Tras
ya diez años de andadura profesional, la página web de
audio/literatura ETXEGIROAN, que alumbran nestr@s
amig@sMaría Uriarte y Tomás Juanes, ha cambiado de piel. Ya
son, si no me equivoco, 160 audios de literatura infantil y para
adultos, tanto en euskera como en castellano, que ahora visten con una
página espaciosa, clara y muy bien ordenada, así como con más
información sobre los
elementos de la producción y
sus autor@s.
Exponen
en la web que siguen combinando su actividad principal, la grabación,
edición y masterización de diversos formatos, con aspectos
educativos
y la creación de atmósferas y voces, además de su participación
en eventos públicos.
En
fin, como no soy ni puedo
ser imparcial, porque son
buen@s
amig@s
y han colaborado en
algunos de mis humildes proyectos, a los que han dado realce de un
modo generoso, solo puedo desearles que sigan
expandiendo belleza y
buen rollo. El éxito es siempre una consecuencia.
Enseñé
a nadar a mis dos hijas en el Polideportivo de Begoña, así que, aunque dejé de frecuentarlo hace tiempo, tiene para mí un gran
valor sentimental. Dejé de hacerlo porque pese a su magnitud está
absolutamente petado, ya que abastece de ocio deportivo a unos
cincuenta mil habitantes de los barrios bilbaínos de Txurdínaga y
Santutxu. Al ser este último uno de los más densos de Europa, en
los días calurosos del verano sus piscinas descubiertas parecen
ubicadas en una metrópoli oriental.
La piscina de Atxuri, con la iglesia de la Encarnación al fondo
En
la actualidad frecuento las de Atxuri y
La Peña, también barrios
populares a las
que acuden diversas especies de
nadadores, solitarios o en grupo, a veces
singulares y hasta exóticos...
hace poco
un setentón que combinaba bermudas
con chaleco y corbata mientras escuchaba reggae a todo volumen.
Y
es que las
piscinas, como cualquier espacio público, tienen su idiosincrasia,
sus peculiaridades,
su historia colectiva y personal, y aunque la natación es un deporte
individual y siempre defiendo
que introspectivo, también proporciona
historias, anécdotas, reflexiones.
Podría hasta decirse que los
vestuarios son reductos con una doble
desnudez, la
física y
la moral.
A
mí me encanta coincidir con grupos de
chavalotes de alguno de los colegios “pobres” del entorno,
casi en su totalidad negros o latinos.
Un día felicité al “profe” por lo bien que llevaba a aquel
rebaño de ovejas negras, nunca mejor dicho, consiguiendo que su
adolescencia resultara amable. También por su tenacidad al seguir
dirigiéndose a
ellos en euskera. A menudo yo también hablo con ellos. Me explican
sus cosas y me doy cuenta de que
si hay algo
que nunca cambia
es la inocencia salvaje (pedazo
de oxímoron) de los jóvenes, una
virtud que caracteriza una a una y una
tras otra a las generaciones que nos han precedido e,
imagino, que nos sucederán.
La Piscine de Roubaix en la actualidad
En
los vestuarios también se habla de religión, de política,
generalmente local, y cómo no, de deporte. Los nadadores somos, como
cualquier deportista, mentirosos. Los más veteranos exageran sus
largos y los más jóvenes sus marcas, pero hay también momentos de
solidaridad, y hasta de ternura. En Atxuri suelen chapotear grupos de
personas con problemas cognitivos y psicomotores que parecen mejorar
su humor y su autoestima ante la perspectiva de flotar, pienso que lo
más parecido a volar. Esta
última piscina, construida en 2008, me parece de una gran dignidad
arquitectónica, especialmente su bello techo de láminas de madera,
que invita a nadar espalda. Pero
si hablamos de arquitectura hay que hacerlo de dos piletas francesas
de parecida época, La Piscine de Roubaix y la Molitor, en
París.
En
cuanto a la Molitor fue fundada en 1929, y en ella se bañó Boris
Vian pocas antes de morir, historia recogida en un cómic que hace
años publicó Editorial Impedimenta
(http://impedimenta.es/libros.php/piscina-molitor).
