turba
de espejos que nos ahorraban las palabras…
Las cosas que quedaron
a medio hacer,
pendientes de volver a repetirse:
saber si tú venías por costumbre
o era con amistad. O si era cierto
que en las noches azules, en la playa,
se oyen crecer de cerca los cabellos.
Pensé en el cuerpo exangüe,
en aspa al pie del árbol poderoso,
y alrededor las voces, los silbidos
y el timbre alegre de las bicicletas
que parten tarde adentro, a la aventura.
Entonces como un fuego súbito,
como el sol de repente en aquel patio
de pelotas de trapo, parecieron
altas, blancas las tapias, que encerrasen
lo triste con nosotros, porque afuera
un verano sin límites, abierto,
de riesgos esperados, sin peligro,
nos aguardaba para todo el tiempo.
Comprendí que era grave,
gravísimo estar muerto, estar presente
de aquel extraño modo
(el aire es diferente,
ligero, como si hubiese huido)
o ya no estar. Pero hasta entonces
nos queda tanto para hacer. En cada día
de libertad, en cada hora
libre. Por ejemplo,
subir el monte fatigoso
con un perro, imaginando
que cumplimos con un difícil deber.
O estar tendidos de espaldas,
en serio, sin mirar,
cuando la muchacha que se mojó jugando con nosotros
ha puesto su ropa al sol y le contamos
exageradas historias del invierno,
mientras las nubes se deshacen…
No recuerdo a Barral como un poeta habituado a las referencias
musicales, y le hago más bien amante de la canción francesa de la época, pero
en el año de la creación de “Los P.P. y el verano" seguro que escuchó alguna vez “Moon river”, que cantada
por Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”, película de ese mismo año, sería con el tiempo uno de los
standars más interpretados de la historia.
El martes 20 me lo pasé pipa.
Aunque los nervios y una constante emoción nublaran mi capacidad comunicativa,
para mí fue un día grande. Allí estabais la mayor parte de mis amigos y amigas,
a uno y otro lado de la barricada, es decir, en la mesa y como espectadores, y quienes
no habían podido venir me telefonearon o enviaron un guasap. Gran éxito de
convocatoria, más de sesenta personas, y por lo que me habéis transmitido felices
de haber asistido. Nuevamente gracias, a los/as actuantes y a los/as
espectadores/as. Yo repetiría todas las semanas…
Roberto López en plena presentación
Pero hablemos del libro.
Prometimos un ejemplar a todo/a asistente y no hubo suficientes. Lo prometido
es deuda, así que cumpliremos, lo que posibilitará que nos volvamos a ver.
Lectura de María Uriarte
Para quienes no estuvisteis en la presentación y lo queráis adquirir o regalar,
le hemos puesto un precio casi de coste, 12,50 euros, y está empezando a
distribuirse (esto es lo más complicado cuando se publica y ya hemos tenido
algún problema). De momento en:
LIBRERÍA TINTAS:San Mames Zumarkalea, 40 - Bilbao
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LLIBRERIA DE LA FILMO: Pza. Salvador Segui, 1-9, - Barcelona
También pidiéndolo directamente a la distribuidora: LIBER DISTRIBUCIONES EDUCATIVAS: info@dlibros.es
Un conocido me dijo hace unas semanas que en pocos días se iba a Corea del Sur. “Es un país complicado”, me indicó, “porque no acostumbran a hablar inglés y no hay quien entienda su vocabulario escrito. Prefiero la India”. La penúltima vez que habíamos coincidido se iba a un país del este de Europa a “deslocalizar” y ahora negociaba la compra de una empresa coreana en horas bajas, algo que supongo relativamente habitual en un ejecutivo de empresa multinacional.
Como de esos tres países solo conozco la India de los años ochenta del pasado siglo, le dije que recordaba un país caótico y le puse como paradigma el ejemplo de Benarés. Lo conocía, me dijo, pero cuando le hablé de la doble cola de leprosos que abrían el camino del Ganges, del desfile de cadáveres embalados en plásticos porque sus familiares no tenían dinero para quemarlos, de los que ardían lentamente en sus laderas y mezclaban el olor a carne asada con el de los perfumes y especias que impregnan el país, de esas mismas laderas convertidas en “cagaderos” públicos, de un tipo que se tiró 24 horas tumbado con una almorrana del tamaño de una ciruela al aire, rodeado de cebús putrefactos, de la hermosura multicolor de los saris secándose al sol, de la multitud que se baña, se masajea, se afeita y rasura el cráneo, ora,
El Ganges a su paso por Benarés
ríe, maldice, muere, de la simbiosis de la belleza, la muerte, el dolor, la alegría, la podredumbre, es decir, de lo que somos, me reconoció que no era el Benarés que él visitó.
