HOY HACE 41 AÑOS QUE ASESINARON A VÍCTOR JARA
martes, 16 de septiembre de 2014
jueves, 11 de septiembre de 2014
“EL MIEDO”, DE GABRIEL CHEVALIER
Entre las numerosas críticas y reediciones de libros publicados sobre la gran guerra que asoló Europa hace
100 años, elegí este porque ya su título amenazaba con poner las cosas en su
sitio, quiero decir, aceptar que el gran protagonista de la confrontación que
condujo a la muerte a 20 millones de pringados fue el miedo. Lo dice de un modo crudo un tipo que pudo
haber ido de héroe superviviente, de
vencedor real y moral de la contienda, pero prefirió dar testimonio de la
verdad.

Para alentar su lectura nada mejor que transcribir alguna de sus páginas.
Esta, sobre automutilaciones para poder huir del frente, me ha hecho recordar
una de mis películas favoritas, la bellísima “Largo domingo de noviazgo”, de la
que podéis ver un pequeño fragmento.
" Los soldados no esconden que en F... hubo mutilaciones voluntarias. Muchas de las heridas eran tan sospechosas que un terrible médico militar se hacía reservar cadáveres con los que experimentaba los efectos de los proyectiles disparados a corta distancia, a fin de reconocer así esos efectos en los heridos que le traían. Este médico mandó a algunos hombres ante un consejo de guerra por pies congelados. Los mismos soldados que confiesan las mutilaciones estiman esta medida inicua, y consideran que los pies congelados, en el barro helado, eran un accidente involuntario.
La manera más sencilla de conseguir un tiro de suerte era, al principio, poner una mano en una aspillera localizada por el enemigo. Este recurso fue utilizado en diferentes sitios. Pero las heridas de bala en la mano, sobre todo la izquierda, dejaron muy pronto de ser admitidas. Otro medio consiste en armar una granada y mantener la mano detrás de un parapeto; el antebrazo es arrancado. Parece que algunos hombres recurrieron a esto. No se puede negar que hace falta un cierto valor y una terrible desesperación para cometer semejante cobardía. La desesperación, en los sectores más castigados, puede inspirar las decisiones más absurdas; me han asegurado que en Verdún unos combatientes se suicidaron por temor a sufrir una muerte atroz. Se cuenta en voz baja que también en F... veteranos de los batallones disciplinarios de África herían a sus camaradas. Pulían pequeñas esquirlas de obús para que parecieran nuevas, las metían en un casquillo del que habían retirado la bala y lo alojaban en una pierna, en un lugar convenido de antemano. Cobraban por ello y ganaban dinero con esta turbia actividad. Es cierto que a veces he oído a soldados desear la amputación de un miembro para escapar del frente. En general, los hombres rudos le temen a la muerte, pero aceptan el dolor y la mutilación. Los más sensibles, por el contrario, le temen menos a la muerte que a las formas que adopta aquí, a las angustias y sufrimientos que la preceden.
Los soldados hablan con naturalidad de estas cosas, sin aprobarlas o censurarlas, porque la guerra los ha habituado a encontrar natural lo que es monstruoso. A su modo de ver, la suprema injusticia es que se disponga de su vida sin consultarles, que se les haya traído aquí con mentiras. Esta injusticia legalizada vuelve caducas todas las morales y consideran que las convenciones promulgadas por la gente de la retaguardia, en lo relativo al honor, al valor, a la belleza de una actitud, no pueden concernirles a ellos, gente de la vanguardia. La zona de los obuses tiene sus propias leyes, de las que son sus únicos jueces. Declaran sin vergüenza: «¡Estamos aquí porque no podemos evitarlo!». Sienten que son la mano de obra de la guerra, y saben que los beneficios sólo aprovechan al patrón. Los dividendos irán a parar a los generales, a los políticos, a los industriales. Los héroes regresarán al arado y al banco de carpintero, pordioseros como antes. Este término de héroe les provoca una risa amarga. Se llaman entre sí buenos hombres, es decir, pobres tipos, ni belicosos ni agresivos, que avanzan, matan, sin saber por qué. Los buenos hombres, es decir, la lamentable, enfangada, gemebunda y sangrante hermandad de los PCDF (pobres gilipollas del frente) como ellos se designan tan irónicamente. En fin, carne de cañón. «Aspirante a fiambre”."
martes, 2 de septiembre de 2014
Mi amigo “Trespa”, un olfateador de bellezas musicales que he
copiado en alguna ocasión, me envió el otro día este elogio/recordatorio de Peret que,
con su permiso, paso a transcribir literalmente, título incluido.
Vale la pena hacerle caso e ir al original y a sus
intérpretes.
…………………………………………………………………………………………….
En este país cainita en el que nos ha tocado vivir
siempre ha pasado, pasa y, desgraciada y seguramente, seguirá pasando
lo mismo: En cuanto alguien saca la cabeza por encima de la media palo y
tentetieso, difamaciones, menosprecios, etc., etc.