La piscina fue recobrada recientemente como hotel de semilujo y
sirvió de escenario en “La vida de Pi” ( https://youtu.be/nxuWOzJ_Vn4).
Piscina Molitor
En
fin, donde hay una piscina o un océano que echarme a la espalda allí
estoy para recrearme en sus muros y en sus fondos, Poznan, Hammamet,
Neiva o Ziguinchor, mientras pueda. Al fin y al cabo nadie sabe
cuándo ni dónde va a dar su última brazada…
En
estos tiempos de fervor patriótico parece apropiado escuchar a Boris
Vian, escritor, ingeniero, trompetista y cantante, además de nadador
frecuente, interpretando “Le deserteur” (El desertor), canción
dirigida al presidente de la república francesa en el contexto de la
guerra de Indochina.
No
hace tanto que usé un montaje audiovisual de “El nadador”,
swining movie a la mayor gloria de un Burt Lancaster que se recorría
todas las piscinas de su localidad, lo que me ha animado a calmar mi
pasión por el medio con mi propia travesía histórico-virtual.
También para una cierta revisión arqueológica de la Barcelona
desaparecida.
Vestíbulo de la antigua piscina del CNC en la Travassera de Gracia
La
primera pileta (palabra en franco desuso) en la que me bañé casi
niño era una cesión de Baños Populares de Barcelona al Club
Natació Catalunya (CNC). Ubicada junto al cine Delicias, exhalaba un
penetrante olor a cloro que alcanzaba la acera de la Travessera de
Gracia de Barcelona. Recuerdo el vestíbulo y la zona de acceso como
un decorado con cierto empaque arquitectónico,
pero los vestuarios, con el suelo
permanentemente mojado,
eran más
bien cuarteleros. Teniendo en cuenta que
ahora busco piscinas poco concurridas, en las que hacer decenas de
largos sin compartir calle, no recuerdo que éstas
estuvieran separadas por corcheras, de
modo queen
aquel caos espacial los bañistas se
dedicaban más a jugar que a hacer deporte. Tengo que confesar que
eso era precisamente lo que buscábamos.
La
piscina fue cerrada y convertida en un local de baile llamado
Trocadero, muy conocido en su
época y también desaparecido.
Entré contadas veces en esa discoteca, pero recuerdo haber visto
allí a un grupo de rock progresivo llamado OM, que lideraba Toti
Soler, y a Donna Hightower cantando
jazz con bastante dignidad.
“Piscinas
y Deportes”, en la otra punta de la ciudad y hoy día una de sus
zonas más caras, era, con los baños de playa de la Barceloneta, el
espacio lúdico del verano. Se trataba de un complejo de tres
piscinas, campos de fútbol y amplias zonas ajardinadas que absorbía
a bañistas venidos de los barrios populares,
en los que no había este tipo de servicios.
Nadar,
lo que se dice nadar, era prácticamente imposible entre cientos de
jóvenes y niños que gamberreamos
sin descanso. Sí recuerdo que en una de las piscinas había un
trampolín con varias palancas desde el que, con peligro evidente, se
tiraban los atletas más
aguerridos.
Piscinas y Deportes
Ya
más mayor jugué a menudo a fútbol en uno de sus campos de tierra,
normalmente bastante bien cuidados en comparación con los cercanos
del Remedios o San Juan de Dios. Este
último no solía usarse habitualmente. Recuerdo que en una ocasión
uno de los extremos se tropezó en una internada con un objeto duro.
Se trataba de una bicicleta abandonada entre hierbajos. Tal
era la conservación del campo de juego.
El CNC (https://www.cncatalunya.cat/cat/seccio/veure/7),
que con anterioridad había residido en la Barceloneta, consiguió
sobrevivir a partir de los años ochenta
junto al Parc
Güell, y allí sigue.
Fue entonces, cuando
empezaba su
momento de mayor gloria gracias a
varios campeonatos y
subcampeonatos de
Europa de waterpolo,
cuando me hice socio. Por entonces aún
se podía correr por los caminos del parque con cierto desahogo y
luego ir a nadar rodeado de tíos como torres que hacían centenas de largos sin descanso.