Así que cuando me explicó que por razones de seguridad no se alejaba demasiado de los hoteles de cinco estrellas, pensé que yo gozaba de una especie de superioridad de mochilero y que él no conocía la India real. Soy un iluso. No nos engañemos: para conocer un país hay que vivir en él, y entre ambos, alguien que compra y subcontrata empresas en la India porque sus trabajadores cobran 160 euros al mes (me confesó que él llevaba haciéndolo hace tiempo con la nariz tapada), lo conoce sin duda mejor que un joven ( yo lo era entonces) a la busca de lugares exóticos.
Por esa misma época coincidí en un viaje en tren con un chico que leía “El camino”, el libro del fundador del opus-dei. Cuando se enteró de que yo había estudiado filosofía como él y le hablé de que mi última lectura del género era un libro de Eugenio Trías, supongo que para él un peligroso filo marxista, dio un respingo y se puso entre chulito y faltón. A esas alturas de la conversación él sabía que yo estaba a punto de emprender un viaje en bicicleta por la costa gallega y soltó una frase entre insultante y lapidaria que le hizo engordar un par de kilos: “viajar es dilapidar espacio”.
Es sin duda una frase brillante. Aún mejor, era entonces una premonición. Tres décadas después viajar se ha convertido cada vez más en eso, en dilapidar espacio. Leo en relación con el tema que el año pasado visitaron les Illes Balears 15 millones de turistas. Mi querida Barcelona es cada vez más un parque temático por la que es difícil pasear, un concepto que también está perdiendo calidad (ahora todo el mundo camina a toda hostia) y para ver un monumento es preciso comprar la entrada con meses de antelación y hacer cola con el fin de recorrerlo en pocos minutos, no vaya a ser que se embotelle. En las zonas turísticas ya no hay lugareños, ni tiendas de barrio, es decir, es todavía más imposible saber cómo viven los autóctonos porque no hay. El fenómeno ha generado un nuevo vocablo,”gentrifición”, un anglicismo que hace referencia al desclasamiento de un barrio con el consiguiente desplazamiento y expulsión de sus vecinos.
La contradicción es que mientras nos quejamos de la invasión de nuestros territorios cotidianos, planificamos viajes a ciudades en las que ya no vive gente común. Ciudades repetitivas, con comercios, productos, mobiliario urbano, arquitectura estandarizada…
El tema me ha hecho recordar una frase, o mejor, una presunción del padre de Pío Baroja: la hazaña de no haber visto jamás un drama de Echegaray ni haber estado nunca solo en la Puerta del Sol. Una hazaña, esta última, que todo el mundo puede repetir en cualquiera de los cientos o miles de objetivos turísticos del planeta.
También he recordado unos versos de Pata Negra. Esos que dicen que ”Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes, una la de los turistas y otra donde vive la gente”. Nada mejor que oírlos para cerrar el blog.
viernes, 19 de mayo de 2017
"L´HOME QUE DOBLA EN BRUCE WILLIS",
UNA CANÇÓ DE "ELS AMICS DE LES ARTS"
PARA EL FIN DE SEMANA
Como son de mi pueblo y me ha dado la morriña, una canción para "dobladores y segundones varios" de "Els amics de les arts" para este fin de semana.
Salut
A l'escena final,
fa aterrar un avió a Central Park.
I la gran patacada,
dóna pas a un silenci brutal.
Els vianants s'hi aproximen,
primer atònits després expectants.
Que cada segon que passa,
té més números d'haver-la palmat.
I quan la porta finalment s'obre,
la gent crida i comença a aplaudir.
Tots dos saluden, es besen i ell li diu:
"Nena, ara ja som més que amics?".
Sóna una orquestra i el pla fon a negre,
i surten les lletres finals.
Recull la carpeta i els auriculars,
s'abraça amb el tècnic i marxa cansat.
I es que l'home que dobla en Bruce Willis,
que viu aventures només amb la veu.
L'home que dobla en Bruce Willis,
que no és de Manhattan, que és de Cardedeu.
Avui nit d'estrena, de comiat,
un actor posa el punt i final.
El nostre home té una idea, no si val dubtar.
Potser és l'última oportunitat.
Tothom es gira i una limusina s'atura entre flaixos i tweets.
S'obre pas entre entre els fotògrafs,
es treu el barret tremolant,
se'l posa contra el pit i diu:
"Hello dear Mr.
Willis,
it's such a big
pleasure to meet you at last".
No és pas un crack en idiomes,
però almenys aquest tros se'l porta preparat.
Tots dos es miren i el món s'atura.
"Ai l'as si tingués un minut".
Per dir-li gràcies
per les aventures,
per tot el camí que hem recorregut junts.
Però la cara que posa en Bruce Willis
no deixa cap marge
per l'ambigüitat.
I es que l'home n'hagués tingut prou
amb un gest, un somriure de complicitat.
Que no arribarà mai perquè hi ha un gaurdaespatlles,
que el paguen per això, que li fot una empenta i que cau en rodó.
Que queda estès a terra que es pensen que és boig.
"Oh, my god!
Oh, my god! Oh, my god!".
L'home que dobla en Bruce Willis
de fora el cinema sent la seva veu.
