viernes, 20 de noviembre de 2020

Arias Navarro I

ESPAÑOLES, FRANCO HA MUERTO (I)

mi peculiar relación con Arias Navarro

No recuerdo si fue por la mañana o por la noche y aunque vistas cientos de veces, las imágenes de aquel hombre enmarcado en un escenario estrecho en blanco y negro no dan pistas del momento del día en que anunció lo que los españoles esperaban desde hacía semanas: la muerte del dictador.



Las he vuelto a ver de nuevo porque imagino que fue su gran momento. Sí, es cierto, este señor tiene una vida pública detrás, alcalde, gobernador civil, ministro, presidente, pero ahí es ni más ni menos que el transmisor de un momento histórico y pasa a convertirse, por razones evidentes, en el sucesor puntual del finado, el generalísimo Franco. 
La que todos recordamos es la frase inicial: españoles, Franco ha muerto. Lo hace con una voz impostada pero aún teatral que no transmite emoción. Juguetea con lo que parece una estilográfica o un bolígrafo mientras parece improvisar sus siguientes palabras: loas al hombre que, según dice, acaba de sacrificar su vida por España. Hay un momento en que frota sus manos en un gesto que me parece extraño, por no decir inadecuado. Luego saca un sobre de la sobaquera, despliega un folio, bebe un trago de agua y lee un texto lleno de los lugares comunes del recién fallecido. Solo en ese momento se ve emocionado a Arias Navarro, hasta el punto de que acaba abandonando el pequeño plató de un modo tosco, sin despedirse con palabras propias. 
Repito que no recuerdo la hora del día a la que el entonces presidente del gobierno pronunció su presencia más buscada en Youtube, pero sí que su contenido, no me refiero al texto sino al anuncio, fue celebrado en los círculos que yo frecuentaba. Se dice que el descorche de las botellas de champagne, ahora cava, se oía por los patios interiores de las casas, pero no deja de ser una jocosa y quizás deseada leyenda urbana, porque lo cierto es que lo que hubo durante unas horas, incluso días, fue un compás de espera mayoritario de la ciudadanía para ver cómo evolucionaba todo aquello. 
A la hora de ponerme a escribir sobre este episodio crucial de nuestra historia han pasado ya 45 años, es decir, una gran, la mayor? parte de mi vida, y nunca hubiera pensado que fuera siquiera a revisarlo. El motivo podía haber sido otro, quizás ligado a la necesidad de pedir cuentas que tenemos a veces, pero no es así. En realidad se trató de un cúmulo de casualidades y referentes cruzados. 

ALPUENTE
Ahora hace cerca de tres años que murió mi madre. Se fue apagando poco a poco, dando cumplimiento a una de sus frases preferidas, la que pronunciaba cuando le reprochabas haber ocultado algún disgusto o contratiempo, algún desaire familiar: por no molestar... Su marcha definitiva, sin molestar, casi coincide con mi proyecto de ir a conocer el pueblo de sus abuelos maternos, mis bisabuelos, que recientemente había descubierto procedían de dos pueblos cercanos pero de distintas provincias, Alpuente, en la provincia de Valencia, y Caudiel en la de Castelló. 
Es curioso, porque la leyenda de una familia desarraigada y nómada era
El lavadero de Alpuente
propiedad de mi padre, con sus antepasados sevillanos, cántabros, sorianos y hasta habaneros, y aunque ambas familias se cruzaban una generación antes - mi madre era prima hermana de mi abuelo paterno – la otra parte de la parentela se había movido en el corto radio de acción que separa Daimiel, el pueblo de las brujas, de Ciudad Real, esa capital de provincia que todo el mundo confunde con Guadalajara. 

Siempre he pensado que la familia te viene dada, es una herencia genética que no hemos elegido, y hasta no hace tanto no me había importado demasiado, quizás con la excepción de ese bisabuelo paterno al que llamaban el hombre de los monos, de quien había sospechado o querido, sin éxito, que coincidiera con Machado en dos de sus destinos como profesor de instituto. Supongo que la entrada en la mayoría de edad definitiva, esa que hace que la gente te llame de usted y ceda el asiento en el metro, la edad en la que a uno le empieza a fallar la memoria, alienta la necesidad de rellenar una nueva memoria, la que ilumina nuestras raíces, los orígenes de nuestros antepasados. 
La verdad es que habíamos recorrido casi quinientos kilómetros sin otro fin específico que estar allí. No teníamos ningún contacto. No sabíamos si quedaba allí algún pariente lejano, ya muy lejano, después de tres generaciones. No teníamos otro dato que el nombre y los dos apellidos de aquel antepasado, Vicente Cortés Herrero. Ni siquiera la fecha de nacimiento, seguramente mediado el siglo XIX. 
Alpuente es un pueblo serrano. Habíamos acertado eligiendo el camino más largo, porque aun con una carretera bien señalizada y asfaltada, algunas zonas, con profundas depresiones y barrancos, acojonaban. Por el lado corto, al parecer con una carretera más estrecha y un puerto repleto de curvas, la cosa, para alguien al que se le acelera el vértigo, podía ser espeluznante. De hecho, al entrar en el primer bar y comentar por dónde habíamos venido, el tabernero nos preguntó alarmado si lo habíamos hecho por el puerto. 
- Corteses hay, pero Herrero es mucho más común – nos dijo luego. Parecía que le hacía gracia que unos forasteros se hubieran pegado un viaje de aúpa para llegar a ese pueblo remoto que ha perdido la mitad de sus habitantes en los últimos veinticinco años. 
Herrero, claro, es más habitual. El uso del apellido aparece en la edad media y hace referencia al nombre del antecesor, al lugar, a cualidades descriptivas o a oficios. En este último caso el apellido se desenvuelve durante generaciones en un mismo lugar, ya que durante siglos las profesiones eran hereditarias. Así que es normal que Alpuente siguiera dando herreros, mientras que los Cortés, un apellido que se identifica a la etnia gitana pero tiene raíz francesa, se diseminarían buscándose la vida en otras latitudes. 
Las personas dejan un enorme hueco cuando desaparecen. Un espacio mental que configuran los recuerdos, las vivencias, y otro físico, corporal. Lo noté cuando murió mi padre y dejó su cama, su lugar en el sofá, la silla en la que comía, junto a mí. En los últimos años, además, solo se movía en silla de ruedas, otro apéndice físico que desapareció con su muerte. Pero para que esa ausencia tenga visibilidad, para que sea sentida, supongo necesario conocer previamente el escenario. No era así en el caso de mi bisa/tatarabuelo, y eso era precisamente lo que me conmovía. Imaginaba ese lugar a mediados del siglo XIX, seguramente parecido, pero eso sí, con las calles aún polvorientas. Los hombres trabajando en el campo, en sus oficios: carpinteros, zapateros, panaderos. Él, quizás, el penúltimo Herrero de una saga que el siglo posterior se cargará. Las mujeres en el lavadero que aún subsiste por encima del profundo barranco. 

