VERANO 1
“LOS P.P. Y EL VERANO”, UN POEMA
DE CARLOS BARRAL SOBRE EL IDEM
Carlos Barral (Barcelona
1928-1989) incluyó este poema autobiográfico (puede decirse que toda su obra lo
es) en “Diecinueve figuras de la historia civil”, libro publicado en 1961.
Los P.P. eran los padres jesuitas
que regentaban el colegio d
e la calle Caspe de Barcelona, un centro de
enseñanza de cierta categoría, por el que han pasado numerosos personajes de la
ciencia (Ignasi Barraquer) política (Jordi
Portabella), cultura (Josep M. de
Sagarra, Jaume Cabré…), y cómo no, de la delincuencia (Javier de la Rosa, Iñaki
Urdangarín…).
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Carlos Barral |
Barral estudió seis cursos en ese colegio, al que
describe en “Años de penitencia” como
“imponente y lúgubre”. Yo pasé once en el de los Maristas de la calle Valencia,
no muy lejos de allí, y aunque nunca viví la imagen inicial de ese cura de
cuerpo presente, por delante del que pasan los alumnos en hilera, me siento
identificado con la contraposición del escenario lúgubre y carcelario del
colegio con la luz y la sensación de libertad de las vacaciones de verano, con
“el timbre alegre de las bicicletas” y esa leyenda de que “en las noches
azules, en la playa, se oyen crecer de cerca los cabellos”. Pues eso, a
disfrutarlo…
LOS P.P. Y EL VERANO
Todos temblamos al entrar.
Hedía
a monda de naranja y a recreo,
delante de la puerta en que ordenaron
la hilera.
Lámparas amarillas,
aceite musitado por el techo,
sudor de voz…, y vivimos
la deseada aparición horrible.
Era una cosa triste, algo muy viejo
y ya sin importancia. Como un mueble
antiguo en el desván o el interior
de los armarios condenados.
Unas manos
como de tierra y cirio, inexpresivas
o demasiado suplicantes…
Mas luego en las palabras
vino la muerte auténtica, nos tuvo
sujetos. El no vivir
ya más, el ser invierno
y estar por siempre dentro
esperando que vengan a sacarnos.
Nos hicieron la cuenta
de los amaneceres imposibles:
el aire, pasajero,
era un regalo entre dos penas
capitales.
El agua libre,
aquel color, cada deseo…
¡Qué riesgo la blancura
en la cama regada de lágrimas!
Y lo peor: los días del verano
tan peligrosos junto al árbol
solar, y aquellos juegos sin excusa.
Me puse a meditar:
las ramas, en efecto,
tan blancas hacia el sol,
a mediodía,
que pudieran no verse, que pudiera caer.
Y entonces no sería
la tarde verde, abierta,
y la excursión al bosque con mis primas.
Y nunca más, entonces,
vería entre las franjas
de su vestido almidonado.
-
¿recuerdas, en la fuente
solos, que tú bebías
colgando tu cintura de mis brazos?
Oh, nunca más, ya nunca
más las hojas
abarquilladas y brillantes, turba
de espejos que nos ahorraban las palabras…
Las cosas que quedaron
a medio hacer,
pendientes de volver a repetirse:
saber si tú venías por costumbre
o era con amistad. O si era cierto
que en las noches azules, en la playa,
se oyen crecer de cerca los cabellos.
Pensé en el cuerpo exangüe,
en aspa al pie del árbol poderoso,
y alrededor las voces, los silbidos
y el timbre alegre de las bicicletas
que parten tarde adentro, a la aventura.
Entonces como un fuego súbito,
como el sol de repente en aquel patio
de pelotas de trapo, parecieron
altas, blancas las tapias, que encerrasen
lo triste con nosotros, porque afuera
un verano sin límites, abierto,
de riesgos esperados, sin peligro,
nos aguardaba para todo el tiempo.
Comprendí que era grave,
gravísimo estar muerto, estar presente
de aquel extraño modo
(el aire es diferente,
ligero, como si hubiese huido)
o ya no estar. Pero hasta entonces
nos queda tanto para hacer. En cada día
de libertad, en cada hora
libre. Por ejemplo,
subir el monte fatigoso
con un perro, imaginando
que cumplimos con un difícil deber.
O estar tendidos de espaldas,
en serio, sin mirar,
cuando la muchacha que se mojó jugando con nosotros
ha puesto su ropa al sol y le contamos
exageradas historias del invierno,
mientras las nubes se deshacen…
No recuerdo a Barral como un poeta habituado a las referencias
musicales, y le hago más bien amante de la canción francesa de la época, pero
en el año de la creación de “Los P.P. y el verano" seguro que escuchó alguna vez “Moon river”, que cantada
por Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”, película de ese mismo año, sería con el tiempo uno de los
standars más interpretados de la historia.