MANUEL VICENT Y
LOS
ÚLTIMOS MOHICANOS
Al
ir a ubicar “Los últimos mohicanos” en las baldas de la librería, me di cuenta de que Manuel Vicent (Villavieja 1936)
es el autor del que tengo más libros. No es de extrañar, dada mi
predilección por quienes hacen mix con la literatura de alcance
medio, el columnismo y el periodismo de estampa, pero sobre todo por
los biógrafos párvulos ( ver
http://charlievedella.blogspot.com.es/2016/11/eugenio-baronchelli-biografo-breve.html),
capaces de diseccionar a un personaje con la precisión de un forense
con apenas unos cientos de palabras; diez páginas en el caso que nos
ocupa.

Así
que he aquí una pequeña selección para animar al personal a
adquirir el volumen.
“Bagaría
nunca renunció a ejercer de sí mismo, su mejor obra personal.
Desayunaba a las nueve de la noche, almorzaba a las tres de la
madrugada, cenaba a las doce del mediodía y en medio hacía
insomnios de alcohol y póquer, cafés con leche, bocadillos al pie
de las barras, hasta deshacerse hablando de la nada y de todo, contra
esto y aquello, en las tertulias bajo el humo del tabaco que se
confundía con la niebla de todas las madrugadas” ( de Luis Bagaría
– El lápiz del dibujante revolucionario)
“Con
este autor se ha dado un hecho curioso: fue en su tiempo uno de los
grandes; puso su afilada inteligencia y un estilo literario sin
ninguna veta de tocino al servicio de la historia; contó de primera
mano las cosas que pasaban en la calle; estaba donde había que
estar, en los acontecimientos políticos, en los homenajes
literarios; era citado, admirado y seguido por una legión de
lectores y, de repente, terminada la guerra civil, se lo tragó la
tierra y ni siquiera fue recordado como un exiliado famoso.” ( de
Manuel Chaves Nogales – Disparar a la distancia precisa)
“Ortega
había dado siempre la espalda a la iglesia, pero alrededor de su
lecho de muerte revoloteó el agustino Félix García, experto en
descabellar con la extremaunción a agnósticos de renombre. El
fraile entró en la alcoba del moribundo. ¿Ortega confesó sus
pecados, besó el crucifijo? El fraile dejó el interrogante en el
aire”. ( de José Ortega y Gasset – Naufragio en la palangana de
Pilatos)
“En
los últimos años de su oficio llegaba por la mañana, cuando el
local aún olía a serrín mojado, se sentaba junto al ventanal del
fondo, el camarero de turno depositaba sobre el velador un café con
leche en vaso, el tintero y la pluma; César ponía la pitillera
dorada y comenzaba a llenar cuartillas sobre todo y sobre nada, sobre
cosas de la vida que no le comprometieran, organillos, farolas,
muchachas en flor, castañeras, anuncios y máscaras.” ( de César
González Ruano – La máquina de fabricar calderilla)
“Tenía
de España una visión de chiringuito, de corrala o sacristía, con
una deriva natural hacia ese lado menor de la vida, de los sucesos,
de los personajes. Así construyó un mundo propio, asentado en un
costumbrismo esperpéntico, de lápida funeraria, de refranes de
calendario zaragozano, coplillas de ciego, sermones de cura
trabucaire, apocalipsis de hoja parroquial, con una galería de
progresistas de pana rayada, de ejecutivos de Agua Brava y verga de
búfalo bajo el loden, de políticos de solomillo al punto o
sangrante”. ( de Luis Carandell – La historia es una anécdota)
“En
1945, en el corazón de la más dura posguerra, un hombre que había
sido policía durante la república, afiliado al PSUC, detenido y
condenado, volvía a casa después de haber cumplido varios años de
prisión. Vivía en la calle Botella, en el Raval de Barcelona. El
hombre subía muy abatido esa mañana con una maleta de cartón a su
piso, donde le esperaba su mujer, una humilde modista, y en mitad de
la escalera se cruzó con un niño gordito de cinco años. Los dos se
miraron muy sorprendidos al verse por primera vez. Así cuenta Manuel
Vázquez Montalbán el momento y el lugar en que conoció a su padre”
(Manuel Vázquez Montalbán – El marxismo pop y la gente derrotada)
En
el año 2000 Vázquez Montalbán escribió “Cancionero general del
franquismo”, una recopilación de 455 canciones surgidas durante
ese periodo entre gris y eastmancolor del siglo XX. Entre ellas, su
preferida, “Tatuaje”, en la interpretación más esencial, la de
doña Concha Piquer.