CAUDIEL 
Durante los primeros años de colegio los alumnos éramos divididos en dos campos: cartagineses o romanos. Una vez al mes, creo recordar, se nos situaba a ambos lados del aula y se nos invitaba a ensañarnos con el enemigo con las preguntas de historia, geografía y lengua española que hicieran más daño. A mí se me daba bien. No solo conseguía elevar el nivel de mi campo, romano o cartaginés, incluso gané en más de una ocasión como resultado de una competitividad estimulada en exámenes y torneos. 
La torre de Aníbal
Siempre tuve preferencia por Cartago. Ni siquiera me había planteado entonces que sus súbditos fueran antecesores de los magrebíes que ahora se extienden por el sur de Europa con fama de holgazanes, guarretes, fanáticos, atrasados. La épica de sus tropas atravesando Italia con los jefes militares sobre elefantes me emocionaba. Conocía el nombre de sus mejores estrategas, Aníbal, Asdrúbal, Amílcar Barca, y de sus victorias y derrotas bélicas: Messina, Cannas, Trasimeno, Zama... Además, eran los perdedores. También me decantaba entonces por la malos de las películas del oeste, por los outsiders del tour de Francia, el portero suplente, Vietnam del Norte... 
El monumento más característico de Caudiel, población cercana a Alpuente en línea recta pero alejada por una orografía que en aquellos tiempos estaría surcada, en todo caso, por pequeñas vías llenas de guijarros, quebradas por las heladas, es la torre cartaginesa que corona una pequeña loma en las afueras. La llaman torre de Aníbal y se dice que él mismo la mandó construir para controlar el asedio de Sagunto. 
Desde ese lugar algo alejado, rodeado ahora por una zona de recreo, se puede ver la silueta del pueblo tras extensos campos de almendros y cerezos. 
Pero en mi caso, el lugar más emblemático, el que yo mismo había descubierto husmeando en internet, era el de los Talleres Beser, frente al lavadero público y el lugar en el que casualmente habíamos aparcado. Agustina Beser, otro apellido de origen francés, era la chica rondada por el herrero de Alpuente. No sé en qué baile o fiesta popular coincidieron. Tampoco si se trató de un arreglo entre familias o, quién sabe, la mejor manera de tapar una deshonra. El caso es que el rudo herrero de la serranía y la chica de la huerta casaron en el último tercio del siglo XIX, cuando el imperio se desmoronaba en ultramar. 

EL TIO BLAS 
Había oído hablar mucho del tío Blas. Según mi madre el era el culpable de la ruina familiar, o más exactamente, según otros familiares, de que los Cortés Beser perdieran los terrenos que la familia poseía en la zona de Las Ventas de Madrid, entre ellos los que más adelante albergarían la plaza de toros. 
Blas Cortés Beser era uno de los hijos de Vicente y Agustina, el herrero y la hortelana, para entendernos. No sé qué avatares llenaron de fortuna a la pareja, ni las razones que les llevaron a la capital. Aún más, hasta hace unos pocos años el tío Blas era una silueta sin cara. 
Con el fin de mantener su memoria en un estado pasable y poner nombre y apellidos a la materia a menudo desconocida de los álbumes de fotos, principalmente cuando estos están cargados de instantáneas decoloradas, algunas mañanas sentaba a mi madre ya nonagenaria en la mesa del comedor, abría las páginas de uno de los portafotos y la ponía a estrujarse la cabecita con el fin de dotar de personalidad a quienes posaban en pequeñas cuadrículas, generalmente enmarcadas por un espacio punteado, como el de los viejos sellos de correos. 
Aunque la tarea empezaba a ser costosa, tanto por el deterioro cognitivo de mamá como por la antigüedad de las figuras, no dudó ni un instante en señalarle con firmeza: este es el tío Blas. Aparecía en la tercera página de uno de los álbumes, o sea, entre las fotos más antiguas de su familia materna de cuerpo entero. 
En la foto, de buena definición, con una legible dedicatoria a su hermana, el tío Blas está sentado al revés, apoyando sus manos sobre el respaldo de la silla, en una posición que, siendo irreverente, parece una precuela de Liza Minelli en una de sus actuaciones en Cabaret. Fechada en Zaragoza en 1906 presenta, como en todo este recorrido por mis antepasados, la incógnita de por qué remite una foto de estudio a sus hermanas de esta guisa, con un estilo chulesco y esmeradamente trajeado. 
el tío Blas
Sin embargo, la foto respondía a la imagen que de él me habían transmitido, contrastable con la de su hermano Enrique, más apocada, o la de mi abuela Consuelo, en muchas ocasiones enlutada, con un moño austero. La suya era la de un personaje que lleva con dignidad ser un “viva la virgen”, si es cierto que se fumó, bebió y folló la fortuna de los Cortés Beser, incluida, como es obvio, la de mi abuela. 
Al dar de nuevo con el personaje del tío Blas en el álbum, me dio por indagar en las telarañas de goggle, ya que el último hermano de mi madre, la única persona que podía saber algo de sus antepasados, fallecía poco después de nuestro viaje al pasado. ¿Era posible que un señor del primer cuarto del siglo veinte apareciera en los nubarrones de internet? Pues así es. Y no una, sino hasta cuatro veces. 
Las dos primeras, en el Boletín Oficial de la provincia de Madrid de mayo y junio de 1930, hacen referencia a la subasta de un inmueble de casi 360 metros cuadrados en el distrito del Congreso, al parecer por la deuda de un crédito hipotecario del tío Blas. La tercera es una notificación a unas decenas de personas a cuenta de una deuda recaudatoria en la misma zona. La fecha, 30 de diciembre de 1948, me hace pensar que en ese momento ya era imposible localizar al famoso tío Blas porque seguramente yacía bajo tierra. 
La cuarta es la que liga la vida de ese personaje con fama de díscolo a otro tan diametralmente opuesto como fue don Carlos Arias Navarro. 


