viernes, 27 de junio de 2014

LOS NADIES

A veces no hacen falta muchos oropeles, solo una pared y las palabras adecuadas...
Le robo este poema a la gente de La Poeteríawww.facebook.com/lapoeteria




viernes, 20 de junio de 2014

FELIPE GONZÁLEZ Y "LA ROJA"

El otro día vi y oí algo que me llamó la atención. Salía Felipe González de la ostentosa ceremonia de coronación del nuevo monarca de España, su tocayo sexto, y era asediado por una decena de micrófonos. Se esperaba, supongo, algún comentario defendiendo las gracias  de la monarquía, pero el ex presidente se acercó a una de las cámaras y dijo levantando la voz que era el momento de apoyar a “la roja, ahora más que nunca”. Imagino perplejos a periodistas de calle bregados en mil batallas ante semejante regate declaratorio, pero así fue.

Teniendo en cuenta el nerviosismo y la acritud que viene mostrando el señor González desde que en las últimas elecciones le salió un forúnculo por la izquierda pensé, no sé si estaré en lo cierto, que cuando hablaba de la roja hablaba de sí mismo. El ex presidente, hombre acostumbrado a los grandes análisis políticos, se supone que al tanto de los avatares de la realidad del Estado, ha descubierto de repente que los nacidos tras la transición la ven como una batallita de abueletes más bien casposa y cuestionan el status que la siguió (monarquía, pacto constitucional, sistema electoral…), incluido él. Por eso cree que hay que defender a “la roja”, ahora que los partidos políticos clásicos y la portería de la selección fútbol son taladrados por equipos secundarios.

Dice González, a quien no creo que nadie niegue los aciertos de su pasado, principalmente la universalización de la sanidad y la educación, que está orgulloso de pertenecer a la “casta”, es decir, a lo peor de ese pasado, la guerra sucia, la corrupción, la puerta giratoria que  ahora le permite asesorar a una energética, la claudicación ante la monarquía y la iglesia católica...Pero lo peor es verle como el abuelo cebolleta, mucho más viejo de lo que es, incapaz de entender que algunos de los jóvenes que no habían nacido cuando él “prestaba tantos servicios a España”,  y a la vista de lo que hay, también quieran cambiar el mundo…


Para aliñar el texto me he acordado de esta canción de Ismael Serrano.


viernes, 13 de junio de 2014


NUEVO DISCO DE JOHN GORKA...

Cantautor de New Jersey con voz de barítono y apellido vasco. Dos muestritas en Spotify y Youtube: John Gorka – Procrastination Blues


lunes, 2 de junio de 2014

LA ZANJA (*)

Hace un calor achicharrante. Han descansado bajo un olivo, buscando la poca sombra que el sol, que cae a plomo, deja bajo el tronco trenzado y el ramaje. Pega un último trago del botijo. Sabe a barro y anís. Se ha ajustado un pañuelo a la cabeza con cuatro nudos y agarrado el pico. Se acerca a la zanja, mira el horizonte, levanta el mango con fuerza, lo descarga sobre la tierra seca y alienta el vuelo en desbandada de un puñado de grajos. El duodécimo golpe suena a cáscara, a crujiente. Se agacha. Es una calavera.

Cincuenta años después un grupo de gente de edad variada levanta una excavación a pocos metros del lugar donde él abrió la zanja. Dos de sus compañeros le dijeron entonces que más valía no remover la tierra y el pasado y él se asustó, pero conoce el paraje como la palma de su mano porque lo ha recorrido innumerables veces. Sigue allí el olivo retorcido y la hilera de amapolas que festeja la primavera y los grajos que esperan echar a volar, y podría contar los pasos en dirección correcta y sentenciar: ahí hay al menos el cadáver de un hombre. Hay dieciséis.
                                       
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica calcula que 80.000 personas, aproximadamente, continúan enterradas en fosas comunes en cualquier rincón de España, una cifra solo superada por el régimen de Pol Pot en Camboya.


(*) Este relato hiperbreve estuvo entre los 20 finalistas  del "V Concurs de relats curts" convocado por el Diari de Terrassa en 2014

martes, 27 de mayo de 2014

LAS NUEVAS PROFESIONES CALLEJERAS

El amateur que tocaba la flauta, por decir algo, a mediados de la pasada década en la Gran Vía de Bilbao era una anécdota. En aquellos tiempos de “riqueza” cualquier persona entregada a la calle podía sobrevivir con más o menos holgura, aunque, como es el caso, en dos o tres años fuera incapaz, siquiera, de entonar de oído “El cóndor pasa”. Un día me acerqué a él y le ofrecí pagarle un curso de solfeo pero no se dejó.