Me vienen estos "malos pensamientos" a cuenta de
la muerte de Peret, un GRANDE DE LA MUSICA, así, con mayúsculas; aunque las
mentes de miras estrechas que crean opinión en nuestro panorama musical le
despacharan durante mucho tiempo bajo la etiqueta de "flamenquito",
"gitanada", "españolada" o, incluso, "música del
régimen". Opiniones que continúan vigentes aún incluso cuando, como
en el último caso, el régimen lleve desaparecido ya casi tantos años como
duró.
Te voy a adjuntar unos links a Youtube donde a nada que uno
se fije, piense por su cuenta y tenga una cierta cultura musical podrá
atisbar el "peazo de monstruo" que teníamos al lado. Claro que eso
supondría que la, desgraciadamente, mayoría no se dejara llevar por
la caterva de "opinionated people", lo "moderno" y las
"reservas políticas" a todo lo que se haya hecho antes de 1978,
aunque según donde oigas o leas algunos se refieren a antes de ayer.
El primero es un vídeo de la canción "La noche del
Hawaiano" de 1963. Antes de oirlo, si es que no lo has hecho ya,
trasládate a la irrupción de The Manhattan Transfer en el panorama musical de
consumo español, allá por el año 1976, con la canción "The speak up
mambo", también conocida como "Cuéntame".
Oye las dos y, ahora que está tan "a la page"
lo de reconocer los riffs, seguro que te suena.
El segundo es el da la canción "Don Toribio"
también de 1963. En 1977 Jhonny Pacheco, fundador de la Fannia All
Star, hizo el disco "Llegó Melon" en el que aparece dicha
canción.
El tercero es el de "La rumba del tra-catra".
Aunque esto es exportable también a los anteriores títulos simplemente
visiónalo. Y después acuérdate de las actuaciones de James Brown y ese
deslizarse por el escenario a golpe de cadera.
Para acabar no podía dejar de mencionar a Peret cantando en
catalán "El mig amic" (video nº 4) en ¡1974! aunque ya la había
editado en ¡¡¡¡1968!!!!, donde reivindica sus tres idiomas con una
naturalidad que ya quisieran hoy los inmersionadores de todo. Y, como no, a
los palmeros: el tío Toni (el de las gafas) de la calle de La Cera
fallecido el pasado 3 de agosto y el tío Joanet de Mataró, sección rítmica
donde las haya, y que aparecen en todos los videos.
Salud y ¡que se mueran los feos!.
P.D. Como era este hombre que hasta para morirse
nos regaló una versión del "el Muerto vivo"https://www.youtube.com/watch?v=_iTEs-G7pB0&list=RD_iTEs-G7pB0#t=0.
martes, 26 de agosto de 2014
Frank Zappa
CAMARILLO BRILLO
“Camarillo brillo” no es solo una
canción de Frank Zappa, es la reencarnación del personaje de un relato de
Arkaitz Cano del mismo nombre. Un relato en el que los muertos son invitados a
encarnarse en personajes literarios, hasta que a uno de ellos se le ocurre: ¿Y
si eligiese una canción en vez de un personaje? Y tras mucho dar vueltas elige
esta, una canción fronteriza que narra la psicodélica relación entre una mujer
desnuda apoyada en el quicio de la puerta y el propio Zappa. Hela aquí en
directo con letra y todo.
jueves, 7 de agosto de 2014
El chicle
EL CHICLE
El día 1 de agosto pasado falleció José Luis, mi único hermano. La última
vez que le vi reír, solo un mes antes, fue recordando los chicles que pegábamos en la parte baja de los
viejos pupitres del colegio que compartimos en los años sesenta del pasado siglo. Este blog va por
él…
En la escena final de El último tango en París, Marlon Brando se acerca
tambaleándose al balcón del piso que ha compartido durante unas semanas con una
mujer de la que ni siquiera conoce el nombre y pega un chicle en la barandilla
poco antes de morir. No fue necesario ver esa película en Perpignan para que cuando
heredáramos de niños un pupitre a principio de curso tanteáramos sus bajos
sabiendo que lo habitual era encontrar una hilera de pegotes petrificados,
chicles de alumnos antepasados. Aún no
inventadas las gominolas, las despensas de los pupitres contenían kikos, chupa
chups, pegadolças (regalices), y sobre todo chicles, no solo porque eran más
fáciles de camuflar entre carrillos, sino principalmente porque estaban de
moda.
Aunque según la wikipedia un tal Curtis inventó la goma de mascar a
mediados del siglo XIX, los dos hitos que “cambiaron” la historia de la
civilización occidental se produjeron ya en pleno siglo XX, cuando Walter
Diemer inventó y patentó el llamado “chicle bola”, y sobre todo en 1941, momento
en que los responsables militares yanquis lo incluyeron en la dieta diaria de
sus soldados.
Así que supongo que el chicle llegó a Barcelona en el Enterprise, un
portaviones que fondeó en el puerto en el verano de 1962 con cientos de
marineros altos y atléticos que pusieron patas arriba, nunca mejor dicho, los
puticlubs y lupanares del barrio chino, y transformaron a la golosina en un
símbolo de la modernidad que añorábamos. Con la goma de un lado a otro de la mandíbula los jóvenes soñábamos
convertirnos en “steve mcqueenes” y las jóvenes, imagino, encontrar a tipos
rebeldes y un poco chulitos que parecieran formados en el actor´s estudio.