NIEVES NAVARRO COLUNGA, LA MADRE 
En todas las referencias biográficas de Carlos Arias Navarro se resalta la devoción que tuvo por su madre, Nieves Navarro Colunga, a la que se asigna, además, un papel relevante en la formación de su carácter. Pues bien, en los laberintos de internet, el tío Blas aparece también como alguien que litiga directamente con la señora Navarro e indirectamente con sus hijos, entre ellos el hombre que comunicó la muerte del caudillo. Se trata de un recurso ante la sala de lo civil del Tribunal Supremo sobre nulidad de escritura, imagino que también por propiedades de mayor o menor tamaño. Ello ocurre mucho antes de las tres notificaciones anteriores, exactamente en 1917, cuando el que llegaría a presidente del gobierno tenía solo nueve años de edad. 
La verdad es que el contenido de la sentencia no me interesa. Después de tantos años, con la certeza de que el fallo era contrario al tío Blas, y por lo tanto de que las propiedades en litigio habían pasado a ser patrimonio de los Arias Navarro, su texto completo, no asequible en internet, no tenía especial interés para mí, de modo que sin más... 
No es así con las referencias a la relación entre madre e hijo menor, por el clima nebuloso, difuso, sin ninguna foto asequible que los envuelve, supongo que porque cuando algo parece esconderse, amagarse a la contemplación, gana en interés, a la espera de sorpresas. Por otro lado, tampoco estaba mal recrear una biografía, la del ex presidente, que las nuevas generaciones sin duda desconocen. 

EL PEQUEÑO CARLOS 
La Real Academia de la Historia despacha los primeros años de vida de Arias Navarro en un pispás. Ni siquiera da la fecha ni el lugar de nacimiento, y tras indicar que estudió el bachillerato en el Instituto San Isidro de Madrid y resaltar que obtuvo el primer puesto en las oposiciones al cuerpo técnico del Ministerio de Justicia con solo 21 años, resume su actividad en la guerra civil con otras pocas líneas; “huyó al bando nacional, se incorporó al Ejército como capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar y tuvo una destacada actuación durante la represión de Málaga. En los tres años del conflicto estuvo destinado en Talavera de la Reina, Bilbao, Santander, Castellón de la Plana y Arenas de San Pedro, donde participó en juicios y condenas de republicanos. Una vez acabada la guerra, reanudó su vida profesional”. Breve y sucinto. 
Poco más en otras fuentes sobre sus primeros años. Su lugar y fecha de nacimiento, Madrid 11 de diciembre de 1908, unos primeros estudios en el colegio de las Escuelas Pías, ubicado en pleno centro de la capital y el periodo antes citado en el Instituto de San Isidro. Ninguna pues que bucee en su infancia, salvo algunas pequeñas y coincidentes referencias al abrigo materno. Hay que tener en cuenta que Carlos Arias, el menor de cinco hermanos, se queda huérfano de padre a los tres años. A esa misma edad muere la hermana que le precede, Dolores, y con anterioridad su hermano Antonio, también a edad temprana. De modo que Carlos solo conoce a sus hermanos mayores, José y Ángel. 
Todas las notas relativas a Carlos coinciden en señalar que la vida desordenada de estos y el refugio de la madre influyeron sin duda en su carácter reservado, algo agrio y, pienso, cosecha propia, que en su devoción católica, profundamente conservadora. Pero esas notas no detallan en qué consistió la conducta poco ortodoxa de sus hermanos, a los que imagino dando tumbos por las calles de Madrid, frecuentando cabarets y lupanares, quién sabe si con el mismísimo tío Blas, ni la de su padre, que al parecer tampoco fue especialmente ejemplar. 
Repito que no hay nada más estimulante para la curiosidad que la sospecha de lo deliberadamente oculto, de modo que el vacío biográfico me empujó a toparme con la salvaguarda de su legado, la Fundación Hullera Vasco-Leonesa, por el empeño de su suegro, Emilio del Valle, propietario y patrón de la misma hasta su muerte. 

Continuará... 

De acompañamiento un poema de Vicent Andrés Estellés (https://charlievedella.blogspot.com/2018/02/vaestelles.html), que musicado y cantado por Pau Alabajos me hace imaginar a mis bisabuelos Vicente y Agustina caminando por la "foguera alegre de Valencia la nit de Sant Josep": "D´un any".


https://youtu.be/riGY7cTmcDA

jueves, 12 de noviembre de 2020

La verdad

LA VERDAD 

Solo hace unos días un seguidor de Trump, interpelado con cifras sobre la pandemia que asola su país, contestaba en una cadena de televisión con aplastante seguridad: yo no creo en los datos. El verbo “creo”, en este caso usado de forma negativa, nos retorna al universo de las creencias: lo importante no es si algo es verdad o no, si está o no demostrado, si no si me lo creo. 