Uns vianants intenten reanimar-lo. Entre dos l'agafen i el posen
d'empeus.
L'home els hi diu que en Bruce Willis és un amic seu,
però ningú no se'l creu.
En la escena final
hace aterrizar un avión en el Central Park
y la gran hostia
da paso a un silencio brutal
Los viandantes que se aproximan
primero atónitos después expectantes.
Que cada segundo que pasa,
tiene más números de haberla palmado.
Y cuando finalmente se abre la puerta
la gente grita y empieza a aplaudir.
Los dos saludan, se besan y ella le dice:
“Nena, ahora ya somos más que amigos?”.
Suena una orquesta y el plano funde en negro
y salen las letras finales.
Recoge la carpeta y los auriculares,
se abraza al técnico y se va cansado.
Y es que el hombre que dobla a Bruce Willis,
que vive aventuras solo con la voz.
El hombre que dobla a Bruce Willis,
que no es de Manhattam, que es de
Cardedeu.
Hoy noche de estreno, de despedida,
un actor pone el punto y final.
Nuestro hombre tiene una idea, no
vale dudar.
A lo mejor es la última oportunidad.
Todo el mundo se gira y una limusina se para entre
flases y tweets.
Se abre paso entre fotógrafos,
se quita el sombrero temblando,
se lo pone contra el pecho y dice:
"Hello dear Mr. Willis,
it's such a big
pleasure to meet you at last".
No es un crack en idiomas,
Pero por lo menos esta parte la lleva preparada.
Los dos se miran y el mundo se para.
“Ay el astro si tuviese un minuto”.
Para decirle gracias por las aventuras,
por todo el camino que hemos recorrido juntos.
Pero la cara que pone Bruce Willis
no deja ningún margen para la ambigüedad,
Y es que el hombre hubiera tenido suficiente
Con un gesto, una sonrisa de complicidad.
Que no llegará nunca porque hay un guardaespaldas,
al que pagan para eso, que le da
un empujón y le tira en redondo.
Que queda tirado en tierra que piensan que está loco.
A veces me acerco a las librerías
de casa y repaso viejos libros. Veo en ellos fechas y dedicatorias ancianas,
puntos de página improvisados, textos subrayados, apuntes al margen, páginas
con un vértice doblado a modo de aviso, muchas veces billetes o abonos de tren,
metro o autobús. Amo especialmente los de cartón marrón de los Ferrocarriles
Catalanes por su diseño y resistencia, pero sobre todo porque me recuerdan una
etapa especialmente activa de mi juventud. Una vez encontré la carta de una
antigua novia que me había regalado un libro de teatro. Me decía que el libro
le había costado varios desayunos y me dio vergüenza reconocer que yo ni
siquiera lo había leído. Lo cierto es que tengo bastantes libros sin leer. En
determinadas épocas los compraba por si acaso… Cuando no había bibliotecas
virtuales, los libros que desaparecían de las librerías entraban en un agujero
negro que hacía difícil su reencuentro, así que los adquiría por ese temor
arcano a perderlos de vista para siempre. Pero debo aceptar que en la mayoría
de los casos los libros que no he leído es porque al poco tiempo dejaban de
interesarme.
Roger McGough en la actualidad
Tampoco recordaba haber leído el
libro que rescaté hace unos días: una antología bilingüe de poesía inglesa
contemporánea. Gracias a mi manía de señalar la fecha de adquisición pude
comprobar que lo había hecho en febrero de 1980, es decir, hace una eternidad,
de modo que, puestos a curiosear, he dedicado estos días a ver qué ha sido de
aquellos entonces jóvenes poetas contemporáneos y elegir, de momento, porque
hay varios de interés, a uno de entre todos ellos: en esta ocasión Roger Mc
Gough.
El elegido bien merece esta
página por una obra dilatada y alguna curiosidad o coincidencia que desconocía
y luego veremos, pero el motivo principal de su inclusión es el tema del poema,
el patriotismo, y la mirada irónica del autor, con la que coincido.
Y es que Roger Mc Gough
(Litherland – 1937), que sigue en activo conduciendo el programa “Poetry
please” en la BBC, ha escrito en este tiempo varias decenas de libros, siempre
teñidos de un humor crítico. Ligado inicialmente al mundo musical, colaboró en
el text
Los McCartney
o del film de los Beatles, “Yellow submarine” y fue uno de los
integrantes del grupo Poetas de Liverpool, con los que publicó un primer libro
de resonancias pop, “Mersey sound”.
Pero esa no es su única relación
con la música. Mc Gough estuvo integrado en los años sesenta del pasado siglo
en la banda musical The Scaffold junto a John Gorman y Mike McCartney. ¿Os
suena este último? Pues sí, efectivamente, este es hermano del beatle Paul
McCartney, conocido en el mundo musical, que abandonó tras una corta carrera no muy exitosa, como
Mike McGear.
Leamos pues el poema que McGough
dedicó a los patriotas en 1967 y oigamos luego a ambos en una de su canciones
de la época, "Lily the pink".