Seguirá...
La
casualidad ha hecho que hace unos días viera “Cegados por el sol”,
versión moderna de “La piscina”, en
la que un desatado Ralph Fiennes ofrece una de sus mejores
interpretaciones. He aquí su
bailoteo a cuenta del “Emotional rescue” de los Rolling. BUFFF!!!
De las palabras sobreutilizadas en el vocabulario político más de
moda hay dos que detesto sobremanera: empoderar y transversal. Como
la primera pertenece más bien a cierto ámbito político, me
dedicaré a la transversal, es decir, a “transversal”, valga la
redundancia.
No deja de ser sospechoso que todo movimiento que se pretende masivo
proclame su transversalidad. Así lo hacen feministas, pensionistas,
secesionistas y unionistas, pro abortistas y pro vida, taurinos,
cazadores y animalistas, en fin, todo quisque que quiera superar los
límites que se le asignan o imaginan.
Ahora lo hace el propio Pablo Casado para que su acólito andaluz
alcance la presidencia de la Junta banalizando la violencia de
género, al convertirla en un elemento más de una más transversal y
más amplia “violencia doméstica”, parte del tributo que le
exige la extrema derecha sin careta.
Para cierta parte de mi generación la palabra transversal es
pseudónimo de interclasismo, y ello requiere considerar que hay
cuestiones que trascienden, no me gustaría decir “superan”, para
no citar a Fernández de la Mora, inefable ideólogo del franquismo,
el enfrentamiento o los intereses de clase. Ahí el gran “pero”,
porque en todos esos movimientos, y cuantos transversales se nos
ocurran, hay contradicciones en el momento en que funcionan en
positivo, es decir, cuando tienen que dar solución a sus
reivindicaciones.
Por ello la ambigüedad casi siempre medida de la transversalidad, o
usemos otra palabra de moda, su equidistancia social a derecha o
izquierda, un lenguaje simple y muy genérico (“pensiones dignas”,
“la España de las banderas en los balcones”, “defensa de la
vida”, “violencia doméstica”…) que sirve de cajón de sastre
para problemas complejos y grupos que en otro terreno estarían
enfrentados.
De modo, que pese a pecar de anticuado, a mí me sigue pareciendo más
adecuada la palabra “unitario” al hablar de un movimiento social
(a mí solo me interesan los progresistas), porque alude a un acuerdo
coyuntural y parcial, un pacto en el que las partes se dejan pelos en
la gatera en torno a un objetivo común y obvian o demoran conflictos
que en ese momento consideran secundarios, pero ojito, no los
olvidan. En términos pseudo médicos la “unidad” sería algo así
como una anestesia local y la “transversalidad” una amnesia casi
definitiva.
Así que a darle al sudoku y al crucigrama blanco, no vaya a ser que
perdamos la memoria antes de tiempo…
La música más transversal es esa que se escucha en la sala de
espera del dentista, la peluquería o el ascensor, una música que te
mantiene en un extraño estado de letargo y nunca molesta. Brian Eno
creó una obra peculiar en esa línea, “Música para aeropuertos”,
que inició el camino de lo que vino a denominarse “música de
ambiente”.
The Milk Carton Kids es uno de mis últimos descubrimientos. Sus
juegos vocales, que recuerdan a Simon y Garfunkel, (también se les
compara con los más melosos Everly Brothers), parecen acercarse a
esa tonalidad transversal de la “simpleza”, pero hay en sus
letras más profundidad de lo aparente. Yo he elegido ésta que habla de pelea inconformista.
Cuando
era joven pude cumplir uno de mis deseos transgresores: no celebrar
de navidad.
Lo
conseguí entonces, incluso sin la necesidad de irme a otro país,
por una mezcla de azar y el deporte de riesgo de la "insociabilidad".