Ahora, en una de las entradas de la estaciónde Indautxu un grupo de violinistas mediocres se reparten instrumento y tiempo para sacar unas monedas. No es uno de los más comunes entre los músicos desperdigados por Bilbao, en el que abundan el acordeón, el clarinete, y más recientemente la cristalería de copas, que virtuosos transforman en música de cámara. En la misma salida de metro un africano reparte octavillas de un sanador que te asegura sexo, dinero y salud.  Decenas de jóvenes del mismo continente venden bolsos, paraguas y DVDS piratas. También hay malabaristas, vendedores de cleenex, pintores, hombres estatua, chatarreros del menudeo, titiriteros, carteristas. Junto a la plaza de Moyúa hay un miniaturista que reproduce con tino la araña que está delante del Guggenheim, pero lo que más abunda son las decenas de pedigüeños que se reparten iglesias, bocas de metro y supermercados con carteles de distinta índole. Todo ello en una ciudad que aún puede presumir de cierta prosperidad y estabilidad social. No en vano algunos de estos currantes callejeros lo hacen a la puerta de tiendas de lujo y bancos internacionales de primera fila.


Viene todo ello a cuento de que el domingo, rodeado de una lluvia fina y persistente, volvió el afilador, un oficio que parecía desterrado, a tocar el chiflo frente al portal de casa, lo que me ha llevado a pensar que ya no hace falta ir al Magreb para saborear el exotismo de sus medinas, tan llenas de gente que vende y hace de todo en la puta calle. Ya tenemos la puta calle aquí.

De acompañamiento musical canción apropiada de un estupendo grupo “granaíno”:  Grupo De Expertos Solynieve – De Baja

lunes, 19 de mayo de 2014

EL MIEDO DEL DELANTERO ANTE EL PENALTI

He mal copiado el título de una novela de Peter Handke que leí hace ya décadas para escribir algo de fútbol, una tentación que me persigue y que, a la vista de la inflación futbolística que nos rodea, suelo rehuir.  Así que no voy a hablar de los astros, esos tipos con peinados y tatuajes más o menos extravagantes que salen del entrenamiento con cochazos de alta gama y repiten la primera palabra de las oraciones como si fuera algo inherente al dominio de la pelota. El FÚTBOL con mayúsculas, ese opio que nos mantiene aturdidos, el circo que nos hará contestar como niños imbéciles que “bien” al “cómo están ustedes”, cada vez me interesa menos. O nada.  Así que voy a hacerlo del fútbol con minúsculas, el que todavía me alegra ver en las plazas y patios de los barrios.
Campeones de barrio - Antonio Berni


Y bien, aunque creo que el mito de la soledad y el  miedo del portero ante el penalti son exagerados, porque esa falta máxima es como un duelo de pistoleros en un western en el que uno puede incluso tirarse al lado contrario sin ser vapuleado, pero ¡ay del delantero si tira la pelota a la grada…!, es cierto que los porteros son gente especial. Cuando yo empezaba a jugar con apenas catorce años en campos de tierra dura y seca el portero era un suicida. Había que tener mucho amor al arte para pasar un frío del carajo, ser mirado de reojo por tus compañeros cada vez que encajabas un gol y llegar a casa con los muslos y la cadera en carne viva. Muchos de esos porteros se habían curtido en los colegios de barrio, descartados como jugadores de campo cuando los capitanes elegían equipo en los recreos. El portero era siempre el último que quedaba, aquel chaval gordito o poco dotado para el regate que seguía empeñado en jugar al fútbol. Con los años se convertían en tipos aguerridos con profunda vida interior o en líderes naturales a los que nadie llevaba la contraria. No recuerdo ni la mitad de los jugadores de campo con los que compartí alineación, pero sí la lista de los porteros, esos seres sacrificados que ni siquiera podían lesionarse o caer enfermos porque a ver quién se ponía... Los había que se empeñaban en llevar pantalón largo para no dañarse, o lo contrario, en dejar de lado las indispensables rodilleras porque total…Como alguna vez me probé los guantes no me extraña que casi ningún cancerbero los usara. A la segunda mojada se acartonaban y perdían totalmente el sentido del tacto.

Foto de Oriol Maspons
Todos los porteros con los que jugué eran personajes peculiares pero ninguno como un chalado que nos duró apenas una temporada. Era un larguirucho con el pelo por los hombros y un ojo tuerto al que recuerdo como si lo estuviera viendo, pero no su nombre ni de donde salió o quién le o nos engañó. Aunque su defecto visual nos mosqueó, tampoco teníamos donde elegir. Conseguir portero era sumamente difícil, porque los descartes de colegio acababan dedicándose a otra cosa, así que asumimos el riesgo. Era un tipo ágil y se le notaba oficio, pero pronto dio muestras de una irregularidad que llevaba con una alegría que desquiciaba, así que a los pocos partidos confirmamos que estaba como una cabra. Creo que fue en Sant Boi, conocido precisamente como el pueblo de los locos porque albergaba un conocido psiquiátrico. Era un partido igualado que no acababa de desequilibrarse, con un importante forcejeo en el medio campo. Uno de nosotros perdió la pelota donde no debía y el equipo contrario inició un contraataque que nos pilló desprevenidos, así que al volver la vista hacia nuestro campo para comprobar si algún defensa y principalmente nuestro portero se había puesto en guardia, no nos lo podíamos creer: estaba sentado en el larguero como si la cosa no fuera con él. He recordado esa imagen surrealista cientos de veces, y cuánto me hubiera gustado una fotografía de ese momento en blanco y negro. Hubiera sido una de las mejores instantáneas del fútbol de barrio de los años sesenta, al nivel de la que Oriol Maspons dedicó a otro portero peculiar por aquellos tiempos.  