Sin comentarios... 
El nacimiento de la filosofía, es decir, del pensamiento, allá por el siglo VII a.c. tenía como objetivo conocer la verdad mediante la razón, una herramienta nueva capaz de contradecir el mundo heredado de los mitos ancestrales y el de sus nuevos “aprovechateguis”, los sofistas, esos “magos ilusionistas que producen imágenes irreales”. 

Es curioso que veintiocho siglos después uno de los grandes debates políticos, trasladado recientemente al cosmos del periodismo y la comunicación, sea todavía o de nuevo “la verdad”, y que esta tenga de nuevo que bregar con un mar de nuevos ilusionistas, charlatanes, vendedores de crecepelo o simples mentirosos con enormes audiencias y tan fervientes seguidores como para seguir votando a un sofista de manual. 

Se discute ahora si la sociedad se puede permitir que lo contrario de la verdad, es decir, la mentira corra por ahí sin cortapisas, con el certificado de ser transmitida por un periodista, un tertuliano, un político, un científico...porque sí, también hay científicos, quienes se supone detentan la razón, que mienten como bellacos. Según la prestigiosa revista Nature y la web Ratraction Watch cada año se publican cerca de 500 artículos científicos “inexactos”. Muy interesante para entender el fenómeno del delito científico este artículo de nada menos que 2002: https://elcultural.com/El-delito-cientifico 

Es un tema espinoso, que da yuyu, sin duda, y nada más lejos de la solución que crear un ministerio orwelliano de la verdad, pero a mi modo de ver no deberíamos confundir la libertad de expresión, el derecho de opinión con el derecho a mentir, y habrá que descubrir modelos y fórmulas deontológicas que lo impidan o cuanto menos lo mitiguen, porque como decía hace poco el director de Público, la constitución española no contempla ni protege ese derecho.

Como el blog me ha salido corto, complemento con una canción y poema largos, casi 17 minutos, del último álbum del incombustible Bob Dylan y la figura de un presidente yanqui de trasfondo: "Murder most foul".

domingo, 1 de noviembre de 2020

Artemi, poeta clandestino


 UNOS VERSOS DE ARTEMI, 

POETA CLANDESTINO, 

PARA EL DÍA DE LOS DIFUNTOS

Catedral de Segorbe,
lugar habitual de las publicaciones
clandestinas del poeta 

Antes del renacimiento el nombre de los autores de una obra artística era siempre desconocido. Trabajaban para un jerarca religioso, un noble, la corona, como simples artesanos y siempre bajo un canon temático muy limitado. Solo desde el siglo XIV se empieza a conocer al autor de un retablo, una pintura o escultura por su patronímico, un seudónimo, apodo o genérico de la escuela a la que pertenece. Ahora es solo algo buscado por razones ignotas, pudor, efecto sorpresa, ideología, lease Banksy, ese grafitero de aspecto e identidad desconocida.

En el ámbito de la literatura es más extraño encontrar autores anónimos, aunque haberlos haylos y no precisamente menores. Ahí están “Las mil y una noches” o la más cercana “Cantar de mío Cid”. Pero es más raro que ello se deba al propio interés del escritor que, en todo caso, se esconde tras un heterónimo, como es el caso de Pessoa, el más conocido.

A finales de los años ochenta del pasado siglo un autor anónimo que firmaba como Artemi dispersó un número desconocido de poemas que pegaba con engrudo en las puertas de mercados, estaciones, iglesias y bares de la provincia de Castelló. Más de 200, según algunas fuentes, en los dos años que duró la entrega, sin que se consiguiera saber a ciencia cierta quién era su autor.

Mi pasión por rarezas, impostores y heterónimos me ha conducido a descubrir la recopilación de los poemas de Artemi que se salvaron del derrumbe, apenas treinta, que otro escritor de la zona, Máximo Bau, ha publicado recientemente con reproducciones, un mapa y fotos de los lugares en los que fueron encontrados, así como la supuesta, no confirmada del todo, identidad del poeta: un taxista de Segorbe apellidado Artemisa, fallecido en 2003.

Como homenaje a autor tan móvil y pudoroso he elegido uno de esos poemas para mi cita anual con los difuntos.


Tras un escaparate

decorado con coronas de flores,

echado con un sudario blanco

o ropa de segunda,

a lo mejor el traje

de la penúltima boda

a la que asistió con desgana,

muestra el muerto el estrago

de los últimos días,

la nariz aguileña,

los pómulos marcados,

la tez pálida.

Alguien que se ha acercado

y lo ha visto tras el cristal

solloza amargamente

junto a un grupo de familiares y enemigos

que ahora recuerdan la parte

más asumible de su vida.

El fallecido es en ese momento un producto,

un desecho, un consumible

del que se habla con un respeto desigual.



Como vivimos malos tiempos, me ha parecido de recibo acabar con una canción que transmita alegría y felicidad, dedicada, además, a una cuarentena, la que, sufrida por Erlend Øye (https://charlievedella.blogspot.com/2017/07/kings-of-convenience-cayman-islands.html) en una playa de México (quién pudiera...), sirvió para que compusiera esta y otras 13 canciones junto a Sebastian Maschat, batería de su último grupo, The Whitest Boy Alive.







lunes, 19 de octubre de 2020

Tres músicas

 TRES MÚSICAS 

PARA ATENUAR EL OTOÑO

Con la vuelta a Bilbao he dejado atrás los vinilos y las músicas veraniegas y he decidido elegir aunque sea con algo de tardanza, no la canción, sino el disco del verano, una antigualla, desde luego, pero sin duda excepcional: el “Highway 61 Revisited”, de Bob Dylan, que tiene la friolera de 55 años de edad.