Con algo de cuidado el chicle podía durar más de un día. Una primas mías un
poco guarrillas conseguían auténticas pelotas de goma de mascar a base de irlos
sumando durante días, pero lo normal es que el masticado acabara descomponiendo
el chicle en una sustancia amarga. Éste tuvo sus resistencias. Mi madre solía
advertirnos del peligro que podía suponer su tragado, con las tripas
irremediablemente pegadas. El otro peligro me lo creé yo mismo un par de veces, explotándome el globo en el
pelo. En esos casos mi madre, tras una bronca descomunal, me lo despegaba con
mucha paciencia y una sustancia que asocio a la gasolina.
Con el paso del tiempo y la posmodernidad el chicle ha dejado paso a otras
sustancias y ha perdido consistencia y carácter. Ahora es un simple antídoto
para la halitosis o un sustituto bastardo del tabaco. Tiene una morfología de
píldora minúscula que hace imposible lucirse con un globo de tamaño medio, y yo
lo veo en decadencia, como el método Stanislavski y los marines de la VI Flota.
Hace solo unos días mi hermano José Luis pegó su último chicle en la
barandilla de un hospital de Ciudad Real. Creo que esta canción de Bobo Rondelli le gustaría.
miércoles, 30 de julio de 2014
EL TIC DE JORDI
PUJOL
Tengo que
reconocer que este señor nunca me cayó bien, así que pudiera parecer que
aprovecho para hacer leña del árbol caído, pero quienes me conocen de cerca
saben que hace ya muchos años que defiendo, inspirado en él, una tesis absurda sobre
el contenido semántico de los tics que, después
de lo ocurrido estos días, parece ganar status científico.
Antes haré algo
de historia para situarnos. A principios de los años ochenta el senyor
Pujol fue imputado en el famosos caso
Banca Catalana. Suelo recordar la oleada de amig@s que, haciéndose eco de la
propaganda convergente, consideraban el hecho un ataque de la fiscalía a
Catalunya. El tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Josep Mª Mena y Carlos Jiménez
Villarejo, los fiscales que intentaron empapelarle, se han jubilado después de
una carrera honesta y brillante en la que han demostrado una independencia a
prueba de políticos y poderes fácticos, y el imputado se ha acabado quitando la
senyera y el barret y reconocido, parafraseando al monarca recién abdicado, que
se había equivocado y pedía perdón. Todo muy nacional-católico. Faltaría más…
Pero vayamos a lo
importante: el tic. Desde que a mediados de los años ochenta del pasado siglo l´honorable
empezó a pestañear como un poseso cada vez que lanzaba uno de sus discursitos
patrióticos, fui albergando la tesis de que los políticos que mienten se ven
traicionados por diversos tics que afectan a ojos, párpados, cejas y aledaños.
No es el único. De la misma época Narcís Serra, que pese a pertenecer a una de
las sagas que dominan Catalunya desde hace siglos también ha trincado en una de
las caixas desaparecidas. Creo recordar que
solía acompañar sus embustes con un movimiento lateral de cuello y
cierta tartamudez. Entre los más cercanos en el tiempo, Patxi López, el ex - lehendakari,
con una especie de guiño raro y leve adelanto del mentón cuando va de hombre de
estado, y el actual “presi”, Mariano Rajoy, con el lóbulo ocular tintineando
cada vez que le hacen una pregunta impertinente y debiera decir la verdad pero
no puede.
En fin, lamento
que la teoría haya tardado tanto tiempo en ganar consistencia. L@s amig@s que
pusieron la mano en el fuego por l´honorable no tendrían quemaduras de segundo
y tercer grado.
De acompañamiento
uno de los panfletos punkis de los años ochenta del pasado siglo: “Autobús
número 13” del disco “Que pagui Pujol”, de L´odi social. Bon profit…
jueves, 17 de julio de 2014
ABEL MEEROPOL, EL AUTOR DESCONOCIDO
DE “STRANGE FRUIT”
El caso de Abel Meeropol es el del
autor eclipsado por una de sus obras, de quien coloca en la historia la
hermosura estremecedora de unos versos pero es olvidado para el resto de sus
días. Algo sin duda injusto porque, además de escribir una de las piezas más
versionadas del jazz de todos los tiempos, Meeropol siguió siendo un buen tipo
durante toda su vida.
Impresionado por la imagen del
linchamiento y ahorcamiento público de dos negros en Indiana, escribió el poema
“Strange fruit” (Fruta extraña) en 1939 y lo publicó en la revista del Partido
Comunista, al que pertenecía, sin demasiada repercusión.
Ejercía como maestro en el Bronx y
solía acudir al Café Society, un local que servía de punto de reunión de negros
y blancos progresistas, además de club de jazz. Fascinado por la sensibilidad
musical de Billie Holiday acompañó los versos con una armonía triste, apenas un
piano, y presentó el proyecto a la cantante.
