lunes, 6 de octubre de 2014

Rascacielos

RASCACIELOS

He leído estos días que Nueva York, más o menos pasada la resaca del 11-S, vuelve a mirar al intermitentemente a tierra y cielo con la idea de levantar varios edificios de respetable altura en la zona de Manhattan. Descartado competir con chinos y emires, los neoyorquinos se conforman con edificar el inmueble más alto del llamado mundo occidental. Una mole de 520 metros de altura en Park Avenue.

Hubo un tiempo en que yanquis y rusos pugnaron como niños por llegar al cielo, fuera mediante estructuras de hierro y hormigón, o metiendo a perritas y aventureros en pequeñas cápsulas que daban vueltas inútiles al globo terráqueo.

En 1953, el mismo año en que fallecía Stalin, los rusos terminaban el edificio central de la Universidad de Moscú, en aquel momento el 7º en el top ten de los edificios más altos del mundo. Casi al mismo tiempo construían uno similar en Varsovia, el Palacio de Joseph Stalin, un regalo envenenado del pueblo soviético. Quizás pensando en escribir algún día esta reseña me subí a los dos en tiempos pretéritos.  Toda una experiencia… Entonces había que ir en viajes organizados, y los guías hacían de tripas corazón, alababan el colosalismo de la obra y sobre todas las cosas la velocidad de sus ascensores.
Edificio Fábregas

La misma pugna por esa hegemonía se reproducía entre barceloneses y madrileños mucho antes de la ley de consultas. Era entonces algo parecido a “a ver quién la tiene más larga”, y cada vez que de niño iba a la capital del reino a visitar a mi abuela paterna  tenía envidia malsana de sus rascacielos. El más alto y característico era el Edificio España, en la plaza del mismo nombre. Diseñado por los hermanos Otamendi , en 1953 era todo un símbolo del pre-desarrollismo franquista, que presumía del exotismo de albergar una piscina en su azotea. Tras extraños movimientos inversores fue vaciado en 2007, y así permanece desde entonces, como una fachada de cartón piedra sin vida interior. Hace dos años el cineasta Víctor Moreno presentó un documental sobre hecho y situación tan peculiares en el Zinemaldi, del que he conseguido localizar el tráiler.

Mientras los madrileños presumían de rascacielos y copas de europa, el edificio más alto de Barcelona seguía siendo uno de mis preferidos, no por su belleza, sino por su textura melancólica: el edificio Fábregas, en la plaza Urquinaona. Erigido en 1944 por Gutiérrez Soto, otro de los arquitectos del régimen, fue, con solo 15 plantas, el edificio más alto de la ciudad durante algunos lustros. Después brotaron otras setas de altura considerable, el edificio Colón, el más alto hasta la olimpiada del 92, el de Autopistas, el Banco Atlántico, pero casi siempre por detrás de los que iban creando una suerte de pequeña skyline en la zona norte de Madrid.

El primer rascacielos de Bilbao antes de su remodelación
Por cierto, el recién remozado rascacielos de la calle Bailén de Bilbao, antigua sede de la Magistratura de Trabajo, es de la misma época, y aunque hoy nos parezca minúsculo fue el de mayor altura de la ciudad hasta 1968.

En fin, una vez le oí decir a Sáenz de Oiza, el arquitecto siempre polémico de El Ruedo, en la M-30 de Madrid, y del más cercano Santuario de Aranzazu, que adoraba los rascacielos porque desde ellos podía verse la ciudad. Sin duda una boutade de alguien que había proyectado varios, porque lo mejor parece lo contrario, verlos a distancia, como en Manhattan, su línea sinuosa rompiendo el cielo. Mejor con la música que Bernstein compuso para el lado oeste de la ciudad: http://youtu.be/C4YpibbJFoM



Y ojo con el vértigo.


                                        trailer de Edificio España

miércoles, 24 de septiembre de 2014

ESTELA GUERRA GARNICA, POETA MEXICANA


No soy nada aficionado a las redes sociales ni a muchos de los vínculos que generan porque me parecen algo artificiosos, pero de vez en cuando la vida te da sorpresas, como dice la canción. Por razones que desconozco, quizás la publicación de un pequeño poema en una revista mexicana, llevo años recibiendo noticias literarias de ese tan lejano y tan cercano país.

Entre mensajes, novedades, eventos, recortes y otros varios tuve acceso a unos versos de Estela Guerra Garnica, socióloga, profesora de educación tecnológica y escritora, natural de Temascalcingo de Velasco, estado de México, y como me gustaron me atreví a pedirle que me indicara cómo adquirir su última publicación, “La noche de las magnolias (y otras mujeres)”. En pocos días recibía ésta y su anterior “Días de luna y polvo” con el único compromiso de hacer trueque con alguno de mis libros.  

Con su permiso y cierta irreverencia selectiva he elaborado un pequeño recorrido vital con fragmentos de algunos de los poemas de “Días de luna y polvo” que me parecen especialmente emocionantes:

“Fui al parto de mis hijos,
a la merienda de lágrimas de mis amigas,
lavé los trastos, acomodé la escoba…” (de “Retrato en sepia”)

“…Narcisos perturbados que juegan a ser dioses,
quieren beberse el mar en una copa…” (de “Narcisos de ciudad”)

“…Envejecen los armarios en la casa;
de vez en cuando escuchan las paredes
la risa de tu madre ausente…” (de “Palomas de luz”)

“…Déjame entrar con sigilo
al vergel que brota de tu vientre,
ser colibrí, libélula o paloma,
volar en ti
sin romper el aire que respiras…” (de “Amarte con sosiego”)

“Para recorrer mi cuerpo no necesitas un carruaje
ni nostalgia deletreando mariposas en mi espalda…” (de “Para recorrer mi cuerpo”)

“…A veces sentimos que nos sobra el cuerpo
cuando el amor se nos escapa…” (de “Para recorrer mi cuerpo”)

“…¿Quiénes somos ahora?
Tú, en el cementerio sólo un nombre;
yo, una mujer
sembrando flores en el salitre…(de “Viudez”)

“…Me dejas aquí, cual flor desnuda en el asfalto.
¡Inútil reclamar a Dios tu muerte!... 

“…Vivo sin el oeste marino de tu cuerpo…
La brisa se lleva el recuerdo de tus manos.