Leo que está situado, según la revista Rolling Stone, en el puesto cuarto de los Lps de todos los tiempos, siempre detrás del “Pet Sounds” de los Beach Boys y los “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band” y “Revolver”, de los Beatles. Como toda lista es subjetiva y depende del momento histórico y de las tendencias artísticas, me quedo con la de veces que lo he pinchado este verano con la boca abierta y unos abocetados gestos rockeros. Solo faltaría...

Conteniendo la canción que la misma revista sitúa en primer lugar de todos los tiempos, “Like a rolling stone”, cosa que comparto, es en ese momento (1965) el vinilo más revolucionario (los Beach Boys y Beatles sacarían sus mejores obras uno y dos años después).

Dedicado a la carretera 61, que pasa por su lugar de nacimiento, y dicen que a un poema de Pessoa, Dylan contó con varios pesos pesados para la electrificación de su universo musical y elaboró un ramillete de letras bien engarzadas a un momento social en ebullición. En fin, como no quiero alargarme, ahí queda la propuesta de repasarlo. 55 años después aún suena a modernidad.


https://youtu.be/IwOfCgkyEj0?list=PLXRKTcRs-Xs7rr36o5_Cs7fBn8B7KsmRG

Y como hemos hablado de los Beatles y de su eterno Sargento Pepper´s, aprovecho la recomendación y descubrimiento que me proporcionó mi amigo Enric hace unas semanas con la increíble interpretación de The Analogues (qué acertado el nombre del grupo...). Vale la pena oírlo entero (al final hay algunas canciones de regalo) y comprobar cómo conseguir clavar un disco tan de estudio (qué grande George Martin...) que los propios Beatles no se atrevieron a interpretar en directo. 



https://youtu.be/msYTb-F1jlI

Y de postre un descubrimiento personal y casi tan reciente como este blog. Un trío británico que hace música electrónica con instrumentos acústicos, Go Go Penguin. Joder…qué pedazo selección!!!


https://youtu.be/bwKH35k_SXc

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Raúl Zurita, poeta raro

 RAÚL ZURITA, POETA RARO

La concesión del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a Raúl Zurita (Santiago de Chile – 1950) parece un gol por la escuadra del jurado, una concesión de la ex reina consorte al gobierno más nominalmente republicano de las últimas ocho décadas o, quién sabe, una especie de venganza personal al emérito huido.

No en vano Zurita, al que dediqué una entrada hace cinco años, es, en el lenguaje montaraz de la derecha extrema, un peligroso comunista que ha ido dejando tras de sí un largo reguero de literatura anti represiva.

Pero sobre todas las calificaciones Raúl Zurita es un poeta “raro”. Enormemente

Zurita en un gesto característico
prolífico - le he contado hasta 35 obras poéticas, además de perfomances, en las que llegaba a herirse o automutilarse, y discos y conciertos acompañando/acompañado a/de distintos grupos musicales – está considerado como el poeta de la “desesperanza” y compara sus experiencias de martirio con la figura de Cristo. No en vano sus primeros libros tienen claras connotaciones religiosas - “Purgatorio”, “Anteparaíso”, “El paraíso está vacío”, “Inri”, este último poemario ya de 2003 – y juega, como en el caso de la palabra “patria”, que reconoce despreciaba antes del golpe militar de Pinochet, con darles un contenido diametralmente opuesto al conferido por la dictadura: el dios del hambre, la patria de tablas…

Como exponente de una “rareza” de carácter que acrecentó la tortura a la que fue sometido durante 25 días, vuelvo a dos de su obras más curiosas y espectaculares (aposta lo de “espectáculo”): “La vida nueva”, poema escrito por cinco aviones que trazaban letras de humo blanco en el cielo de Nueva York; y “Ni pena ni miedo”, verso escrito sobre el terreno rocoso del desierto de Atacama que ya reproduje en su momento (https://charlievedella.blogspot.com/2015/08/un-poema-para-ser-visto-desde-el-cielo.html).

El primer evento fue grabado en vídeo por Juan Downey el 2 de junio de 1982 y estaba compuesto por quince frases de entre 7 y 9 kilómetros de largo. El segundo mide más de tres kilómetros y, como es evidente, solo puede leerse desde el cielo. Todo un alarde.

Como otra de sus “rarezas” consiste en liderar con versos a grupos como “González y los asistentes” y “Los electrodomésticos”, es de recibo mostrar alguna de las actuaciones que corren por Youtube ("Verás", con los primeros) y, cómo no, un pedazo del cielo de Nueva York surcado por palabras. Enhorabuena, colega.









lunes, 14 de septiembre de 2020

Murales de Orduña

 ORDUÑA: UNA CAPILLA SIXTINA LAICA EN LOS HASTIALES

Creo que es algo común. Has pasado mil veces por esa calle del centro de tu ciudad, elevas la mirada y das con un bello detalle arquitectónico, un mirador, una gárgola, el tirador de una puerta, una cornisa…

Sentado ociosamente en los arcos de la plaza de Orduña he comprobado que es un suceso repetido. Una turista que no ha pasado, o sí, por la oficina de turismo, levanta la vista y se pasma de que sobre su cabeza están algunos de los cómicos de los que oyó hablar a sus antepasados, Charlot, por descontado, pero también Cantinflas o Charlie River, así que agarra la cámara o el móvil y hace una foto. Ahí empieza la capilla sixtina laica que, variada en estilo y contenido, techa los hastiales de la plaza.