Para acabar, unos versos de Günter Grass que he encontrado por ahí:

Lentamente ascendió el balón en el cielo.
Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.
Habían dejado solo al poeta bajo el arco,
pero el árbitro pitó fuera de juego.

jueves, 8 de mayo de 2014

El tranvía regresa a La Malvarrosa (El País 4/5/2014)
En aquella Valencia de los años cincuenta del siglo pasado, sensual, huertana, eclesiástica, reprimida bajo la bota franquista, los sentidos estaban a punto de reventar por todas las costuras del cuerpo. Sobre el color ala de mosca que envolvía todas las cosas había una línea azul que abría el horizonte. Esa línea no solo era el mar como símbolo de la libertad, también era el destino final de todos los deseos y placeres como una forma de rebeldía. Desde entonces las cosas han cambiado sin dejar de ser las mismas bajo otra sustancia.
En verano el tranvía azul con jardinera llevaba a la playa de la Malvarrosa a una gente que todo lo que esperaba de la vida era el regalo de pasar un día en el mar. Una mañana de domingo de 1956, mientras el tranvía rodaba junto al cauce del Turia hacia la avenida del Puerto iba dejando atrás un sonido de tambores y trompetas de una parada militar, que se celebraba junto al puente del Real, en la plaza de Capitanía. Sobre la alegre campana del tranvía se imponía el eco de un vozarrón oscuro, que a través del megáfono repetía una y otra vez las consignas patrióticas a una formación de excombatientes y falangistas. La brisa llevaba hacia el tranvía las palabras gangosas: victoria, caudillo, enemigos de España, comunismo. Pero poco después, sobre esta  soflama cargada de odio contra los rojos se imponía la línea azul del mar y en la playa se abría solo el rojo de las sandías.