Pocos días más tarde Billie Holiday lo interpretaba en público con lágrimas en
los ojos y lo convertía en un himno contra la segregación racial. No en vano
Billie había visto morir a su padre después de llevarlo de hospital en hospital
sin que fuera atendido por el color de su piel.
La grandeza de la canción y la
personalidad de la Holiday dejaron a Meeropol en un segundo plano, pero este
tipo sencillo, siempre comprometido, escribió más páginas en la historia del
siglo XX. En 1953 el matrimonio Rosenberg, Ethel y Julius, formado por dos
izquierdistas a los que se acusaba de supuesto espionaje a favor de la Unión
Soviética, fue ejecutado en la prisión de Sing Sing. Meeropol, contrario a la
deriva estalinista de la URSS, ya había abandonado el Partido Comunista pero
seguía siendo un defensor de los derechos humanos, y como tal, detestaba el
periodo represivo que su país había emprendido contra toda forma de disidencia,
de modo que tomó una decisión acorde con su pensamiento: adoptó a los dos hijos
pequeños de los Rosenberg.
En la actualidad, Rachel, la nieta
simultánea de Meeropol y los Rosenberg, sigue la tradición familiar y es una de
las abogadas “chinche” que viene denunciando el sistema carcelario
norteamericano, una industria que mueve miles de millones de dólares (piénsese
que USA tiene el 25% de los presos del mundo con solo un 5% de su población).
En cuanto a su abuelo adoptivo,
siguió una digna carrera de poeta y compositor y ofreció éxitos a gente como
Frank Sinatra o Sacha Distel.
Concluyendo: Abel Meeropol era sin
duda algo más que un buen tipo…
En la búsqueda del acompañamiento
musical he encontrado una indispensable interpretación de Billie Holiday, y
recordado la apabullante versión de Siouxsie and the Banshees en un vinilo que
me enorgullece conservar: Siouxsie And The
Banshees – Strange Fruit
Y de colofón una de las traducciones
de los emocionantes versos de “Strange fruit”:
De los árboles sureños cuelga una extraña fruta.
Sangre en las hojas y sangre en la raíz,
negro cuerpo meciéndose en la brisa del Sur.
Fruta extraña que cuelga de los álamos.
Pastoril escena del galante Sur.
Los ojos desorbitados, la boca retorcida,
dulce y fresco aroma de magnolia.
¡Y entonces el repentino olor a carne ardiendo!
Aquí está la fruta para que los cuervos la picoteen,
para que madure con la lluvia, para que el viento la chupe,
para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.
Aquí hay una cosecha amarga y extraña.
Sangre en las hojas y sangre en la raíz,
negro cuerpo meciéndose en la brisa del Sur.
Fruta extraña que cuelga de los álamos.
Pastoril escena del galante Sur.
Los ojos desorbitados, la boca retorcida,
dulce y fresco aroma de magnolia.
¡Y entonces el repentino olor a carne ardiendo!
Aquí está la fruta para que los cuervos la picoteen,
para que madure con la lluvia, para que el viento la chupe,
para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.
Aquí hay una cosecha amarga y extraña.
viernes, 4 de julio de 2014
MUROS Y VALLAS
En agosto de 1961 la entonces República Democrática Alemana (RDA) construyó en Berlín lo que su gobierno denominaba “muro de protección antifascista”, una empalizada de casi 4 metros de alto que pretendía impedir la fuga masiva de ciudadanos que se venía produciendo desde su territorio en la posguerra (cerca de 3 millones hasta esa fecha; casi 50.000 ese mismo año). El muro, conocido en occidente como “de la vergüenza”, fue derribado en 1989 y supuso la absorción de la RDA por la República Federal Alemana.
Quienes conocimos el muro recordamos la vehemencia con la que era criticado por los políticos españoles de la época como un ejemplo de ataque a la libertad.
Solo 9 años después de la demolición del muro de Berlín, el gobierno español comenzó a construir la valla de Melilla con el fin de impedir la llegada masiva de emigrantes, principalmente subsaharianos, a territorio español, lo que ellos consideran la primera etapa de su acceso a la Unión Europea (UE). Actualmente la valla tiene 6 metros de altura, y en 2013 el actual ministro del Interior recuperó las famosas concertinas, cuchillas que provocan profundos cortes en manos y piernas de quienes intentan saltar, un método que Zapatero colocó y retiró cuando comprobó que las mutilaciones que producían no cortaban, nunca mejor dicho, a los emigrantes en su intento de llegar al primer mundo.
Tal como recordaba en un blog anterior, los subsaharianos dispuestos a dejarse el pellejo no son 80.000, como dice Fernández Díaz, sino millones. Ese continente olvidado, cuyos padecimientos son pura estadística para los ciudadanos del primer mundo, contiene millones de humanos destinados a morir de hambre o sed, en el peor de los casos, y de peste, malaria o ébola, en el mejor. Sí, es cierto, también genera algunos de los más despóticos y sanguinarios dictadores, y no ha superado - tampoco es que después de lo Yugoeslavia esté la UE para dar lecciones - los enfrentamientos tribales, pero los mandatarios genocidas que los gobiernan son recibidos con parabienes por sus colegas del norte si traen petróleo, gas, diamantes o coltán.