Cerrado
ese objetivo, he de decir que he conseguido sobrevivir a su creciente
degradación gracias a la ilusión que siempre ha despertado en mis
menores. Para ayudar a tal supervivencia suelo escoger algún poema
dedicado a la natividad o similar. Este año el que Eduardo Chirinos
(Lima 1960 – 2016) ofreció a “La casa del Señor” en su libro
“Escrito en Missoula”, que adquirí cuando lo publicó en 2003.
Fallecido
prematuramente, Chirinos nunca renunció a su educación religiosa en
el colegio La Inmaculada y la Universidad Pontificia de Perú, pero
siempre tamizada por un humanismo tierno y una ironía sutil (“Si
hubo algún Dios en estas tierras/debió tener cara de bisonte”).
Pues
eso, ¡sobrevivid!
LA CASA DEL SEÑOR*
La casa del Señor
no tiene baños.
Solo una gran sala,
con suerte un comedor
y bancas donde es
menester arrodillarse.
Son altos los techos
en la casa del Señor.
Allí vuelan ángeles
entre nubes de cristal
y hay nidos de
gorriones
(el Señor ama los
gorriones)
y manchas que nunca
se limpian.
La casa del Señor
no tiene cuartos.
Sólo retratos de
familia y algunos parientes
que lloran y se
exhiben tras las velas.
Los mercaderes no
entran en la casa del Señor
(Él nunca los
recibe). Tampoco los gatos
(que se comen los
gorriones).
Los demás
son siempre
bienvenidos a la casa del Señor.
Todos cantan en la
casa del Señor.
Y miran hacia abajo
en busca de consuelo.
*
poema perteneciente al libro “Escrito en Missoula” (Pre-Textos
2003)
Susana Baca (Lima - 1944), cantante, compositora,
investigadora de música y educadora de profesión, ha
recuperado y renovado la tradición musical afroperuana;
considerada
sucesora de Chabuca Granda, la gran dama de la canción peruana, ha
ganado dos
veces el
Grammy latino.
Descubierta
a escala mundial por David Byrne, ex líder de los Talking Heads,
pasó a grabar en su sello Luaka Bop a partir de 1995. Mujer
comprometida, fue ministra
de cultura y
presidenta
de la Comisión Interamericana de Cultura de la OEA.
He elegido esta grabación de estudio de "María Landó", que el poeta César Calvo compuso para Chabuca Granda.
Una
de las grandes ventajas de tener nietos es la posibilidad de volver a
jugar, es decir, de volver al territorio, ¿la patria?, inocente de
la infancia, en el que los mayores problemas estaban relacionados con
bolas, botones, cuerdas, tizas o balones; el futuro eran los reyes
godos o la tabla del nueve que tenías que recitar al día siguiente;
y el mundo el itinerario que separaba la escuela de tu casa.
A
mi nieto lo que más le gusta son los trenes, no en vano el
ferrocarril que une Bilbao con la meseta transcurre a apenas quince
metros de la casa familiar. En consecuencia, entre sus primeras
palabras estaba el tren, en euskera o castellano, y el vocabulario
que le acompaña; y entre sus juegos preferidos, construir estaciones
y trenes con todo lo que pilla. Diría que le ayudo y acompaño, pero
para qué nos vamos a engañar, lo que hago es algo tan sano y
ancestral como volver a jugar, vamos…, volver a ser niño.
Se
me ocurrió escribir estas líneas hace poco, cuando descubrí la
inscripción en piedra cuya imagen acompaño, en la que, pese a que
es un lugar por el que paso a menudo por razones también lúdicas,
no había reparado hasta ese día. Está en uno de los laterales de
la fue Casa Cuna de Bilbao, un pequeño pero muy bello y emblemático
edificio ideado por Ricardo Bastida, uno de los más prolíficos e
interesantes arquitectos de la villa, aunque su obra más conocida,
no la mejor, es el edificio del Banco de Bilbao, en la calle Alcalá
de Madrid.