“…El mismo mar
la misma tierra que decía tu nombre
canta a mi oído salmos de abandono…”

“…Cuando un ser amado muere
quedamos abandonados
en el cementerio de los vivos
y los cantos suenan para nadie…” (de “Elegía”)



Supongo difícil acceder a los libros que tiene publicados, pero en la era de la globalización todo es proponérselo:
El vuelo del Arcoiris, Aventura Poética, 1984. México.  Ed. de Autor.  Poemas de la Alta Noche, 2006 Linajes Editores. México. Niebla en el camino. Cuentos y relatos urbanos. 2008, UNAM, México. Como la luz al alba, poemas. 2008 Ala de Avispa Editores, Col.  El avispero. México.   Líneas en el viento, poemas. 2010 Arteria Ediciones, México. Días de luna y polvo, 2010 Instituto Mexiquense de Cultura, México.   La adolescencia tras el muro.  Relatos 2011 Ed, de Autor. Compiladora de Por el sendero de las hormigas. Crónicas y relatos de Azcapotzalco. Ediciones  Cal y Arena.  2012, y   Fuego y Poesía. Homenaje a Emilio Fuego. 2012, La noche de las magnolias y otros poemas, Verso destierro editores, 2014, México. 

martes, 16 de septiembre de 2014

jueves, 11 de septiembre de 2014

“EL MIEDO”, DE GABRIEL CHEVALIER

Entre las numerosas críticas y reediciones de libros publicados  sobre la gran guerra que asoló Europa hace 100 años, elegí este porque ya su título amenazaba con poner las cosas en su sitio, quiero decir, aceptar que el gran protagonista de la confrontación que condujo a la muerte a 20 millones de pringados fue el miedo.  Lo dice de un modo crudo un tipo que pudo haber ido de héroe  superviviente, de vencedor real y moral de la contienda, pero prefirió dar testimonio de la verdad.

Gabriel Chevallier fue uno de los millones de jóvenes arrastrados a una guerra tan estúpida que fue detonada por el asesinato de un archiduque. Durante esos años escribió una especie de diario descarnado, un relato desde dentro de la barbarie con páginas que escupen fango, vómitos, piojos, mutilaciones, pero sobre todo miedo. A lo largo del libro se va descubriendo que el autor no odia a un enemigo desconocido, que no es más que un espejo de sí mismo. A los que odia es a los  políticos “patriotas” y jefes militares que le han enviado como carnaza a una muerte casi segura, salvo honrosas excepciones una banda de ineptos solo preocupados de pasar a la historia; y a sus propios compañeros, con los que a menudo establece una lucha fratricida y mezquina por sobrevivir. Al enemigo solo le teme.   

Para alentar su lectura nada mejor que transcribir alguna de sus páginas. Esta, sobre automutilaciones para poder huir del frente, me ha hecho recordar una de mis películas favoritas, la bellísima “Largo domingo de noviazgo”, de la que podéis ver un pequeño fragmento.

Los soldados no esconden que en F... hubo mutilaciones voluntarias. Muchas de las heridas eran tan sospechosas que un terrible médico militar se hacía reservar cadáveres con los que experimentaba los efectos de los proyectiles disparados a corta distancia, a fin de reconocer así esos efectos en los heridos que le traían. Este médico mandó a algunos hombres ante un consejo de guerra por pies congelados. Los mismos soldados que confiesan las mutilaciones estiman esta medida inicua, y consideran que los pies congelados, en el barro helado, eran un accidente involuntario.
La manera más sencilla de conseguir un tiro de suerte era, al principio, poner una mano en una aspillera localizada por el enemigo. Este recurso fue utilizado en diferentes sitios. Pero las heridas de bala en la mano, sobre todo la izquierda, dejaron muy pronto de ser admitidas. Otro medio consiste en armar una granada y mantener la mano detrás de un parapeto; el antebrazo es arrancado. Parece que algunos hombres recurrieron a esto. No se puede negar que hace falta un cierto valor y una terrible desesperación para cometer semejante cobardía. La desesperación, en los sectores más castigados, puede inspirar las decisiones más absurdas; me han asegurado que en Verdún unos combatientes se suicidaron por temor a sufrir una muerte atroz. Se cuenta en voz baja que también en F... veteranos de los batallones disciplinarios de África herían a sus camaradas. Pulían pequeñas esquirlas de obús para que parecieran nuevas, las metían en un casquillo del que habían retirado la bala y lo alojaban en una pierna, en un lugar convenido de antemano. Cobraban por ello y ganaban dinero con esta turbia actividad. Es cierto que a veces he oído a soldados desear la amputación de un miembro para escapar del frente. En general, los hombres rudos le temen a la muerte, pero aceptan el dolor y la mutilación. Los más sensibles, por el contrario, le temen menos a la muerte que a las formas que adopta aquí, a las angustias y sufrimientos que la preceden.

Los soldados hablan con naturalidad de estas cosas, sin aprobarlas o censurarlas, porque la guerra los ha habituado a encontrar natural lo que es monstruoso. A su modo de ver, la suprema injusticia es que se disponga de su vida sin consultarles, que se les haya traído aquí con mentiras. Esta injusticia legalizada vuelve caducas todas las morales y consideran que las convenciones promulgadas por la gente de la retaguardia, en lo relativo al honor, al valor, a la belleza de una actitud, no pueden concernirles a ellos, gente de la vanguardia. La zona de los obuses tiene sus propias leyes, de las que son sus únicos jueces. Declaran sin vergüenza: «¡Estamos aquí porque no podemos evitarlo!». Sienten que son la mano de obra de la guerra, y saben que los beneficios sólo aprovechan al patrón. Los dividendos irán a parar a los generales, a los políticos, a los industriales. Los héroes regresarán al arado y al banco de carpintero, pordioseros como antes. Este término de héroe les provoca una risa amarga. Se llaman entre sí buenos hombres, es decir, pobres tipos, ni belicosos ni agresivos, que avanzan, matan, sin saber por qué. Los buenos hombres, es decir, la lamentable, enfangada, gemebunda y sangrante hermandad de los PCDF (pobres gilipollas del frente) como ellos se designan tan irónicamente. En fin, carne de cañón. «Aspirante a fiambre”."

martes, 2 de septiembre de 2014

 ¡¡¡VIVA PERET!!!