En aquellos años  el poblado marítimo de El Cabanyal aún guardaba una de las almas más definidas de Valencia. Tal vez funcionaba allí todavía el teatro de la Marina y se oía la pianola de un baile que se celebraba en alguna villa mesocrática con fachada de azulejos y mirador historiado de art déco; los veraneantes burgueses en chaqueta de pijama, que podían ser personajes de los sainetes de Escalante, tomaban el fresco y hacían tertulias en las puertas de casa en la calle de la Reina. En el aire permanecía extasiado el espíritu de Blasco Ibáñez, de Sorolla, de Benlliure, de José Navarro, de Mongrell, de Cecilio Pla, del fotógrafo Agustí Centelles. Aún quedaban intactas muchas casas de pescadores, la piscina del balneario de Las Arenas y su Partenón pintado de azul, las termas Victoria, donde se establecieron después los salones de baile de Casablanca; los establos de los bueyes de tiro de las barcas; el sanatorio de San Juan de Dios, que recogía a los niños lisiados. Los merenderos de la explanada de Neptuno y las casetas de baños se alternaban en la playa desde el Grao hasta la Malvarrosa, que debía el nombre  a la fábrica de esencias para perfumistas extraídas de las malvas rosáceas, propiedad del francés Robillard.
Atrás quedó todo aquello. El sexo reprimido, la libertad aplastada, los sueños rotos. Más de medio siglo ha pasado. Si los pasajeros de aquel tranvía hubieran repetido uno de estos años el viaje a la Malvarrosa en el nuevo  tranvía de diseño, tal vez habrían encontrado Valencia también cortada al tráfico, pero no les hubiera sorprendido el sonido de una arenga militar franquista con tambores y trompetas, sino el clamor de una inmensa plegaria religiosa que se elevaba a coro con mil decibelios a la atmósfera desde el puente de Monteolivete sobre el cauce del Turia.
Bajo un sol tórrido allí se había montado un tinglado que no desmerecía al de los Rolling Stones, y unos  cientos de miles de fieles perfumados con sudor de colonia e incienso elevaban loas al Señor junto a un apabullante engendro arquitectónico semejante al esqueleto de un inmenso dinosaurio con las vértebras, la espina dorsal y el cráneo a la intemperie, la Ciudad de las Artes, toda de cemento blanco, a modo de cómic galáctico fallero, creado con brutal despilfarro por el arquitecto Calatrava, que también había levantado un puente nuevo de diseño espacial. Sobre este sueño de espuma manierista enloquecida ahora el pontífice romano se movía dentro de un tinglado climatizado artificialmente por seis potentes cañones de aire acondicionado que le regalaban un clima semejante al de un centro comercial donde decenas de cardenales y obispos formaban un gran estofado litúrgico.
Tal vez las calles de Valencia también estarían cortadas para  dar paso a los bramidos de los motores de la fórmula 1; tal vez en los muelles del puerto ahora se estarían celebrando los fastos de la Copa América de Vela, que sustituían al boato de la llegada en 1954 del portaviones Coral Sea de la VI Flota cuando  Franco se hizo llevar una paella a bordo para conmemorar el Pacto de las Bases y los marines desbordados por la ciudad habían reventado los precios del comercio de la carne femenina en el barrio chino.
Todo había cambiado, todo era lo mismo. En aquel tiempo los huertanos acudían al barrio chino en busca de placer, ahora el barrio chino se establecía en plena huerta con una prostituta plantada cada cien metros en medio de campos de hortalizas y naranjos.
Los restaurantes de la playa con nombres de mujer, La Pepica, La Marcelina, Amparito, La Rosa, entonces sombreados con toldos y cañizos a merced del crepitar de los arroces y mariscos a la vista del público se habían trasformado en establecimientos asépticos con puertas de PVC y el litoral salvaje con acequias había sido domesticado con un paseo marítimo con mil farolas de diseño hasta la entonces derruida casa de Blasco Ibáñez, hoy levantada desde los cimientos con los leones mesopotámicos sosteniendo la mesa de mármol y cariátides nuevas en la terraza. En el derruido balneario de Las Arenas se erige ahora un hotel de lujo para ejecutivos.
La vida ha cambiado, pero la historia es siempre la misma. La tragedia de la gran riada ocurrida en octubre de 1957 llenó de cadáveres embarrados la ciudad; ahora la tragedia se había reproducido bajo otra forma, no debida a la naturaleza sino a la miseria moral de algunos políticos de la democracia. En Valencia el accidente del suburbano en la estación de Jesús, ocurrido en julio de 2006, había generado decenas de víctimas mortales, que fueron enterradas y silenciadas como si no hubiera pasado nada, mientras sobre el tinglado del puente de Monteolivete los políticos beatos o agnósticos se extasiaban de incienso, la marihuana de los santos y unas ratas de alcantarilla elevaban la corrupción a una sagrada liturgia del poder.
De regreso de la playa los pasajeros de aquel tranvía de la Malvarrosa detenido ante este altar galáctico ya de noche, en el viejo cauce del Turia, no oirían croar a las ranas ni verían a prostitutas nocturnas que iluminaban con una cerilla un amor, a cinco pesetas el éxtasis. Ahora en el cauce del Turia también se había transformado felizmente en un largo jardín lleno de campos de deportes, parques infantiles, paseantes y ciclistas que estaban ejerciendo la modernidad como una forma de rebeldía y la ciudad se había lavado la cara.
En el tiempo del tranvía todavía quedaba el recuerdo oscuro de los maestros de escuela y profesores republicanos que habían sido fusilados o represaliados después de la guerra. Pero a partir de los años ochenta comenzaron a crearse institutos y universidades. En España se había establecido un sistema general de becas. Hijos de campesinos, de obreros, de taxistas, de pequeños tenderos pudieron ser ingenieros, abogados, científicos, economistas, informáticos.
En los tiempos del tranvía hubo un niño, hijo de jornaleros, que todos los días atravesaba la huerta a pie o en bicicleta camino de Valencia para recibir la clase particular gratuita que le había ofrecido uno de aquellos maestros represaliados. En algún paso a nivel se detenía para ver cruzar el tren eléctrico que iba a la Malvarrosa. En aquel espacio se levantó luego la Politécnica, entre cultivos de hortalizas. Aquel niño se hizo bachiller, luego estudió ciencias y tuvo que seguir sacando matrículas de honor en la universidad porque era la única forma de matricularse sin pagar las tasas. Años después, cuando el joven destinado a ser jornalero obtuvo la cátedra de Ciencias Exactas, en la lección magistral, que dio en el aula magna, citó con honor el nombre de aquel profesor que acababa de morir sin haber sido rehabilitado. También recordó a sus compañeros de escuela, tan despiertos y ávidos de aprender, que no habían podido estudiar y ahora eran jornaleros. Hoy los recortes en la enseñanza amenazan con devolver el rostro de aquella miseria de la educación destinada solo a los privilegiados.
También  El Cabanyal está a punto de perder el alma. Si el Ayuntamiento de Valencia, en lugar de ser una empresa constructora al servicio de la codicia de los tiburones, hubiera sido una empresa realmente ciudadana estos poblados marineros habrían sido cuidados, respetados, restaurados y asumidos desde  el principio como un verdadero tesoro urbano; El Cabanyal declarado conjunto histórico protegido, patrimonio de interés cultural
está a punto de ser destruido con un plan maquiavélico tramado por el Ayuntamiento.
Primero lo dejó abandonado a su aire; luego propició que lo ocuparan tribus marginales; compró viviendas a medida que las hacía inhabitables; las llenó de ratas y, finalmente, ha tentado con el señuelo de la revalorización a sus habitantes más débiles o desmoralizados mientras las palas y las hormigoneras avanzaban hacia el mar como si las guiara una fuerza lógica, moderna e imparable, cuando solo se trata de codicia unida al mal gusto que es la gracia urbanística, herencia del franquismo. Un hotel  de lujo hortera devoró el espíritu del balneario de Las Arenas; los chalés en ruinas de la calle de Eugenia Vives pronto serán sustituidos por una fachada impersonal de muchas alturas y así sucesivamente va a caer bajo la piqueta un barrio que pudo haber sido un modelo de amor a la historia por parte de ediles cultos y conscientes de que la ciudad es una empresa de los ciudadanos y no de los especuladores.
El texto de este  libro que escribí hace veinte años es una memoria sentimental de un aprendizaje. El subconsciente de aquel tiempo y de aquel espacio literario está atravesado por un tranvía azul con jardinera que iba al mar. Los años cincuenta del siglo pasado no se han sumergido por completo en la historia ni han caído totalmente bajo la piqueta; siguen todavía fermentando los nuevos mitos, los nuevos ritos y nuestros sueños bajo el aluvión del cemento armado, del oleaje de plástico y metacrilato.