No me puedo imaginar a la República Federal Alemana levantando un muro en 1961 para impedir la llegada masiva de emigrantes del otro lado de Berlín, ni mucho menos el nombre que le hubieran puesto sus aliados, pero desde entonces las cosas han cambiado mucho, a peor.
Por fortuna, nuestro amigo Michael, nigeriano, ha enganchado dos contratos que le permiten sobrevivir en Gipuzkoa; Terry, también nigeriano, ha conseguido superar su estancia en el CIE de Aluche y resiste en nuestro barrio gracias a su simpatía; y hace solo unos días nuestros amigos Xabi y Maitane trajeron de Lagos a una criatura de meses que no necesitará saltar la valla de Melilla para poder tener una vida digna. Enhorabuena.
Como acompañamiento, el más famoso de los músicos nigerianos, el mítico Fela Kuti:
viernes, 27 de junio de 2014
LOS NADIES
A veces no hacen falta muchos oropeles, solo una pared y las palabras adecuadas...
Le robo este poema a la gente de La Poetería: www.facebook.com/lapoeteria
viernes, 20 de junio de 2014
FELIPE GONZÁLEZ Y "LA ROJA"
El otro día vi y
oí algo que me llamó la atención. Salía Felipe González de la ostentosa
ceremonia de coronación del nuevo monarca de España, su tocayo sexto, y era
asediado por una decena de micrófonos. Se esperaba, supongo, algún comentario
defendiendo las gracias de la monarquía,
pero el ex presidente se acercó a una de las cámaras y dijo levantando la voz que
era el momento de apoyar a “la roja, ahora más que nunca”. Imagino perplejos a
periodistas de calle bregados en mil batallas ante semejante regate
declaratorio, pero así fue.
Teniendo en
cuenta el nerviosismo y la acritud que viene mostrando el señor González desde
que en las últimas elecciones le salió un forúnculo por la izquierda pensé, no
sé si estaré en lo cierto, que cuando hablaba de la roja hablaba de sí mismo. El
ex presidente, hombre acostumbrado a los grandes análisis políticos, se supone
que al tanto de los avatares de la realidad del Estado, ha descubierto de
repente que los nacidos tras la transición la ven como una batallita de abueletes
más bien casposa y cuestionan el status que la siguió (monarquía, pacto
constitucional, sistema electoral…), incluido él. Por eso cree que hay que defender
a “la roja”, ahora que los partidos políticos clásicos y la portería de la
selección fútbol son taladrados por equipos secundarios.
Dice González, a
quien no creo que nadie niegue los aciertos de su pasado, principalmente la
universalización de la sanidad y la educación, que está orgulloso de pertenecer
a la “casta”, es decir, a lo peor de ese pasado, la guerra sucia, la
corrupción, la puerta giratoria que
ahora le permite asesorar a una energética, la claudicación ante la
monarquía y la iglesia católica...Pero lo peor es verle como el abuelo
cebolleta, mucho más viejo de lo que es, incapaz de entender que algunos de los jóvenes
que no habían nacido cuando él “prestaba tantos servicios a España”, y a la vista de lo que hay, también quieran
cambiar el mundo…
Para aliñar el
texto me he acordado de esta canción de Ismael Serrano.
viernes, 13 de junio de 2014
NUEVO DISCO DE JOHN GORKA...
Cantautor de New Jersey con voz de barítono y apellido vasco. Dos muestritas en Spotify y Youtube: John Gorka – Procrastination Blues
lunes, 2 de junio de 2014
LA ZANJA (*)


La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica calcula que 80.000 personas, aproximadamente, continúan enterradas en fosas comunes en cualquier rincón de España, una cifra solo superada por el régimen de Pol Pot en Camboya.
(*)
Este relato hiperbreve estuvo entre los 20 finalistas del "V Concurs
de relats curts" convocado por el Diari de Terrassa en 2014
martes, 27 de mayo de 2014
LAS NUEVAS
PROFESIONES CALLEJERAS
El amateur que tocaba la flauta, por decir algo, a mediados de la pasada
década en la Gran Vía de Bilbao era una anécdota. En aquellos tiempos de “riqueza”
cualquier persona entregada a la calle podía sobrevivir con más o menos
holgura, aunque, como es el caso, en dos o tres años fuera incapaz, siquiera,
de entonar de oído “El cóndor pasa”. Un día me acerqué a él y le ofrecí pagarle
un curso de solfeo pero no se dejó.
Ahora, en una de las entradas de la estaciónde Indautxu un grupo de violinistas mediocres se reparten instrumento y tiempo para sacar unas monedas. No es uno de los más comunes entre los músicos desperdigados por Bilbao, en el que abundan el acordeón, el clarinete, y más recientemente la cristalería de copas, que virtuosos transforman en música de cámara. En la misma salida de metro un africano reparte octavillas de un sanador que te asegura sexo, dinero y salud. Decenas de jóvenes del mismo continente venden bolsos, paraguas y DVDS piratas. También hay malabaristas, vendedores de cleenex, pintores, hombres estatua, chatarreros del menudeo, titiriteros, carteristas. Junto a la plaza de Moyúa hay un miniaturista que reproduce con tino la araña que está delante del Guggenheim, pero lo que más abunda son las decenas de pedigüeños que se reparten iglesias, bocas de metro y supermercados con carteles de distinta índole. Todo ello en una ciudad que aún puede presumir de cierta prosperidad y estabilidad social. No en vano algunos de estos currantes callejeros lo hacen a la puerta de tiendas de lujo y bancos internacionales de primera fila.