Mi amigo “Trespa”, un olfateador de bellezas musicales que he copiado en alguna ocasión, me envió el otro día este elogio/recordatorio de Peret que, con su permiso, paso a transcribir literalmente, título incluido.
Vale la pena hacerle caso e ir al original y a sus intérpretes.

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En este país cainita en el que nos ha tocado vivir siempre ha pasado, pasa y, desgraciada y seguramente, seguirá pasando lo mismo: En cuanto alguien saca la cabeza por encima de la media palo y tentetieso, difamaciones, menosprecios, etc., etc.

Me vienen estos "malos pensamientos" a cuenta de la muerte de Peret, un GRANDE DE LA MUSICA, así, con mayúsculas; aunque las mentes de miras estrechas que crean opinión en nuestro panorama musical le despacharan durante mucho tiempo bajo la etiqueta de "flamenquito", "gitanada", "españolada" o, incluso, "música del régimen". Opiniones que continúan vigentes aún incluso cuando, como en el último caso, el régimen lleve desaparecido ya casi tantos años como duró.

Te voy a adjuntar unos links a Youtube donde a nada que uno se fije, piense por su cuenta y tenga una cierta cultura musical podrá atisbar el "peazo de monstruo" que teníamos al lado. Claro que eso supondría que la, desgraciadamente, mayoría no se dejara llevar por la caterva de "opinionated people", lo "moderno" y las "reservas políticas" a todo lo que se haya hecho antes de 1978, aunque según donde oigas o leas algunos se refieren a antes de ayer.

El primero es un vídeo de la canción "La noche del Hawaiano" de 1963. Antes de oirlo, si es que no lo has hecho ya, trasládate a la irrupción de The Manhattan Transfer en el panorama musical de consumo español, allá por el año 1976, con la canción "The speak up mambo", también conocida como "Cuéntame".

Oye las dos y, ahora que está tan "a la page" lo de reconocer los riffs, seguro que te suena.

El segundo es el da la canción "Don Toribio" también de 1963. En 1977 Jhonny Pacheco, fundador de la Fannia All Star, hizo el disco "Llegó Melon" en el que aparece dicha canción.

El tercero es el de "La rumba del tra-catra". Aunque esto es exportable también a los anteriores títulos simplemente visiónalo. Y después acuérdate de las actuaciones de James Brown y ese deslizarse por el escenario a golpe de cadera.

Para acabar no podía dejar de mencionar a Peret cantando en catalán  "El mig amic" (video nº 4) en ¡1974! aunque ya la había editado en ¡¡¡¡1968!!!!,  donde reivindica sus tres idiomas con una naturalidad que ya quisieran hoy los inmersionadores de todo. Y, como no, a  los palmeros: el tío Toni (el de las gafas) de la calle de La Cera fallecido el pasado 3 de agosto y el tío Joanet de Mataró, sección rítmica donde las haya, y que aparecen en todos los videos.
Salud y ¡que se mueran los feos!.

P.D. Como era este hombre que hasta para morirse nos regaló una versión del "el Muerto vivo"https://www.youtube.com/watch?v=_iTEs-G7pB0&list=RD_iTEs-G7pB0#t=0.

-4º video https://www.youtube.com/watch?v=xBds2CZPwJA 


martes, 26 de agosto de 2014

Frank Zappa

CAMARILLO BRILLO


“Camarillo brillo” no es solo una canción de Frank Zappa, es la reencarnación del personaje de un relato de Arkaitz Cano del mismo nombre. Un relato en el que los muertos son invitados a encarnarse en personajes literarios, hasta que a uno de ellos se le ocurre: ¿Y si eligiese una canción en vez de un personaje? Y tras mucho dar vueltas elige esta, una canción fronteriza que narra la psicodélica relación entre una mujer desnuda apoyada en el quicio de la puerta y el propio Zappa. Hela aquí en directo con letra y todo.


jueves, 7 de agosto de 2014

El chicle

EL CHICLE

El día 1 de agosto pasado falleció José Luis, mi único hermano. La última vez que le vi reír, solo un mes antes, fue recordando los chicles que pegábamos en la parte baja de los viejos pupitres del colegio que compartimos en los años sesenta del pasado siglo. Este blog va por él…

En la escena final de El último tango en París, Marlon Brando se acerca tambaleándose al balcón del piso que ha compartido durante unas semanas con una mujer de la que ni siquiera conoce el nombre y pega un chicle en la barandilla poco antes de morir. No fue necesario ver esa película en Perpignan para que cuando heredáramos de niños un pupitre a principio de curso tanteáramos sus bajos sabiendo que lo habitual era encontrar una hilera de pegotes petrificados, chicles de alumnos antepasados.  Aún no inventadas las gominolas, las despensas de los pupitres contenían kikos, chupa chups, pegadolças (regalices), y sobre todo chicles, no solo porque eran más fáciles de camuflar entre carrillos, sino principalmente porque estaban de moda.


Aunque según la wikipedia un tal Curtis inventó la goma de mascar a mediados del siglo XIX, los dos hitos que “cambiaron” la historia de la civilización occidental se produjeron ya en pleno siglo XX, cuando Walter Diemer inventó y patentó el llamado “chicle bola”, y sobre todo en 1941, momento en que los responsables militares yanquis lo incluyeron en la dieta diaria de sus soldados.

Así que supongo que el chicle llegó a Barcelona en el Enterprise, un portaviones que fondeó en el puerto en el verano de 1962 con cientos de marineros altos y atléticos que pusieron patas arriba, nunca mejor dicho, los puticlubs y lupanares del barrio chino, y transformaron a la golosina en un símbolo de la modernidad que añorábamos. Con la goma de un lado  a otro de la mandíbula los jóvenes soñábamos convertirnos en “steve mcqueenes” y las jóvenes, imagino, encontrar a tipos rebeldes y un poco chulitos que parecieran formados en el actor´s estudio.

Con algo de cuidado el chicle podía durar más de un día. Una primas mías un poco guarrillas conseguían auténticas pelotas de goma de mascar a base de irlos sumando durante días, pero lo normal es que el masticado acabara descomponiendo el chicle en una sustancia amarga. Éste tuvo sus resistencias. Mi madre solía advertirnos del peligro que podía suponer su tragado, con las tripas irremediablemente pegadas. El otro peligro me lo creé yo mismo un  par de veces, explotándome el globo en el pelo. En esos casos mi madre, tras una bronca descomunal, me lo despegaba con mucha paciencia y una sustancia que asocio a la gasolina.