Quiero
imaginar que ese “se prohíbe toda clase de juegos” tenía
relación con la necesidad de mantener un entorno silencioso
alrededor de la casa cuna, pero el tono imperativo nos retrotrae a
épocas, fue construida en 1912, en las que cualquier placer, entre
ellos el juego, era siempre pecaminoso. Recordemos la famosa
controversia sobre el carácter herético de la risa en “El nombre
de la rosa”, o la obsesión del franquismo por contener las fiestas
populares en términos protocolarios y oficiales, porque la gente
acababa desmadrándose, o sea, siendo feliz, aunque fuera por unas
pocas horas.
acta de defunción de un niño de 9 años en el Museo de la Minería de Gallarta
La "Casa cuna", obra de Ricardo Bastida
Tampoco era infrecuente por entonces que muchos niños
cambiaran demasiado pronto el juego por el trabajo. Hace unos días
visité por segunda vez el Museo de la Minería de Gallarta, una
buena manera de conocer parte de la micro historia, la verdaderamente
heroica, de Bizkaia, y fotografié el certificado de defunción de
Alonso Palacios, fallecido en la mina a los nueve años. Debajo, el
texto de Dolores Ibarruri, vecina e hija de esa localidad, que hace
referencia al trabajo infantil, una vergüenza que aún se da en gran
parte del mundo.
También
hay gente que se desmadra de un modo trágico en el primer mundo. A
veces contemplo con amargura seres solitarios asomados al abismo de
un tragaperras en sórdidos bares de barrio. Hablo de personas a las
que la ludopatía ha transformado hasta físicamente, amigos o
conocidas que han destruido su vida o, en el mejor de los casos, la
mayor parte de un pasado ahora irreconocible. Pero no creo que eso,
por mucho que se diga, tenga que ver con la palabra juego. Tampoco
la veo adecuada cuando se habla de jugar en bolsa, una afición que
la crisis ha demostrado situada entre la usura y el
esoterismo.
Volviendo al principio. Suelo decir que la diferencia entre la
paternidad y la “abuelidad” radica en que los padres educan y los
yayos enseñamos, y supongo que estaremos de acuerdo en que no hay
nada mejor que enseñar jugando. Yo al menos me lo paso chachi
piruli, como dice mi nieto.
René Clement dirigió "Juegos prohibidos" en 1952, un film "de" y "sobre" niños, en el marco de la segunda guerra mundial. La banda sonora del film era obra de Narciso Yepes (Lorca 1927-1997), que incluyó el famoso "Romance Anónimo". Yepes mantuvo hasta 1982 que la pieza era verdaderamente anónima, atribuyéndose hasta entonces a diferentes compositores. Para mayor información, ver https://www.libertaddigital.com/cultura/musica/2016-09-06/manuel-roman-narciso-yepes-el-compositor-de-romance-anonimo-79921/ y para su disfrute este pequeño trailer con el romance de fondo...
Creo que una de las características más
acentuadas de M punto Rajoy era su capacidad de indiferencia. Pese a
haber llevado durante casi dos lustros la responsabilidad del
gobierno de España tenía una arte especial para silbar, zapear y
hacerse el loco cuando había problemas que pintaban bastos. No en
vano consideraba que los políticos deben saber mirar para otro lado.
Conozco gente, buena gente, que busca esa
indiferencia. Les recomiendas un libro o una película y la rechazan
porque es cruda, habla de realidades que les/nos hieren. “Bastantes
problemas tenemos ya”, te dicen, y se recluyen en distracciones más
banales.
La indiferencia con respecto al sufrimiento es la antítesis de una
palabra muy desprestigiada por su connotación religiosa que hay
quien considera sinónimo de empatía, pero que a mí me gusta más:
compasión.
Portada de Charlie Hebdo anterior al atentado
Compadecer es “padecer con”, es decir, acompañar el padecimiento
de otro u otra, paso previo e imprescindible de la solidaridad.
Algunos filósofos “duros” creen que la compasión nace de un
sentimiento de superioridad. Según ellos solo puede compadecerse
alguien que no padece, y los “malistas”, esos herederos de la
tradición nacional-católica que defienden la existencia del Valle
de los Caídos y rezan con la boca pequeña lo de “perdonar a
quienes nos ofenden”, califican a los compasivos de “buenistas”,
y se compadecen más de los embriones que de los niños que cruzan
mares para intentar sobrevivir o llevar una vida mejor.