Este libro tiene ya muchas páginas amarillas. La melancolía es una fuente literaria, la quintaesencia de la imaginación. Aquellas viejas canciones, visiones y placeres sencillos y efímeros, siempre conquistados contra la represión, están unidos a unas calles, esquinas, paisajes y playas que fueron en un tiempo lugares iniciáticos para varias generaciones. Esos espacios constituyen todavía la prolongación de sentimientos que han conformado los estratos más íntimos de un alma colectiva.
Manuel Vicent

Para contrastar con este paisaje un tanto desolador, un canto a la vida y a la alegría de Julio BusatamanteJulio Bustamante – El Tranvía


jueves, 24 de abril de 2014

DEL MÓVIL Y LAS REDES SOCIALES

La primera vez que vi a un tipo hablando a voz en grito en medio de la Gran Vía de Bilbao por un trasto que parecía un transmisor militar pensé que era jilipollas. En vez de esperar a llegar a casa y hablar por el teléfono de toda la vida, como las “personas normales”, se estaba haciendo el moderno. Casi veinte años después hay tíos que van hablando solos por la calle y no están locos, y ya no hay humano que pueda sobrevivir sin estar permanentemente conectado, no ya a las redes telefónicas, sino a las llamadas redes sociales, tuiteando o enviando guasaps con frases sin chicha y emoticones infantiles. No podemos aguantar más de diez minutos sin preguntar a alguien, casi desesperadamente, “qué haces”, o informarle severamente “voy en el metro, llegando a Moyúa” a voz en grito, como si importara.
Tengo conocidos con cientos y miles de amigos en el “feisbuc”, en una banalización del concepto de amistad que se extiende como el aceite. Aunque pueda parecer una definición un tanto mundana, creo que un amigo es esa persona que te puede prestar 2.000 euros a fondo perdido o hacerte cuatro noches cuando un familiar o tú mismo está en un hospital pudriéndose de asco y aburrimiento. Lo demás son fuegos de artificio.
Una de las frases tótem en mi época de estudiante malogrado de periodismo es que el exceso de información produce ruido. El nuevo modelo de información casi permanente también produce malos entendidos, murmuración o directamente acoso colectivo. Tampoco es moco de pavo que el “Gran hermano” sepa en todo momento dónde estamos y a qué dedicamos el tiempo libre, como dice la canción.
No todo son maldades, que uno es conservador pero no tanto. El móvil ha mejorado la productividad, potenciado la comunicación o salvado vidas en situaciones de emergencia. También la televisión genera obesidad e imbecilidad, y entretenimiento o cultura, según se use.
Convertidos en ordenadores personales minúsculos, los móviles, las tablet y sus redes sociales son un apéndice de nuestro cuerpo y nuestra consciencia y han alterado las relaciones sociales, los hábitos memorísticos, quién sabe si en futuro la estructura de las manos humanas, con los pulgares cada vez más diestros y el resto medio atrofiados. El problema es, como con todo, la capacidad de que el útil no se mastique al usuario, algo que la basura tecnológica ya está haciendo en los países que la recogen.
Así es. Parte de las materias primas vuelven a su lugar de origen en forma de la mierda tecnológica que pronto desechamos. A Accra, la capital de Ghana, donde la contaminación por plomo, cadmio y otras sustancias contaminantes supera hasta 50 veces los niveles de riesgo, o a otros lugares de África, porque el primer mundo les destina los cientos de miles de toneladas de residuos que considera sobrantes, entre ellos, quizás, el último o penúltimo móvil que se nos quedó “obsoleto” a los dos años.


Acompañando, una aplastante parodia de West side story: Web site story.
Vale la pena verla y oírla.

jueves, 17 de abril de 2014


INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA A UN RELOJ, CON LA VOZ DE JULIO CORTÁZAR Y EL SONIDO DE MIGALA.

Creo que para compartir la celebración del centenario de su nacimiento, Spotify me invitó antes de ayer a oír esta versión musicada de una de las instrucciones que Julio Cortázar incluyó entre sus maravillosas Historias de cronopios y de famas (1962): Instrucciones para dar cuerda a un reloj.