Orduña, vista general

Inauguradas a finales de 2012 (https://charlievedella.blogspot.com/2012/10/13-artistas-vascos-plasman-la-historia_29.html) y anunciadas como las pinturas murales de mayor superficie de Europa, catorce obras de trece artistas (uno de ellos, Porrilló, repite con dos) dignifican la techumbre arqueada de la plaza de los Fueros, el centro histórico y comercial de la villa. Algun@s de ell@s, no sé si tod@s, está ligados de alguna manera a Orduña, sea porque son vecin@s o han sido premiad@s en el concurso anual de pintura al aire libre. Por cierto, un tipo de concurso practicado por un modelo de artista admirable y en extinción, el/la pintor@ de caballete, alguien con cualidades hoy en desuso: el olfato para elegir la composición, es decir, el paisaje a interpretar; y la precisión plástica en tiempo récord. Y es que, por lo que he visto al indagar en la obra del autor de mi mural preferido, el dedicado al Salto de agua del Nervión, los concursos de pintura rápida son un buen medio de subsistencia. Claro está, si uno es capaz de ganar alguno de los premios en liza, pues tal es el caso de José Reyes Ramos (Bilbao – 1963).

Mi preferido, Salto de agua del Nervión
de José Reyes Ramos

Los cinéfilos de mi juventud decían que había que ver cine en las primeras filas, algo a lo que desistí pronto por su evidente incomodidad y definitivamente tras descubrir a cineastas como Tati, o películas como ”El guateque”, en las que en cada fotograma coincidían varios gags visuales imposibles de captar a un tiempo desde tan cerca.

Ese problema, además de la postura obligada, hace difícil contemplar los 460 metros cuadrados de bóveda que Miguel Ángel pintó en la llamada Capilla Sixtina sin acabar con torticolis, y pese a medida y motivos más terrenales, la techumbre orduñesa también requiere una mirada sosegada y a poder ser reiterada. Nos ayudará a conocer diversos estilos, desde un realismo onírico o costumbrista hasta el abstracto, pasando por el expresionismo y el collage, con temática igualmente variada, pero en su mayor parte dedicada a la historia de la ciudad y a la singularidad y privilegio de ver nacer el Nervión, eje del desarrollo industrial del territorio de Bizkaia. Así que ya sabéis, solo está a apenas 40 kilómetros de Bilbao y Vitoria.

Ah! me olvidaba. Hay nuevos murales en Orduña pero los dejamos para otro día...





He aquí el pequeño documental elaborado en su día para la presentación de la obra.





jueves, 27 de agosto de 2020

Blog sobre el blog

 BLOG SOBRE EL BLOG

El blog cumplió 8 años en junio. Aquel 29 de junio publiqué “Aitor no para de llorar” (https://charlievedella.blogspot.com/2012/09/aitor-no-para-de-llorar-ese-dia-aitor.html), una especie de crónica personal de la final de la Copa del Rey de fútbol de ese año. Aunque releyéndola me parece la mar de digna solo tuvo 13 visitas, y pese a que se trataba de un canto al orgullo athlético, un amigo me dijo que se me veía el plumero culé. Vaya debut...

Pitada al emérito en la final de copa de 2012
262 entradas y 8 años más tarde, el número total de visitas al blog acaba de alcanzar la cifra de 45.000, con una media de algo más de 170 por entrada. Para mí, que nunca he publicado un libro con más de 1.000 ejemplares de tirada, un auténtico exitazo.


Recuerdo que cuando empecé se hacían múltiples bromas sobre los blogs. Una de ellas venía a decir que entre las cosas que uno tenía que hacer en la vida, las clásicas de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, se colaba la de publicar un blog. En mi caso, además de completar el cuarteto, suelo presumir de haber modificado una ley de presupuestos a cuenta de la equiparación de derechos y deberes de ambos padres en los casos de adopción internacional, obviamente con la ayuda de dos compas sindicales y la proposición de ley presentada por grupo de Izquierda Unida de la época.

Creo que la fiebre del blog ha pasado de moda y ahora solo quedamos unas centenas, quizás millares de irreductibles, incapaces de sintetizar una idea en el espacio corto de twitter. De hecho, los twitteros que no se conforman con acertar con dos o tres frases ingeniosas y quieren argumentarlas, acaban recurriendo a hilos interminables de incómoda@ lectura. Así que sigo pensando que el formato del blog es muy adecuado para la manifestación de opiniones.

Hace ya tiempo que otro amigo me dijo que mi blog parecía un diario personal: así es. El blog, como toda escritura de periodicidad corta, tiene mucho de descarga emocional, de desahogo. Una amiga opina que escribo muy duro. Otras, contrariamente, me suelen caracterizar por la tendencia a la nostalgia y a una cierta ternura retrospectiva. Hay quien se sorprende de la aparición del ferretero, el frutero, el artista o el asesino del barrio, pero siempre he sido muy chauvinista de barriada, sea esta Santutxu o el Camp del Grassot. Poco antes del confinamiento otro amigo me confesó que creía que yo era un erudito musical. Cuando le dije que no tenía ni idea de solfeo y que mi pasión por la música no impedía que tuviera que dedicar bastante tiempo a completar la información de las piezas que elegía, casi le extrañó. Y es que hasta algo tan humilde como un blog de unas decenas de líneas requiere un esfuerzo de documentación, y aún así, la cagas más a menudo de lo que cabría desear. Pero para mí eso tiene una doble perspectiva muy gratificante: aprendes y compartes conocimiento.

Suelo tener pocos comentarios en el mismo blog, siempre solidariamente positivos, y bastantes más a través del correo electrónico, el guasap o personalmente. Hay quien demuestra su afecto no faltando nunca a la cita, y aunque sea en dos líneas, comenta la última entrada y algún detalle que alienta a seguir. L@s hay que, generos@s, lo comparten inmediatamente en Facebook. Especialistas en música, deportivos o económicos que me asesoran de cuando en cuando. También recurro a amig@s que me ayudan a traducir canciones o poemas del francés, el inglés o el italiano. No l@s nombro para no olvidar a nadie pero tod@s saben quienes son: l@s amig@s, es decir, la gente por la que vale la pena vivir. De este modo y a través de los años el blog es para mí un lugar de encuentro y ha servido, también, para el reencuentro.