Pero eso de la indiferencia, paradojas, debe ser muy propio del
poder. Hace unos meses oí por la radio una entrevista a uno de los
supervivientes del atentado a la revista satírica “Charlie Hebdo”,
Philippe Lançon. Periodista en el diario Liberation y columnista de
la revista, Lançon sobrevivió con enormes destrozos en el rostro,
lo que le ha llevado a sufrir hasta 18 operaciones reparadoras, un
itinerario quirúrgico e íntimo que relata en “Le lambeau”, un
libro que Anagrama publicará el año que viene.
En la entrevista, Lançon contaba que poco tiempo después del
atentado recibió la visita del entonces presidente de la república
francesa, François Hollande, en términos coloquiales no muy
ortodoxos, un “picha brava”. Mientras le saludaba
protocolariamente se dio cuenta de que la mirada y atención del
presidente no se centraba en él sino en la cirujana, una mujer al
parecer muy bella. Esa indiferencia no compasiva hacia quien sufre se
repitió poco tiempo después, cuando en un segundo encuentro
Hollande pareció interesarse más por el destino de la médico que
por la salud y el estado anímico del periodista. Lançon lo contaba
con cierta ironía, pero para mí tiene un trasfondo tremendamente
amargo. La lista prosigue. Ayer mismo leí que el presidente Trump se declara indiferente al informe que sus propios servicios de información han elaborado sobre el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi. Así que cómo no lo va ser de los informes de las distintas ONGs sobre la hambruna que la misma Arabia Saudí viene provocando en Yemen...
A mí me es difícil ser indiferente a esta canción, “Gallo rojo,
gallo negro” (Quico Sánchez Ferlosio - 1940-2003) y a su
intérprete, Silvia Pérez Cruz.
Creo recordar que fue hace casi treinta años. Un miserable había
quitado la vida de la hija de una humilde pareja andaluza. Ante la
estupefacción de quienes reclamaban con furia desatada la máxima
pena para el asesino, los padres, con una dignidad que envidio,
declararon que ellos no eran partidarios de la máxima pena.
La nueva versión acústica, con acompañamiento de un quinteto de
cuerda, de una bellísima canción de Eñaut Elorrieta sobre un poema
de Joseba Sarrionandia me ha llevado a recordar esa conducta y
a meterme en el pellejo de personas que no solo no tienen nada
que ver conmigo, sino que he criticado y condenado mientras empuñaban
armas, ponían bombas, practicaban aquella cantinela aborrrecible de
la “socialización del sufrimiento” que acabó con la vida de
numerosas víctimas civiles.
Así que con todo el respeto para esas víctimas directas, me permito
recordar que los distintos gobiernos prometieron medidas favorables a
los presos si ETA abandonaba las armas, más tarde si las
entregaba, y finalmente si se disolvía. Todo eso ha ocurrido ya…
HEMEN
GAUDE
agian
hasieran bertan ekibokatu ginen
mundura
euskaludun sortzean.
eta gero ez
genuen iraultzaren borrokatik
apartatzen
jakin
esna-kantu bat
abestu genion
sehaska
hutsari,
eta goiz batez El
Puertiko kartzelean
esnatu
ginen
maite genituen
gauzengatik erori ginen preso,
baina
gure maitasune oraindik
ez dago
perso
zorionez edo
zorigaitzez,
anitz ekibokatu
ekari gintuzten
deserriko azken
ipurdi honetan bizi edo hiltzera.
eta
bizi, hestu, ia mirari, gainbizi gara
eta
bizitza ez da guretzat
egundo
izango,
lehen zen
bezalakoa
harrezkero
maite
genituen gauzengatik erori ginen preso
baina
gure maitasuna oraindik
ez dago
preso
AQUÍ ESTAMOS
Quizás
nos equivocamos justo en el principio al
ser creados en el mundo como vascos. Y
después no supimos como apartarnos del camino de la revolución.
Le
cantamos una canción de cuna a la cuna vacía. Y
una mañana nos despertamos en la cárcel del puerto
Por
las cosas que amábamos caímos presos. Pero
todavía nuestro amor no se encuentra preso.