Con el paso del tiempo y la posmodernidad el chicle ha dejado paso a otras sustancias y ha perdido consistencia y carácter. Ahora es un simple antídoto para la halitosis o un sustituto bastardo del tabaco. Tiene una morfología de píldora minúscula que hace imposible lucirse con un globo de tamaño medio, y yo lo veo en decadencia, como el método Stanislavski y los marines de la VI Flota.

Hace solo unos días mi hermano José Luis pegó su último chicle en la barandilla de un hospital de Ciudad Real. Creo que esta canción de Bobo Rondelli le gustaría.





miércoles, 30 de julio de 2014


EL TIC DE JORDI PUJOL

Tengo que reconocer que este señor nunca me cayó bien, así que pudiera parecer que aprovecho para hacer leña del árbol caído, pero quienes me conocen de cerca saben que hace ya muchos años que defiendo, inspirado en él, una tesis absurda sobre el contenido semántico de los tics que,  después de lo ocurrido estos días, parece ganar status científico.

Antes haré algo de historia para situarnos. A principios de los años ochenta el senyor Pujol  fue imputado en el famosos caso Banca Catalana. Suelo recordar la oleada de amig@s que, haciéndose eco de la propaganda convergente, consideraban el hecho un ataque de la fiscalía a Catalunya. El tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Josep Mª Mena y Carlos Jiménez Villarejo, los fiscales que intentaron empapelarle, se han jubilado después de una carrera honesta y brillante en la que han demostrado una independencia a prueba de políticos y poderes fácticos, y el imputado se ha acabado quitando la senyera y el barret y reconocido, parafraseando al monarca recién abdicado, que se había equivocado y pedía perdón. Todo muy nacional-católico. Faltaría más…

Pero vayamos a lo importante: el tic. Desde que a mediados de los años ochenta del pasado siglo l´honorable empezó a pestañear como un poseso cada vez que lanzaba uno de sus discursitos patrióticos, fui albergando la tesis de que los políticos que mienten se ven traicionados por diversos tics que afectan a ojos, párpados, cejas y aledaños. No es el único. De la misma época Narcís Serra, que pese a pertenecer a una de las sagas que dominan Catalunya desde hace siglos también ha trincado en una de las caixas desaparecidas. Creo recordar que  solía acompañar sus embustes con un movimiento lateral de cuello y cierta tartamudez. Entre los más cercanos en el tiempo, Patxi López, el ex - lehendakari, con una especie de guiño raro y leve adelanto del mentón cuando va de hombre de estado, y el actual “presi”, Mariano Rajoy, con el lóbulo ocular tintineando cada vez que le hacen una pregunta impertinente y debiera decir la verdad pero no puede.

En fin, lamento que la teoría haya tardado tanto tiempo en ganar consistencia. L@s amig@s que pusieron la mano en el fuego por l´honorable no tendrían quemaduras de segundo y tercer grado.


De acompañamiento uno de los panfletos punkis de los años ochenta del pasado siglo: “Autobús número 13” del disco “Que pagui Pujol”, de L´odi social. Bon profit…

jueves, 17 de julio de 2014

ABEL MEEROPOL, EL AUTOR DESCONOCIDO DE “STRANGE FRUIT”
El caso de Abel Meeropol es el del autor eclipsado por una de sus obras, de quien coloca en la historia la hermosura estremecedora de unos versos pero es olvidado para el resto de sus días. Algo sin duda injusto porque, además de escribir una de las piezas más versionadas del jazz de todos los tiempos, Meeropol siguió siendo un buen tipo durante toda su vida.
Impresionado por la imagen del linchamiento y ahorcamiento público de dos negros en Indiana, escribió el poema “Strange fruit” (Fruta extraña) en 1939 y lo publicó en la revista del Partido Comunista, al que pertenecía, sin demasiada repercusión.
Ejercía como maestro en el Bronx y solía acudir al Café Society, un local que servía de punto de reunión de negros y blancos progresistas, además de club de jazz. Fascinado por la sensibilidad musical de Billie Holiday acompañó los versos con una armonía triste, apenas un piano, y presentó el proyecto a la cantante.
Pocos días más tarde Billie Holiday lo interpretaba en público con lágrimas en los ojos y lo convertía en un himno contra la segregación racial. No en vano Billie había visto morir a su padre después de llevarlo de hospital en hospital sin que fuera atendido por el color de su piel.
La grandeza de la canción y la personalidad de la Holiday dejaron a Meeropol en un segundo plano, pero este tipo sencillo, siempre comprometido, escribió más páginas en la historia del siglo XX. En 1953 el matrimonio Rosenberg, Ethel y Julius, formado por dos izquierdistas a los que se acusaba de supuesto espionaje a favor de la Unión Soviética, fue ejecutado en la prisión de Sing Sing. Meeropol, contrario a la deriva estalinista de la URSS, ya había abandonado el Partido Comunista pero seguía siendo un defensor de los derechos humanos, y como tal, detestaba el periodo represivo que su país había emprendido contra toda forma de disidencia, de modo que tomó una decisión acorde con su pensamiento: adoptó a los dos hijos pequeños de los Rosenberg.
En la actualidad, Rachel, la nieta simultánea de Meeropol y los Rosenberg, sigue la tradición familiar y es una de las abogadas “chinche” que viene denunciando el sistema carcelario norteamericano, una industria que mueve miles de millones de dólares (piénsese que USA tiene el 25% de los presos del mundo con solo un 5% de su población).
En cuanto a su abuelo adoptivo, siguió una digna carrera de poeta y compositor y ofreció éxitos a gente como Frank Sinatra o Sacha Distel.
Concluyendo: Abel Meeropol era sin duda algo más que un buen tipo…
En la búsqueda del acompañamiento musical he encontrado una indispensable interpretación de Billie Holiday, y recordado la apabullante versión de Siouxsie and the Banshees en un vinilo que me enorgullece conservar: Siouxsie And The Banshees – Strange Fruit 
Y de colofón una de las traducciones de los emocionantes versos de “Strange fruit”:

De los árboles sureños cuelga una extraña fruta. 
Sangre en las hojas y sangre en la raíz,
negro cuerpo meciéndose en la brisa del Sur.
Fruta extraña que cuelga de los álamos.
Pastoril escena del galante Sur.
Los ojos desorbitados, la boca retorcida,
dulce y fresco aroma de magnolia.
¡Y entonces el repentino olor a carne ardiendo!
Aquí está la fruta para que los cuervos la picoteen,
para que madure con la lluvia, para que el viento la chupe,
para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.
Aquí hay una cosecha amarga y extraña.




viernes, 4 de julio de 2014

MUROS Y VALLAS

En agosto de 1961 la entonces República Democrática Alemana (RDA) construyó en Berlín lo que su gobierno denominaba “muro de protección antifascista”, una empalizada de casi 4 metros de alto que pretendía impedir la fuga masiva de ciudadanos que se venía produciendo desde su territorio en la posguerra (cerca de 3 millones hasta esa fecha; casi 50.000 ese mismo año). El muro, conocido en occidente como “de la vergüenza”, fue derribado en 1989 y supuso la absorción de la RDA por la República Federal Alemana.

Quienes conocimos el muro recordamos la vehemencia con la que era criticado por los políticos españoles de la época como un ejemplo de ataque a la libertad. 

Solo 9 años después de la demolición del muro de Berlín, el gobierno español comenzó a construir la valla de Melilla con el fin de impedir la llegada masiva de emigrantes, principalmente subsaharianos, a territorio español, lo que ellos consideran la primera etapa de su acceso a la Unión Europea (UE). Actualmente la valla tiene 6 metros de altura, y en 2013 el actual ministro del Interior recuperó las famosas concertinas, cuchillas que provocan profundos cortes en manos y piernas de quienes intentan saltar, un método que Zapatero colocó y retiró cuando comprobó que las mutilaciones que producían no cortaban, nunca mejor dicho, a los emigrantes en su intento de llegar al primer mundo.

Tal como recordaba en un blog anterior, los subsaharianos dispuestos a dejarse el pellejo no son 80.000, como dice Fernández Díaz, sino millones. Ese continente olvidado, cuyos padecimientos son pura estadística para los ciudadanos del primer mundo, contiene millones de humanos destinados a morir de hambre o sed, en el peor de los casos, y de peste, malaria o ébola, en el mejor. Sí, es cierto, también genera algunos de los más despóticos y sanguinarios dictadores, y no ha superado - tampoco es que después de lo Yugoeslavia esté la UE para dar lecciones - los enfrentamientos tribales, pero los mandatarios genocidas que los gobiernan son recibidos con parabienes por sus colegas del norte si traen petróleo, gas, diamantes o coltán.

No me puedo imaginar a la República Federal Alemana levantando un muro en 1961 para impedir la llegada masiva de emigrantes del otro lado de Berlín, ni mucho menos el nombre que le hubieran puesto sus aliados, pero desde entonces las cosas han cambiado mucho, a peor.

Por fortuna, nuestro amigo Michael, nigeriano, ha enganchado dos contratos que le permiten sobrevivir en Gipuzkoa; Terry, también nigeriano, ha conseguido superar su estancia en el CIE de Aluche y resiste en nuestro barrio gracias a su simpatía; y hace solo unos días nuestros amigos Xabi y Maitane trajeron de Lagos a una criatura de meses que no necesitará saltar la valla de Melilla para poder tener una vida digna. Enhorabuena.

Como acompañamiento, el más famoso de los músicos nigerianos, el mítico Fela Kuti: 

viernes, 27 de junio de 2014

LOS NADIES

A veces no hacen falta muchos oropeles, solo una pared y las palabras adecuadas...
Le robo este poema a la gente de La Poeteríawww.facebook.com/lapoeteria




viernes, 20 de junio de 2014

FELIPE GONZÁLEZ Y "LA ROJA"

El otro día vi y oí algo que me llamó la atención. Salía Felipe González de la ostentosa ceremonia de coronación del nuevo monarca de España, su tocayo sexto, y era asediado por una decena de micrófonos. Se esperaba, supongo, algún comentario defendiendo las gracias  de la monarquía, pero el ex presidente se acercó a una de las cámaras y dijo levantando la voz que era el momento de apoyar a “la roja, ahora más que nunca”. Imagino perplejos a periodistas de calle bregados en mil batallas ante semejante regate declaratorio, pero así fue.

Teniendo en cuenta el nerviosismo y la acritud que viene mostrando el señor González desde que en las últimas elecciones le salió un forúnculo por la izquierda pensé, no sé si estaré en lo cierto, que cuando hablaba de la roja hablaba de sí mismo. El ex presidente, hombre acostumbrado a los grandes análisis políticos, se supone que al tanto de los avatares de la realidad del Estado, ha descubierto de repente que los nacidos tras la transición la ven como una batallita de abueletes más bien casposa y cuestionan el status que la siguió (monarquía, pacto constitucional, sistema electoral…), incluido él. Por eso cree que hay que defender a “la roja”, ahora que los partidos políticos clásicos y la portería de la selección fútbol son taladrados por equipos secundarios.

Dice González, a quien no creo que nadie niegue los aciertos de su pasado, principalmente la universalización de la sanidad y la educación, que está orgulloso de pertenecer a la “casta”, es decir, a lo peor de ese pasado, la guerra sucia, la corrupción, la puerta giratoria que  ahora le permite asesorar a una energética, la claudicación ante la monarquía y la iglesia católica...Pero lo peor es verle como el abuelo cebolleta, mucho más viejo de lo que es, incapaz de entender que algunos de los jóvenes que no habían nacido cuando él “prestaba tantos servicios a España”,  y a la vista de lo que hay, también quieran cambiar el mundo…


Para aliñar el texto me he acordado de esta canción de Ismael Serrano.


viernes, 13 de junio de 2014


NUEVO DISCO DE JOHN GORKA...