En el terreno de lo efectivo, pocos éxitos. No he conseguido que Ciriaco Párraga cuelgue por fin en el Museo de Bellas Artes de Bilbao (https://charlievedella.blogspot.com/2014/02/reivindicacion-de-ciriaco-parraga-el.html); ni que hayan quitado el nombre de Gabriel Aresti a las calles que traicioneramente le han dedicado, como él pidió (https://charlievedella.blogspot.com/2013/12/el-nombre-de-lascalles-hay-quien.html); ni siquiera parece que la tragedia de Zaldíbar haya afectado electoralmente al señor Urkullu (https://charlievedella.blogspot.com/2020/02/urkullu.html); incluso desterraron la gramola del Kubrick poco después de haberle dedicado una entrada (https://charlievedella.blogspot.com/2019/03/la-gramola-elkubrick-en-la-esquina-del.html). Pero nada se consigue si no se intenta.

Un abrazo colectivo, que esto no acaba aquí.


Para esta especie de balance con agradecimiento colectivo he elegido una maravilla clásica de alegría, también múltiple, que encontré casualmente: “Forêts paisibles”, pasaje de Indes Galantes de Jean-Philippe Rameau (1683-1764), interpretado por Les Arts Florissants, grupo sinfónico y vocal fundado en Caen (Francia), en su cuarenta aniversario. Todo ello buscado, aprendido y compartido...




sábado, 15 de agosto de 2020

Richie Havens

RICHIE HAVENS, EL TIPO QUE ABRIÓ 

EL FESTIVAL DE WOODSTOCK


Siguiendo la costumbre de acercarme a mi vieja colección de vinilos durante los veranos orduñeses, he elegido una vez más un ejemplar casi olvidado, el doble recopilatorio dedicado a Richie Havens (1941-2013) que Polydor lanzó en España con el rimbombante nombre de POP HISTORY Vol. 11.

Por delante de número tan aciago la colección había editado antologías de Jimi Hendrix, Cream, John Mayall, The Who y otros grupos menos conocidos como Taste o The Spotnicks.

Pop History Vol.11
Se trata de una grabación no muy conseguida, Richie Havens no era ni un buen intérprete – la mayor parte de su repertorio eran versiones – ni desde un luego un creador avanzado, así que el disco contiene, principalmente y como tantas otras cosas, un buen puñado de nostalgia.

Eso sí, Richie Havens tuvo sus minutos de gloria. Tal día como hoy, 15 de agosto pero de hace la friolera de 51 años, el músico se subió al escenario e inauguró el mítico festival de Woodstock. Aunque tenía que salir en quinta posición el retraso de la mayoría de músicos, porque las autopistas estaban colapsadas, le llevó a presentarlo y a tocar durante tres horas seguidas, incluso agotando su todavía corto catálogo.

Esa actuación inicial, recogida en el documental estrenado al año siguiente, le convirtió en leyenda y permitió vivir de esas rentas artísticas y un característico rasgueo de guitarra hasta su fallecimiento en 2013.


He elegido una canción de la que no he encontrado vídeo en directo pero me parece una de las más conseguidas de las que conozco, “Shouldn't all the world be dancing” (https://youtu.be/8JJO0KLUR5A), de la banda sonora del film underground “Ciao Manhattan”, y “Freedom” (https://youtu.be/SQ0I0SRW9_U), incorporada al documental del festival.

Solo la primera está en el POP HISTORY VOL.11.




miércoles, 29 de julio de 2020

Pelis de tele

PELIS DE TELE

Solo a mediados de los años setenta, después de ver “La trama” y tras una conversación absorta con un cinéfilo, descubrí que esa no era la primera película en color de Alfred Hitchock.

Era la consecuencia de conocer la obra de los clásicos en las viejas y pesadas televisiones de las décadas anteriores, con una tecnología que solo permitía su reproducción en blanco y negro. Pero no todo fue malo. Eso ocurría porque, pese a ser tiempos de censura, la televisión única ofrecía ciclos de directores y actores de épocas anteriores.

La calidad de las pelis que dan en la tele ha decaído en paralelo a la de sus programas y protagonistas. Solo algunos canales de pago nos permiten ver paquetes de interés, aunque casi siempre incompletos y repetitivos, obviando gran parte de la filmografía del homenajeado.

También muy de cuando en cuando, zapeando y por pura casualidad, descubres alguna pequeña joya. Hace poco “Mother”, una obra del oscarizado Bong Joon-ho antes de saber quién era y degustar la espléndida “Parásitos”.

Como todo peliculero me gusta saber que tal director o actor, de los que me ha parecido descubrir aspectos positivos, acaban siendo figuras reconocidas por los críticos. También coincidir con un erudito. Hace unos meses me dio un enorme subidón oír decir al compositor Fernando Velázquez, con varios Goyas en sus vitrinas, que la mejor banda sonora que conocía era el plano secuencia de la llegada a Dunquerque de “Expiación”(Oscar a la mejor banda sonora 2007), algo que, con la venia de Tarantino y desde luego que Stanley Donen, vengo defendiendo desde hace años.


Entre la morralla, que a veces sirve apara adormecerte, para confirmar lo fantasmas que son los yanquis cuando se les va la mano, la cantidad de mierda que se filma y proyecta, puede haber sorpresas, un acierto, un apunte, simplemente un detalle que te hace atender las imágenes que surgen de la caja tonta. Así que voy a hablar de dos pelis de tele, esos productos de segunda fila que tienen ese “noséqué”.

Aunque no sea una obra maestra solo la escena inicial de “Tres fugitivos” (Francis Veber – 1989) merece reconocimiento. Versión norteamericana de “Los fugitivos”, del mismo director, repite con exactitud sus escenas más hilarantes, aunque con un nuevo personaje, la hija del frustrado ladrón, interpretado por un notable secundario, Martin Short. El actor principal es mi venerado Nick Nolte, a quien sus diversas adicciones han impedido darnos más alegrías.