Viene todo ello a cuento de que el domingo, rodeado de una lluvia fina y persistente, volvió el afilador, un oficio que parecía desterrado, a tocar el chiflo frente al portal de casa, lo que me ha llevado a pensar que ya no hace falta ir al Magreb para saborear el exotismo de sus medinas, tan llenas de gente que vende y hace de todo en la puta calle. Ya tenemos la puta calle aquí.
De acompañamiento musical canción
apropiada de un estupendo grupo “granaíno”:
Grupo De
Expertos Solynieve – De Baja
lunes, 19 de mayo de 2014
EL MIEDO DEL
DELANTERO ANTE EL PENALTI
He mal copiado el título de una novela de Peter Handke que leí hace ya
décadas para escribir algo de fútbol, una tentación que me persigue y que, a la
vista de la inflación futbolística que nos rodea, suelo rehuir. Así que no voy a hablar de los astros, esos
tipos con peinados y tatuajes más o menos extravagantes que salen del
entrenamiento con cochazos de alta gama y repiten la primera palabra de las
oraciones como si fuera algo inherente al dominio de la pelota. El FÚTBOL con
mayúsculas, ese opio que nos mantiene aturdidos, el circo que nos hará
contestar como niños imbéciles que “bien” al “cómo están ustedes”, cada vez me
interesa menos. O nada. Así que voy a
hacerlo del fútbol con minúsculas, el que todavía me alegra ver en las plazas y
patios de los barrios.
![]() |
Campeones de barrio - Antonio Berni |
Y bien, aunque creo que el mito de la soledad y el miedo del portero ante el penalti son
exagerados, porque esa falta máxima es como un duelo de pistoleros en un
western en el que uno puede incluso tirarse al lado contrario sin ser vapuleado,
pero ¡ay del delantero si tira la pelota a la grada…!, es cierto que los
porteros son gente especial. Cuando yo empezaba a jugar con apenas catorce años
en campos de tierra dura y seca el portero era un suicida. Había que tener
mucho amor al arte para pasar un frío del carajo, ser mirado de reojo por tus
compañeros cada vez que encajabas un gol y llegar a casa con los muslos y la
cadera en carne viva. Muchos de esos porteros se habían curtido en los colegios
de barrio, descartados como jugadores de campo cuando los capitanes elegían
equipo en los recreos. El portero era siempre el último que quedaba, aquel
chaval gordito o poco dotado para el regate que seguía empeñado en jugar al
fútbol. Con los años se convertían en tipos aguerridos con profunda vida
interior o en líderes naturales a los que nadie llevaba la contraria. No
recuerdo ni la mitad de los jugadores de campo con los que compartí alineación,
pero sí la lista de los porteros, esos seres sacrificados que ni siquiera
podían lesionarse o caer enfermos porque a ver quién se ponía... Los había que
se empeñaban en llevar pantalón largo para no dañarse, o lo contrario, en dejar
de lado las indispensables rodilleras porque total…Como alguna vez me probé los
guantes no me extraña que casi ningún cancerbero los usara. A la segunda mojada
se acartonaban y perdían totalmente el sentido del tacto.
![]() |
Foto de Oriol Maspons |
Para acabar, unos versos de Günter Grass que he encontrado por ahí:
Lentamente ascendió el balón en el cielo.
Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.
Habían dejado solo al poeta bajo el arco,
pero el árbitro pitó fuera de juego.
Entonces se vio que estaban llenas las tribunas.
Habían dejado solo al poeta bajo el arco,
pero el árbitro pitó fuera de juego.
jueves, 8 de mayo de 2014
El tranvía regresa a La Malvarrosa (El País 4/5/2014)
En aquella Valencia de los años cincuenta del
siglo pasado, sensual, huertana, eclesiástica, reprimida bajo la bota
franquista, los sentidos estaban a punto de reventar por todas las costuras del
cuerpo. Sobre el color ala de mosca que envolvía todas las cosas había una
línea azul que abría el horizonte. Esa línea no solo era el mar como símbolo de
la libertad, también era el destino final de todos los deseos y placeres como
una forma de rebeldía. Desde entonces las cosas han cambiado sin dejar de ser
las mismas bajo otra sustancia.
En verano el tranvía azul con jardinera llevaba a
la playa de la Malvarrosa a una gente que todo lo que esperaba de la vida era
el regalo de pasar un día en el mar. Una mañana de domingo de 1956, mientras el
tranvía rodaba junto al cauce del Turia hacia la avenida del Puerto iba dejando
atrás un sonido de tambores y trompetas de una parada militar, que se celebraba
junto al puente del Real, en la plaza de Capitanía. Sobre la alegre campana del
tranvía se imponía el eco de un vozarrón oscuro, que a través del megáfono
repetía una y otra vez las consignas patrióticas a una formación de
excombatientes y falangistas. La brisa llevaba hacia el tranvía las palabras
gangosas: victoria, caudillo, enemigos de España, comunismo. Pero poco después,
sobre esta
soflama cargada
de odio contra los rojos se imponía la línea azul del mar y en la playa se
abría solo el rojo de las sandías.