Cantautor de New Jersey con voz de barítono y apellido vasco. Dos muestritas en Spotify y Youtube: John Gorka – Procrastination Blues


lunes, 2 de junio de 2014

LA ZANJA (*)

Hace un calor achicharrante. Han descansado bajo un olivo, buscando la poca sombra que el sol, que cae a plomo, deja bajo el tronco trenzado y el ramaje. Pega un último trago del botijo. Sabe a barro y anís. Se ha ajustado un pañuelo a la cabeza con cuatro nudos y agarrado el pico. Se acerca a la zanja, mira el horizonte, levanta el mango con fuerza, lo descarga sobre la tierra seca y alienta el vuelo en desbandada de un puñado de grajos. El duodécimo golpe suena a cáscara, a crujiente. Se agacha. Es una calavera.

Cincuenta años después un grupo de gente de edad variada levanta una excavación a pocos metros del lugar donde él abrió la zanja. Dos de sus compañeros le dijeron entonces que más valía no remover la tierra y el pasado y él se asustó, pero conoce el paraje como la palma de su mano porque lo ha recorrido innumerables veces. Sigue allí el olivo retorcido y la hilera de amapolas que festeja la primavera y los grajos que esperan echar a volar, y podría contar los pasos en dirección correcta y sentenciar: ahí hay al menos el cadáver de un hombre. Hay dieciséis.
                                       
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica calcula que 80.000 personas, aproximadamente, continúan enterradas en fosas comunes en cualquier rincón de España, una cifra solo superada por el régimen de Pol Pot en Camboya.


(*) Este relato hiperbreve estuvo entre los 20 finalistas  del "V Concurs de relats curts" convocado por el Diari de Terrassa en 2014

martes, 27 de mayo de 2014

LAS NUEVAS PROFESIONES CALLEJERAS

El amateur que tocaba la flauta, por decir algo, a mediados de la pasada década en la Gran Vía de Bilbao era una anécdota. En aquellos tiempos de “riqueza” cualquier persona entregada a la calle podía sobrevivir con más o menos holgura, aunque, como es el caso, en dos o tres años fuera incapaz, siquiera, de entonar de oído “El cóndor pasa”. Un día me acerqué a él y le ofrecí pagarle un curso de solfeo pero no se dejó.

Ahora, en una de las entradas de la estaciónde Indautxu un grupo de violinistas mediocres se reparten instrumento y tiempo para sacar unas monedas. No es uno de los más comunes entre los músicos desperdigados por Bilbao, en el que abundan el acordeón, el clarinete, y más recientemente la cristalería de copas, que virtuosos transforman en música de cámara. En la misma salida de metro un africano reparte octavillas de un sanador que te asegura sexo, dinero y salud.  Decenas de jóvenes del mismo continente venden bolsos, paraguas y DVDS piratas. También hay malabaristas, vendedores de cleenex, pintores, hombres estatua, chatarreros del menudeo, titiriteros, carteristas. Junto a la plaza de Moyúa hay un miniaturista que reproduce con tino la araña que está delante del Guggenheim, pero lo que más abunda son las decenas de pedigüeños que se reparten iglesias, bocas de metro y supermercados con carteles de distinta índole. Todo ello en una ciudad que aún puede presumir de cierta prosperidad y estabilidad social. No en vano algunos de estos currantes callejeros lo hacen a la puerta de tiendas de lujo y bancos internacionales de primera fila.


Viene todo ello a cuento de que el domingo, rodeado de una lluvia fina y persistente, volvió el afilador, un oficio que parecía desterrado, a tocar el chiflo frente al portal de casa, lo que me ha llevado a pensar que ya no hace falta ir al Magreb para saborear el exotismo de sus medinas, tan llenas de gente que vende y hace de todo en la puta calle. Ya tenemos la puta calle aquí.

De acompañamiento musical canción apropiada de un estupendo grupo “granaíno”:  Grupo De Expertos Solynieve – De Baja

lunes, 19 de mayo de 2014

EL MIEDO DEL DELANTERO ANTE EL PENALTI

He mal copiado el título de una novela de Peter Handke que leí hace ya décadas para escribir algo de fútbol, una tentación que me persigue y que, a la vista de la inflación futbolística que nos rodea, suelo rehuir.  Así que no voy a hablar de los astros, esos tipos con peinados y tatuajes más o menos extravagantes que salen del entrenamiento con cochazos de alta gama y repiten la primera palabra de las oraciones como si fuera algo inherente al dominio de la pelota. El FÚTBOL con mayúsculas, ese opio que nos mantiene aturdidos, el circo que nos hará contestar como niños imbéciles que “bien” al “cómo están ustedes”, cada vez me interesa menos. O nada.  Así que voy a hacerlo del fútbol con minúsculas, el que todavía me alegra ver en las plazas y patios de los barrios.
Campeones de barrio - Antonio Berni


Y bien, aunque creo que el mito de la soledad y el  miedo del portero ante el penalti son exagerados, porque esa falta máxima es como un duelo de pistoleros en un western en el que uno puede incluso tirarse al lado contrario sin ser vapuleado, pero ¡ay del delantero si tira la pelota a la grada…!, es cierto que los porteros son gente especial. Cuando yo empezaba a jugar con apenas catorce años en campos de tierra dura y seca el portero era un suicida. Había que tener mucho amor al arte para pasar un frío del carajo, ser mirado de reojo por tus compañeros cada vez que encajabas un gol y llegar a casa con los muslos y la cadera en carne viva. Muchos de esos porteros se habían curtido en los colegios de barrio, descartados como jugadores de campo cuando los capitanes elegían equipo en los recreos. El portero era siempre el último que quedaba, aquel chaval gordito o poco dotado para el regate que seguía empeñado en jugar al fútbol. Con los años se convertían en tipos aguerridos con profunda vida interior o en líderes naturales a los que nadie llevaba la contraria. No recuerdo ni la mitad de los jugadores de campo con los que compartí alineación, pero sí la lista de los porteros, esos seres sacrificados que ni siquiera podían lesionarse o caer enfermos porque a ver quién se ponía... Los había que se empeñaban en llevar pantalón largo para no dañarse, o lo contrario, en dejar de lado las indispensables rodilleras porque total…Como alguna vez me probé los guantes no me extraña que casi ningún cancerbero los usara. A la segunda mojada se acartonaban y perdían totalmente el sentido del tacto.