La versión es de un grupo de música electrónica al parecer desaparecido, del que, si he de ser sincero, no había oído hablar nunca, Migala. La palabra la pone el mismo Cortázar con la curiosa mezcla de fonética afrancesada y porteña que le caracterizaba.

viernes, 11 de abril de 2014

AVISHAI COHEN, CONTRABAJISTA ISRAELÍ

Belleza en expansión...

domingo, 6 de abril de 2014

EL FERRETERO DEL BARRIO

Recuerdo la ferretería del primer barrio en el que viví como un santuario con actividad casi febril. Ocupaba un chaflán entero y siempre había cola. En aquel entonces creía que no había cosa más parecida a una farmacia que una ferretería. Si uno recurría a un boticario para que le facilitara un puñadito de clavos sin cabeza para fijar un listoncillo, qué menos que pedir al ferretero un remedio para esa laringe averiada por el tabaco y la nocturnidad. O viceversa. Recuerdo al ferretero encaramado a una escalera, buscando la perfecta medicación para cualquier dolencia en las paredes o el mobiliario entre cientos de cajoncitos de madera, y si los problemas eran mayores, recomendar la herramienta precisa y dar algún consejo para resolver el embolado.
Tengo amigos que veneran las ferreterías porque han heredado la vocación o destreza de sus antepasados y pasean por los pasillos ahora fríos de las ferreterías modernas, self-service, a veces sin nadie que pueda aconsejar con certeza el útil adecuado,  acariciando con la mirada martillos, alicates, brocas, ingletadoras. En casa de mi abuela materna el metro y la caja de herramientas era para sus nietos solo nuestro juguete preferido, pero en algunas casas la caja de herramientas era, además, un tesoro que se cuidaba y traspasaba de padres a hijos como una herencia valiosa.
El actual ferretero del barrio también ha heredado el oficio. El matrimonio que lo regentaba con anterioridad puso al día a los nuevos ocupantes compartiendo el negocio durante algunas semanas. Aunque se trata de un local pequeño venden ferretería menuda y decenas de productos diversos, escobas, hules, bombillas, burletes, porque ahora se usan herramientas potentes, casi máquinas, que solo pueden encontrarse en las grandes superficies.
Aunque apenas entro cada tres o cuatro meses a comprar algo que casi nunca llega a los cinco euros, el ferretero de mi barrio me reconoce por una anécdota que vivimos hace unos tres años. Yo había ido a visitar a mi familia a Ciudad Real por semana santa, esa población que, como Teruel, también existe, aunque siempre se la confunda con Guadalajara. Estaba buscando aparcamiento cuando vi pasar al ferretero y a su mujer, seguramente camino del hotel Almanzor, solo a unos metros. Ni se me ocurrió pitarles porque pensé que les costaría reconocerme, y así lo dejé. Unos meses después, ya en el barrio, necesité alguna cosilla, seguramente tacos y escarpias para colgar alguna “obra de arte”, y le entré a lo bestia: ¿qué hacías en Ciudad Real el sábado santo? Creo que si le hubiera dicho Toledo o Venecia, por poner dos ejemplos hiper turísticos, le hubiera parecido normal. Yo también me he encontrado a gente conocida en esos sitios, pero ¿en Ciudad Real? Así que me miró sobresaltado, como si yo fuera un agente de la CIA que hubiera descubierto a un suministrador clandestino de tornillería, y me preguntó por qué. Para aliviarle le expliqué inmediatamente el inocente motivo de mi presencia. Entonces se relajó y me confesó que fue una casualidad visitar esa ciudad anodina, cuyo mejor atractivo turístico, una muralla medieval de cinco kilómetros de perímetro solo conserva un par de puertas, un torreón y apenas cien metros de empalizada, una espléndida prueba de fuego para un amante del bricolaje con una buena caja de herramientas…
No hemos vuelto a hablar del tema. Ahora ya sabe que no soy un agente secreto, y se limita a atenderme y darme algún consejo, un hueco que no pueden rellenar los contratados temporales de las grandes superficies. 
Para acompañar el texto he recordado la primera canción que me hizo bailar cuando era un crío: “Si yo tuviera un martillo” (“If a had hammer”) de Trini López. Salut. 





viernes, 28 de marzo de 2014

JONATHAN WILSON, ESPECIALISTA EN COMBINADOS

En un momento en que cada vez es más difícil hacer algo nuevo hay tipos que no se lo piensan dos veces. Como todo está inventado, nada mejor que meter en una coctelera todo tipo de influencias e inventar un nuevo combinado. Este es el caso de Jonathan Wilson, para mi la revelación de 2013. 