En aquellos años
el poblado
marítimo de El Cabanyal aún guardaba una de las almas más definidas de
Valencia. Tal vez funcionaba allí todavía el teatro de la Marina y se oía la
pianola de un baile que se celebraba en alguna villa mesocrática con fachada de
azulejos y mirador historiado de art déco; los veraneantes burgueses
en chaqueta de pijama, que podían ser personajes de los sainetes de Escalante,
tomaban el fresco y hacían tertulias en las puertas de casa en la calle de la
Reina. En el aire permanecía extasiado el espíritu de Blasco Ibáñez, de
Sorolla, de Benlliure, de José Navarro, de Mongrell, de Cecilio Pla, del
fotógrafo Agustí Centelles. Aún quedaban intactas muchas casas de pescadores,
la piscina del balneario de Las Arenas y su Partenón pintado de azul, las
termas Victoria, donde se establecieron después los salones de baile de
Casablanca; los establos de los bueyes de tiro de las barcas; el sanatorio de
San Juan de Dios, que recogía a los niños lisiados. Los merenderos de la
explanada de Neptuno y las casetas de baños se alternaban en la playa desde el
Grao hasta la Malvarrosa, que debía el nombre
a la fábrica de
esencias para perfumistas extraídas de las malvas rosáceas, propiedad del
francés Robillard.
Atrás quedó todo aquello. El sexo reprimido, la
libertad aplastada, los sueños rotos. Más de medio siglo ha pasado. Si los
pasajeros de aquel tranvía hubieran repetido uno de estos años el viaje a la
Malvarrosa en el nuevo
tranvía de
diseño, tal vez habrían encontrado Valencia también cortada al tráfico, pero no
les hubiera sorprendido el sonido de una arenga militar franquista con tambores
y trompetas, sino el clamor de una inmensa plegaria religiosa que se elevaba a
coro con mil decibelios a la atmósfera desde el puente de Monteolivete sobre el
cauce del Turia.
Bajo un sol tórrido allí se había montado un
tinglado que no desmerecía al de los Rolling Stones, y unos
cientos de miles
de fieles perfumados con sudor de colonia e incienso elevaban loas al Señor
junto a un apabullante engendro arquitectónico semejante al esqueleto de un
inmenso dinosaurio con las vértebras, la espina dorsal y el cráneo a la
intemperie, la Ciudad de las Artes, toda de cemento blanco, a modo de cómic
galáctico fallero, creado con brutal despilfarro por el arquitecto Calatrava, que también había
levantado un puente nuevo de diseño espacial. Sobre este sueño de espuma
manierista enloquecida ahora
el pontífice romano se
movía dentro de un tinglado climatizado artificialmente por seis potentes
cañones de aire acondicionado que le regalaban un clima semejante al de un
centro comercial donde decenas de cardenales y obispos formaban un gran
estofado litúrgico.
Tal vez las calles de Valencia también estarían
cortadas para
dar paso a los
bramidos de los motores de la fórmula 1;
tal vez en los muelles del puerto ahora se estarían celebrando los fastos de la
Copa América de Vela, que sustituían al boato de la llegada en 1954 del
portaviones Coral Sea de la VI Flota cuando
Franco se hizo
llevar una paella a bordo para conmemorar el Pacto de las Bases y los marines
desbordados por la ciudad habían reventado los precios del comercio de la carne
femenina en el barrio chino.
Todo había cambiado,
todo era lo mismo. En aquel tiempo los huertanos acudían al barrio chino en
busca de placer, ahora el barrio chino se establecía en plena huerta con una
prostituta plantada cada cien metros en medio de campos de hortalizas y
naranjos.
Los restaurantes de la playa con nombres de
mujer, La Pepica, La Marcelina, Amparito, La Rosa, entonces sombreados con
toldos y cañizos a merced del crepitar de los arroces y mariscos a la vista del
público se habían trasformado en establecimientos asépticos con puertas de PVC
y el litoral salvaje con acequias había sido domesticado con un paseo marítimo
con mil farolas de diseño hasta la entonces derruida casa de Blasco Ibáñez, hoy
levantada desde los cimientos con los leones mesopotámicos sosteniendo la mesa
de mármol y cariátides nuevas en la terraza. En el derruido balneario de Las
Arenas se erige ahora un hotel de lujo para ejecutivos.
La vida ha cambiado, pero la historia es siempre
la misma. La tragedia de la gran riada ocurrida en octubre de 1957 llenó de
cadáveres embarrados la ciudad; ahora la tragedia se había reproducido bajo
otra forma, no debida a la naturaleza sino a la miseria moral de algunos
políticos de la democracia. En Valencia el accidente del suburbano en la estación de Jesús,
ocurrido en julio de 2006, había generado decenas de víctimas mortales, que
fueron enterradas y silenciadas como si no hubiera pasado nada, mientras sobre
el tinglado del puente de Monteolivete los políticos beatos o agnósticos se
extasiaban de incienso, la marihuana de los santos y unas ratas de alcantarilla
elevaban la corrupción a una sagrada liturgia del poder.