Foto de Oriol Maspons
Todos los porteros con los que jugué eran personajes peculiares pero ninguno como un chalado que nos duró apenas una temporada. Era un larguirucho con el pelo por los hombros y un ojo tuerto al que recuerdo como si lo estuviera viendo, pero no su nombre ni de donde salió o quién le o nos engañó. Aunque su defecto visual nos mosqueó, tampoco teníamos donde elegir. Conseguir portero era sumamente difícil, porque los descartes de colegio acababan dedicándose a otra cosa, así que asumimos el riesgo. Era un tipo ágil y se le notaba oficio, pero pronto dio muestras de una irregularidad que llevaba con una alegría que desquiciaba, así que a los pocos partidos confirmamos que estaba como una cabra. Creo que fue en Sant Boi, conocido precisamente como el pueblo de los locos porque albergaba un conocido psiquiátrico. Era un partido igualado que no acababa de desequilibrarse, con un importante forcejeo en el medio campo. Uno de nosotros perdió la pelota donde no debía y el equipo contrario inició un contraataque que nos pilló desprevenidos, así que al volver la vista hacia nuestro campo para comprobar si algún defensa y principalmente nuestro portero se había puesto en guardia, no nos lo podíamos creer: estaba sentado en el larguero como si la cosa no fuera con él. He recordado esa imagen surrealista cientos de veces, y cuánto me hubiera gustado una fotografía de ese momento en blanco y negro. Hubiera sido una de las mejores instantáneas del fútbol de barrio de los años sesenta, al nivel de la que Oriol Maspons dedicó a otro portero peculiar por aquellos tiempos.  

Para acabar, unos versos de Günter Grass que he encontrado por ahí:

Lentamente ascendió el balón en el cielo.
Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.
Habían dejado solo al poeta bajo el arco,
pero el árbitro pitó fuera de juego.

jueves, 8 de mayo de 2014

El tranvía regresa a La Malvarrosa (El País 4/5/2014)
En aquella Valencia de los años cincuenta del siglo pasado, sensual, huertana, eclesiástica, reprimida bajo la bota franquista, los sentidos estaban a punto de reventar por todas las costuras del cuerpo. Sobre el color ala de mosca que envolvía todas las cosas había una línea azul que abría el horizonte. Esa línea no solo era el mar como símbolo de la libertad, también era el destino final de todos los deseos y placeres como una forma de rebeldía. Desde entonces las cosas han cambiado sin dejar de ser las mismas bajo otra sustancia.
En verano el tranvía azul con jardinera llevaba a la playa de la Malvarrosa a una gente que todo lo que esperaba de la vida era el regalo de pasar un día en el mar. Una mañana de domingo de 1956, mientras el tranvía rodaba junto al cauce del Turia hacia la avenida del Puerto iba dejando atrás un sonido de tambores y trompetas de una parada militar, que se celebraba junto al puente del Real, en la plaza de Capitanía. Sobre la alegre campana del tranvía se imponía el eco de un vozarrón oscuro, que a través del megáfono repetía una y otra vez las consignas patrióticas a una formación de excombatientes y falangistas. La brisa llevaba hacia el tranvía las palabras gangosas: victoria, caudillo, enemigos de España, comunismo. Pero poco después, sobre esta  soflama cargada de odio contra los rojos se imponía la línea azul del mar y en la playa se abría solo el rojo de las sandías.