“Fanfare”, su último disco, contiene bastante de lo mejor de los años sesenta y setenta. Desde Pink Floyd hasta Dylan o viceversa, pasando por Supertramp, Steely Dan, Soft Machine, Tom Petty o Alan Parsons, y desde luego Crosby , Nash y Jackson Browne, que para más aquello colaboran directamente. Para oírlo ( Jonathan Wilson) y para más información la crítica de Exile Magazine. 
( http://www.exileshmagazine.com/2013/12/jonathan-wilson-fanfare-2013.html ).

domingo, 16 de marzo de 2014

REIVINDICACIÓN DE CIRIACO PÁRRAGA
PAISAJE Y PINTURA INTIMISTA (y III)

Viejo sol de la Ribera
Aunque su habilidad de dibujante le hizo destacar como retratista, Ciriaco Párraga dejó también numerosos paisajes de buena calidad. Los más reconocidos por la crítica son paisajes con contenido humano, de imágenes de pueblos como Ondarroa, Bermeo, Areatza, Elantxobe, o urbanos, de París, a donde viajó en varias ocasiones, y principalmente del entorno de Bilbao, en La Peña, Buya, El Bolinchu, Miraflores, Bolueta, Santo Domingo, Galdakao, Monte Abril, la Ribera. Uno de los más conocidos y valorados es “Viejo sol de la Ribera”, un cuadro que muestra una luminosidad especial, tan propia de un Bilbao  todavía reconocible. Entre los de ambiente puramente natural cabe citar los que realizó durante una larga y provechosa estancia en Mallorca, con un toque Cezanne muy mediterráneo. Hay que repetir que Párraga amaba pintar al aire libre, y si incluso en los retratos huía del trabajo de estudio, qué mejor que buscar la luz y el aire en espacios abiertos.

Perdimos la guerra
He dejado para el final una referencia a su obra intimista, la que dedica a los lugares más cercanos, su  barrio, la casas en las que vive, los retratos de Amaya, su compañera. Hay tres obras en este apartado que han sido destacadas en el libro que le dedicó Goyo, su hijo. Se trata de  “Perdimos la guerra”, una obra que Blas de Otero usó para homenajear a Párraga tras su muerte, “Maternidad 1940” e “Interior”. Los dos primeros tienen a Amaya como protagonista única y en ambos es una mujer melancólica, quizás triste, con la mirada ajena. Párraga pretendía que esa pintura intimista transmitiera el estado de ánimo de las mujeres que habían perdido la guerra, plasmando su desánimo y abatimiento. “Interior”, pintado ya en los años cincuenta, es una obra curiosa por su contenido y composición, una estampa serena de la vida cotidiana.

Ciriaco Párraga

En fin, pese a sus formas clasicistas, apartadas de los movimientos de vanguardia estética, Ciriaco Párraga es desde luego un artista representativo y un hombre comprometido con la época que le tocó vivir, “nuestro Velázquez encendido”, que decía Blas de Otero, alguien merecedor de que alguna de sus mejores obras cuelgue en las paredes del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Lo dicho.

jueves, 6 de marzo de 2014

VANDALISMO


La portada de El Correo del pasado martes día 4 de marzo se abría con un titular que anunciaba que los vándalos habían pasado por Bilbao. La mañana anterior una compañera que acababa de recorrer la Gran Vía desde el juzgado me describía una calle arrasada, con las lunas de bancos y comercios destrozadas. Por motivos familiares y laborales no pude participar en ninguna de las manifestaciones que sindicatos y movimientos sociales habían convocado domingo y lunes, y desde mi puesto de trabajo, por encima del Parque de Doña Casilda, solo pude ver el dispositivo policial desplegado como un cinturón alrededor de la zona del Guggenheim, los cristales rotos de la Renault y algunas carreras de jóvenes airados. Un grupo organizado había discurrido en paralelo a la marcha ensañándose con todo lo que oliera a multinacional o capital financiero, también, es cierto, con algún que otro mobiliario urbano. Cuando le dije que ni me molestaba ni me extrañaba se avino a reconocer que, teniendo en cuenta la fauna que estaba reunida en el museo, tampoco era para escandalizarse demasiado.

Efectivamente, el día 3 de marzo Bilbao acogió al que de forma grandilocuente se anunció como Foro Global España, una de esas reuniones “turísticas” para empresarios y banqueros VIP, dirigentes de la OCDE,  comisarios europeos, a las que no suele faltar esa señora elegante y permanentemente morena que responde al nombre de Christine Lagarde. Como es obvio tampoco faltó el monarca, patético, y alguien que parece imitar su forma de hablar, el actual lehendakari del gobierno vasco. Carezco de datos estadísticos, pero me atrevo a afirmar que el sentir mayoritario de los bilbaínos era que los bárbaros del norte eran quienes estaban reunidos en el Museo Guggenheim hablando de sus cosas, “La competitividad europea en un mundo global”, “Reformas en Europa; avances y desafíos” u “Oportunidades de la globalización para las empresas europeas”, en fin, estrategias para seguir haciendo caja a nuestra costa.