De regreso de la playa los pasajeros de
aquel tranvía de la Malvarrosa detenido
ante este altar galáctico ya de noche, en el viejo cauce del Turia, no oirían
croar a las ranas ni verían a prostitutas nocturnas que iluminaban con una
cerilla un amor, a cinco pesetas el éxtasis. Ahora en el cauce del Turia
también se había transformado felizmente en un largo jardín lleno de campos de
deportes, parques infantiles, paseantes y ciclistas que estaban ejerciendo la
modernidad como una forma de rebeldía y la ciudad se había lavado la cara.
En el tiempo del tranvía todavía quedaba el
recuerdo oscuro de los maestros de escuela y profesores republicanos que habían
sido fusilados o represaliados después de la guerra. Pero a partir de los años
ochenta comenzaron a crearse institutos y universidades. En España se había
establecido un sistema general de becas. Hijos de campesinos, de obreros, de
taxistas, de pequeños tenderos pudieron ser ingenieros, abogados, científicos,
economistas, informáticos.
En los tiempos del
tranvía hubo un niño, hijo de jornaleros, que todos los días atravesaba la
huerta a pie o en bicicleta camino de Valencia para recibir la clase particular
gratuita que le había ofrecido uno de aquellos maestros represaliados. En algún
paso a nivel se detenía para ver cruzar el tren eléctrico que iba a la
Malvarrosa. En aquel espacio se levantó luego la Politécnica, entre cultivos de
hortalizas. Aquel niño se hizo bachiller, luego estudió ciencias y tuvo que
seguir sacando matrículas de honor en la universidad porque era la única forma
de matricularse sin pagar las tasas. Años después, cuando el joven destinado a
ser jornalero obtuvo la cátedra de Ciencias Exactas, en la lección magistral,
que dio en el aula magna, citó con honor el nombre de aquel profesor que
acababa de morir sin haber sido rehabilitado. También recordó a sus compañeros
de escuela, tan despiertos y ávidos de aprender, que no habían podido estudiar
y ahora eran jornaleros. Hoy los recortes en la enseñanza amenazan con devolver
el rostro de aquella miseria de la educación destinada solo a los
privilegiados.
También
El Cabanyal está a punto de perder el alma. Si
el Ayuntamiento de Valencia, en lugar de ser una empresa constructora al
servicio de la codicia de los tiburones, hubiera sido una empresa realmente
ciudadana estos poblados marineros habrían sido cuidados, respetados,
restaurados y asumidos desde
el principio
como un verdadero tesoro urbano; El Cabanyal declarado conjunto histórico
protegido, patrimonio de interés cultural
está a punto de ser destruido con un
plan maquiavélico tramado por el Ayuntamiento.
Primero lo dejó abandonado a su aire; luego
propició que lo ocuparan tribus marginales; compró viviendas a medida que las
hacía inhabitables; las llenó de ratas y, finalmente, ha tentado con el señuelo
de la revalorización a sus habitantes más débiles o desmoralizados mientras las
palas y las hormigoneras avanzaban hacia el mar como si las guiara una fuerza
lógica, moderna e imparable, cuando solo se trata de codicia unida al mal gusto
que es la gracia urbanística, herencia del franquismo. Un hotel
de lujo hortera
devoró el espíritu del balneario de Las Arenas; los chalés en ruinas de la
calle de Eugenia Vives pronto serán sustituidos por una fachada impersonal de
muchas alturas y así sucesivamente va a caer bajo la piqueta un barrio que pudo
haber sido un modelo de amor a la historia por parte de ediles cultos y
conscientes de que la ciudad es una empresa de los ciudadanos y no de los
especuladores.
El texto de este
libro que
escribí hace veinte años es una memoria sentimental de un aprendizaje. El
subconsciente de aquel tiempo y de aquel espacio literario está atravesado por
un tranvía azul con jardinera que iba al mar. Los años cincuenta del siglo
pasado no se han sumergido por completo en la historia ni han caído totalmente
bajo la piqueta; siguen todavía fermentando los nuevos mitos, los nuevos ritos
y nuestros sueños bajo el aluvión del cemento armado, del oleaje de plástico y
metacrilato.
Este libro tiene ya muchas páginas amarillas. La
melancolía es una fuente literaria, la quintaesencia de la imaginación.
Aquellas viejas canciones, visiones y placeres sencillos y efímeros, siempre
conquistados contra la represión, están unidos a unas calles, esquinas,
paisajes y playas que fueron en un tiempo lugares iniciáticos para
varias generaciones.
Esos espacios constituyen todavía la prolongación de sentimientos que han
conformado los estratos más íntimos de un alma colectiva.
Manuel Vicent
Para contrastar con este paisaje un tanto desolador, un canto a la vida y a la alegría de Julio Busatamante: Julio Bustamante – El Tranvía
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