En aquellos años  el poblado marítimo de El Cabanyal aún guardaba una de las almas más definidas de Valencia. Tal vez funcionaba allí todavía el teatro de la Marina y se oía la pianola de un baile que se celebraba en alguna villa mesocrática con fachada de azulejos y mirador historiado de art déco; los veraneantes burgueses en chaqueta de pijama, que podían ser personajes de los sainetes de Escalante, tomaban el fresco y hacían tertulias en las puertas de casa en la calle de la Reina. En el aire permanecía extasiado el espíritu de Blasco Ibáñez, de Sorolla, de Benlliure, de José Navarro, de Mongrell, de Cecilio Pla, del fotógrafo Agustí Centelles. Aún quedaban intactas muchas casas de pescadores, la piscina del balneario de Las Arenas y su Partenón pintado de azul, las termas Victoria, donde se establecieron después los salones de baile de Casablanca; los establos de los bueyes de tiro de las barcas; el sanatorio de San Juan de Dios, que recogía a los niños lisiados. Los merenderos de la explanada de Neptuno y las casetas de baños se alternaban en la playa desde el Grao hasta la Malvarrosa, que debía el nombre  a la fábrica de esencias para perfumistas extraídas de las malvas rosáceas, propiedad del francés Robillard.
Atrás quedó todo aquello. El sexo reprimido, la libertad aplastada, los sueños rotos. Más de medio siglo ha pasado. Si los pasajeros de aquel tranvía hubieran repetido uno de estos años el viaje a la Malvarrosa en el nuevo  tranvía de diseño, tal vez habrían encontrado Valencia también cortada al tráfico, pero no les hubiera sorprendido el sonido de una arenga militar franquista con tambores y trompetas, sino el clamor de una inmensa plegaria religiosa que se elevaba a coro con mil decibelios a la atmósfera desde el puente de Monteolivete sobre el cauce del Turia.
Bajo un sol tórrido allí se había montado un tinglado que no desmerecía al de los Rolling Stones, y unos  cientos de miles de fieles perfumados con sudor de colonia e incienso elevaban loas al Señor junto a un apabullante engendro arquitectónico semejante al esqueleto de un inmenso dinosaurio con las vértebras, la espina dorsal y el cráneo a la intemperie, la Ciudad de las Artes, toda de cemento blanco, a modo de cómic galáctico fallero, creado con brutal despilfarro por el arquitecto Calatrava, que también había levantado un puente nuevo de diseño espacial. Sobre este sueño de espuma manierista enloquecida ahora el pontífice romano se movía dentro de un tinglado climatizado artificialmente por seis potentes cañones de aire acondicionado que le regalaban un clima semejante al de un centro comercial donde decenas de cardenales y obispos formaban un gran estofado litúrgico.
Tal vez las calles de Valencia también estarían cortadas para  dar paso a los bramidos de los motores de la fórmula 1; tal vez en los muelles del puerto ahora se estarían celebrando los fastos de la Copa América de Vela, que sustituían al boato de la llegada en 1954 del portaviones Coral Sea de la VI Flota cuando  Franco se hizo llevar una paella a bordo para conmemorar el Pacto de las Bases y los marines desbordados por la ciudad habían reventado los precios del comercio de la carne femenina en el barrio chino.
Todo había cambiado, todo era lo mismo. En aquel tiempo los huertanos acudían al barrio chino en busca de placer, ahora el barrio chino se establecía en plena huerta con una prostituta plantada cada cien metros en medio de campos de hortalizas y naranjos.
Los restaurantes de la playa con nombres de mujer, La Pepica, La Marcelina, Amparito, La Rosa, entonces sombreados con toldos y cañizos a merced del crepitar de los arroces y mariscos a la vista del público se habían trasformado en establecimientos asépticos con puertas de PVC y el litoral salvaje con acequias había sido domesticado con un paseo marítimo con mil farolas de diseño hasta la entonces derruida casa de Blasco Ibáñez, hoy levantada desde los cimientos con los leones mesopotámicos sosteniendo la mesa de mármol y cariátides nuevas en la terraza. En el derruido balneario de Las Arenas se erige ahora un hotel de lujo para ejecutivos.
La vida ha cambiado, pero la historia es siempre la misma. La tragedia de la gran riada ocurrida en octubre de 1957 llenó de cadáveres embarrados la ciudad; ahora la tragedia se había reproducido bajo otra forma, no debida a la naturaleza sino a la miseria moral de algunos políticos de la democracia. En Valencia el accidente del suburbano en la estación de Jesús, ocurrido en julio de 2006, había generado decenas de víctimas mortales, que fueron enterradas y silenciadas como si no hubiera pasado nada, mientras sobre el tinglado del puente de Monteolivete los políticos beatos o agnósticos se extasiaban de incienso, la marihuana de los santos y unas ratas de alcantarilla elevaban la corrupción a una sagrada liturgia del poder.
De regreso de la playa los pasajeros de aquel tranvía de la Malvarrosa detenido ante este altar galáctico ya de noche, en el viejo cauce del Turia, no oirían croar a las ranas ni verían a prostitutas nocturnas que iluminaban con una cerilla un amor, a cinco pesetas el éxtasis. Ahora en el cauce del Turia también se había transformado felizmente en un largo jardín lleno de campos de deportes, parques infantiles, paseantes y ciclistas que estaban ejerciendo la modernidad como una forma de rebeldía y la ciudad se había lavado la cara.
En el tiempo del tranvía todavía quedaba el recuerdo oscuro de los maestros de escuela y profesores republicanos que habían sido fusilados o represaliados después de la guerra. Pero a partir de los años ochenta comenzaron a crearse institutos y universidades. En España se había establecido un sistema general de becas. Hijos de campesinos, de obreros, de taxistas, de pequeños tenderos pudieron ser ingenieros, abogados, científicos, economistas, informáticos.
En los tiempos del tranvía hubo un niño, hijo de jornaleros, que todos los días atravesaba la huerta a pie o en bicicleta camino de Valencia para recibir la clase particular gratuita que le había ofrecido uno de aquellos maestros represaliados. En algún paso a nivel se detenía para ver cruzar el tren eléctrico que iba a la Malvarrosa. En aquel espacio se levantó luego la Politécnica, entre cultivos de hortalizas. Aquel niño se hizo bachiller, luego estudió ciencias y tuvo que seguir sacando matrículas de honor en la universidad porque era la única forma de matricularse sin pagar las tasas. Años después, cuando el joven destinado a ser jornalero obtuvo la cátedra de Ciencias Exactas, en la lección magistral, que dio en el aula magna, citó con honor el nombre de aquel profesor que acababa de morir sin haber sido rehabilitado. También recordó a sus compañeros de escuela, tan despiertos y ávidos de aprender, que no habían podido estudiar y ahora eran jornaleros. Hoy los recortes en la enseñanza amenazan con devolver el rostro de aquella miseria de la educación destinada solo a los privilegiados.
También  El Cabanyal está a punto de perder el alma. Si el Ayuntamiento de Valencia, en lugar de ser una empresa constructora al servicio de la codicia de los tiburones, hubiera sido una empresa realmente ciudadana estos poblados marineros habrían sido cuidados, respetados, restaurados y asumidos desde  el principio como un verdadero tesoro urbano; El Cabanyal declarado conjunto histórico protegido, patrimonio de interés cultural
está a punto de ser destruido con un plan maquiavélico tramado por el Ayuntamiento.
Primero lo dejó abandonado a su aire; luego propició que lo ocuparan tribus marginales; compró viviendas a medida que las hacía inhabitables; las llenó de ratas y, finalmente, ha tentado con el señuelo de la revalorización a sus habitantes más débiles o desmoralizados mientras las palas y las hormigoneras avanzaban hacia el mar como si las guiara una fuerza lógica, moderna e imparable, cuando solo se trata de codicia unida al mal gusto que es la gracia urbanística, herencia del franquismo. Un hotel  de lujo hortera devoró el espíritu del balneario de Las Arenas; los chalés en ruinas de la calle de Eugenia Vives pronto serán sustituidos por una fachada impersonal de muchas alturas y así sucesivamente va a caer bajo la piqueta un barrio que pudo haber sido un modelo de amor a la historia por parte de ediles cultos y conscientes de que la ciudad es una empresa de los ciudadanos y no de los especuladores.
El texto de este  libro que escribí hace veinte años es una memoria sentimental de un aprendizaje. El subconsciente de aquel tiempo y de aquel espacio literario está atravesado por un tranvía azul con jardinera que iba al mar. Los años cincuenta del siglo pasado no se han sumergido por completo en la historia ni han caído totalmente bajo la piqueta; siguen todavía fermentando los nuevos mitos, los nuevos ritos y nuestros sueños bajo el aluvión del cemento armado, del oleaje de plástico y metacrilato.

Este libro tiene ya muchas páginas amarillas. La melancolía es una fuente literaria, la quintaesencia de la imaginación. Aquellas viejas canciones, visiones y placeres sencillos y efímeros, siempre conquistados contra la represión, están unidos a unas calles, esquinas, paisajes y playas que fueron en un tiempo lugares iniciáticos para varias generaciones. Esos espacios constituyen todavía la prolongación de sentimientos que han conformado los estratos más íntimos de un alma colectiva.
Manuel Vicent

Para contrastar con este paisaje un tanto desolador, un canto a la vida y a la alegría de Julio BusatamanteJulio Bustamante – El Tranvía