Pese a que el ruido de las pelotas de goma de la ertzaina llegaría a sus oídos la Sra. Lagarde, inasequible al desaliento, siguió a lo suyo y recomendó a un pletórico Mariano Rajoy que hay que darle otra vuelta de tuerca a la reforma laboral. Al día siguiente, el segurata del edificio nos comenta que en 2013 le han bajado el sueldo un 30% y ahora el plus de nocturnidad es de un euro la hora. En 2014 ya no llega a mileurista. Esa misma mañana el flamante ministro de Interior, ese señor que abrazó el ultracatolicismo en Las Vegas, nos avisa de que hay que defender las fronteras de Ceuta y Melilla porque hay 80.000 subsaharianos dispuestos a asaltarnos. Cualquiera que conozca mínimamente el África subsahariana sabe que se ha quedado muy corto. Son millones… Según datos de uno de los últimos informes de Médicos sin Fronteras solo en la República Centroafricana y Sudán el Sur hay 1.368.000 desplazados por sus conflictos bélicos. Para que dejen de “invadirnos” han bajado la Ayuda Oficial al Desarrollo de los 465 millones de euros de 2009 a los poco más de 50 millones de 2013.


Sin cauces democráticos ni alternativas, con la gente cada vez más empobrecida y desesperada, el desahogo vandálico de los maltratados seguirá creciendo, sea en el Gamonal, Bilbao o Alcázar de San Juan, por no hablar de los países y pueblos del tercer mundo, secularmente desposeídos, donde la ira se desata con una crueldad similar a la de las mafias que gobiernan el mundo. No es una amenaza, es un diagnóstico. 

lunes, 3 de marzo de 2014

REIVINDICACIÓN DE CIRIACO PÁRRAGA
LOS RETRATOS DE ERCORECA, AZKUE Y MARCOS ANA (II)

El retrato de Franco fue una penosa anécdota que Párraga purgó pintando y dibujando a numerosos personajes del bando republicano. Así, entre los retratos de la sucesión de alcaldes de Bilbao que hay en uno de los pasillos de la primera planta del viejo ayuntamiento de Bilbao, hoy en pleno debate sobre la oportunidad de su mantenimiento, figura el que dedicó a Ernesto Ercoreca, último regidor republicano.

Delineante de profesión, Ercoreca fue elegido alcalde en las elecciones de 1931, a las que acudió en las filas de Izquierda Republicana. Tenía ya sesenta y cinco años pero aún le quedaban un montón de experiencias por vivir.

Participó en la asamblea de ayuntamientos que aprobó el Estatuto de Autonomía  de 1933, por lo que fue detenido y encarcelado en la cárcel de Larrínaga por el gobierno de la Confederación Española  de Derechas Autónomas (CEDA) hasta la victoria del Frente Popular en febrero de 1936. Repuesto por éste  en la alcaldía, vuelve a ser detenido en Miranda de Ebro por las fuerzas fascistas que sustentan el golpe de estado  y condenado a muerte junto a otros 65 presos republicanos, ejecutados en el monte de Valdecalderas.  Ercoreca salva la vida, al ser canjeado por el líder carlista Esteban Bilbao, que más tarde sería ministro y presidente de las cortes franquistas, pero vuelve a la cárcel al ser entregado poco después por el gobierno colaboracionista de Vichy. Tras cuatro años de cárcel y destierro vuelve a Bilbao, donde fallecería en 1957.

Ercoreca era amigo de Párraga, ambos compartían ideas y vivencias, y éste, que pintó el retrato en 1948, quiso y supo envolver la figura del alcalde, su rostro sereno, las manos apoyadas plácidamente en una butaca aterciopelada, en una atmósfera que es la prolongación de un personaje en el que destaca el humanismo y la dignidad de su figura histórica.

El retrato de Azkue
A Resurrección María de Azkue, primer director de Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca) lo pinta solo dos años después. Lo hace por voluntad propia, movido únicamente por la personalidad del filólogo, en el despacho que éste ocupa en la antigua sede de la academia, primera planta de la calle Ribera. Allí trabaja durante  varios meses con una pincelada cuidada y concisa que acaba dotando de movimiento al gesto serio y la mirada atenta del académico.

Para la mayoría de críticos de la obra de Párraga se trata de su mejor retrato, incluso de su obra cumbre, pero Camón Aznar va más allá y lo califica como uno de los mejores retratos de todos los tiempos. Como en la mayoría de ellos, en un porcentaje altísimo pintados del natural, el pintor exalta la personalidad del personaje, que parece que en cualquier momento va a poder levantarse o simplemente cambiar de postura, en una ademán que le hace partícipe activo del trabajo del artista.

El poeta Marcos Ana

 Durante su última estancia en la prisión de Burgos, tras su detención en la jornada de reconciliación nacional convocada por el PCE el 23 de abril de 1958, Párraga dibujó y pintó numerosas cabezas de militantes y dirigentes antifranquistas, principalmente del propio partido. Entre éstas destaca la que dedicó al poeta Marcos Ana, que llevaba en la cárcel desde el fin de la guerra en 1939. La mirada del poeta en el cuadro de Párraga parece atravesar la frontera del lienzo como si éste fuera una ventana al futuro. Es quizás un cuadro de pequeña proporción pero en ningún caso un cuadro menor. 

Continuará...