Por
suerte o por desgracia y a muchos por equivocación
nos
trajeron al culo del mundo para vivir o morir.
Y
vivimos apretujados con dificultad sobreviviendo casi de
milagro. Y
para nosotros la vida jamas volverá a ser la misma que antes.
Por
las cosas que amábamos caímos presos. Pero
todavía nuestro amor no se encuentra preso.
Siguiendo
la morbosa costumbre de dedicar un poema “ad hoc”, y echando otra
vez mano de esos libros olvidados en las baldas de la librería, en
este caso “Poesía inglesa contemporánea” ( Ed. Barral –
1975), he escogido para la ocasión unos versos de Peter Porter,
poeta australiano ya fallecido.
foto de Peter Porter en el milenio actual
Es
curioso releer estas antiguallas cuando la mayoría de sus autores
han muerto o dejado de ser lo rebeldes sin o con causa que fueron
entonces. Laureados, envejecidos, dedicados a otras cosas, en algunos
casos, como en el presente, sus poemas iniciales muestran una frescura a
menudo perdida con la artrosis y la “madurez”.
Porter
(Brisbane – 1929-2010) es un poeta muy adecuado para el día.
Huérfano de madre a los 9 años, su primera esposa, Shirley Jannice
Henry, se suicidó en 1974. El mismo Porter lo intentó por dos veces
sin éxito, resignándose a que fuera finalmente la “parca” la
que eligiera el día y la hora, exactamente a sus 81 años de edad.
This
was the end of a man but also died
Ten suits, twenty shirts,
Clare College ties
And scarves, a radiogram, one hundred
dance discs
And Vivaldi's Seasons, shells picked up
On
Sark and Ibiza, Phaidon and Skira books
Coverless and crooked
– twenty invitations
To Balls and Bottle Parties, some
still to be held,
Gin, Whisky, Cointreau, Kirsch,
Drambuie,
And an unopened letter from his Mother,
An
unfinished letter to a Rowing Coach.
As his Granny was still
alive the pots of cash
He would inherit did not die, but
who
Could breathe life back into his possessions.
Put
Humpty Dumpty safe on the high sea wall?
They died for him
since he had lived for them.
In death they share a room –
nobody knows
He was alive now all his things are dead.
Lamento
por un propietario
Este
fue el final de un hombre pero también murieron
diez
trajes, veinte camisas, corbatas de Clare College
y
bufandas, un radiograma, cien discos bailables
y las
Cuatro Estaciones de Vivaldi, conchas recogidas
en
Sark e Ibiza, libros de Faidón y Skira
sin
pastas, retorcidos - veinte invitaciones
para
bailes de gala y otros más, aún por celebrar,
Gin,
Whisky, Cointreau, Kirsch, Drambuie,
y una
carta de su madre sin abrir,
otra
inacabada para un entrenador de remo.
Y a
su abuelita, todavía viva, las ollas de plata
que
él hubiera heredado.
No
murieron, pero a sus posesiones
quién
podría devolverles la vida.
¿Salvar
a Humpty Dumpty * oscilando en un muro
sobre
el mar?
Murieron
porque él había vivido para ellas.
En la
muerte comparten ese cuarto, nadie sabe
que
él vivió alguna vez,
ahora
que todas sus cosas están muertas.
*Humpty
Dumpty es el personaje de una canción popular inglesa que Lewis
Carroll introdujo en “A través del espejo...”
Para
que ir más lejos… El grupo Travis dedicó una canción de amor al
personaje de Humpty Dumpty, y aunque no acabo de entender la
referencia en la letra, ahí está para quien sea capaz de
desvelarla.
Henry Beyle (Grenoble - 1783-1842), entró un día en la Basílica de
la Santa Croce de Florencia y le dio un vahído ante la contemplación
del templo, un éxtasis que desde entonces es llamado “síndrome de
Stendhal”, alias del autor de “Rojo y negro”. Actualmente
debería pagar 8 euros, 48 por una visita guiada, para recorrerla
entre cientos de turistas que huelen a sudor y protección solar, y
pese a que la basílica preserva su esplendor la emoción no sería
la misma.