La otra peli que me descubrió la tele entre zapeos es otra comedia, en este caso negra, “Un funeral de muerte” (2007). Dirigida por el actor y director Franck Oz, es una gamberrada que pone patas arriba la corrección británica. El reventador principal de un funeral que se prometía dentro de los cánones es Peter Dinklage, el Lannister de “Juego de tronos”. Me hubiera gustado encontrar alguna de las escenas más graciosas pero debo conformarme con el trailer oficial.




Así que nunca es tarde para descubrirlas. Creo que no es difícil encontrarlas husmeando en las redes o, en el peor de los casos, estar al loro para cazarla entre la aburrida programación de alguna cadena. No prometo exclamaciones pero sí divertimento.

martes, 14 de julio de 2020

Viajes...

DE VIAJES...

Aunque puede que no guste a quienes me han acompañado en ocasiones diversas siempre he defendido que mis mejores experiencias viajeras se han dado cuando me he quedado o las he vivido solo, o casi…

Estoy leyendo la primera parte de la autobiografía de Joan Margarit, habitual del blog, y cuenta una experiencia que, unida a emociones recientes, ha estimulado meterme en estas harinas.
Arenys de Mar, años sesenta


En plena adolescencia un grupo de boy scouts, entre los que se encuentra el poeta, decide hacer una excursión a un molino de Montmeló, entonces un pueblo de apenas mil habitantes. Pese a que sus compañeros no han llegado al punto de cita, Margarit piensa que cogerán el próximo tren y embarca solo. No sabe que la excursión se ha suspendido y que él es el único que no se ha enterado porque sus padres no tienen teléfono y nadie ha podido avisarle. Sin embargo el viaje, resuelto de un modo favorable gracias a la hospitalidad de un lugareño, se convierte en una experiencia que recordará toda su vida.

Con catorce años hice algo parecido pero de forma voluntaria. Apañé unos ahorros, les conté alguna media verdad a mis padres y me fui solo a Arenys de Mar, entonces una bella localidad de la costa pero en invierno bastante desabrida. Ahora recuerdo aquella aventurilla con cierta ternura, pero en aquel momento, sin otra perspectiva que vagar por un pueblo casi desértico, fue tan aburrido que acabé pasando la tarde en un cine de sesión continua.

Y ahora el paréntesis emocional y luego sigo. En las últimas semanas he gozado de dos de esas sorpresas que te hacen disfrutar de la vida. Hace unos días recibí por guasap la imagen que acompaño, un collage con fecha de 1980 que no recordaba haber regalado a Fabrizio, un amigo romano con el que mantengo un contacto virtual reconfortante y me ha ayudado alguna vez a traducir expresiones coloquiales del italiano en este blog. El hecho de conservar ese recuerdo “artístico” demuestra que la amistad no sabe de distancias.

Y bien, este envío inesperado y entrañable me devuelve a Margarit, porque conocí a Fabrizio en mi primera visita a Roma, setiembre de 1979, tras un episodio semejante al que él hace mención.

El collage, tal como me lo ha enviado Fabrizio
Al llegar a Roma tras un interminable viaje en barco y ferrocarril descubro que mi contacto, un periodista iraní que colaboraba en Interviu, se había cruzado conmigo. Mientras yo llegaba a Roma, él lo hacía a Barcelona y yo no tenía donde ir. Tras una noche en una cochambrosa y cara pensión cercana a la estación pude contactar con su pareja, y ella y una amiga me dieron cobijo en el pasillo del piso que tenían alquilado. Durante toda la semana camino hasta once horas diarias, sin coger ni un solo medio de transporte, perdido por sus barrios, fueran estos turísticos o no. Solo al atardecer, cuando las chicas volvían de sus trabajos, tenían la hospitalidad de enseñarme la Roma más escondida y nocturna y presentarme a algunos de sus amigos, entre ellos a Fabrizio. Entre todos los recuerdos uno muy especial: ver “Nashville” al aire libre en las termas de Caracalla.

Creo que viajar en soledad te permite degustar, saborear lo que te pasa, aunque sea anodino, y muchas imágenes o conversaciones, sean interesantes o triviales, te acompañarán como si se trataran de algo determinante a lo largo de la vida. Así que además de la imagen nocturna de las termas de Caracalla me quedo con la lectura de un relato de Tom Wolfe en el tren que me lleva a Roma, la de un barrendero que luce una larga cola de caballo en Trastevere, y, desde luego, la de Fabrizio y sus amigas cenando una enorme pizza al aire libre en una cálida noche de setiembre. Triviales o no, ahí siguen, ahí están.

La segunda sorpresa emocional me la ha dado Enric, músico, compañero y amigo del colegio que me ha localizado a través del blog. Sin comunicarnos durante más de treinta años ambos hemos descubierto que nos seguíamos a distancia, en un largo viaje solitario y paralelo que ahora se cruza. En mi caso husmeando en su carrera musical o acercándome a la puerta de su casa familiar en los cada vez más espaciados viajes a Barcelona, como si fuera posible que la casualidad nos hiciera encontrarnos. Durante este mes ambos nos hemos puesto más al día de nuestras cosas, y si salimos de una vez de esta odisea vírica sé que nos daremos un abrazo y “recuperaremos” el tiempo que nos queda.

Como es evidente uso un par de canciones en las que participa para cerrar este recorrido emocional: “Cristall”, del grupo Naïf, que él compuso, y la deliciosa “Silvye”, con Les Anciens, un homenaje a la Vartan, en mi caso al menos, y tras la Hardy, amor platónico de nuestros años mozos. Por cierto, la música de Enric ya estuvo con anterioridad en estas páginas (https://charlievedella.blogspot.com/2018/03/facebok-2.html).