La Pagoda
El fenómeno de la gentrificación, del que ya he hablado en otras
ocasiones, hiere la belleza de los templos turísticos, es decir,
los mejores, diseñados para enaltecer, asombrar, estremecer,
dependiendo del estilo, el volumen o el color y la luz velada que
entra por sus rosetones y vidrieras, al eliminar algunas de sus
características principales, el silencio y la sensación de soledad
compartida.
Iglesia de los Dominicos de Alcobendas
Aunque las iglesias eran el epicentro de la vida social y un lugar de
encuentro, y en su interior se producían y reproducen arengas
destinadas a amedrentar a los fieles, a salvo de las muchedumbres
preservan el sobrecogimiento que impone la intención artística, a
veces contenida, otras excesiva, de quiénes las idearon.
Miguel Fisac (Daimiel – 1913-2006) era pariente y paisano de mi
abuelo materno. Aunque vivió hasta 2006 no le llegué a conocer, y
pese a mi interés por cualquier tipo de expresión artística no lo
hice en su caso, creo que por el prejuicio de haber sido el
arquitecto estrella del opus-dei durante buena parte de su vida
profesional. Para los desatentos a la arquitectura les recuerdo un
acontecimiento controvertido que cundió entre los medios
periodísticos de la época: la demolición de un edificio
emblemático de Madrid llamado La Pagoda. Fisac era el creador de
obra tan peculiar. Según las malas lenguas pagó su tosca salida de
la secta, así definió al Opus al largarse, y pese a la oposición del
colegio de arquitectos, Álvarez del Manzano, alcalde y él mismo
miembro de la “obra”, se responsabilizó de su demolición en
1999.
Hablo de Fisac por desagravio personal y porque durante su época
religiosa diseñó hasta siete Iglesias, algunas de ellas con una
mezcla de sobriedad y luminosidad que impresiona. No en vano tres de
sus construcciones están consideradas entre los veinte mejores
edificios de Madrid en el siglo XX, entre ellos la iglesia de los
dominicos de Alcobendas.
Pero este blog no viene motivado por Stendhal o Fisac, sino por la
audición de un viejo vinilo (costumbre anual cuando accedo a los que hibernan desde hace años en Orduña), el que Paul Horn (Nueva York –
1930-2014) grabó en la catedral de Santa María, en San Francisco,
principalmente por su último corte, una interpretación de “Jesu,
dulcis memoria”, de Tomás Luis de Victoria (Sanchidrián –
1548-1611).
Paul Horn era otro “místico” de la belleza, también dopado por
la creencia religiosa, en este caso cristiana, pero en la mayoría de sus discos inclinada al hinduismo. Quería haber incrustado el corte en el blog por una autenticidad sonora en vivo que incluye hasta una tos y su mayúscula hermosura, pero al buscarlo en internet he visto que el disco no ha sido digitalizado. Se ofrece por un precio módico en Spotify (https://www.merchbar.com/vinyl-records/paul-horn/paul-horn-in-concert-st-marys-cathedral-s-f),
en su formato de vinilo inicial, y yo lo presto previa garantía de
conservación. He podido incorporar, eso sí, una de las múltiples
versiones corales que hay en Youtube.
Catedral de Bilbao
Sigo con las catedrales para confesar que a veces, en los días
desapacibles o multitudinarios, me gusta entrar en la de Bilbao, que
en épocas no turísticas es, para un apóstata como yo, un remanso
en el que reposar la mente y admirar la hermosura del coro, los
vitrales, pero sobre todo del triforio que la rodea. Me apunto por
tanto a la heterodoxia de Fisac, que algún crítico calificó de
“pagana”, porque me permite suplir la religiosidad por la emoción
que Stendhal sintió por la belleza.
Pero para rebajar el famoso síndrome he elegido otro viejo tema en
directo, “Cathedral”, de Crosby Stills and Nash, un grito airado y
dolorido por ese Cristo “en nombre de quien tantas personas han
mentido y muerto”. Amén.